Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.
Nota: ¡Hola de nuevo!Considero que Draco y Luna (como todos/as nosotros/as) son adultos. Por lo tanto, me gusta pensar que además de problemas, dudas e incertidumbre, en su relación también hay espacio para la intimidad y el sexo. Juegan, se excitan, intercambian palabras y momentos apasionados. No sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero ni Draco tiene aspecto de ser cortado para las relaciones, ni Luna demasiado mojigata… así que (espero que no os disguste), creo que toca un momento de esos, natural y caliente a la vez, para ellos ;)
Hogwarts es más que un centro de estudio mágico, después de todo… ¿qué os parece? ¡Me apetecía un drabble de estos, ya tocaba!
Alerta Rating: Lemon.Escena de sexo explícita. Vocabulario explícito.
Nargles
Llovía.
Al menos, lluvia era lo que se veía a través de la ventana que habían conjurado dentro de la Sala de Menesteres, un paisaje otoñal bañado por el agua que iba cayendo en ríos cristal abajo.
No era cierto, de hecho, probablemente fuera brillara el sol o hubiera caído ya la noche (habían perdido la noción del tiempo), pero aquello era lo que ambos habían deseado para ese momento. Para su momento.
Una delicada lluvia que con su tintineo ponía melodía de fondo a encuentros como los de aquella tarde.
Desnudo, Draco miraba la ventana perdido en sus pensamientos. El hechizo era tan bueno que hasta podía ver su reflejo, con el cabello despeinado y la piel blanca sudorosa aquí y allá a través del cristal. Se llevó a la frente la mano donde lucía el anillo de los Malfoy, echándose hacia atrás un flequillo que pronto volvería a caerle delante de los ojos.
A su espalda, el reflejo de la ventana le devolvía una cama grandiosa de cuatro pilares, con las sábanas y mantas completamente revueltas. No habían conjurado un dormitorio exactamente, era más una sala de estudios con comodidades, algo muy útil para una pareja que empezaba y necesitaba desinhibirse tanto como fuera posible.
Suspiró, y los músculos del vientre se le marcaron.
Oyó pasos tras él y pronto, la suavidad de la piel de Luna se pegó a la suya. Sonrió y cerró los ojos cuando la mano pequeña y femenina le acarició la cadera y siguió bajando, hasta cerrarse en torno a su miembro, que rápidamente reaccionó ante la calidez de aquella palma conocida.
−Ni siquiera he tenido que decir Wingardium Leviosa… −susurró Luna, con la boca pegada a la espalda de Draco.
Mordiéndose el labio a medida que ella presionaba, él negó con la cabeza. Ella apenas tuvo que realizar el movimiento una sola vez para que todo su cuerpo reaccionara. Arriba y abajo. Y ya estaba listo.
−¿Seguro que no lo has conjurado con un hechizo no verbal?
−Dímelo tú.
Draco giró apenas la cabeza, topándose con la mirada inocente y juguetona de Luna, que seguía acariciándole con una perfección que le tenía al borde del abismo. Su erección dio un salto entre los dedos femeninos, rogando un poco más de acción. Estaba lleno y preparado para ella, exigiendo perderse entre los pliegues húmedos donde había encontrado su hogar.
Usando los brazos, Draco la levantó en vilo y la posó sobre el escritorio en el que ambos habían estado trabajando en sus redacciones sobre las guerras de los trolls. Una Luna gloriosa, desnuda y con el pelo suelto, se acomodó separando las piernas, mostrándole a Draco la belleza sin comparación de sus formas de mujer. La entrada al paraíso quedaba justo ante sus ojos, invitándole a perderse en ella.
Al ver su trasero apoyado sobre el pergamino a medio escribir, Malfoy sonrió, acariciándole las rodillas y acercándose a ella.
−No pienso entregar ese trabajo a ningún profesor.
−¿Qué harás con él entonces?
−Enmarcarlo. Para mi obsceno disfrute personal.
Luna se rio, justo antes de que Draco le cerrara la boca con la suya. Ella le envolvió la cadera con las piernas, sintiendo la punta dura de su miembro rozándole el muslo, buscando su entrada para perderse dentro y provocarle aquella magia que la hacía ver seres y criaturas fantásticas que ningún otro mago o bruja contemplaría jamás.
−Draco… −gimió, cuando él la recostó sobre la mesa y deslizó la palma de la mano por sus pechos y vientre−, no me hagas esperar…
−Oh sí, niña –él bajó la cabeza, con su sonrisa maligna pintada en los labios. La besó en el ombligo y luego, en la rodilla−. Has jugado conmigo y ahora, te castigaré por ello.
Luna levantó las caderas y cerró los ojos cuando Draco posó la boca en el centro mismo de su sexo. ¡Qué delicia! Sobraba decir que no creía que ningún chico supiera hacer durante el amor lo que Draco le regalaba a ella. Y si era así, no quería saberlo.
Concentrada en los movimientos de placer y tortura de aquella lengua, Luna miró hacia arriba, al techo encantado de la Sala de Menesteres donde la lluvia caía sin mojar a nadie, a pesar de lo empapada que ella se sentía. Empezó a ver luces brillando ante sus ojos, constelaciones de estrellas que recorrían el falso cielo al mismo ritmo que la boca de Draco la llevaba a lugares del mundo donde deseaba perderse.
Se iba… se alejaba sin remedio… y él la empujaba más y más, conocedor de todos y cada uno de los botones de su cuerpo que debía pulsar para que explotara por dentro.
−Nargles… −gimió Luna, levantando la cadera y echando la cabeza hacia atrás.
Los vio sobrevolar los alrededores de la cama y posarse en los hombros de Draco justo antes de que el orgasmo se la llevara.
Satisfecho con su hazaña, Malfoy levantó la cara, regando besos por los muslos, vientre y pechos de Luna. Acurrucó la cabeza sobre ella para sentir los latidos potentes de su corazón. Se sentía a punto de explotar, pero antes de liberarse, necesitaba sentirla así, completamente relajada, serena y entregada después de que él le hubiera dado placer.
Totalmente suya. Solo suya. De nadie más.
Con los ojos todavía medio cerrados, murmuró unas palabras con voz queda, y agarrando con fuerza su dolorosa erección, la llevó al sexo de Luna, penetrándola de una sola embestida que le hizo gruñir de placer y alivio.
Recuperada, ella le enredó las piernas en la cadera, presionándole las nalgas con las plantas de los pies, buscando su boca mientras Draco, impulsándose con las piernas y las manos, empujaba dentro de ella, sosteniendo su cuerpo para que estuviera en el mejor ángulo posible sobre aquella mesa que hacía las veces de improvisado colchón.
−¿Estás bien? –le susurró, consciente de la superficie dura sobre la que estaba Luna−, ¿te hago daño?
−No pares –rogó ella, queriendo atrapar con sus músculos internos a Draco en su interior para siempre−. No pares.
−Jamás… −gimió él, agarrándole los cabellos con el puño−. Nunca.
Ahogando los gemidos en el cuello de Luna, Draco siguió embistiendo, saliendo apenas de ella y volviendo a entrar hasta el fondo con renovadas fuerzas. El sudor le corría por el cuerpo y las manos le resbalaban sobre la madera de la mesa, pero la unión de sus cuerpos era algo tan magnético que sabía que ni un huracán podría arrancarlo del cuerpo de Luna en aquellos momentos.
Cegado por la pasión, apenas oía la lluvia, pues los jadeos de ella eran todo cuanto sus oídos podían captar, la besó con fuerza, sintiendo que el momento de su liberación llegaba. Pronto la llenaría por completo, su semilla caliente correría libre por las entrañas de Luna, bañándola de él, aunque sin peligro de efectos gracias al hechizo que había murmurado justo antes de empezar.
Con sus uñas clavadas en la espalda, Draco dio un empellón profundo y luego, otro más… entonces, sobre la cabeza rubia de Luna, que estaba gloriosa echada hacia atrás, perdida en el placer supremo que el sexo le daba, los vio.
−Nargles… −susurró apenas Draco, en una voz que no parecía la suya.
Después, ella le ahogó en su interior, y antes de poder pensar, los ojos se le cerraron a Malfoy y estalló en un potente orgasmo que le dejó sin fuerzas, echado sobre Luna.
Rato después, estando ambos recostados sobre la cama, Draco boca arriba y Luna apoyada en su pecho, con la sábana a la altura de las caderas y las piernas enredadas, guardaban silencio, esperando que los latidos furiosos de sus corazones recobraran el ritmo.
−¿Lo has visto, verdad? −Susurró Luna, dibujando ondas concéntricas alrededor del pezón de Draco.
−¿Um? ¿Qué dices, niña?
−A los Nargles –repitió ella, zarandeándolo un poco−. Los has visto. Lo sé.
Draco pensó que podría ver cualquier cosa mientras se corría. Acostarse con Luna era como tomar alguna de esas drogas Muggles que provocaban fortísimas alucinaciones, y desde luego, él no era para nada inmune.
Sin embargo, la cara esperanzada de ella le hizo asentir. La quería demasiado para decir algo que la hiriera o desilusionara, especialmente, cuando todavía sentía su olor pegado a la piel.
−Espero que no hagas pública la manera de encontrarlos en tu revista –le advirtió, ahuecando la mano sobre una de las nalgas de Luna y sonriendo con malicia−. Aunque me ofrezco voluntario para más… trabajo de campo.
−Creo que se sienten atraídos por el amor –dedujo Luna, pasando el pie sobre el muslo velludo de Draco−. Por eso se nos aparecen cuando estamos aquí.
Qué dulce era Luna, pensó Draco. Tenía aquella forma tan suya de hacerle sentir querido y deseado sin decir ni una sola palabra al respecto. Tierna e inocente como una niña… pero toda una mujer.
−Entonces ya sabemos cómo atraerlos.
−¿Ah sí?
−Solo tenemos que querernos mucho, Luna.
Ella sonrió, levantando la cabeza con una invitación que él no rechazó. Draco la besó en la nariz, acomodándola luego otra vez contra su cuerpo. Diez minutos, decidió. Dormiría solo diez minutos, y después, contarían juntos todos los malditos Nargles de aquella habitación.
−Entonces nos perseguirán durante toda la vida.
Los pechos de Luna se apretaron contra su torso, y Draco sintió saltar su erección bajo la sábana, viva y preparada para la búsqueda.
Podía pasar sin dormir, decidió.
Todo fuera por la ciencia.
