Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: Sé que es imperdonable lo mucho que he tardado… ¡pero estoy de vuelta! Siempre lo estaré, aunque pase mucho sin publicar (por favor, no me maten… si es que queda alguien por ahí, ¿eco? ¿Hola?) Muchas ocupaciones, mucho trabajo, mucho lío… todo eso hace que las ganas y el tiempo de escribir, sean menos.

De todos modos, soy DRUNA, y como siempre lo seré, tenía ya muchas ansias de dejar algo. Sé que tenemos drabbles pendientes… pero éste se coló en mi cabeza y tuve que hacerlo. Una escena simpática, que espero os guste y haga que, si queda alguien por ahí, ¡se anime a dejarme algún review! Gracias a los que siguen ahí, a los que piden actualización, marcan esta historia como favorita y siguen mis escritos, ¡son una inyección de ánimo!

Nos vemos pronto, ¡besos!


El Café de las Brujas

La estaban siguiendo. Otra vez.

Luna lo supo desde que puso un pie dentro del Emporio de la Lechuza. Mientras acariciaba el pelaje de un magnífico ejemplar de plumaje tostado, percibía que la observaban de cerca. Después, cuando deambuló por el Callejón Diagon hacia Sortilegios Weasley, lo corroboró.

Había alguien andando detrás de ella, observando los elegantes sombreros de bruja con plumas de pavo real que se había probado en el taller de costura. Alguien se ocultaba entre las sombras, escondido bajo carteles y mezclado entre los viandantes que recorrían la calle palmo a palmo, apresurados en sus compras y quehaceres.

Pero el extraño acosador no la perdía de vista ni un segundo. Luna notó su presencia en todo momento, hasta que llegó a El Café de las Brujas, donde había quedado con sus amigas. Parada ante la puerta, cuya campanita tintineante no se callaba aunque uno no estuviera pasando por debajo, dejó de percibir la presencia a su espalda.

Pero seguía allí. Lo sabía.

Aprovechando los relucientes cristales de las ventanas, Luna fingió que se retocaba la gruesa trenza que mantenía a raya los mechones rubios de su pelo. Tocándose el cabello, oteó la calle con sus ojos muy concentrados, pero no encontró nada.

Tuvo muchas oportunidades para conjurar cualquier cosa con un hechizo no verbal. Era fuerte en ese campo, y podría haber hecho al intruso salir escarmentado. O mejor… podría haberlo hecho rebotar en medio del Callejón Diagon para que todo el mundo lo viera, sin embargo… siguió su camino, hizo sus compras, apretó el paso y logró perderlo al final.

Con los hombros muy rectos, caminó hasta la mesa que ya estaba ocupada. Una sonriente Hermione la saludó, seguida de Ginny, que se puso en pie para abrazarla. A juzgar por la cantidad de bolsas de comercios que cada una de ellas llevaba, la mañana había sido provechosa para las dos.

—Ya pensábamos que no vendrías —se quejó Ginny, removiendo una enorme taza de chocolate que tenía dos pisos de chocolate separados por una simpática escalerita hecha de nata montada. —¿Te has estado entretenido leyendo esos carteles para apoyar el pago a las lechuzas por su incalculable labor?

Hermione hizo un mohín, cruzándose de brazos al recibir la crítica.

—¿Acaso es justo que trabajen para nosotros, de verano a invierno, exponiéndose a cazadores furtivos Muggles, deformidad de las alas, desprendimiento de las garras y un sinfín de enfermedades aviares más por nada?

—Las lechuzas vuelan, Hermione. Entregan cartas. Es el orden natural de las cosas.

—¡Es el egoísmo del mago que se cree siempre en la cúspide de la cadena evolutiva!

—Ay, Merlín… ya empezamos.

Luna levantó la cuchara sopera que tenía delante y usó el reverso para mirar a su espalda. La rechoncha camarera iba taconeando de un lado para otro, ajena a la discusión. Los clientes se arrellanaban en sus cómodas butacas, de un lado a otro flotaban pastas y galletitas de nuez moscada y chocolate. Había vitrinas abriéndose y cerrándose constantemente, se oían los galeones cayendo en la caja y la campanita de bienvenida seguía con su cántico, atrayendo clientes deseosos de descansar de las compras en un ambiente relajado y confortable.

Ni rastro de su perseguidor.

—¿Luna? —Ginny movió la mano ante sus ojos, sacándola de sus pensamientos. —¿Estás con nosotras?

—No tienes que pronunciarte ahora sobre el convenio que espero presentar en el Ministerio para regular la situación de las lechuzas… pero puedo darte un dossier con los puntos fuertes de mi propuesta para que leas en casa.

—Es una cita amistosa, Hermione —la pelirroja señaló con el dedo, amenazante. —Dejemos la política.

—Estoy bien —confirmó Luna por fin, anotando en su hoja de pedido su café caramelizado con turrón y especias y dejando luego que este volara hacia la cocina, donde prepararían su pedido. —Es solo que alguien ha estado siguiéndome durante todo el día. Me interesa el tema de las lechuzas, en mi familia siempre hemos estado muy concienciados con el trato adecuado y respetuoso hacia todas las especies vivas. Y con algunas muertas también.

—Espera, espera Luna… ¿te han seguido?

—¿Quién te está siguiendo?

Hermione y Ginny se dieron la vuelta en sus sillas de inmediato. Ninguna tenía la varita en ristre, pero sí sus manos metidas bajo las capas y los ceños fruncidos. Concentradas, dispuestas a mandar canarios o bombas explosivas hacia cualquiera que amenazara la tranquilidad de su amiga. Más que agradecida, Luna les sonrió, negando con la cabeza.

Su café flotó hacia ella, y se permitió el lujo de mojar un palito de jengibre en él antes de mordisquearlo.

—No hay nada de qué preocuparse —musitó, mordiendo la golosina con placer. —Es solo parte del escuadrón de seguridad que Draco se ha empeñado en ponerme.

—¿Draco te espía? —Hermione levantó las cejas, compartiendo con Ginny una mirada elocuente. —¿Desde cuándo?

Luna levantó la mano derecha en el aire. Su esmeralda de casada refulgió, atrapando cada mota de luz que hubiera en el local. Era una joya obscenamente cara y ostentosa, pero claro, ella se había casado con un hombre obscenamente rico y ostentoso.

—¿Recordáis a Ojoloco Moody? Pues Draco se ha convertido en su sombra, ¡Alerta Permanente! Al menos, en lo que a mí respecta.

—¿Qué les pasa? —Ginny bufó, añadiendo una capa más de chocolate a su taza, con su correspondiente escalerilla de nata. —¿Por qué todos creen que después de casarnos con ellos dejamos de poder valernos por nosotras mismas?

—Es por el apellido. —Dedujo Hermione sabiamente. —Mira a tu alrededor, Ginny… desde que hemos entrado todo el mundo cuchichea. Las señoras Potter, Weasley y Malfoy en una única mesa.

—Nos hemos convertido en las mujeres de —Luna resopló, sacando de su enorme bolso una cinta naranja para el pelo y echándose hacia atrás el flequillo con ella. —Hermione tiene razón, lo noto constantemente, en todo. Aunque siga usando mi apellido de soltera para El Quisquilloso, ahora soy la esposa de Draco, y mucha gente me trata diferente.

Algunos hasta iban con cuidado a su alrededor, como si alterara hiciera brotar murciélagos de debajo de su ropa. Y la seguían por todas partes, recordó, porque su marido se había vuelto excesivamente protector.

—Hablad por vosotras —Ginny gesticuló, moviendo su larga melena pelirroja con aires de grandeza. —Yo no soy ninguna esposa de. Soy yo. Importante por mí misma.

—Eres la mujer de Harry Potter —la contradijo Hermione, echándose a reír. —Merlín, tu situación es la peor de todas.

—Harry Potter es el marido de Ginny Weasley, no al revés —corrigió ella, señalándose con la mano. —La buscadora de las Arpías, nada menos.

—Siempre será El-Niño-Que-Sobrevivió.

—Para casarse con Ginny Weasley —insistió ella, provocando risas ruidosas.

—Todas formamos parte de esa Guerra, harían bien en recordarlo de vez en cuando —Luna se limpió la comisura de los labios tras dar un buen trago a su café. —Y en más de una ocasión, salvamos sus traseros de renombre de situaciones muy incómodas.

—Estoy de acuerdo —señaló Hermione, con la risa bailándole en la boca. —De no ser por nosotras… bueno, ¡he perdido la cuenta de la cantidad de veces que todos ellos podrían haber muerto!

—Harry sabe muy bien que no debe devaluar mi participación en toda esa historia… soy la mujer que va a tener a sus hijos… y a la que enseñó a conjurar una Bombarda no verbal capaz de arrasar una sala de profecías. Se anda con mucho cuidado.

—Draco me dice que demuestra su amor protegiéndome.

—¿Pero de qué exactamente? —Hermione la miró, con mucha curiosidad. —¿Teme que algo oscuro… pueda atacarte?

Luna se encogió de hombros, sin estar segura de cómo responder. Jugueteó con otra galletita de jengibre, apilando luego las migajas con la yema de su dedo. Sus amigas aguardaron en silencio y el ambiente se volvió un tanto menos festivo para las tres.

—Su apellido conlleva muchos aspectos, pero no todos son positivos. En la memoria de muchos magos y brujas está el pasado tenebroso de los Malfoy. Y ahora, yo soy parte de él.

—¡Oh, querida! —Hermione le puso la cogió de la mano, negando con firmeza.

—Nadie piensa una estupidez semejante —afirmó Ginny, agarrándola de la otra mano. —La vida de Draco no es más que luz desde que hiciste el enorme sacrificio de enamorarte de él. Nadie tiene derecho, ni motivos, para poner en duda sus lealtades, ya no.

—Draco es fiel al Ministerio. A la liberad de todos los magos y brujas —todas asintieron a sus palabras. —Pero sabe que tomó decisiones en el pasado que todavía perduran. Las consecuencias… bueno, teme que alguien me dañe como represalia por lo que hizo… o dejó de hacer.

—Éramos unos niños. Nadie puede culparnos por haber hecho lo imposible por sobrevivir. —Hermione sorbió por la nariz, recordando decisiones tomadas por ella misma que nunca dejarían de pesarle. —Intentamos poner a salvo a quienes queríamos y para ello sacrificamos muchas cosas. Fueron tiempos desesperados.

—Eso pienso yo, pero él se empeña en… cuidarme más allá de sus posibilidades.

—Eso es porque te ama más allá de sus posibilidades. —Hermione sonrió, con los ojos brillantes de ternura. —Ronald ha hecho por mí cosas que… sé que me escogería por encima de sí mismo. Ninguno de ellos dejaría que nos pasara nada a ninguna de nosotras.

—De eso puedes estar segura. Somos una familia, Luna. Todos nosotros.

Brindaron con las tazas en alto, por la unión peculiar de sus vidas, por los errores cometidos, las personas queridas que se habían perdido y el amor que habían ganado. Luna sabía que de necesitarlo, Harry Potter y Ron Weasley acudirían en su auxilio, del mismo modo que ella lo haría por ellos. En cuanto a sus amigas… bueno, eran fieras leonas, después de todo.

—Vas a tener que buscar el modo de convencer a Draco de que no van a secuestrarte porque salgas a tomar un café con tus amigas.

—Harry está casi convencido de dejarte a solas con él en vuestra casa —Ginny las hizo reír. —Así que tampoco debe temer que intentemos apartarte de su vista.

—Además, ¿quién se atrevería a tocar a la esposa de Draco Malfoy? –soltó Hermione, ganándose miraditas especulativas por parte de Ginny. —No me mires así, ¡piénsalo un momento! No digo que Luna no se valga por sí misma, lo hace, todas lo hacemos. Pero… ¿honestamente, alguien sería capaz de atacarla a ella, sabiendo lo que él puede hacer?

—También Harry puede hacer maleficios y conjuros oscuros. Y Ron. ¿No usan las maldiciones imperdonables en el Departamento de Aurores del Ministerio?

Hermione y Ginny asintieron, pero después… volvieron a mirar a Luna. Desde luego, había ciertas cosas, límites difusos entre la línea que separaba la magia corriente de la oscura que ni Potter ni Weasley cruzaban por placer. De hecho, en caso de que fuera necesario por su trabajo, intentaban por todos los medios evitarlo.

Sin embargo, Draco… bastaba con decir que su sombra era muy alargada.

—¡Oh, vamos! —Luna se cruzó de brazos, molesta. Bajó el tono antes de volver a hablar. —Solo colecciona esas cosas por tradición, y no están en casa, sino en la Mansión de su familia. Nadie tendría por qué temer cruzarse con él… o conmigo, porque no usa nada de eso, ni lo practica.

—Pero podría —insistió Hermione. —Sabe cómo hacerlo… ¿verdad?

—No voy a contestar…

—¿Aún la tiene?

Con la boca abierta, tanto Luna como Hermione miraron a Ginny, que estaba enrojecida y tenía la cara brillante de escarlata como su pelo. Con timidez, ella hizo un gesto despreocupado, aunque estaba claro que el tema le interesaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—¿Si aún tiene… el qué?

—Venga Luna, ya sabes a qué me refiero… ¿sigue siendo visible? ¿Es… grande?

—¡Ginevra Molly Weasley!

—¿Qué? ¡Oh, vamos, yo nunca se la vi en Hogwarts! Tengo mucha curiosidad, siempre he querido preguntarlo, pero ni Harry ni mi hermano me han contado nada.

Luna giró medio cuerpo en la silla, esperando que Hermione se pusiera de su lado en aquella locura, sin embargo, la mujer de Ron Weasley tenía dos manchas rosadas en las mejillas y la cabeza agachada, prácticamente metida en su taza. ¡Merlín! ¿De verdad?

—¿Tú también?

—No llegué a vérsela —admitió enseguida, con la voz levemente temblorosa por la vergüenza que le producía tocar el tema. —Se comentó mucho, claro. Harry la vio y creo que Ronald también, pero nunca dejaron que yo… ¿es gruesa? ¿Delgada? ¿Cuánto ocupa?

—¡No puedo creer que estemos hablando de esto! Es mi marido, ¡un poco de respeto!

—Solo tenemos curiosidad, Luna.

—Sana curiosidad —Ginny alzó las cejas. —Y sabemos que es un tema serio sobre el que no debemos frivolizar.

—Entendemos lo que supone. —Aseveró Hermione. —Pero solo queremos saber si… de verdad… bueno, si él llegó a… si…

—¿La tiene o no la tiene? —Ginny se inclinó hacia adelante, expectante. —Vamos, tenemos derecho a saberlo, ¡tú sabes dónde tiene Harry las cicatrices!

—Todo el Mundo Mágico sabe dónde tiene Harry las cicatrices — Luna bufó, rendida. —Está bien… si es tan importante para vosotras…

El silencio bailoteó alrededor de las tres, mientras la vida seguía su curso en la cafetería. Una familia de cinco miembros entró, haciendo resonar la campana con renovada intensidad. El matrimonio y los tres hijos, de distintas edades, tomaron asiento en la mesa contigua, mirando a las tres mujeres reunidas con curiosidad y placer. La esposa señaló y habló en voz baja, en tanto que el padre asentía, más interesado en la carta de postres que en los chismes.

Luna cogió aire y, bajando el tono, inclinó la cabeza sobre la mesa. Las otras dos hicieron lo propio.

—Sí. —Confirmó con seriedad. —La tiene.

Las dos brujas contuvieron el aliento.

—¿Y… cómo es? —dijo Hermione, con los ojos como platos. —Ya sabes… ¿cómo es… verla?

Luna frunció el ceño, sin entender.

—¿Cómo es ver la Marca Tenebrosa grabada en el brazo de mi marido? Pues… no sé…

—¿Es exótico? ¿Erótico? ¿Sensual?

—¡Ginny!

—¡Oh vamos, Hermione! ¿Adónde crees que llevaba tu pregunta? Era el racionamiento más lógico. —Miró a Luna, esperando. —Como no imagino que Draco use un pijama de snitchs para meterse en la cama, la tendrás cerca… ¿cómo es acostarte con él, y que… se le vea?

—Pues… en realidad, no me fijo especialmente en ella cuando Draco y yo estamos… ya sabes… en un momento… matrimonial. Hay otras partes de su cuerpo que requieren de mi atención. —Sonrió, sin ruborizarse en absoluto. —Supongo que es normal. Estoy habituada, en cierto modo. ¿Cómo es ver la cicatriz de Harry cuando estáis en la cama?

—Excitante —confirmó Ginny. —Es decir… por lo que significa.

—Merlín, esta es una conversación de brujas adolescentes, de las que solo piensan en filtros de amor y bombones aromáticos. ¡Somos mujeres adultas, de éxito! ¿De verdad estamos…?

Ginny ignoró sus palabras con un gesto del brazo.

—Solo está celosa porque mi hermano no tiene nada remarcable en su cuerpo.

—¡Sí que lo tiene! Ronald es muy remarcable, muchas gracias.

—¿Y ese supuesto lunar con forma de Grindewald que Ron asegura tener en la nalga compararse a la Marca Tenebrosa, Hermione?

Ofendida, Granger se cruzó de brazos y giró la cara, con su pose más digna. Levantó tanto la nariz, que el gesto le provocó un estornudo.

—¿La has tocado? —preguntó de repente Ginny, en un tono más alto del adecuado.

—Para estar tan enamorada de Harry desde niña, tienes una curiosidad un poco peculiar en Draco, Ginny.

—Solo quiero saber… bien, ¿qué ocurriría si su varita rozara la Marca, digamos… por accidente?

—No creo que Draco vaya a acercarse la varita al brazo nunca, Ginny —sermoneó Hermione, que volvía a ser parte de la conversación. —¿A quién invocaría, después de todo? Es algo que ya no tiene utilidad. Como un… tatuaje Muggle. Simplemente decorativo.

—Eso es.

Pero Luna sonrió enigmáticamente, llevándose la taza a los labios. No había sido del todo sincera, claro… cuando estaba echada en la cama y Draco se cernía sobre ella, apoyándose en sus fuertes brazos de piel pálida y músculos torneados, la Marca Tenebrosa de los Mortífagos era totalmente visible para ella. Y sí la había tocado. Y besado… y él había recorrido y sostenido su cuerpo con ambas manos, dejándola sentir el roce de la oscura señal que llevaba impregnada bajo la carne.

Y había sido todas esas cosas que Ginny había sugerido… y mucho más. Pero Draco era suyo, y todas sus particularidades también. Había aspectos, íntimos y románticos, que no deseaba compartir, por más que quisiera a sus amigas.

—Madre mía Luna, está a punto de salirte humo por las orejas, ¿qué estás pensando?

—Nada —dejó la taza, pasándose la lengua por los labios para eliminar los restos de especias impregnados en sus labios. —Solo que… hay muchas cosas malas que pueden convertirse en atrayentes si se usan en el contexto apropiado.

—No me imagino ningún escenario donde tener la Marca Tenebrosa pueda ser algo atrayente, la verdad.

Ginny sonrió, llevando la contraria a una frustrada Hermione. Su gesto petulante declaró que ella sí sabía a qué se había referido Luna. Perfectamente.

—Oh cuñada, yo sí me lo imagino… desde luego que sí.

Entre risitas, las brujas terminaron sus cafés. A la hora de pedir la cuenta, Luna añadió a su pago el pedido de la alta figura que había estado sentado al final de la barra los últimos minutos, fingiendo interés en un ejemplar de El Profeta.

Que la estuviera siguiendo no implicaba que ella dejara de mostrarse cortés.

—Sigo sin comprenderlo —se lamentó Hermione cuando salieron por la puerta.

La campana tintineó, ahogando las carcajadas de Ginny y Luna.