N. del A.: Si queráis haceros una idea de la apariencia física del personaje misterioso, os dejo una imagen suya que dibujé hace eones U^^.
http (dos puntos) / / www (punto) deviantart (punto) com/art/Nyxirae-428759451
Y a quienes os guste escuchar música para ambientaros la lectura, podéis probar con esta pieza de Youtube con sonido de lluvia relajante para cuando veáis la almohadilla #:
watch?v=SaCV7hnepwI
· CAPÍTULO II: IMPRECISO ·
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Se barrunta tormenta.
Ya veo.
Empezará a llover antes de que amanezca, lo cual hará que los enanos se despierten y emprendan la marcha antes de lo previsto. Permanecerás aquí hasta comprobar la dirección que toman y después buscarás un recoveco en el roquedal en el que dormir. Tres horas, sólo tres horas, pero debes cerciorarte de que sea imposible que te descubran y de que no albergas ninguna duda de hacia dónde se dirigen.
Los dos orcos.
Uno de ellos era de mayor graduación que el otro. Hacía tiempo que no usabas su lengua, pero tampoco es que haya evolucionado mucho desde que la aprendiste.
«Manda a decirle al amo/ que hemos encontrado a esa escoria de enanos». Rima y todo.
Recuerda, la última vez que viste la caterva de huercos fue hace dos días. Acababan de enterarse de que la comitiva abandonaba la Comarca. Así, grosso modo, eran unos veinticinco. Sí, te sorprendiste de que encomendasen a una reducida cuadrilla de veinticinco acabar con trece enanos, armados y supuestamente bien entrenados, un Istar y un mediano (bueno, al mediano casi que ni lo contamos). ¿Veinticinco? ¿Sólo veinticinco? Puff, en serio, cada día se esfuerzan menos.
No, si en el fondo les estás haciendo un favor, ¿no? Para ver si así desarrollan su intelecto.
En fin, réstales el gerifalte y el soldado que te cargaste anoche, y uno más que fue tan estúpido de separarse del resto para vete tú a saber qué.
Teniendo en cuenta dónde acamparon antes de enviar a sus exploradores, habrán contado con que éstos estarían unos dos días sin dar señales, antes de traer noticias confirmando la posición de la compañía.
Pero si transcurrido dicho plazo, siguen sin saber nada, habrás conseguido que su amo pierda la paciencia, que su huargo blanco se coma a algún que otro incompetente para dar escarmiento, y que envíe una cuadrilla mayor (que tampoco es que sea el summum de la estrategia, pero como hasta el momento les viene funcionando, pues ¿para qué pensar más?).
El nuevo pelotón que designe el caudillo orco también deberá mandar una avanzadilla; pero aun así, querrán pasar rápido a la acción.
El problema es que para poder atacar a los enanos de forma fulminante en cuanto los hayan localizado, se verán obligados a acortar distancias, a costa de que puedan descubrirlos, eliminando así el factor sorpresa. Mas tampoco crees que ese detalle les importe demasiado.
En tal caso, calculas que los orcos podrían estar dándoles caza en otro día y medio como mucho, es decir, mañana al mediodía.
Perfecto entonces, más o menos como habías planeado. Cuando se vean acorralados por cuarenta o cincuenta orcos con sus huargos, entrarás en escena para auxiliarlos. Todo muy casual. «Oh, gracias por haber intervenido en nuestra ayuda, anónima chica misteriosa. Te debemos la vida y esas cosas». Ingenuos...
Te empiezas a mover lentamente. Tras horas en la misma postura, tienes las articulaciones algo entumecidas. Acaricias la roca que te ha servido de respaldo. «Buen granito», te habría dicho tu padre de encontrarse aquí. «Cuarzoso, no se altera tanto con la humedad». Dedicas un instante a echarlo de menos. No hace mucho que os visteis por última vez, aunque para ti el paso del tiempo es relativo.
Echas un ojo al otro lado del precipicio. Ahora se está encargando de la guardia uno con obesidad mórbida, pero como si no. Está más de sueño que de vigilia. Sacudes la cabeza con una media sonrisa impotente. Si su líder estuviera al tanto, la reprimenda iba a ser peor que un día sin pan, que supones que para alguien tan gordo debe de ser algo así como una tortura del Tártaro.
Has tenido tiempo de analizarlos y casi todos parecen curtidos en las lides de la guerra, pero a otros, en cambio, te preguntas por qué diantres les habrán permitido unirse. Deben de tener capacidades ocultas que no habrán podido pergeñar aún, porque, de otro modo, su admisión en el grupo te resultaría incomprensible.
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Como bien has predicho, ha empezado a llover, despertando a los aletargados enanos (rollizo incluido). Si conoces algo a su jefe, en pocos minutos estarán de nuevo sobre los ponis.
Aprovechas para hacerte con algunas de las armas que los dos huercos de anoche ya no van a necesitar. Veamos: dos espadas de acero del malo (más bien hierro), una guja y cinco facas herrumbrosas. Hmm, podrías cargar con una de las espadas o con la guja, y con dos de los cuchillos, los cuales ajustas a tu cinturón a falta de vaina mejor. Total, seguro que pronto te desharás de ellos.
Agachada tras unos matorrales, observas a la compañía dirigirse hacia el Estenordeste.
¿Qué ha sido eso?
¿Qué? ¿El qué?
El mediano, ¡te ha visto!
No. Es imposible. Hay mucha distancia y estoy agazapada entre la maleza.
Te estoy diciendo que te ha mirado a los ojos. Por un breve instante, un pestañeo, sus ojos se han cruzado con los tuyos.
De ser así, habría seguido escudriñando para confirmarlo, o habría hecho algún gesto para avisar a sus camaradas. Pero no, míralo, continúa como si nada montado en su poni siguiendo al resto.
Está bien, como quieras; pero yo que tú permanecería alerta. No te conviene que dé la voz de alarma en el momento menos oportuno.
Bilbo se desperezó cuando empezó a notar un fino velo de agua sobre su cara.
Todos los enanos (sí, también Bómbur) comenzaron a despertarse casi al unísono, y Thorin dio una escueta orden de retomar la marcha en cuanto las monturas estuviesen listas. La lluvia había conseguido despertarlo de mal humor, escamoteándole un cuarto de hora de sueño por lo menos.
Bilbo se dirigió a su poni y le acercó una manzana al hocico que el animal no pudo despreciar. Mientras lo ensillaba, en su cabeza iban y venían destellos de lo que su imaginación había recreado sobre lo que le habían relatado esa noche acerca de la batalla de Azanulbizar: el Pálido Orco, la cabeza del rey Thrór rodando ladera abajo, el brazo izquierdo de Azog saltando por los aires tras ser rebanado por Thorin... Estas dos postreras visiones le arrancaron un escalofrío que hasta el poni percibió, a juzgar por el respingo que dio. Procuró tranquilizarlo antes de subirse en él (con cierta dificultad, pues esta vez Kíli y Fíli no lo habían aupado).
La mayoría de sus compañeros ya se encontraba descendiendo por la estrecha trocha que salía del relieve que los había guarecido esa noche. Espoleó su montura para que siguiera a las demás y dedicó un último vistazo más allá del precipicio, donde antes de dormir le pareció haber visto algo.
El chaparrón arreciaba conforme avanzaba el día, y envolvía a los enanos en un ambiente de decaimiento. Nadie hablaba, salvo para quejarse del diluvio entre dientes, y Bilbo tenía un desasosiego continuo martilleándole el cerebro. Un pensamiento incorpóreo, indefinido, que no llegaba a desentrañar, pero que lo estaba enervando lentamente.
Unos ojos, unos intensos ojos ambarinos —ora cristalinos, ora traslúcidos—, se posaron de repente en su mente, rodeados de un pelaje brillante entre violáceo y azul oscuro casi negro. Instantáneamente, lo asoció a la ilustración de uno de los libros sobre fauna y flora que atesoraba en su añorada biblioteca: una pantera. «Felino del Sur, de hábitos arborícolas». Eso era lo único que podía recordar del pasaje descriptivo que acompañaba al grabado, el cual representaba a la fiera en actitud ofensiva, con el morro arrugado mostrando las fauces y los ojos ligeramente entrecerrados observando de frente, como si hubiera fijado su presa.
Del Sur... ¿Qué hacía uno de esos animales tan al Noroeste, en Eriador? No, no podía ser que hubiese visto una pantera. Pero entonces, ¿qué había visto?
Si seguía comiéndose el tarro con la idea, sólo conseguiría que le diese un dolor de cabeza, y la jornada se presentía larga como para añadirle encima una migraña.
En ese momento, Dori suplicaba a Gandalf que hiciera algo para detener el aguacero y Gandalf le espetó que se buscase otro mago, a lo que Bilbo aprovechó para preguntarle por los miembros de su orden, iniciando así una conversación que buscaba distraerlo de sus divagaciones.
Pero la imagen difusa de aquellos ojos se grabó inconsciente e irremediablemente en su memoria.
