Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: ¡Cuánto me apetecía volver! Las ocupaciones me tienen sin tiempo pero ya no podía aguantar más. La época de estudiante redimido (a medias…) de Draco y sus inicios con Luna son algo que no pienso abandonar.

Agradecer las peticiones de continuar, las lecturas y los ánimos que me dais, ¡se me queda corto! Solo puedo prometer, que no dejaré los drabbles. Siempre habrá DRUNAS; porque tengo muchas, muchas escenas que contar.

Hoy, os traigo esta. La vuelta a Hogwarts, tal como parecía, no va a ser agradable para Draco… pero promete momentos que valdrán la pena vivir. Deseando sigáis ahí, adorando a esta pareja como yo, traigo otro trocito de su historia. Ojalá os guste, ¡decidme algo! Gracias.

RETORCIDO (II)

El primer golpe no tardó en llegar.

Por supuesto, Draco lo esperaba, pero incluso sabiéndolo, no lo hizo más fácil. Cayó al suelo de rodillas, con las manos extendidas sobre la hojarasca y el barro. Los nudillos blancos debido a la enorme contención que le suponía no moverse. De lo mucho que le costaba no responder.

Porque no podía hacerlo. Aquello era parte de su castigo, de su purga. Tenía que enfrentarlo como un hombre. Como un mejor de lo que había sido.

−¡Levántate! –gritó el alumno pecoso de séptimo que llevaba días mirándole con aquel brillo en los ojos que avecinaba tormenta−, ¿éste es el peligroso Malfoy al que todos temían? ¿Del que se apartan en los pasillos?

Las risotadas de los otros tres le envalentonaron. Viendo que no se movía, tomó impulso y le propinó una patada en el estómago. Draco apretó los dientes, saboreando su propia sangre a causa de la presión de sus mandíbulas. No gritaría, una cosa era no defenderse, y otra, darles la satisfacción de mostrar dolor.

Si tenía que pasar por aquello lo haría, estaba preparado para eso. Su vuelta a Hogwarts unos meses antes había sido tumultuosa y todo el mundo parecía exigirle cuenta que saldar. Los padres de los otros alumnos, algunos profesores… y sus propios compañeros.

−No mereces llevar esos colores, Malfoy. Te has convertido en escoria.

"Porque elegí no atacar a más sangresucias cuando tuve la oportunidad" le dijo una voz en su interior. "Porque he vuelto y me he unido a ellos antes que a vosotros"

No se arrepentía. Una nueva patada, haciendo diana en el bajo vientre, le hizo convencerse de que aquello era correcto.

"Merezco cada golpe. El dolor que yo causé, ahora lo recibo. No voy a defenderme. No volveré a ser ese Draco"

Nunca había deseado, en toda su vida ser aceptado. Su vuelta al colegio tenía una única razón, un solo sentido, terminar sus estudios, pasar desapercibido y ser alguien que no sintiera asco de sí mismo al mirarse al espejo. No ser como su padre, un hombre atormentado, cobarde y que vivía oculto por miedo a los amigos que había traicionado y los enemigos a los que había servido mal.

−¡No mereces si quiera ser castigado con varitas, como a un mago!

−Pero usted sí será castigado como mago, señor Norbert.

La potente voz de la profesora McGonagall causó un silencio tan potente, que los jadeos de Draco, todavía acuclillado sobre el suelo enmohecido de los límites del bosque fueron tan audibles como gritos desgarradores. Aun a través del flequillo, que le caía sobre la frente pálida y perlada de sudor, el joven vio a la directora, que blandía su varita ante los agresores con mano de hierro.

De repente, Norbert saltó hacia atrás, arrojando la varita al suelo cómo si ésta le hubiera quemado la mano. De hecho, desde el precario ángulo de visión que tenía Draco, le pareció ver una fea rojez en su palma. Pese a lo confuso de la situación, estuvo seguro de algo: la directora no podía haberlo hecho. No heriría a un alumno, por molesta que estuviera.

−No tengo palabras para expresar la repulsa que me supone ver que se hiere a un compañero dentro de los sagrados límites de este colegio. Pero mi cólera es aún mayor al comprobar que lo hacen miembros de su propia casa.

−¡Éste no merece llevar los colores de Slytherin! –gruñó otro, enseñando unos incisivos de tamaño desproporcionado.

−¡Quizá lo merezca más que usted y toda su familia junta, señor Vickery! ¿O habría tenido las agallas de volver a un lugar donde sabía que indeseables de la calaña de sus compinches le tratarían de forma deleznable?

Los tres estudiantes guardaron sepulcral silencio. De la nada, Minerva McGonagall extrajo un pergamino de color aceitunado en el que garabateó con su varita unas pocas líneas. Después, el documento, con el sello del Ministerio, desapareció.

−El crimen cometido requiere de un castigo ejemplar. Mientras llega, ustedes tres serán recluidos –desviando la mirada de ellos, sus ojos tomaron un cariz más cálido al posarse en Draco, que se había erguido con dificultad−, señor Malfoy…

−Estoy bien… profesora.

−No diga sandeces. Irá de inmediato a la enfermería.

−Yo le acompañaré.

La poca sangre que no latía con fuerza en la zona de las heridas de Draco bulló en sus venas. Debía haberlo supuesto. ¿Cómo le había encontrado la directora sino? Hacía más de una hora que debía haberse reunido con Luna en la Sala de los Menesteres para acabar un trabajo de Pociones. Él no había acudido.

Y ella había sacado sus propias conclusiones.

Aun deseando mirarla, ver algo hermoso e inocente tras lo que acababa de pasar, Draco sintió que la vergüenza le coloreaba las mejillas. ¿Habría observado Lunas, desde lejos, como era vapuleado como un muñeco sin vida? ¿Le habría visto echado en el suelo, retorcido de dolor, sin mostrarse fuerte como un hombre?

−Estoy bien –repitió, aunque nadie parecía escucharle.

−Hágase cargo, señorita Lovegood. Sabe Merlín que Malfoy necesita un amigo en estos momentos.

−Estoy…

−Calla, Draco.

Con paso ligero, Luna se acercó y usó su brazo para pasarlo tras la espalda de Draco, que se irguió, tenso como una tabla. Ella debió pensar que fue por el dolor, pero lo cierto era que tenerla cerca le perturbaba. Su olor. El color de su pelo. La forma de su cara. La manera en que el aire hacía ese ruido tan especial cuando caminaba…

Ya era así antes, admitió para sí mismo, pero solo ahora se atrevía a dejarlo ver.

Luna recogió la capa de Draco del suelo y pasaron en silencio y con paso irregular delante de los tres agresores, que les miraron con desdén. McGonagall, moviéndose a la derecha, les tapó la visión.

−Mirad con envidia, pues será muy difícil que encontréis alguna vez una amistad como esa. Nunca disfrutaréis de cariño y ayuda honesta, pues vuestros actos, os señalarán.

−¿Acaso no señalan los actos a Malfoy? –gruñó Norbert, molesto−, ¿quién fue más oscuro que él?

−Hace falta más valor para pedir una segunda oportunidad que para empuñar una varita con un conjuro tenebroso en los labios. Aprenda esa lección.

Después, sin mediar palabra más, se los llevó.

Ya en la enfermería, sentado en una camilla, con la corbata deshecha y la camisa abierta, Draco aguardaba sumiso a que Luna limpiara las heridas de su cara y torso. De no encontrarse tan avergonzado, habría disfrutado de unas atenciones tan íntimas, a las que, con el paso del tiempo (y teniendo en cuenta la cantidad de momentos a solas que pasaba con Luna) empezaba a acostumbrarse.

−Sé lo que piensas –dijo, con los ojos entrecerrados−. Crees que debí defenderme.

−Creo entender por qué no lo hiciste.

−El baúl de mi ira es muy inestable, Luna. Si ataco, aunque sea en propia defensa…

−¿Temes no poder volver a cerrarlo?

−Hice cosas que harían llorar a esos chicos. Aún sé hacerlas.

Los ojos grises le devolvieron una mirada sin miedo. Ella no le juzgaba. Estaba allí, ayudándolo. Y ahí seguiría.

−Aún puedo hacerlas –repitió, como si ella no lo hubiera entendido.

−En realidad estaba pensando que ya deberíamos haber terminado el trabajo de Pociones. Este retraso supondrá otra tarde en la Sala de los Menesteres.

−¿Por qué fuiste a buscarme?

−No venías, supuse que estabas en problemas.

−¿Por qué, Luna?

−¡Porque me importas, Draco!

De un salto, él se bajó de la camilla, apartando a manotazos los bajos de la camisa, completamente echada a perder por culpa del barro. Se paseó delante de ella, preguntándose si gritar serviría.

−Es culpa mía. Me tendiste la mano al volver y yo la cogí sin pensar en lo que eso supondría. ¿No te das cuenta de que te señalarán por ser amiga mía?

−Lo dices como si hubiera sido popular alguna vez.

−Te iba mejor con tus otros amigos.

−Siguen siéndolo. Pero eso no significa que vaya a dejarte de lado.

Alzando la mano, Luna intentó acariciar la mejilla de Draco, pero él se apartó.

−Aléjate de mí, por tu bien.

Lo hacía por ella. Era un maldito gesto desinteresado, ¿es que no lo veía?

−¿O conjurarás la Marca Tenebrosa?

El cinismo en la mirada de Luna casi le hizo sonreír. ¿Es que no entendía que intentaba ser bueno, hacer las cosas bien? El Draco egoísta habría tomado los afectos que hubiera querido, sin preguntar, sin que nada importara.

Pero él quería ser mejor, aunque aquello supusiera alejarse de la única persona que no le había vuelto la espalda al volver.

Aunque significara perder a la chica que… a la que él…

−Tal vez la próxima vez los golpes no sean para mí.

−Pues los encajaré. No es la primera vez que me hacen daño –con firmeza, Luna le agarró de la muñeca y le empujó contra la camilla−, ahora, deja de hacer el tonto y siéntate para que pueda limpiarte la herida. Aun cuentas con tu cara bonita, Draco. No la pierdas.

Obediente como pocas veces, Malfoy bajó el cuello y dejó que Luna siguiera con su trabajo. En silencio, callado y escondido en su interior, algo rugió. Pese a todo, ella prefería quedarse allí con él. Ser su amiga. Cuidarle. Mirarle con calidez.

Y defenderle.

−Debiste haber enviado a la profesora y salir de allí.

−¿Y quién te habría traído hasta la enfermería?

−Corriste un riesgo estúpido.

−No me importa.

−Estás loca.

−Eso me han dicho –con una sonrisa, Luna le echó el flequillo hacia atrás−. Debo estarlo, porque no puedo soportar mirarte y ver qué te hacen daño.

Ignorando el calor que aquellas palabras le provocaban, Draco recordó algo, lo ocurrido justo después de la llegada de la directa. Ahora, todo encajaba.

−Hechizaste a Norbert –no era una pregunta.

−Harry me enseñó muy bien hechizos de defensa no verbales.

−San Potter –Draco sonrió−. Al final tendré que darle las gracias.

Luna quería decirle que, de haber próxima vez, se defendiera. Pero no podía. Draco había tomado la férrea iniciativa de no volver a usar sus conocimientos mágicos para infringir dolor a nadie más, incluso aunque otros lo hicieran con él.

Había soportado burlas, cuchicheos y que los alumnos y profesores miraran por encima del hombro cada vez que pasaba. Dejaban pintadas en su pupitre, o echaban mano de las varitas al verle cruzar un pasillo. En aquel momento, era como un enorme troll al que todos esperaban ver atacar, o convertirse en un gigante que arrasara el colegio hasta los cimientos.

Tal vez, cuando la voz se corriera y llegara a los oídos del resto de alumnado que no había levantado un dedo contra aquellos imbéciles, los ánimos se relajaran. Pero si no era así, no importaba. Para Luna, que estaba a su lado y lo seguiría estando, aquel gesto, no era sino una reafirmación de su cambio. La confirmación de algo que, en su interior, ella siempre había sabido.

Que Draco era una buena persona.

−Debes ser muy valiente para soportar una humillación así, sabiendo que hubieras podido con ellos sin esfuerzo.

−Merezco más que eso.

−Draco…

−Dejémoslo así, por favor, Luna.

Ella asintió, temiendo presionarlo más de lo que estaba. Sabía que Draco estaba frustrado en aquel momento, así que no quiso insistir más. Le dio la espalda para guardar los útiles de enfermería y, de pronto, notó como él la cogía del brazo y la pegaba a su pecho desnudo. Con los ojos muy abiertos, le vio aproximarse, bajando la cabeza para alcanzar su estatura.

Le brillaban los ojos, pero no de furia.

−Quizá merezco un premio por mi buena conducta, ¿no es así? Una recompensa por ser un buen chico.

Con la velocidad de una serpiente, Draco bajó la cabeza y buscó con fervor la boca de Luna, que apenas tuvo tiempo de poner las manos contra su pecho y apartarlo a duras penas.

−Draco, ¡Draco, no!

Molesto, Malfoy la soltó, poniendo distancia entre ellos. Tratando de recobrar la poca dignidad que su estado le dejaba, empezó a abotonarse la camisa, alejándose a toda prisa, con la clara intención de abandonar la enfermería sin mirar atrás.

−Draco, espera… no has…

−Lo entiendo perfectamente, Lovegood.

Ella intentó alcanzarle, pero él la rechazó.

−¡Espera, por favor!

−¿Para qué? ¿Para que puedas decirme que me tienes lástima pero no quieres que te toque más allá de lo necesario? ¿Qué eres mucho mejor que yo? ¡Me ha quedado claro, gracias!

−No sabes de lo que hablas.

−Sí, Luna, lo entiendo muy bien. No soy más que esa escoria a la que todos escupen al pasar, ¡tu bondad no te lleva a ser tan generosa como para permitir…!

De un empujón en el pecho que apenas le movió del sitio, ella le hizo callar. Asombrado, Draco la miró. Parecía furiosa.

Estaba furiosa.

Debía estarlo para mostrarse agresiva, algo que él nunca había visto en ella.

−Si te callaras podrías oírme decir que simplemente, no quiero que la primera vez que nos besemos sea en una enfermería, después de que te hayan pegado y como fruto de la rabia contenida que sientes.

−Luna…

−Preferiría –le interrumpió ella, airada−, que fuera un momento nacido de la pasión y que nos tuviera solo a nosotros como protagonistas.

−Yo…

−Tú, eres un necio, Draco. Y crees que te las sabes todas, pero no entiendes nada.

Él bajó la cabeza, avergonzado de su comportamiento. Intentó por todos los medios no sentir placer ante las palabras de ella, "la primera vez que nos besemos", pero fue imposible disimular el gozo que le supuso el que ella también lo esperara.

−Soy un idiota.

−De los más grandes.

−Y te prometo que valdrá la pena.

Con la ceja rubia alzada, Luna se cruzó de brazos. Su rictus se había suavizado, para tranquilidad de Draco.

−No volveré a ser brusco contigo. Jamás.

−Más te vale. Ya has visto lo que hice a Norbert.

Esta vez, ambos sonrieron.

−Ve a lavarte, Draco. Llegarás tarde a la cena.

Luna salió de la enfermería pasando con paso lento y ligero a su lado, dejando que su pelo le trajera aromas y deseos que aún tardarían un poco en ser satisfechos, pero que llegarían.

−Solo a nosotros como protagonistas –repitió Draco para sí, remangándose la camisa sucia con una sonrisa torcida en los labios−, eso puedo hacerlo, Luna. Por ti… crearé el momento ideal.

Después de todo, decidió, el día no había sido una total pérdida de tiempo. Al final, había sacado algo de su generosidad.

−Ser bueno tiene recompensas –susurró, marchándose a las habitaciones.