Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: ¡Hola! Por fin he sacado hueco de pasarme y lo hago con algo que cree os gustará. Es la primera parte de una pequeña trilogía que se centrará en la petición de matrimonio de Draco a Luna. Va a ser algo elaborado que, según mi imaginación, pasará por varias fases… ésta es la primera. Espero que os guste y me dejéis algún comentario, ¡aunque solo sea para tirarme de las orejas por haber tardado!

Aquí vamos con la parte I, ¡besos!

Proposición I-III

Interior de la Mansión Malfoy. Salón principal.

-¿Así que… El Quisquilloso, no? Muy… curioso.

Draco apuró el whisky de fuego, sintiendo como el calor del alcohol le bajaba por la garganta quemándole las ansias de responder. Miró las llamas de la chimenea, obligándose a esperar y ser paciente. Recuerda para qué has venido, le dijo una voz en su interior. Recuérdalo.

-Cabría esperar que la mujer con la que estás a punto de comprometerte tuviera unas expectativas de futuro más… interesantes.

-Madre…

-Vamos, Draco, ¡ni siquiera estoy segura de conocer esa publicación!

-Sabes perfectamente lo que es El Quisquilloso. Al igual que el resto del mundo mágico.

-Sí, una revista de segunda donde solo importan los cotilleos de magos venidos a menos, traidores a la sangre y…

-¡Madre, basta!

Narcissa apretó lo puños, pero calló. Lucius, que había guardado silencio en un rincón, levantó la vista hacia Draco, cuyas sienes estaban tensas. La mirada que veía en su hijo no era la de aquel chiquillo acorralado y obediente que había sido antaño, temeroso de represalias. Ahora estaban ante un hombre que no pedía permiso, sino que tomaba aquello que deseaba.

Una esposa, en esa ocasión tan particular.

-Luna es dueña de su propio periódico desde hace mucho tiempo. Es una excelente redactora jefe y una gran periodista mágica-, explicó Draco, con la voz tirante-. Aunque tanto daría que viviera en la indigencia y fuera analfabeta, pues me casaré con ella de igual modo.

-Hijo mío, si tan solo consintieras conocer a Astoria…

-Deja de ponerte en evidencia, Narcissa. Ese nunca ha sido tu estilo.

Marido y mujer se miraron desafiantes. Quizá no quedaran más que resquicios del amor que antaño habían compartido, pero ambos tenían un gran proyecto común que los unía: eran los únicos Malfoy que quedaban vivos, y en su deber estaba que la nobleza de su estirpe no terminara con ellos.

El reloj del aparador dio las ocho. Apesadumbrado, Draco notaba como el peso de años de recuerdos mezquinos caía sobre sus hombros. Aquella casa lúgubre y oscura le asfixiaba. La sola presencia de sus padres, situados ante él formando dos vértices perfectos, le provocaba deseos de echar a correr.

Ellos no cambiarían nunca, jamás entenderían que él no iba a seguir nunca los designios que alguien, oscuro, tenebroso y totalmente fuera de sus cabales había trazado tiempo atrás. Draco viviría su propia vida, y aunque no lo mereciera, sería feliz en ella.

Se recordó, cuando la tentación de escapar empezó a hacerse insoportable, que hacía aquello por una poderosa razón.

-Solo quiero la esmeralda de la abuela. Es el único motivo por el que he venido.

Narcissa se estremeció ante la mención de una de las reliquias más queridas de su familia. Echó una mirada hacia el armario de siete cerraduras que contenía la caja de plomo y brillantes que lo guardaba. Incómoda, trató de sonar convincente, aunque ya sabía que nada podría hacer frente a la determinación de su hijo.

-Es un anillo extremadamente valioso, Draco.

-Soy consciente, madre. Ese es el motivo de que haya venido personalmente a recogerlo.

-Ha estado en nuestra familia desde tiempos de Brutus Malfoy, tu…

-Creo que Draco sabe con exactitud el grado de vejez de la joya, Narcissa –Lucius se echó el pelo hacia atrás con un suspiro agotado-. Como también debe imaginar en qué raras ocasiones sale de ese cofre horrendo donde lo has confinado.

-¡Es una reliquia! –se empecinó la mujer, fuera de sí-. ¡Una joya de valor incalculable que cada Malfoy ha entregado como prenda a la mujer destinada a convertirse en su esposa!

Un fuerte carraspeo fue todo lo que Draco emitió, antes de extender la mano en dirección a su madre, que había palidecido.

-Dado que voy a pedir matrimonio a Luna y soy el último de los Malfoy que aún no se ha casado, madre, me parece que toda esta charla está durando demasiado para algo que es muy simple y obvio. Entrégame la esmeralda para que pueda dársela a mi novia.

Draco alzó la ceja, manteniendo la mano estirada. Lucius esperó, observando como Narcissa se llevaba la mano al pecho, donde guardaba, colgada de una cadena de oro, la llave maestra que abría las siete cerraduras mágicas. Titubeando al principio, pero convencida después, la madre negó fuertemente con la cabeza, irguiendo los hombros.

-¿Cómo? –incrédulo, Draco dio un paso al frente-. ¿Estás negándome mi derecho…?

-Has renunciado a muchos de tus derechos tomando decisiones disparatadas, Draco. Has echado por tierra tradiciones ancestrales de esta familia y hasta este momento, no ha parecido que te importara.

-¡Porque no me importan! ¡Ni la sangre pura, ni estar dentro de las familias selectas ni ninguna otra insensatez que siga convirtiéndome en un paria!

-¿Entonces de qué iba a servirte una joya que es señal y signo de todo lo que los Malfoy representamos?

Draco hizo memoria. Aquella esmeralda, de un verde intenso, bordeada de diamantes y engarzada en un aro de fino oro blanco en forma de serpiente era, probablemente, lo más ostentoso que cualquier novia hubiera llevado jamás. Incluso contando a Ginny Weasley, a quien Potter había entregado el rubí más fastuoso de cuantos pudo encontrar.

Sin embargo, era un anillo que significaba algo para él, aunque no tuviera nada que ver con las creencias de sus padres. Era su más antigua y sagrada posesión. La cosa material más importante que podría dar a Luna. La prueba de la aceptación, de que ambos, pertenecían a algo.

Solo por eso lo quería.

-Quiero ese anillo para mi novia, madre. Porque es lo único de mi legado que puedo entregarle sin sentir vergüenza.

-Dudo que una muchacha tan simple pueda apreciar algo tan exquisito.

-Narcissa…

-¡Es la verdad, Lucius! Y aunque ahora insistas en ponerte del lado de Draco sé que también lo piensas. Nada en esta boda, ni en este… noviazgo, es natural. No veo por qué debería participar ofreciéndole a una novia que no apruebo algo que me pertenece.

El rostro de Draco, completamente demudado, no reflejó ninguna emoción. Con una elegante floritura, se echó la capa sobre los hombros y caminó tres pasos exactos hasta meterse en la chimenea, cuyas llamas se apartaron, volviéndose de color verde. Arrepentida, Narcissa intentó hablar, pero su esposo se lo impidió con un gesto de la mano, mirándola con resentimiento y pesar.

Draco tomó un puñado de polvos flú y miró por última vez a sus padres. El pelo rubio le caía sobre la frente y tenía los labios rígidos, en una fina línea cerrada.

-No necesito nada que provenga de un matrimonio como el tuyo, madre –sentenció, irguiendo los hombros-. Luna y yo empezaremos nuestra propia tradición, y ninguno de vosotros formará parte de ella.

-¡Draco, espera, no…!

Pero la nube verde indicó que él, ya se había ido.

-Tú te has buscado estar fuera de su vida. Eres la única culpable, y dado que no me perderé la boda de mi único hijo, más te vale arreglarlo-. Susurró Lucius.

Londres, zona Muggle. Interior del apartamento de Luna y Draco.

Al oír el chispazo de la chimenea, Luna se levantó como un resorte del sofá y dejó tejiendo solas las agujas de punto que había estado sosteniendo. Compuso una sonrisa llena de entusiasmo, pero ésta fue muriendo poco a poco en sus labios tan pronto vio el frío semblante que Draco lucía en el rostro.

Esparciendo hollín al quitarse la capa, Malfoy levantó tanto la barbilla, que Luna temió que el cuello fuera a caérsele hacia un lado. Con un carraspeó y una palmada, pretendió dar por finalizado todo el asunto, aunque no hubieran tocado una sola palabra.

-Bueno, ¡no pasa nada! No tiene ninguna importancia, ¿y qué digo siempre de las cosas que no tienen importancia?

-Estoy furioso con ellos, ¡maldita sea!

-…pues que si no importan, no importan, ¿qué más da? Solo tengo diez dedos, ¡no podría llevar otro anillo! Si lo piensas bien, están siendo prácticos. Ser práctico es bueno.

Se acercó y trató de besarlo, pero Draco estaba demasiado molesto para dejarse engatusar. Con los fríos ojos grises, la miró. La ira le duró solo un segundo, después, emitiendo un suspiro cansado, la tomó de las manos, acercándola hasta que se abrazaron.

-Mereces ese horrendo anillo usado, Luna.

-Tal vez no lo has pedido con la educación suficiente.

-¿Educación? –Draco la miró sin entender-. Es una joya que existe para ser dada a la novia del Malfoy más próximo a casarse, demonios, ¿qué se supone que tenía que decirles?

Luna se encogió de hombros, entretenida en sacar un hilito de la camisa oscura de Draco.

-Ya te dije que no lo necesitaba.

-No tenían derecho a negármelo. No tenían derecho a hacer ese desprecio. A hacértelo a ti.

-Draco, no me siento despreciada por tu familia. Ellos solo… creo que necesitan tiempo para entender que nos queremos y que vamos a hacer planes que puede que no les gusten.

-Pues entonces pueden conservar ese dichoso anillo cubierto de polvo hasta que mueran –y para demostrar la firmeza de sus palabras, Draco acunó sus mejillas y la besó-. Vamos a casarnos, Luna. Y crearemos nuestras propias tradiciones. Algo nuevo, solo para los dos.

-Eso me gusta mucho más que la esmeralda de tu madre.

Con una sonrisa llena de esperanza, Luna sostuvo la mirada de Draco hasta que él se dio la vuelta y le indicó con un gesto que le siguiera al dormitorio. Ella suspiró, aunque intentó que su novio no lo notara. Había sabido, desde que él le había contado sus planes, que nada de aquello iba a funcionar.

Los Malfoy no aceptarían de buen grado que se casara con Draco, al igual que su padre permanecía tenso y sudaba de miedo cada vez que le visitaban, como si temiera un ataque repentino.

Había muchos obstáculos que salvar, y aunque en su fuero interno habría deseado que Narcissa y Lucius le dieran la bienvenida a su familia solo para satisfacción de Draco, jamás esperó llevar el anillo de esmeralda de los Malfoy. Como tampoco albergaba ilusiones de que aquella familia acudiera a la boda y se sentara junto a sus amigos.

Sus suegros la consideraban inferior. Por suerte para ella, la única opinión que le importaba, era la de Draco. Nada de aquello le había importado nunca. Para Luna Lovegood, los convencionalismos sociales eran solo dos palabras complicadas de pronunciar.

Después de ponerse su pijama de dos piezas adornado con gajos de frutas de todas las clases pintados a mano por ella misma, Luna se cepilló el pelo mientras esperaba a que Draco saliera de la ducha. Una vez le vio aparecer, le sonrió a través del espejo.

-De verdad no puedo entender que no estés decepcionada.

-Lo único que quiero de ti, Draco, eres tú. No me importa llevar un anillo o una cinta atada a la muñeca.

Él se acuclilló frente a ella, acariciándole la pierna desnuda. Cerró los ojos y buscó sus labios, besándola suavemente. El enfado se había perdido por el desagüe, pero seguía dolido por la actitud de su madre.

Un solo gesto habría valido para que años de mal entendido amor maternal pudiera curarse. Pero Narcissa no había sido capaz de dar su brazo a torcer. Todo debía ser siempre como ella convenía, y Draco no estaba dispuesto a claudicar.

-¿Qué te parece si decidimos ahora mismo qué cosas queremos ceder a nuestros hijos?

-¿Ahora? –los ojos de Luna brillaron-. ¿Vamos a inventar tradiciones ahora?

-Lo primero que se te pase por la cabeza.

-Está bien… -Luna dejó el cepillo a un lado, llevando las manos a los mechones mojados de Draco, que ronroneó de placer-. Qué tal… ¿Qué cada uno podrá casarse con quien quiera sin tener que verse forzado a tener nuestra aprobación?

-¿En toda circunstancia? –Malfoy alzó la ceja-. ¿Incluso si tenemos una hija y se enamora de un descendiente de Potter?

-Aunque escoja a un troll –sentenció Luna, haciéndole reír.

Draco la miró lleno de adoración. Acarició su cabello largo y rubio y se perdió en su mirada cristalina. Estaba tan enamorado de Luna, que habría dado la vuelta al mundo en escoba si ella se lo hubiera sugerido. Se sentía tan entregado, que a veces se preguntaba si ella le habría estado administrando algún filtro de amor con el desayuno los últimos años.

Esperaba que no dejara de dárselo jamás.

-¿Qué estás pensando? –le susurro, al ver que su mirada se perdía.

-Que no necesitamos nada de esto, Draco. Solo tienes que pedírmelo, ahora mismo, y te diré que sí.

Pero Malfoy negó con una sonrisa. La besó en la punta de la nariz y luego se incorporó.

-Haré las cosas como deben hacerse Luna. Como en el fondo, quieres que las haga, aunque no lo reconozcas.

Le tendió las manos y ella se apresuró a tomarlas. Se encogió de hombros con un suspiro que le hizo reír otra vez.

-No finjas que no te ilusiona una pedida de mano tradicional. Sé cuánto te gustan esas cosas.

-Que disfrute viéndolas en las películas Muggles no significa que tengas que hacerlo.

-Soy un mago Luna. Pediré matrimonio a mi bruja como es debido. No hay más que hablar.

Se besaron una vez. Y luego otra. Para cuando quisieron darse cuenta, Draco tenía el pecho desnudo y Luna estaba parcialmente inclinada sobre la cama. Sin embargo, el sonido del timbre les alertó, interrumpiendo su ronda de preliminares.

-¿Esperamos a alguien? –preguntó Draco molesto, viéndose obligado a soltarla-. ¿A esta hora?

-No –pero Luna sonreía, intentando adecentarse el pijama-. ¿No son estupendas las visitas imprevistas?

De muy mala gana, Draco siguió a Luna por el pasillo. Debido a la hora y a que vivían en una zona Muggle, su chimenea solo se activaba en determinados momentos, por lo que el visitante, quien quiera que fuese, se vería obligado a esperar en la puerta principal hasta que ellos acudieran a abrir.

Sería cuestión de poner un hechizo de anti-sonoridad al timbre a partir de la noche anterior, decidió Draco.

Con su mejor sonrisa, Luna tiró del picaporte, encontrándose de frente con su futuro suegro, Lucius Malfoy, quien la recorrió de pies a cabeza con una mirada apreciativa. Enarcó una ceja rubia, posando la vista a una altura respetable y evitando contacto con el atuendo corto de la que parecía que iba a ser su nuera.

-Espero no interrumpir –dijo Lucius con voz grave, señalando al interior de la sala de estar, desde donde Draco lo miraba con asombro y el ceño fruncido-. Aunque algo me dice que no soy bien recibido.

-¡Oh, no, claro que no! Es decir sí, si es bien recibido. Pase –Luna se hizo a un lado, indicándole con un gesto hospitalario que entrara-. Draco y yo no estábamos haciendo el amor ni nada, aunque casi seguro que íbamos a hacerlo… ¡pero no ha interrumpido!

Pretendiendo con todas sus fuerzas que las ganas de sonreír no ganaran al enfado, Draco se acercó hasta el umbral, mirando entrar a su padre. Recordaba muy bien las parcas palabras que Lucius había pronunciado en la mansión Malfoy, acallando a Narcissa, pero no defendiéndole como habría cabido esperar de un padre.

-¿Qué haces aquí? –preguntó Draco sin ceremonias.

-Tengo que hablar contigo, hijo. Sobre tu boda y todo el asunto del compromiso.

-Pues sé breve, pero te advierto que no hay forma de que logres convencerme de nada que te haya pedido mi madre.

Los dos hombres se midieron con un gesto. Padre e hijo frente a frente, dispuestos a poner las cartas sobre la mesa.

Continuará…