¡Buenas!
Desgraciadamente, caí enferma de COVID otra vez y esta vez me agarró más fuerte, pero hoy al fin tuve fuerzas para poder levantarme de la cama a pesar de la tos y publicar esto.
José Molina:
1) Los melmacianos comen casi todo lo que se le ponga al frente, sea comestible o no.
2) No solo unos tubos, sino que Gordon llegó a ponerse un vestido azul y todo. El femboy del espacio exterior.
Kurtis tiene como unos diez años humanos, no catorce XD.
3) El Gordon de mi fanfic no es el mismo que el de la serie. Al pasar por situaciones distintas, algunas cosas cambian, así que puede tener estos estallidos de ira.
Willie cree que Katrina es una mujer muy interesante, pero hasta ahí nomás. Probablemente le parezca hermosa, pero no le mueve un pelo.
4) Si, yo también pensé lo mismo, fue un poco anticlimatico.
5) ¿Y como no va a tener celos con el semejante cuerpazo que se carga Katrina?
6) Es la típica vecina metiche de las sitcom sin vida XD.
Russell es una cosa enorme llena de amor. Lo más parecido que pude encontrar a él en la vida real es a Jerry, el recepcionista de ER Emergencias. Una cosa enorme e intimidante, pero un amor de persona, vegetariano y amante del teatro. Dan más ganas de abrazarlo que al panda Po.
No sé ustedes, pero FF no te notifica cuando actualizas el capítulo. No sé si solo me pasará a mi, pero por las dudas siempre lo chequeo aunque no me avisen las notificaciones. Nunca se sabe cuando te podés perder de algo porque te olvidás de chequearlo.
Capítulo dieciséis
Down in the mall
Shopping for a pair of shoes, shopping for a hat
We're buying some of this, and we're buying some of that
We'll shop up a storm till we can't shop no more
Lynn sentía mucha curiosidad por Katrina desde el día que la conoció. Le parecía una chica genial, aunque bastante fría y reservada. Tenía ganas de entablar alguna conversación con ella, pero nunca había tenido la oportunidad.
La oportunidad se le presentó cuando una tarde se puso a jugar con Brian usando una pelota de béisbol. Batear no era una opción, ya que había grandes riesgos de romper ventanas y si bien Brian era cuidadoso, el hecho de que Alf hubiera roto la ventana varias veces (incluyendo la de los vecinos), había logrado que se prohibiera jugar en el patio con el bate.
Katrina estaba continuando el trabajo de jardinería que Alf había empezado hace semanas. Había comprado más libros sobre ello y ahora estaba muy concentrada en su tarea de plantar unas semillas que había comprado en un vivero.
De vez en cuanto, Lynn miraba a Katrina y descubría que la estaba observando. La chaffi enseguida desviaba la vista y comenzaba a plantar las semillas. Le daba la impresión que quería preguntarle algo, así que suspendió el partido, diciendo que no quería dejar que Katrina se ocupara sola del jardín. Brian protestó débilmente, pero accedió y se metió en la casa, diciendo que iría a jugar con Alf y Kurtis.
—¿Qué estás plantando? —le preguntó, arrodillándose a su lado.
—Rábanos —respondió Katrina, sin mirarla.
—¿Te gustan los rábanos?
—Me es indiferente. Los elegí porque solo tardan de cuatro a seis semanas para cosechar desde la siembra.
—Ah.
¿Por qué era tan difícil comunicarse con Katrina? Se quedó un rato con ella mirando como sembraba, pero le estaban doliendo las rodillas, así que se incorporó.
—¿Te llevas bien con tu hermano? —le preguntó Katrina de golpe. Lynn se quedó a medio camino de pararse.
—¿Brian? Si, me llevo bien. ¿Por qué? —preguntó, volviendo a su posición anterior.
—Porque los veo muy distantes.
Lynn asintió con la cabeza.
—Nos llevamos diez años de diferencia y tenemos intereses distintos, no hay mucho que podamos compartir. Eso no significa que no lo quiera —Lynn hizo una pausa y le preguntó—. ¿Tú tienes hermanos, Katrina?
Ella se mordió ligeramente el labio. ¿Había sido una pregunta delicada?
—Si —respondió.
—¿Son muchos?
—Tengo siete. Yo soy la quinta.
—¿Están en tu planeta?
—La última vez que me fijé, seguían allí.
Lynn presintió que era la razón por la cual Katrina la había mirado tanto.
—¿Cómo te llevas con ellos?
Katrina miró fijo a su huerto de rabanitos. Sus manos estaban quietas, sujetando la pala.
—Ellos me consideran como si hubiera muerto —su voz sonó como si no estuviera allí realmente.
—¿Qué pasó?
Katrina se pasó la lengua por los labios resecos.
—Cosas —dijo.
—¿Los extrañas?
Katrina no contestó de inmediato y Lynn temió haberse excedido un poco con la pregunta,
—A veces —respondió, después de un corto silencio—. Algunos son mucho mayores que yo y otros más pequeños, pero ni la edad ni los intereses eran un obstáculo para estar juntos.
Lynn sintió una punzada de remordimiento en la boca del estómago.
—¿Te molestaría hablarme sobre ellos?
Katrina la miró con sus ojos grises. Era como mirar un cielo nublado a punto de llover.
—No creo que valga la pena.
Bueno, eso parecía ser toda la conversación que Katrina era capaz de darle. Cuando hizo un ademán de apartarse, agregó:
—Deberías tener más vínculo con tu hermano —dijo, con un dejo de tristeza en su voz. Se levantó del suelo con lentitud—. Porque, hasta donde sé, el tiempo no se recupera jamás.
Katrina se sacudió las rodillas para limpiarse la tierra y se metió a la cocina. Lynn se quedó en el patio, frente al huerto de rábanos, asimilando lo que Katrina le había dicho.
Katrina había estado de buen humor desde que se había reconciliado con Gordon. Tanto como podía estarlo rodeada de humanos… hasta que la llamó su jefe para recordarle que el examen de aptitud era dentro de una semana.
Cada cinco años, los Chaffis de la Tierra se sometían a un examen de aptitud para probar que ellos aún eran dignos de seguir trabajando en la Tierra. Los exámenes variaban dependiendo el rol que desempeñaban. Los asesinos, los limpiadores y los detectives eran los que tenían las pruebas más duras y Katrina estaba pendiendo de un hilo.
Habían tres categorías: física, mental y social. Katrina estaba bien con las dos primeras, pero la tercera… fallar en esa bastaría para que la despidieran.
Su jefe había pasado decenas de veces la prueba y le había dicho aproximadamente todo lo que le iban a tomar. Según sus propias palabras, era tan fácil como beberse un vaso de whisky un viernes por la noche frente a una chimenea encendida en pleno invierno después de una semana de trabajo. Bueno, eso estaba por verse.
Sabía que le tomarían geografía e historia en los exámenes. Su jefe le había dicho que con que supiera la de Estados Unidos bastaba, pero prefería ampliarse un poco más. En el garaje encontró un montón de libros útiles. Se los estaba por llevar a su habitación, cuando vio a Lynn sentada en el sillón, resoplando. La iba a ignorar, pero luego ella le dijo:
—¿Tienes mucha suerte, eh? —sonaba cargada de resentimiento—. Tu puedes ir y venir a donde quieras con tu motocicleta mientras yo me quedo aquí encerrada.
Katrina parpadeó.
—Existen los autobuses.
Lynn bufó.
—No es lo mismo. Apuesto a que ni siquiera has tomado uno.
—Si, lo hice una vez, para ver cómo funcionaba.
Katrina quería irse a estudiar, pero luego recordó la parte social. Si quería pasarlo, tenía que saber como tratar a la gente para conseguir cosas y pasar desapercibida.
—¿Dónde quieres ir? —preguntó, dejando los libros apoyados sobre la mesa del comedor y acercándose a ella hasta sentarse a su lado.
—Quería ir al centro comercial a comprarme un par de zapatos —se lamentó.
—Justo pensaba en ir también —mintió Katrina—. Tengo que comprar más ropa. No tengo mucha.
La última parte era cierta. Sacando los uniformes que a veces usaba para infiltrarse en algún lugar, apenas tenía ropa y la mitad de la que tenía se la había regalado Claudia.
—Ahora que lo pienso… no te he visto con ropa muy variada —razonó Lynn.
—Entonces… ¿Quieres que vayamos juntas en mi moto? No tengo mucha idea de ropa, la verdad. Solo me visto para no estar desnuda.
Las pupilas de Lynn se dilataron. Parecía muy feliz de golpe.
—¡Claro que quiero que vayamos juntas! Solo espera que le diga a mi mamá y nos vamos.
—Te espero.
Lynn se fue corriendo a la habitación de su madre, quien últimamente estaba más tiempo allí que ocupándose de la casa. Dudaba que le diera permiso.
Una hora más tarde, Lynn estaba aferrada a la cintura de Katrina, yendo con la moto por la ruta 405. Como novia de un chico que poseía una moto, le encantaba viajar así. Sentía la brisa en el cabello y el viento en la cara. Además, era emocionante ir a toda velocidad por las calles.
Katrina se detuvo en el estacionamiento y se bajó de la moto. Lynn tuvo casi que arrastrarla para que entraran juntas al centro comercial.
—¿Nunca has estado en uno? —le preguntó Lynn.
—Un par de veces, pero no recuerdo haber estado aquí —respondió Katrina.
Century Mall quedaba en Santa Mónica, una ciudad que últimamente se había vuelto muy turística. Era un edificio enorme donde Lynn solía ir con sus amigos o a veces con su familia algunos fines de semana. Cuando era pequeña, sus padres solían comprarle ropa en Judys cuando era la época del regreso a clases.
—Definitivamente no tienes idea de lo que te estás perdiendo —le dijo, mientras entraban por la puerta principal.
El centro comercial tenía tiendas exclusivas que ningún otro centro comercial tenía en Estados , por ejemplo, Heaven, una tienda de novedades donde vendían objetos de la cultura pop. A la vuelta de la esquina había una tienda llamada Bijou. Vendía parafernalia de películas, Paper Moon Graphics y tarjetas de lobby. Incluse tenía una pantalla gigante con almohadas de satén en el piso y mostraba todo, desde Sgt. Pepper's Lonely Heart's Club Band hasta Xanadu. ¿Cómo Katrina se estaba perdiendo semejantes experiencias?
Lo primero de todo: necesitaban ropa. Había visto el guardarropa de Katrina y casi todo era de colores oscuros, así que la arrastró hasta Wet Seal, un local de ropa. Lynn comenzó a revolver entre las prendas, pero Katrina se quedó quieta, mirando a su alrededor con cara de querer salir corriendo.
—No tengo la menor idea de moda —murmuró.
Lynn se rió.
—Yo te ayudo, no te preocupes.
Lynn comenzó a hablarle sobre la moda actual. Se sentía muy entusiasmada al enseñarle a Katrina algo que esta no sabía; se sentía casi como una profesora. Era divertido y extraño ver a la alienígena tan perdida.
—¿Qué te parece esto? —le preguntó Lynn, mostrándole una larga falda de jean.
Katrina hizo un gesto de asco.
—No.
Lynn se rio.
—Sabía que dirias eso.
Devolvió la falda a su lugar y siguió buscando. A medida que buscaba junto con Katrina, se dio cuenta que sus gustos de vestir eran muy sencillos. Ropa oscura, con la menor cantidad de detalles posibles. Era casi como si intentara camuflarse entre la multitud para no ser notada, pero sabía que eso no era fácil. Había visto como los hombres la miraban con la boca abierta.
Después de un rato, Katrina finalmente tomó una blusa blanca, unos jeans azul claro y una chaqueta de cuero negro.
—Katrina, ya tienes una chaqueta negra de cuero.
—Bueno, ahora tendré otra.
—¿No quieres comprar… otra cosa en su lugar?
—¿Algo como qué?
Lynn se detuvo, pensativa.
—No lo sé. Algo diferente a lo que te sueles poner.
Katrina miró a su alrededor, como si observara a cada persona que estuviera dentro de la tienda. Se apretó el puente de la nariz y miró a Lynn.
—Tienes razón.
Dejó la chaqueta de cuero y se puso a revisar otras hasta que tomó una chaqueta marrón de gamuza.
—¿Qué te parece esto? —le preguntó Katrina.
—¡Excelente!
Katrina sonrió milimétricamente y fue hacia los pantalones. Con ayuda de Lynn, se decantó por uno de color blanco. Luego tomó un sueter color rosa pálido y una falda de jean (que era más corta que la que Lynn le había mostrado).
—¿Eso es todo? —preguntó Lynn.
—Visitaremos otras tiendas —Katrina sacó su billetera y Lynn se quedó con la boca abierta al ver un montón de billetes de cien dólares. Le dio uno de ellos a Lynn.
—Toma. Por si ves algo que te guste.
—Katrina, no puedo…
—Me sobra el dinero, no me molesta. Tomalo como una recompensa por ayudarme con esto. Comprar ropa me provoca migraña.
Katrina pagó y fueron a otra tienda, donde vendían ropa más de estilo rock y heavy metal. Allí Katrina se compró un vestido negro de cuero y unos zapatos de aguja. Lynn nunca la había visto más que con botas de taco cuadrado o zapatillas, así que se sorprendió mucho cuando la vio caminar sin ningún problema con ellas, como si lo hiciera desde hace años. Luego agregó una chaqueta blanca sin mangas y una falda negra de tul que le llegaba a los tobillos.
—¡Pero me prometiste que ibas a comprar ropa distinta! —protestó Lynn.
—Solo es esto, lo prometo —le dijo a Lynn—. Además, deberías comprarte algo aquí, ya que me hiciste salir de mi zona de confort. No te preocupes, lo compraré yo. No tienes que gastar los cien dolares.
Al final, Lynn decidió elegir un vestido largo y negro que parecía de terciopelo, con mangas transparentes. Katrina lo pagó en efectivo, a pesar de que había visto que tenía un par de tarjetas de crédito.
—¿Quieres volver a casa? —preguntó Lynn, ya fuera de la tienda.
—Aún no. Quiero seguir comprando ropa.
—Katrina, vinimos en moto. No vamos a poder llevarnos todo esto.
—Deja que yo me ocupe.
Katrina siguió caminando por las tiendas y preguntando a Lynn sobre moda, tribus urbanas y la ropa que había que ponerse en cada ocasión. Lynn respondia tanto como podía y comenzó a darse cuenta que ella estaba comprando la ropa guiándose por eso. Cuando habló sobre el hip hop, Katrina se compró una sudadera ancha y un gorro tejido color gris. Cuando habló de la ropa que usaban las mujeres de negocios, se compró un traje completo de color celeste claro. Cada vez había más y más ropa en las bolsas y no sabía como iban a regresar con tanto peso.
—¿Conoces un lugar donde podamos comer aquí? —le preguntó Katrina.
Lynn asintió.
—Sí, en el segundo piso.
—Entonces vamos. Necesito descansar las piernas.
Lynn bajó la vista y se dio cuenta que aún tenía los zapatos de tacón que había comprado en el local de rock.
—¡Katrina, debiste habértelos sacado!
Ella hizo un gesto con la mano.
—No te preocupes, debo acostumbrarme a llevar estas cosas puestas.
Lynn la llevó a una pizzería y se pidieron una pizza de peperoni y un par de refrescos. Katrina parecía muy pensativa mientras masticaba su porción de pizza, totalmente perdida en si misma… o en lo que sea que estuviera pensando.
—¿Te sientes bien? —le preguntó Lynn. Katrina salió de su estupor.
—Si, si —dijo, distraída—. Solo pensaba en que… no gastaste los cien dólares que te di.
Lynn sonrió de manera tímida.
—Es que… es mucho dinero.
—Dije que no me molesta.
—Sé lo que dijiste, pero no puedes darle cien dólares así a la gente.
Katrina parpadeó.
—No es que se los haya dado a un vagabundo, te los di a ti. ¿Por qué es tan difícil aceptar un regalo? —se exasperó.
—Pues... no lo sé. Siento que es más de lo que merezco.
—¿Eso no debería decidirlo yo? —preguntó Katrina—. De todos modos, da igual. Puedes hacer lo que quieras con el dinero que te di… —Katrina miró hacia un costado e hizo una señal con la mano como si saludara a alguien—. Ya está aquí.
Un hombre enorme de más de dos metros de altura y de corte militar se acercaba a ellas. Llevaba una camiseta roja, una chaqueta de cuero y unos jeans desgastados. Tenia un ligero aire a Terminator.
—Tu eres la hija de los señores Tanner, ¿verdad? —le preguntó a Lynn—. Soy Russell, el amigo de Katrina —agregó, tendiéndole la mano.
—Oh, mucho gusto, me llamo Lynn —le estrechó la mano, del doble de su tamaño.
Russell desvió su mirada hacia Katrina y golpeó tres veces su dedo sobre la mesa, seguido de dos más espaciados.
—Llevaré las compras a tu casa después, pero es la última vez que te hago de chofer o chico de los mandados.
Katrina tamborileó los dedos muy despacio sobre la mesa.
—No puedo llevar todo esto en la moto —se excusó Katrina.
—Pues comprate un auto.
—No quiero.
Russell tomó las bolsas de compras sin ningún esfuerzo, con un resoplido de resignación.
—Avisame cuando llegues.
—De acuerdo.
—Y en cuanto al examen…
—Estoy bien. Largo.
—Al menos dame una porción de pizza.
Katrina puso los ojos en blanco y le dio una porción. Russell se la metió entera en su boca y se fue hacia las escaleras mecánicas. Algunos de los que merodeaban por allí lo miraban con asombro y se apartaban de su camino como si se alejaran de un oso.
—¿De que examen hablaba? —preguntó Lynn.
—Cosas de mi trabajo—respondió Katrina, sin darle importancia.
Terminaron de comer la pizza y Katrina pagó una vez más. Mientras iba al estacionamiento, Lynn pensó que Katrina era una chica genial. Solo le faltaba abrirse un poco a los demás.
