N. del A.: Os dejo un fanart creado por la talentosa DannaP sobre cómo se imagina ella a Nyx acechando a los enanos.

http (dos puntos) / / aquelarretolkien (punto) deviantart (punto) com / art/Nyxirae-527855638

Para quienes les guste escuchar música para ambientarse, pueden poner esta pieza de Youtube (la pista Projection de la B.S.O. de la película Inception) cuando vean la almohadilla #

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· CAPÍTULO III: CONTACTO ·

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Despierta.

Ya has dormido suficiente. No ha cesado de llover, y si han cambiado de rumbo, te costará más encontrar su rastro.

Abres los ojos. La pequeña oquedad donde te refugiaste para dormir se ha encharcado y te desperezas con la molesta sensación de tus botas mojadas y tus ropas empapadas. Empiezas bien el día.

Una cortina de agua continúa descargando desde el cielo. No te preocupas de secarte, es tontería mientras siga lloviendo, pero elevas instintivamente la temperatura de tu cuerpo para mantenerte caliente. Los climas húmedos y fríos nunca fueron de tu agrado.

Te vuelves a calar la capucha y a embozar con el pañuelo. Haces acopio de armas (al final te decantaste por la guja en vez de por la espada orca) y sales a la intemperie.

Ni rastro de enanos ni de orcos.

En cuatro saltos estás abajo, en la senda pedregosa que les viste tomar, y arrancas a correr para alcanzarlos. Cada cierto tiempo deceleras para asegurarte de que continúas por buen camino.

Mediodía. Ha dejado de llover.

Los orcos deben de haber enviado ya la nueva avanzadilla.

Decides salirte del sendero por si acaso. No es que temas que te vean, en realidad se te da un ardite, pero no conviene que sea muy obvio que tú también persigues el mismo objetivo.

Deberías ir pensando en comer...

Haces un alto en la verde llanura para otear en busca de algún animalillo que llevarte a la boca. Atisbas una pequeña liebre que roe con ansia un tubérculo y con autómata precisión, le das caza lanzando una de tus gumías.

Saltas hasta donde ha caído el lebrato antes de que se desangre y aprovechas la escasa sangre que pueda aportarte. Cargas con su cuerpecillo hasta una fresneda cercana. No quieres comer en la planicie, la lumbre se advertiría claramente.

Entre los árboles, recoges unos cuantos cantos rodados y formas un pequeño círculo que rellenas de hojarasca. Acercas tus dedos y los chasqueas para prenderla.

Fuego.

Te tirarías horas mirándolo, jugando con las llamas, dibujando en él figuras oníricas, atesorándolo entre tus manos para que nunca se apagase. Pero ahora no. Ahora te va a servir para cocinar a la desdichada liebre. Requiescat in pace. Aunque no lo llamarías cocinar cuando no puedes ni aderezarla con unas tristes hierbas o con aceite. En fin, por peores cosas has pasado que por una insípida farnaca.

¿Y si te dejas de sobremesas y los encuentras de una vez?

Ay, a veces no me aguanto ni yo...

Y no olvides eliminar el rastro de las ascuas.

Cae la noche y divisas una estrecha columna de humo tras una colina. Tienen que ser ellos. Aminoras tu paso y observas la orografía a tu alrededor para elegir desde dónde vigilarlos.

Vaya, parece que el Istar se aleja malhumorado. Menuda joya el Thorin. Debe de ser un tipo seco, cortante y bastante cabezota. Fácil de tratar, sin duda.

Pues más o menos como tú, entonces.

Puedes percibir el olor del estofado que se están comiendo, y tus tripas rugen incómodas como respuesta involuntaria al estímulo. Debes de tener ya el liebratón en los pies y de nuevo sientes hambre, pero te contienes porque algo no te huele bien, y no es el guiso precisamente.

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Los dos jóvenes que parecen hermanos y que se encargaban de guardar las monturas, se han despistado buscando a saber qué entre las ramas de los árboles cercanos, y has visto cómo un trol se llevaba a dos de sus ponis.

Esperas que se dejen de jueguecitos y se centren, porque el monstruo no tardará en volver para llevarse más. Dos jamelgos no lo van a contentar, y encima estos gigantes no suelen viajar solos.

Te arriesgas a acercar tu posición a su campamento para mantenerte al tanto de sus movimientos. Malditos Naugrim, qué noche no se meterán en problemas.

Te encaramas a un haya cercana a las que el trol ha derribado en su torpe retirada. Los dos enanos y (oh, sorpresa) el mediano andan inspeccionando el rastro y se percatan de que efectivamente el bicho ha ido a por más rocines.

Esto se pone interesante. A ver qué diantres hacen. No crees que a su jefe le haga mucha gracia perder sus monturas, pero por no aguantar una merecida bronca suya, serán capaces de enfrentarse los tres solos a un ogro, o a varios.

Premio a la idea del día: enviar al mediano a recuperar los caballos.

Te llevas una mano a la cara con una suave palmada. Exasperante. Cuando parece que no pueden sorprenderte más, lo logran de nuevo. Al menos el mediano juega con la ventaja de la agilidad que le confieren sus dimensiones reducidas frente a la lentitud de movimientos típica de esos colosos. Confías en que eso sea suficiente, sino para traer de vuelta a los ponis, al menos para que salga indemne de ésta.

Permaneces subida a la copa del árbol lo que te parece una eternidad, que también se la ha debido de parecer a los demás, porque ahora corren en tropel armas en mano hacia donde se perdió el mediano.

Genial. Toca seguirlos. Y encima van los trece, o sea, que ninguno se ha quedado en la albergada por si el mago regresa. Esto mejora por momentos.

Saltas de una rama a otra, aproximándote a un claro desde donde ya se oye la trifulca. El grupo ha entrado a saco y sin miramientos, y tres troles les hacen frente como pueden.

Bueno, parece que no va a pasar a mayores. Los gigantones están en clara desventaja y hasta te parece que los enanos estén disfrutando de la poca guerra que les dan. Te repantingas en una rama frondosa y contemplas la pelea fijándote en cada detalle: qué técnicas de lucha emplean, qué armas maneja cada cual, cómo los troles atrapan al mediano...

... Mierda.

Deseas que su líder sea lo suficientemente sensato y frío como para no arriesgar la vida del resto de sus compañeros por un simple hobbit, pero no se cumple. Ay, nunca entenderás a estas razas. Se empeñan en desdeñar la lógica aplastante.

Esto se está poniendo feo. Deberías intervenir.

No. No voy a terciar para convertirme en su niñera. Esperaré. El brujo estará al caer.

Nyx, los van a cocinar a la brasa. Tienes que intervenir.

Esto no estaba en el plan.

Me da igual que no estuviese en el plan. No puedes confiar todo a que el viejo aparezca mágicamente y los salve. A este paso ninguno va a llegar a mañana, mucho menos a Érebor. ¡Debes intervenir ya!

¡Jo-der! ¡Condenados retacos!

Te dejas de imprecaciones y con la guadaña en tu izquierda y la guja orca en tu derecha, saltas de la rama cayendo de pie, rodillas flexionadas, cerca de la hoguera. Con un imperceptible movimiento de tu cabeza, ordenas al fuego que se vaya apagando. En ese momento los troles estaban prestando atención al mediano, que les estaba sugiriendo no sé qué de unas especias, pero ya te han visto y lo dejan de lado para abalanzarse sobre ti. Uno a uno. Qué considerados.

El primero corre desaforado brazos en alto, así que aprovechas su vientre desprotegido para segárselo con la guadaña, y giras hacia tu izquierda soltándola, entre otras cosas, porque el esfuerzo de sajar su dura piel ha sido considerable, y también para no acabar enrollada entre sus intestinos, que empiezan a desparramarse fuera de su cuerpo pese a los esfuerzos del gigante por contenerlos con las manos.

Uno menos.

Los otros dos se han quedado unos instantes desconcertados ante la crudeza y rapidez de tu primer ataque, pero el estupor les dura lo justo. Uno de ellos (el que menos piensa) arremete contra ti, pero tú ya te has encaramado al improvisado espetón del asador donde están amarrados unos cuantos enanos. Procurando no pisarlos, pirueteas en el aire esquivando esas pringosas manos ciclópeas, y empleas el final del espeto como plataforma para dar un salto a gambeta y caer en el trapecio de la espalda del trol que había permanecido más indeciso, y que por supuesto no se lo esperaba. Le hincas con todas tus fuerzas la guja orca entre la cerviz y el occipital (¿dónde les empieza el cuello a estos bichos?).

Se inclina cayendo de rodillas y esputando sangre, pero ha muerto en el transcurso al haberle seccionado la médula, y finalmente se desploma.

Ya van dos.

Sabe que va a morir. El último sabe que va a morir. Lo ves en sus pequeños y mezquinos ojos. Dudan. ¿Negociar? ¿Arremeter?

Mientras se lo piensa, con algo de esfuerzo, extraes la guja del cuerpo de ese ser apestoso sobre el que aún estás subida y te bajas con calma.

Recuerdas dónde arrojaron los troles las armas de los enanos cuando los capturaron. Miras soslayadamente hacia allí y ves el arco que suele usar uno de los jóvenes. No es tan grande como los élficos, pero es más robusto. Se te pasa una idea por la mente. Un experimento un tanto teatral, mas interesante de ejecutar si se terciare.

—Decide.

Se lo dices en un volumen alto para que te escuche por encima de tu embozo, pero sin gritar ni mirarle a los ojos, pues mientras, estás partiendo el mango de madera de la guja con la rodilla, para tornarla más corta y manejable. En tu cabeza tienes localizado el arco y estás calculando la distancia a recorrer para alcanzarlo y el tiempo que te llevará. Poco, muy poco.

El ogro sigue dubitativo unos segundos, todavía impactado por cómo has acabado con sus dos compañeros, a cuyos cuerpos dirige furtivas miradas, intercaladas con las que te dedica a ti.

»Muy bien.

Echas a correr hacia la pila de armas. El trol reacciona e inicia una carrera para alcanzarte, pero tú ya te has hecho con el arco, que estaba en un lateral del montón. Te tiras espalda a tierra, asentando tus pies separados a ambos lados del maneral del arco y colocando entre ellos la guja a modo de flecha en la cuerda. La tensas trayéndola con tus dos manos hacia tu pecho mientras apuntas al trol, que ya está casi encima, y sueltas.

Directa al esternón.

El monstruo retrocede un paso por el impacto, pero no está rematado, la moharra sólo se le ha clavado a la mitad. Te desembarazas del arco y te pones de pie. El trol pretende arrancarse la guja del pecho.

Ni hablar, amigo.

Das un giro en el aire y golpeas con los talones la punta del mango de madera, hundiéndole completamente la hoja.

Respiración trabajosa, tambaleo, caída de espaldas y estertor.

Parece que ha durado una edad, pero no habrán transcurrido ni cinco minutos desde que estabas subida al árbol y, en ese tiempo, ninguno de los enanos ha emitido un solo sonido.

Ahora estás ahí, de pie junto a los despojos del último gigantón, y notas las miradas de todos (bueno, de casi todos, algunos de los que están en el asador no tienen perspectiva para verte) fijas en ti, digiriendo lo que acaba de ocurrir. Deberían prorrumpir en risas y alborozo, ¡están vivos! Pero al igual que el tercer trol, pasean su vista sobre la carnicería que has provocado.

Suspiras, no crees que haya sido para tanto. Estás convencida de que habrán visto escenas más viscerales y sádicas que ésta.

Avanzas hacia el mediano, que sigue de pie atado dentro de su saco. Estaba hablando con los tres engendros cuando tú apareciste de la nada.

Un hobbit. Es la primera vez en tu extensa vida que observas a uno de esos seres de cerca. Él te examina con desconfianza: no está seguro de si eres amiga o enemiga. Bueno, tú tampoco estás muy segura de ello.

Te acercas aún más a él con curiosidad, totalmente erguida para comprobar hasta dónde te llega. Sitúas la palma de tu mano encima de su cabeza (él la agacha levemente, extrañado) y con un gesto en paralelo hacia tu cuerpo, ves que te llega más o menos hasta el diafragma. Y sueltas una risita divertida pero sin malicia, debe de medir unos cuatro pies. Más parece una mascota que lo que quiera que pinte en la compañía, aunque vete tú a saber, a lo mejor sí que hace de mascota.

Parece molesto por ser el objeto de tu interés, o también puede que sea por tu sutil burla sobre su estatura, pero te da bastante igual, todavía tiene el susto en el cuerpo como para atreverse a proferir queja alguna.

Te agachas con una genuflexión para ver su rostro de frente, a su altura. Vaya, parece que le han impactado tus ojos, y eso que entre la capucha en pico de águila y el mechón rebelde tampoco se deben de ver completamente. Los suyos son verdes. Muy bonitos por cierto. Si fuese de tu raza, sería un nicrón de agua con cierto atractivo pero sin belleza objetiva.

Y si tuviera ruedas, sería una carreta...
Venga, espabila. ¿Te vas a quedar ahí parada hasta que amanezca o zanjamos esto de una vez?

Sacas una gumía de su funda, causando un sonido metálico que altera al mediano. Mira al cuchillo y luego a ti con ojos implorantes. ¿Qué? ¿Se piensa que lo vas a matar? Bueno, la verdad es que no pruebas bocado desde la liebre de a mediodía y... ¡Que no! Tampoco te urge tanto, joder, ¿en qué estás pensando? Termina el trabajo y lárgate de aquí.

Desgarras el costal. Por suerte, sigue vestido y no en calzones como aquellos a los que se iban a comer primero. Rasgas sus ataduras y le entregas la otra gumía.

—Ayúdame a liberar a tus compañeros.

Asiente sin decir nada y se encamina al que tiene más cerca. Tú te diriges al jovencito que te ha «prestado» el arco. Se había agitado inquieto dentro de su saco cuando percibió la posibilidad de que te cargases al mediano, pero enseguida se tranquilizó. Es mono. Diferente. No parece tanto un nogoth. En fin, sacudes la cabeza para quitarte de encima esos pensamientos y rajas su fardo.

—Eras tú la pantera que nos vigilaba la otra noche, ¿verdad? —Oyes al mediano preguntarte.

—¿Cómo dices?

Todo ha pasado muy rápido.
Mientras te girabas para responder al hobbit, el enano al que estabas ayudando, ya desembarazado del saco pero con las muñecas aún atadas, te ha bajado el embozo para verte la cara. Tú lo has mirado atónita por el inesperado atrevimiento, con la boca semiabierta, suficiente como para que se apreciasen tus colmillos. Él, por supuesto, ha reparado en ellos y ahora te mira ojiplático e inquisitivo, con seria preocupación en el rostro.

Y más que te vas a preocupar, canalla.

Con la misma gumía que habías empleado para liberarlo, le presionas el cuello, debajo de la mandíbula. Y aprietas los dientes para enseñarle furibunda tus caninos. ¿No querías verlos? Pues míralos, ¡míralos bien! Porque será lo último que veas en tu vida.

—¡NO! —Escuchas gritar con rabia al líder, revolviéndose en su costal. Está luchando por desasirse de él en su intento por arrastrarse desesperadamente hasta donde estáis el muchacho y tú.

»No, por favor. —Y ahora con súplica. Puede que sea la primera vez en su vida que ese hombre suplique algo.

Sosiégate, Nyx. Suelta al chico.

Respiras. Relajas la mano que sostiene el cuchillo y te alejas con cautela, advirtiendo al pilluelo con tus ojos que no haga ningún movimiento sospechoso.

—Creo que ya podéis valeros solos.

Y dicho esto, le arrancas tu otra gumía de las manos al mediano y vas a por tu guadaña, que estaba tirada en el suelo. Te vuelves a embozar lanzándoles un último vistazo y sales corriendo.

Ellos creen que no te van a volver a ver.

No saben lo equivocados que están.