Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: ¡Sorpresa! Siempre digo que no importa cuánto tiempo tarde, yo no dejaré los DRUNA, aunque no quede nadie por leerlos, comentarios y seguirlos… creo que los escribiré siempre, porque me encantan y no puedo evitarlo.

Aquí va un trocito nuevo, algo que siempre pensé que ocurriría a Draco, a pesar de que se dice que pasó su vida adulta como un hombre rico sin más, para mí, tuvo una etapa previa donde aspiraba a otras cosas… deseaba más acción, hacerse valer. Demostrar. Por lo menos, ¡en mi punto de vista!

Les dejo este nuevo episodio, esperando de corazón que lo disfruten y que alguien quiera seguir comentando y animando esta sección. Siento mucho la tardanza y espero que les alegre mmi vuelta y me dejen algún review. Disfruten la lectura, ¡y nos seguimos viendo!


PAREDES

El agua caía rojiza.

Parte del hueso de la clavícula izquierda de Draco todavía era visible, aunque la carne iba cerrándose por segundos. El díctamo hacía su magia y la herida, en unas pocas horas, no sería más que un recuerdo.

Con los labios fruncidos, aplicó el desinfectante y logró contener el quejido. Después de todo, él había buscado aquello. La emoción, la adrenalina, el entusiasmo ciego por sentirse útil… todo aquello había conllevado una seria contusión por despartición, pero había sido divertido. Draco esbozó una sonrisa, mientras raspaba con manos firmes el lodo y los restos de sudor que le cubrían el cuerpo.

Había sido divertidísimo.

En aquellas dos semanas de misión, el pelo rubio le había crecido hasta ondulársele a la altura del cuello y la barba le cubría las mejillas y el mentón. Recordó que al aparecerse en el salón oscuro de su casa, con la camisa ensangrentada y el rostro ceniciento a causa de la pérdida de sangre, había ido al baño a tientas y se había mirado al espejo para evaluar los daños. El corte de la ceja no le preocupó en absoluto, pero la visión de su hueso al descubierto casi había logrado marearle.

No es que en sus años de adolescencia hubiera visto pocas cosas desagradables… —muerte, tortura, destrucción—, pero por suerte o por desgracia, nunca había experimentado una alta cuota de dolor en su propio cuerpo, de forma que aquello, aquel punzante malestar, el ardor en la piel lastimada, era algo completamente nuevo para Draco.

Algo agradable. El recordatorio perenne de que su corazón seguía latiendo.

Bajó la cabeza y dejó que el chorro de agua cálida le mejora la nuca. Se pasó los dedos por la barba rubia y se planteó si debería convertir aquel nuevo look en algo permanente. Parecía uno de esos activistas del surf muggles que había visto por la costa mientras él y los otros estaban ocultos por la misión. Sonrió apenas, recordando la época en la que llevar el pelo bien cortado y fijado, amén de sus trajes a medida era religión.

El mundo cambiaba y por suerte, Draco había aprendido que debía cambiar con él. Evolucionar, evitar el estancamiento.

Agarró la varita de la encimera de los jabones y musitó un hechizo que limpió la negra sombra de suciedad que llenaba sus uñas, también sintió cómo se recortaban hasta alcanzar el tamaño adecuado. No había relajado sus inclinaciones en cuanto a higiene hasta el punto de parecer un vagabundo. Aquello no era para nada su estilo.

Estaba planteándose la posibilidad de aplicar más esencia de díctamo a su clavícula cuando las luces de la sala de estar se encendieron. Antes de que tuviera tiempo para girar la cabeza, una exhalación cubierta en tonos naranja pasó por su lado hasta entrar a la ducha. Las manos hábiles de luna le recorrieron el rostro y Draco sonrió con agotamiento… hasta que ella le tocó los brazos y el dolor le atravesó.

—Cuidado… cuidado Luna. El hombro.

—¡Por Merlín Draco! ¿Qué ha pasado?

—Una despartición. —Malfoy inclinó la cabeza para darle un beso, pero Luna parecía mucho más interesada en el carácter de su herida que en darle una bienvenida apropiada. —Tranquila, ya he aplicado díctamo. Mañana ya no quedará ni siquiera cicatriz.

—¿Cuándo has llegado? ¿Tienes más heridas? ¿Qué ha pasado, Draco?

Él esbozó una sonrisa aún más amplia. Se fijó en ella entonces, que estaba empapada de la cabeza a los pies. La ropa se pegaba a las curvas de su cuerpo y Draco descubrió —para alivio y placer de su ego masculino— que ni dos semanas de duro trabajo, ni heridas físicas abiertas podían matar su deseo sexual hacia su novia.

—Cariño… estás completamente vestida.

Luna frunció el ceño, como si aquello que él había dicho careciera por completo de sentido.

—Pues claro que sí, estaba dormida. ¿Qué razones puedo tener para dormir desnuda si tú no estás en casa conmigo?

—Quiero decir… —pero Draco sacudió la cabeza. Aquello no importaba. —Es igual. Me alegro mucho de verte, Luna.

—Pues no lo parece, o habrías ido directamente hacia mí en vez de… tomar un baño.

Draco soltó una risa ronca. Ella le apartó el flequillo de los ojos y sus miradas se encontraron.

—Créeme, si me hubiera acercado a ti con el hedor que traía, me habrías confundido con un trol.

Luna le miró con preocupación. Era verdad que la herida parecía estar cerrándose, pero había profundas ojeras bajo los ojos azules de Draco, su piel estaba pálida y parecía considerablemente más delgado. Habían pasado solo dos semanas desde que se había ido a aquella misión con los aurores del Ministerio de Magia, pero catorce días eran más que suficientes para hacer mella en un hombre, y eso a ella, que le quería más que a nada en el mundo, la preocupaba hasta tocarle el corazón.

—Estoy bien. —Draco acarició su mejilla y por fin, la besó en los labios, suave y con cadencia. Luna arrugó la nariz, haciéndole reír. —¿No te gusta la barba?

—Aún no lo he decidido… cuéntame Draco, ¿qué ha pasado?

Él emitió un suspiro, agarró la botella de jabón y se aplicó una buena cantidad. Sin incomodarse ante la mirada de su novia, comenzó a lavarse el cuerpo con fuerza.

—Nos emboscaron, como cabía esperar. Los aurores estaban a punto de entrar en acción, había dos escuadrones enteros, muy impresionante, aunque no se los diré a ellos. Sus egos ya están bastante hinchados. —Se enjabonó el pelo y luego lo aclaró, lanzando agua en todas direcciones, incluida Luna que ya estaba chorreando. —El plan era sencillo, fingí interés por esos artilugios tenebrosos… por su uso en particular y los aspirantes a mortífagos escondidos en las sombras salieron de debajo de las piedras. Me resultó bastante fácil convencerlos de que quería ampliar mi colección, pero para darle un uso más… práctico.

Luna se cruzó de brazos, provocando un ligero salto en sus pechos que hizo que la sangre de Draco se concentrara en un punto muy masculino de su anatomía.

—Nunca usarías artefactos tenebrosos para practicar magia oscura, Draco.

—Tú y tu fe inquebrantable en mi bondad oculta… —sonrió y Luna le sacó la lengua. —Bastaba con que ellos creyeran que yo estaba interesado, ¿entiendes? En el Ministerio estaban convencidos de que había un mecenas, alguien con capacidad, dinero e influencias como para traer objetos encantados con magia negra a Inglaterra. Convencer a los estúpidos no es difícil, pero contactar con las altas esferas requiere de algo más de… clase. Y apellido.

—Y por eso los aurores le piden a Draco Malfoy que juegue a infiltrarse entre las filas del mal.

—Ese es mi lugar de origen, después de todo. —Draco agarró una toalla y se la pasó a Luna. —Vamos a salir, cariño. Vas a ponerte enferma.

Luna desechó su ropa mojada y se secó con la toalla al salir de la bañera. Draco hizo lo propio, con cuidado al rozar la piel cercana a la herida. Dolía como el infierno, pero una vez más… no se arrepentía.

—¿Conseguiste que el mecenas se pusiera en contacto contigo?

—Oh sí, desde luego. —Draco se echó el pelo hacia atrás. Con aquel corte y esa barba se parecía mucho a ese actor muggle… el de la película que Hermione y Ginny habían obligado a Luna a ver hacía un par de días. El joven que construía una casa a su amada aunque ella estaba a punto de casarse con otro y luego lo apuntaba todo en su diario. —Hicieron falta dos semanas para que accediera a una reunión formal. Costó mucho esfuerzo que confiara en mí. Tuve que… sacar a relucir algunas de mis conductas más desagradables.

—No finjas que eso te disgusta.

Malfoy sonrió.

—Es divertido ser un mimado niño rico de vez en cuando. —Con un accio, la ropa interior voló directamente a su mano. —Fijamos un precio, una hora y un lugar para la entrega del objeto, una especie de anillo capaz de dominar la voluntad. Bastante peligroso de caer en malas manos… porque, además, desprende una especie de veneno que acaba controlando por completo a su poseedor.

—¿Quién querría una cosa así?

—Te sorprendería. Obtuve el anillo y los aurores estaban a punto de entrar en acción cuando nos emboscaron. Algunos de los hombres del mecenas… reconocía algunas caras, hijos o sobrinos de Mortífagos originales, fieles a las creencias de los tiempos antiguos. Me atacaron, por supuesto.

—Porque saben en qué bando estás realmente. —Luna se acercó, besando el pecho de piel pálida de Draco, que la acarició con ternura. —Saben que eres un buen hombre.

—Solo contigo. Y solo, para que sigas durmiendo desnuda cuando estoy en casa.

Terminó de contarle lo ocurrido, cómo habían volado hechizos en medio del bosque donde había tenido lugar la entrega. Cómo aurores y aspirantes a servidores del mal se habían atacado intentando proferirse el mayor daño posible. Y cómo él, encargado de custodiar la pieza hasta que ésta fuera depositada en una caja de seguridad de Gringotts, había tenido que desaparecerse prácticamente a la desesperada, lo que había provocado una despartición.

—Creo que me lanzaron una daga o un cuchillo ceremonial… algo semejante. Estaba impregnado en veneno de basilisco, pero según el medimago que me atendió en Gringotts, no hay nada que lamentar. Tomé el antídoto, me entregó la esencia de díctamo y mañana por mañana será como si nada de todo esto hubiera ocurrido.

Salvo por el hecho de que otra pieza destinada al uso de magia no permitida estaba ahora en poder de bando de los buenos. Y su colaboración había sido inestimable para ello.

—Draco… sé lo bien que te sientes cuando haces algo así, pero no tienes necesidad de poner tu vida en peligro. Has salido herido.

—No es nada, Luna. De verdad.

—Está bien, no ha sido nada esta vez. ¿Qué hay de la próxima? ¿Y si alguno de esos seguidores de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado que quedan sueltos te lanza una Maldición Imperdonable? ¿Y si se trata de la maldición asesina?

—¿Y si me caigo de la escoba? ¿Y si ingiero veneno por accidente? —Draco cruzó los brazos. Sus fuertes bíceps casi hicieron que Luna olvidara lo que estaba diciendo. Casi. —No puedo vivir así, Luna. No puedo pasarme la vida agitando una copa de hidromiel mientras contemplo las reliquias de mi familia metidas en urnas, llevando ropa con mis iniciales bordadas en oro y viendo el mundo a través de los ventanales altos de la Mansión Malfoy. Tal vez cuando tenga setenta años y haya visto y experimentado todo lo que la vida tiene que ofrecer, pero no ahora. Es imposible.

—Entiendo la sensación, amor mío. De verdad. Pero temo que tus pensamientos estén inclinados hacia esa… sensación peligrosa que has tenido últimamente. —Despacio, Luna tomó su mano, acariciando sus dedos ligeramente ásperos. —No hay nada que tengas que demostrar a nadie, Draco. Ni siquiera a ti mismo.

—Ahí es donde te equivocas.

Puede que el Malfoy que había sido pensara como ella, pero quien era ahora… ardía por dentro. Por supuesto que había una parte de orgullo. El ego siempre había formado parte de quien Draco era, pero no todo tenía que ver con eso.

A causa de su fortuna, podría haberse dedicado a tener una vida contemplativa, pero en lugar de eso había aceptado trabajar en Gringotts, encargándose del control y manejo de algunas de las más grandes fortunas mágicas de Londres. Le gustaba su trabajo. Era bueno en él. Tenía la confianza de los gnomos, que eran, en gran parte, seres que solo creían en dos cosas: abolengo y tradición. Puede que la estirpe de Draco tuviera algunas manchas —algunas a causa de él mismo, desde luego—, pero su apellido y el linaje de su familia hacía que el respeto siempre sobresaliera.

El trabajo estaba bien, pero a menudo no era suficiente. Vivir en medio de las paredes de Gringotts para siempre sería exactamente igual que hacer recluido tras las paredes de la casa Malfoy. Un entierro en vida.

—Necesito sentirme vivo y útil, Luna. No tiene nada que ver con querer congraciarme con los magos y brujas que antaño desdeñé… aunque reconozco que es agradable probar mi valía —y que reconocieran que darle una segunda oportunidad, no había sido una locura. Aquello importaba, dentro, en el alma hecha jirones de Draco, importaba. —Necesito demostrar que puedo ser capaz de dar algo a la comunidad mágica. Hay muchas cosas de las que me siento responsable.

—Eras un niño, Draco.

—Pero ahora no lo soy, y como hombre, puedo decidir contribuir en la medida que me sea posible. —Con lentitud, se acercó a ella, rodeando su cintura desnuda con los brazos. —No soy un iluso, Luna. No tengo entrenamiento de auror y es un oficio que no deseo ostentar. Solo me entregaré en la medida en que me sea posible, ni más ni menos.

—Una despartición no parece "entregarte en la medida de lo que es posible" para mí.

—Fue solo un pequeño descuido, pero a cambio, he hecho una cosa muy, muy buena por el Ministerio y en retribución… el Quisquilloso va a poder ser el primer medio que anuncie la noticia de las detenciones de los exaltados y podrás tener, si lo deseas, una entrevista en exclusiva con los aurores y con el intrépido y atractivo mago que custodió el anillo tenebroso hasta su actual ubicación segura.

Draco alzó las cejas y a su pesar, Luna sonrió. Se puso de puntillas para besarle, esta vez, con muchas más ganas. La barba parecía acariciarle la piel y ella llegó a la conclusión de que sería capaz de acostumbrarse.

—Vas a volver a colaborar con el Departamento de Aurores, ¿verdad?

Malfoy suspiró. Le habría encantado prometer a Luna que nunca más brotaría la sangre de su cuerpo… pero había mentiras que no podían decirse.

—Intentaré que pase el tiempo suficiente como para que te canses de tenerme por aquí antes de irme de nuevo. —Acarició su cabello, peinando con gentileza sus mechones húmedos. —Y también pondré de mi parte para no volver a ausentarme durante tantos días seguidos, pero Luna… no me pidas que centre mi vida en contar galeones, mostrar cinismo con los gnomos y flirtear con las jóvenes brujas que se abren una cuenta en Gringotts por primera vez.

—Bueno, desde luego eso último no es algo que vaya a pedirte, Draco. Puedes estar seguro.

Con una sonrisa —y por suerte, la clavícula prácticamente oculta ya bajo la piel cicatrizante, Draco deslizó las manos hasta que ambas cubrieron la parte baja y suave de la espalda de Luna. Con una ligera presión, ella se estremeció, provocándole una sonrisa ladina que iluminó su rostro cansado.

—Y ahora… ya que tú estás desnuda y yo completamente limpio… ¿qué te parece si hablamos de esa entrevista en exclusiva?

—¿Con el intrépido y atractivo mago que custodió la pieza oscura? —Luna dio un saltito, hasta enredar sus larguísimas piernas alrededor de la cintura de Draco. —Tengo que advertirte… voy a hacer unas preguntas muy íntimas y profundas.

Él se mordió el labio. Sí… por fin estaba en casa.

—Me encanta el periodismo de calidad, cariño.

Y entre besos, la cargó hasta el dormitorio.