Bueno, aquí os dejo un capítulo de retrospección para que se vaya conociendo un poco más del pasado de la OC, pero prometo que en el siguiente Thorin y compañía estarán mucho más presentes (Entendedme. No era plan de meterlos en la habitación con Nyx a la primera de cambio :P).

N. del A.: Se va a mencionar a una nízrim de agua en este capítulo. Podéis imaginárosla como gustéis. Yo bailo su apariencia cada cierto tiempo entre Olivia Wilde y la Aslaug de Vikingos. Pero lo dicho, recreadla como más os acomode. Aunque si lo preferís, podéis pasaros por el fanart que hizo DannaP sobre su visión de dicha nithré ^_^

www (punto) deviantart (punto) com (barra) aquelarretolkien/art/Nereyn-529301868

Asimismo, os dejo con la música para este capítulo (B.S.O. El Código Da Vinci, pista 05: Ad Arcana) en el siguiente vídeo de Youtube:

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Advertencias: en este capítulo se menciona un tipo de relación distinta de la monógama heterosexual.


· CAPÍTULO X: EVASIÓN ·

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El elfo te deja a las puertas de una cámara sin despedirse ni pronunciar más palabra. «Ahí te quedas». Una puerta doble de roble, ricamente taraceada con teselas de marfil blancas y ennegrecidas, resultando un mosaico de contraste bicolor.

Al abrirla, das a un amplio dormitorio todavía iluminado por los últimos rayos del ocaso que se filtran por aquellos miradores que se hallan orientados hacia el Oeste: dos altos ventanales ojivales con vistas a una pasarela en galería, techada por una pérgola. ¿Adónde llevará?

¿Importa mucho?

Te paseas por la habitación y te asomas a un ajimez lateral. Abajo divisas un recoleto jardín que, pese a estar sumido ya en penumbra, acoge la algarabía de trinos de una bandada de estorninos. Y deseas que esos pájaros no sean de los que den el coñazo por la noche.

Tus ojos recorren el resto de la estancia en busca de tu guadaña o tu sable, que amablemente te obligaron a entregar al acceder al vestíbulo, pero ni rastro. Es evidente que mientras permanezcas en Rivendel, Elrond ha estimado que cuantas menos armas tengas cerca, mejor.

Al menos la cama es ancha. Sábanas níveas y limpias. Te sientas en ella para comprobar cuán mullida es y darle o no el visto bueno. Sin duda mejor que dormir sobre tu capa al raso es, al menos no se te clavará cada guijarro del suelo.

En una esquina del lecho descansan un par de finos velos de muselina (qué detalle el indicarte sutilmente que te tapes la boca), y varios vestidos, a cual más colorido.

Cuánta cursilería...

Te esfuerzas en descartar aquellos demasiado vistosos. Estás acostumbrada a camuflarte, por lo que sueles vestir colores oscuros. A la postre, te decantas por uno de color verde musgo, ciertamente el más sobrio de todos, y lo dejas apartado.

Capa por capa, comienzas a desvestirte.

Fuera la azabachada esclavina de pelo con capucha y el mantón marrón oscuro.

Desanudas los laterales del coleto de cuero por segunda vez en el día. Viendo el estado en el que ha quedado tras el asalto de la hoja de Thorin, te arrepientes de tu impetuosidad. El cuero es difícil de recoser y más con la birria de aguja e hilos que cargas en el morral. En fin, si pudieras afanar uno nuevo a los elfos... Aunque ellos suelen equiparse con armaduras y cotas de malla. A lo sumo con jacos.

Desabotonas tu camisa negra, rasgada con idéntico tajo que el coleto. Ya verás luego si te compensa remendarla o lanzarla directamente por la ventana.

Desenrollas el vendaje que aprieta tu pecho. Cuatro vueltas de tela de lino es lo que precisas para disimular tu prominente busto. Las Nithrái nacidas tenéis formas rotundas, lo que os dificulta la lucha y el manejo de armas, por lo que ceñiros los senos supuso una liberación, aunque vayáis más constreñidas. Antítesis.

Desenfundas las gumías —que en un esfuerzo sobrehumano te cedió el elfo como si te perdonase la vida— de las botas de caña alta, a las que deberías haber limpiado el fango antes de entrar en la habitación (se siente) y te las quitas. Te desabrochas el pantalón pardo de tiro alto, ajustado a tu figura pero nada opresivo; de hecho, bastante cómodo. Tendrás que lavarlo después, pues se manchó también de sangre.

Aún con la lencería de algodón que cubre tus partes íntimas, observas que enfrentada a la cama hay otra puerta, más discreta; y presumes que debe de tratarse del tocador y el baño, como efectivamente es. El cuarto es sensiblemente menor que la alcoba, pero está bien provisto, incluyendo una bañera de pórfido rojo, que no es que case mucho con la decoración, pero que lo mismo da. Unos elfos seguramente más simpáticos que el tal Glorfindel se han encargado de colmarla y de caldear el agua, para ahorrarte el tener que calentarla tú.

Te despojas de la lencería y la depositas sobre una silla vecina. Te sueltas el pelo (ya te duele hasta el cuero cabelludo de lo tirante que llevabas la coleta alta) y te sumerges derramando unas gotas que rebosan por el borde de la tina.

Evasión.

La sensación del agua caliente abrazando tu cuerpo te trae recuerdos remotos. Remembranzas de un tiempo en que fuiste feliz; en el que sólo te preocupaba aprender de todo, responsabilizarte de nada, disfrutar de las pequeñas cosas y vivir junto a ella.

Nereyn, nithré ácuea de piel clara cuajada de lunares, cabello cobrizo e iris verde avellana que, en ocasiones, si algo la entristecía, se tornaban de un verde oliva muy intenso, destacándose en sus ojos humedecidos. Aunque eso no lo descubriste hasta casi el final de vuestra relación, cuando todo empezó a irse al carajo.

Siento interrumpir, pero te estarán esperando para cenar.

Mentirías si dijeses que no la añoras. Muchísimo. Sobre todo en estos momentos de paz y tranquilidad que de un tiempo a esta parte escasean. Ella podía transmitirlas con sólo besarte, suave y pausada. Luego te sonreía mientras presionaba con su dedo tu frente para que relajases el ceño que inconscientemente fruncías cuando no eras capaz de desentrañar algún complicado arcano o se te resistía un problema matemático. Pero muchos años después se invirtieron las tornas, al aferrase a sus entrañas un anhelo perpetuo.

Tu mente racional te argumentó que aquella decisión era acertada: Eveno, otro nicrón de agua. El día que lo trajiste al hogar, Nereyn pensó que se trataba de una broma. Y se rio, se rio con esas carcajadas tintineantes tan suyas, incrédula y risueña. Pero esa misma noche yació con él en vez de contigo, empeñada en alcanzar su deseo cuanto antes, y sólo después te pidió que te unieras.

Llegaste a amarlos. A los dos. Si ella no se hubiese obsesionado en extremo, habría funcionado. O eso te obligas a creer.

Te estás demorando.

El agua ya tibia simula querer retenerte con lasitud, como los brazos de Nereyn cuando tanto tú como ella sabíais que te acabarías yendo, sin necesidad de palabras. Bastó el renunciar a compartir su lecho una sucesión de noches, el desaparecer durante días seguidos, hasta desaparecer por completo.
Pero fue mejor así. Al poco, tu padre te contó que ella había conseguido aquello que tan intensamente ansió tus últimos años a su lado y que tú no le podías dar y Eveno sí.

Dejas de autocompadecerte por nada en realidad y sales de la bañera. Tus pies imprimen huellas mojadas en el frío pavimento de arenisca. Aumentas tu temperatura corporal para secarte más rápido, melena incluida, la cual ahuecas con las manos a fin de que coja volumen, y te pones el vestido verde musgo frente a un espejo de cuerpo entero sito junto a un candelabro de pie.

Pareces una hetaira...

El ropaje es sencillo, con una escotadura no muy pronunciada comparada con la de los otros que habías desechado, pero está claro que ha sido confeccionado para una elfa. Delgada, recta, de formas estilizadas. Y aunque es de tu talla, puesto en ti realza en exceso tus curvas sinuosas. El escote asoma explícito y exuberante, tirándote de la sisa, lo que provoca que se ajuste en demasía a tu estrecha cintura y que, por consiguiente, te marque las caderas.

Esto no tiene arreglo ni sacerdote que lo bendiga.

Cómo me fastidia darte la razón.

Así que optas por lo práctico, que al fin y al cabo es lo que siempre haces.

Te quitas el vestido y lo arrojas encima del resto. De pasada, echas un rápido vistazo a tu cuerpo desnudo. En situaciones como ésta, en la que un grupo de enanos derrengados estará aguardando impaciente a que termines de prepararte para empezar a cenar, es cuando das gracias a una Energía Suprema por ser lo que eres, ya que las mujeres de tu raza, al igual que las elfas, no necesitáis depilaros. Bendita herencia genética.

Vuelcas el contenido de tu morral encima del tálamo. Siempre viajas con una muda limpia, una camisa y un pantalón de repuesto que, al no ser los que habitualmente usas, están en bastante mejor estado que los de diario.

Vuelves a liar la banda de lino alrededor de tus senos y te colocas la blusa azul cobalto, pero no cierras los botones correspondientes a la parte superior del esternón, clavícula y cuello; así dejas intuir sin enseñar nada. Abertura estratégica, insinuante y tácita.

Constatas que el pantalón gris perla oscuro de tiro alto, al igual que el otro, se acopla perfectamente a tu silueta. Metes la camisa por dentro para que quede entallada a la cintura, y la huelgas después. Así no se apreciará la venda de tu pecho.

Vas al cuarto de baño con las botas para rasparles el barro. En una jofaina viertes un poco de agua del aguamanil y mojas una toalla.

Estos elfos, yendo de divinos por la vida y luego no son capaces de instalar tuberías en el reservado.
Si hasta cuando allanaste el agujero del mediano vislumbraste la instalación de fontanería en el aseo, y tampoco es que la sociedad hobbit sea el summum de la tecnología.

Reparas en una hilera de botes con afeites sobre el tocador. Hace siglos (literalmente) que no te maquillas y nunca has sabido muy bien cómo aplicarte los cosméticos. No obstante, en la época en la que viviste en el Cercano Harad, te fijaste en que las mujeres se delineaban los ojos con una untura de galena molida que los resaltaba sobremanera. «Kohl» lo llamaban.

Revuelves los frascos en busca de alguna tintura similar a lo que recuerdas y entre ellos distingues uno de color bruno e indeterminado entre berenjena y ciruela. Untas un pincelito y te dibujas una línea a ras del nacimiento de las pestañas en ambos párpados, y también en la línea de agua del párpado inferior, al estilo de las Haradrim.

Satisfecha con el resultado, desestimas empolvarte o pintarte más. Te sentirías rara y antinatural. Y tampoco tu objetivo consiste en ir a la caza de marido, cual mujer rohil en la fiesta de la cosecha de Édoras.

«Esto es otra cosa», piensas complacida mirando fugazmente tu reflejo. Los Nicrói soléis prescindir de espejos, los consideráis peligrosos si se descuidan. Son como portales que conducen hacia lo desconocido, o permiten que lo desconocido entre. Y uno siempre teme lo que ignora. Sólo unos pocos de tu especie —entre ellos tu padre— saben manejarlos, y portan consigo un par de tamaño reducido.

Pones a remojo en la tina la camisa negra y el pantalón pardo con algo de jabón disuelto, y en la palancana, la lencería usada . Y por último, te prendes uno de los velos, azulado y con ribetes plateados, que combina con el conjunto, antes de salir por la puerta.


Y si también queréis haceros una idea de las pintas de Nyx con el vestido élfico, este otro fanart, igualmente de DannaP, os ayudará XD

www (punto) deviantart (punto) com (barra) aquelarretolkien/art/Nyxirae-en-Rivendel-527856403