Earendil95: Espero que no haya resultado muy chocante, pero efectivamente, ella es bisexual. Y como figura en el capítulo, también ha convivido en pareja y en trío. Más adelante verás que en su raza este tipo de relaciones es bastante corriente :P
Elein88: De veras que intenté imaginarme a Nyx con vestiditos, pero mi mente se negó a ello XD
Aunque haya deducido que su especie por lógica no puede atraer a los enanos, tampoco busca descubrir lo contrario. Que ella sola contra trece hombres (al mediano no lo contamos) es ardua tarea —a ver, que no estamos hablando de orcos contrahechos—.
Aquí subo la parte escindida del capítulo anterior. No han pasado muchos días ¿verdad? :D
Al final, se me ha ido de las manos y es hasta el momento el capítulo más largo que he escrito (aunque tampoco tanto). De modo que entenderé que lo leáis por fascículos U^^
Os dejo también una imagen de Nyx para que os hagáis mejor idea de cómo iba en la cena. Chorrada del día que hice para distraerme un rato.
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N. del A.: Se va a mencionar a una nízrim de aire en este episodio. Podéis imaginárosla como gustéis, pero cuando concebí al personaje, la ideé a semejanza de Selene (Underworld). Por si os ayuda a recrearla ;)
Unos pajes elfos llevaron a los enanos a las dependencias que les habían sido asignadas para su estancia en Rivendel. La palabra comida les había agitado lo suficiente como para pensar no tanto en arrellanarse, sino en yantar; de modo que tiraron todos sus bártulos por el suelo y se concentraron en encontrar el comedor, armando jaleo allá por donde pasaban y perturbando la común serenidad de los elfos. Ante tal barahúnda y temiendo que aquello terminara pareciendo más una taberna que una morada, un mayordomo les indicó dónde debían ir, no sin antes rogarles que moderasen el volumen.
Llegaron por fin a una terraza que hacía las veces de cenador, en la cual había dispuestas tres mesas: dos largas, rectangulares y bajas, y otra pequeña, redonda y alta. Derechos a las rectangulares, ocuparon los escabeles sin ton ni son como Aüle les dio a entender, y casi al mismo tiempo comenzaron a servirles. Al principio no se extrañaron al ver tanta hortaliza y verdura, pues tenían constancia de la frugalidad de los elfos; no obstante, prefirieron obviar lo verde y centrarse en el vino mientras esperaban a las viandas. Pero cuando vieron que tras un rato sin probar bocado, nadie les traía un segundo plato más consistente, empezaron a preocuparse. Al cabo, Dori terminó por ceder y comer de la ensalada previendo que aquello iba a ser su única pitanza, animando a Ori a seguir su ejemplo pero sin éxito.
Dwalin no podía creer que la carne no entrase en el menú y Óin parecía no saber ni lo que era un rábano, examinándolo con escrúpulo ahí hincado en su cuchillo.
A Thorin en cambio, lo habían acomodado en un aposento aparte, en consideración a su ascendencia real. Tras ser conducido allí por Lindir, se refrescó el rostro con agua, se desembarazó de su abultado abrigo de piel y se adecentó brevemente para la cena. Unos ligeros toques en la puerta lo reclamaron. Al otro lado, un elfo que se presentó como Erestor le pidió cortésmente que lo siguiera. Avistó a Gandalf conversando con Elrond al pie de unos escalones que daban a un cenador descubierto. Erestor se retiró calladamente y Elrond se encaminó hacia una mesa redonda con cuatro sillas de bella factura circundada por músicos, sugiriendo al mago y al enano que tomaran asiento con una leve inclinación de cabeza. Thorin agradeció a los Valar su altura, superior a la media de su pueblo, pues al contrario que las banquetillas de sus compañeros, su silla era elevada, y no le habría hecho ninguna gracia tener que pedir ayuda a algún elfo para subirse a ella.
Una vez sentados a cada flanco del señor elfo, el coloquio divagó sobre temas banales hasta que surgió el de la historia de las espadas incautadas en el agujero trol. Elrond admiró las obras de arte de su linaje, la mirífica forja de los Altos Elfos del Oeste: Orcrist y Glamdring, hendedora de trasgos y martillo de enemigos.
—¿Cómo las habéis conseguido? —preguntó el elfo intrigado.
—Las encontramos en un botín de los trols en el Gran Camino del Este, justo antes de la emboscada de los orcos —contestó franco Gandalf mientras masticaba una hoja de rúcula. Thorin disimuló una mirada de intranquilidad, creyó haber dejado claro en la discusión que mantuvieron antes de arribar a la ciudad, que los elfos no debían conocer su verdadero propósito.
—¿Y qué hacíais en el Gran Camino del Este? —inquirió Elrond.
No obstante, cuando Thorin temió el inevitable momento de hablarle de su misión, el señor elfo se distrajo. Para alivio del enano algo había acaparado la atención del Medio Elfo, y ese algo era la muchacha, que hacía su entrada por el atrio del velador. Caminaba pausada y elegante, casi felina, contoneando ligeramente las caderas sin resultar vulgar y para nada ordinaria.
Fíli fue el primero en divisarla, antes incluso que Elrond. Estaba sentado en la primera mesa, a la izquierda de Bilbo, y deslizó unas palabras en su oído acompañadas de una risita. —Ahora entiendo por qué la confundiste con una pantera.
Bilbo no pudo más que asentir cohibido, intentando no acordarse del mal trago que le hizo pasar Thorin al restregarle su ineptitud hacía un par de noches.
Nyxiræ no se había recogido el pelo y lo llevaba suelto oportunamente retirado de la cara, exceptuando un mechón frontal que caía serpenteante entre su ojo derecho y la nariz. El sol ya se había puesto, pero la luz de los arreboles vespertinos acentuaba el color violeta oscuro, casi negro, de su cabello ondulado.
Kíli, desde la otra mesa, se sintió como un tonto, alguien al que le faltase un hervor por no albergar rencor o resentimiento hacia ella tras su tentativa de asesinato. Y aún más sabiéndose encandilado al rememorar los escasos segundos en que vio su rostro a menos de un palmo del suyo. Lamentó internamente que la muchacha siguiera cubriéndoselo, pero debía admitir que, por alguna extraña razón que no podía precisar, sus ojos se le antojaron más ambarinos de lo que recordaba y quizás el tul tuviera parte de culpa.
Sin embargo, Elrond no prestó tanta atención a la femineidad que la chica desprendía como al hecho de que no era capaz de escuchar sus pasos sobre el mármol, tal como le había manifestado un Glorfindel profundamente inquieto.
Nyxiræ enfiló hacia la mesa en la que atisbó a Bilbo, mas Lindir la interceptó antes y asiéndola amablemente del codo, la atrajo hasta la mesa presidencial, retirando galantemente la silla que quedaba libre para que ella pudiera sentarse.
—Dispensen el retraso.
Elrond hizo un ademán con la mano y Thorin negó mínimamente con la cabeza: quedaba disculpada. Ahora que la chica estaba frente al elfo, éste la observó con detenimiento y dedujo por el estilo en que ella había perfilado sus ojos, que debía de haber residido en las tierras allende Gondor, más en Harad que en Khand.
—Puedes despojarte del velo, te será más cómodo para comer —exhortó el Medio Elfo—. Esta mesa será atendida sólo por personas de mi estricta confianza y con conocimiento previo de tu raza —informó.
Desanudó el cordel del velo, doblándolo primorosa después. Sin saber muy bien qué hacer con él, Lindir le tendió una mano para que se lo confiase, retornando inmediatamente a su puesto a la zurda de Elrond.
Gandalf y Thorin pudieron apreciar entonces las hermosas facciones de la chica, ya que antes, entre la penumbra del algar y la tensión de la pugna que sostuvieron con ella, apenas las distinguieron. Y a pesar de la manifiesta animadversión que a ambos les inspiraba, debían reconocerle su extrema belleza.
—Veo que no hemos acertado en la selección de los vestidos que te hemos procurado. ¿Acaso ninguno era de tu agrado?
—Al contrario, son espléndidos —mintió la chica retirándose el mechón rebelde detrás de su oreja derecha—. Digamos simplemente que no estoy acostumbrada a tales atavíos —concretó mientras se disponía a probar el primer bocado.
A Thorin le pareció una descortesía que la muchacha no hubiese observado el protocolo al rechazar los atuendos adecuados. No juzgó apropiado que en una ocasión especial como lo era ésta, vistiese una indumentaria propia de hombres, aunque paradójicamente resaltase en exceso su silueta femenina. Esos pantalones tan sugerentes que se atrevía a llevar sin pudor, él no los habría tolerado de haber sido el anfitrión.
Empero, le irritaba ese breve instante de flaqueza en el que se sorprendió a sí mismo maravillado al verla con esa blusa azul cobalto cuando se personó en el lugar. Así como le estaba irritando en extremo que se le desviasen los ojos intermitentemente hacia la clavícula de la chica, curva deliciosa que dejaba intuir una piel tersa, blanca con ese dorado del sol que no llega a ser moreno, y que se adivinaba cálida y sedosa al tacto. «Demasiado joven, demasiado atractiva».
La actitud de Thorin para con la muchacha cambió drásticamente. Si bien al principio estimó la posibilidad de departir con ella sin implicarse en demasía, a fin de que el ágape no semejase un tormento, ahora, debido al desaire de la chica, se obligó a ignorarla dentro de lo que las reglas de educación debida le permitiesen; pero le estaba costando ímprobos esfuerzos. «Casi asesina a tu sobrino. Recuerda, casi lo mata». Creyó que ese pensamiento estaba surtiendo algún efecto cuando de nuevo tornaba su vista al esbelto cuello de la joven, para secreta exasperación suya. Innumerables meses exclusivamente en compañía de enanos. Al menos, se dijo, ella no parecía darse cuenta.
«Sí me doy cuenta, pero hago como si no», pensó Nyx.
—Espero que tu visita por la ciudad haya resultado provechosa —expresó el elfo—, aunque tu conversación con Glorfindel derivase en una situación tensa —añadió, dando a entender a la chica que estaba al corriente del asunto del cinturón.
—Tenemos puntos de vista divergentes, eso es todo —se limitó a contestar ella.
Sobrevino otro silencio en la mesa, incómodo para todos excepto para Nyx, que continuaba absorta en su plato. Gandalf se fijó en que la joven se llevaba pequeñas cantidades de comida a la boca, entreabriéndola, en un intento de que no se percibiesen apenas sus colmillos. Entretanto, el Medio Elfo procesó el acento cadencioso y meridional de la muchacha. Pronunciaba correctamente cada fonema, sí; pero sin pretender disimular que el oestron no era su lengua materna.
—De todas formas, no habría estado de más un poco de comprensión por tu parte. Glorfindel nunca ha tratado con alguien de tu especie —explicó Elrond—. No así yo, que tuve ocasión de cruzarme con una nízrim hace milenios.
Ese dato captó el interés de Nyxiræ, que dejó de comer, apoyando el tenedor en el extremo del plato para prestarle más atención.
—¿De qué clase? —preguntó la muchacha.
—De aire —respondió el elfo.
La joven torció levemente la cabeza enarcando las cejas y reprimiendo un silbido. «Me sorprende que siga vivo», venía a decir el gesto.
Los Nicrói etéreos eran con diferencia los más reservados (por razones obvias de su anatomía) y los más implacables, de ser descubiertos. En contraposición al resto de Gentes, los de aire no podían hacerse pasar por humano o elfo con tanta facilidad, debido básicamente a que estaban dotados de alas, como las de los murciélagos. Solían habitar en las montañas, a ser posible las más altas del orbe, a salvo de miradas delatoras y adaptados a la orografía y a la climatología, cual ermitaños, a base por lo general de sangre de trasgos. En los contados casos en que tenían que descender de las alturas por motivos poderosos, debían simular sus alas como capas o abrigos, enganchando los falsos pulgares de las mismas hacia el cuello, como si de un broche se tratase.
Antaño, los Nicrói etéreos podían replegar sus alas dentro de la espalda, en una cavidad interior a tal efecto entre las escápulas y la parte posterior de las costillas, pero este proceso arduo y sumamente doloroso, poco práctico en definitiva, acabó evolucionando a lo que Nyxiræ conocía, esto es, exentas permanentemente del cuerpo, al igual que las de un dragón. Y asimismo, eran la clase más corpulenta (sin llegar ni de lejos al nivel de los Naugrim, de proverbial fuerza), ya que el emplear sus alas les había exigido desarrollar una musculatura acorde, cosa que no sucedía con las otras Gentes.
—¿Puedo preguntarle cómo era? —se aventuró a indagar la chica—. Si después de tanto tiempo aún lo recuerda.
—Puedes —concedió Elrond—. Era más alta que tú. Cabello negro como el ébano y corto por encima de los hombros, ligeramente alborotado. Vestía íntegramente de negro, enfatizando su lividez y sus ojos helados de color azul pálido.
«Annea. Quizás se trate de ella», elucubró la joven.
La conocía bien. Era una de las Nithrái más antiguas, incluso más que el padre de Nyx. Nunca se había dejado crecer el pelo; llevarlo largo implicaba incordio por los enredos y estorbo para la visión, pues los vientos de las cumbres lo revolvían.
Jamás le había comentado nada sobre lo que Elrond estaba relatando. Y Nyxiræ no podía concebir de Annea que no hubiese eliminado al elfo nada más verlo.
—¿Y podría preguntar asimismo en qué circunstancias usía se encontró con esa… nízrim? —No estaba habituada a autodenominarse con el gentilicio en sindarin.
El señor elfo calló unos instantes, sopesando los pros y los contras de proporcionar dicha información a la muchacha. A la postre, concluyó que ella comprendería la razón por la cual su congénere no lo había matado.
—Ocurrió poco antes de la Tercera Matanza de Hermanos, en la región de Arvernien, próxima a la Desembocadura del Sirion —dijo al fin—, durante un paseo de solaz por el abedular de Nimbrethil. Embelesado por los hongos y setas que allí crecían y por la fauna que lo poblaba, no advertí la caída de la noche. Desorientado, vagué buscando el camino de regreso a la ciudad, pero las horas pasaban y sólo lograba adentrarme más y más en el bosque. Era el mes de firith (noviembre) y por las noches bancadas de niebla se asentaban bajas, agarrándose a la espesura.
La mente analítica de Nyx comenzó a funcionar. Primer punto que no le cuadraba: ¿qué hacía este tío solo por el bosque?, porque la versión de que le extasía la micología no cuela.
Segundo: ¿cómo no reparó en que la noche se le echaba encima?
Y tercero: se le hacía difícil creer que el elfo que tenía delante, del cual Glorfindel había alabado sabiduría y conocimientos, fuese incapaz de orientarse.
—Después de mi desasosiego inicial y dado que andar sin rumbo no era productivo —prosiguió Elrond—, acabé sentándome sobre el follaje apoyado en un abedul, deseando que alguien de mi clan apareciese en mi busca tras notar mis horas de ausencia.
A Thorin extrañamente le estaba intrigando la historia en la que un elfo parecía meterse en problemas. A Gandalf, no. Era el único comensal que conocía el incidente.
Unos criados elfos encendieron las velas de los candelabros para iluminar el cenador, antes alumbrado sólo por la luz de la luna creciente. Elrond alzó la vista al cielo nocturno, confiriendo un halo de misterio a su pausa.
—No era una noche como la de hoy —continuó—. No había luna, aunque sí estrellas que brindaban cierta claridad. Un incipiente olor a tierra y hierba mojadas se hizo patente, como si se avecinase tormenta. —Este dato confirmó a la chica la identidad de Annea. Ese característico aroma a lluvia que se cierne siempre la traicionaba—. Empecé a escuchar algo. Al principio era como si el viento meciese tenue la hojarasca del suelo. Luego, ésta comenzó a crujir bajo unas pisadas livianas. Alertado, me incorporé y puse todo mi empeño en agudizar mis sentidos, pues estaba convencido de que por fin algún elfo había encontrado mi rastro. Pero nadie apareció. El ruido iba y venía, aumentando y decreciendo su intensidad, su cercanía. El viento, que ululaba silbando entre los árboles y la calígine, arrastró entonces un lamento suplicante y luego, desgarrado. —El elfo miró a Nyx fijamente—. Lo que en ese momento cualquier persona sensata no habría hecho, yo lo hice: fui hacia dónde creí que había provenido el grito.
A Nyx le estaba gustando el relato, evocaba las historias de miedo que su abuelo materno le contaba de niña (sí, los Nicrói nacidos disfrutaban de infancia). Siendo justos, no eran estrictamente de miedo por la mera intención de asustar, sino que servían además como un manual de uso en caso de que alguna vez sucediese lo mismo que en el cuento.
Maquinalmente, adquirió la postura de una chiquilla que escucha atenta y temerosa las consejas sobre difuntos y ánimas en pena que con cascada voz refieren las viejas: con sus brazos estrechó la rodilla derecha contra su pecho, poniendo el pie encima de la silla y mordiéndose el pulgar de la mano derecha, mientras contemplaba a Elrond sin pestañear.
Thorin la miró de soslayo, desaprobando sus modales, inapropiados completamente por mucho que la narración generase tal expectación.
—Procuraba no hacer ruido al caminar, controlar mi respiración agitada, pero no pude ahogar una exclamación de espanto al descubrir una figura enlutada arrodillada e inclinada sobre los cadáveres de dos mílites elfos que yacían en un charco parduzco. Me había delatado. La sombra giró bruscamente la cabeza y me miró con una mezcla de estupor y furia. Esos ojos fríos taladrando la creciente oscuridad de la noche me absorbieron hasta que reparé en otra cosa: una boca saturada de sangre que goteaba de la punta de unos colmillos afilados, desbordándose por el labio inferior, resbalando hasta la barbilla.
Thorin se estremeció al detectar similitudes entre lo que Elrond describía y lo que había ocurrido con Kíli y la muchacha en el Bosque de los Trols.
—No voy a engañarte —confesó el elfo a la nízrim—. Sentí miedo, un miedo atávico e infantil. Me quedé petrificado arrostrando la mirada de aquella criatura. Sabía que no se trataba de un orco. Era tan parecida a nosotros y a la vez tan distinta… Ella se irguió y eso me hizo reaccionar. Salí corriendo, no me importaba hacia qué dirección, sólo quería huir, alejarme cuanto pudiera de aquella visión atroz.
Nyx sospechaba que Elrond se estaba callando algo. Un elfo en esa situación seguramente habría echado mano a su espada y la habría esgrimido contra la nithré, si bien es cierto que, en habiéndose saciado de sangre, el combate se habría inclinado a favor de esta última.
—En mi carrera, volvía la vista atrás continuamente para comprobar si aquel ser me perseguía; y lo único que veía, despuntando entre la niebla, era un espectro corpóreo, estático junto a un árbol diferente cada vez. No corría. Simplemente con cada ojeada atrás que daba, ella estaba más cerca.
»Hasta que dejó de hallarse a mis espaldas y apareció unos pasos por delante.
Lacayos elfos que traían el segundo plato fueron disuadidos por Gandalf, que levantó una mano autoritaria. No quería que nadie interrumpiese al señor elfo, pues en ese momento había advertido cómo Thorin y la nízrim contenían la respiración.
—Frené. Sentía el corazón a punto de estallar, las lágrimas queriéndose escapar de los ojos y la voz negándose a salir de mi garganta. Creí que ése era mi fin; que acabaría igual que los dos soldados, pero ella permaneció quieta unos instantes y después se limitó a alzar un brazo para señalar primero una dirección. «Por ahí llegarás a la ciudad». Y luego, otra. «Y por allí, a los acantilados, lejos del bosque». No sabía qué hacer. ¿Y si seguía su consejo y aprovechaba para abalanzarse por detrás? Ella continuó de pie, sin aproximarse ni decir nada más, únicamente me observaba impasible. Entonces escuché un ruido metálico, de escarpes y armaduras moviéndose deprisa pateando la vegetación. «No te queda mucho tiempo. Ya vienen». Lo dijo indiferente, como quien constata un hecho probado. Eché un vistazo al primer camino que me había indicado y cuando volteé de nuevo la cabeza, se había esfumado.
Nyxiræ ya no ocultaba su desconcierto. ¿Perdonarle la vida? No tenía sentido. Aun cuando ya hubiera satisfecho su necesidad de sangre, y matarlo no le fuera a reportar más, los testigos no eran tolerados.
—Regresé con mi gente justo antes de que fuésemos atacados por el ejército de los hijos de Fëanor —apostilló Elrond—. Yo contaba a la sazón con seis años de edad.
Fin del cuento.
Ésa era la explicación. Ahora todo encajaba. Elrond era un niño cuando se encontró con la nithré. Y los de su especie no matan niños. Está prohibido salvo fuerza mayor. Es una cuestión de pragmatismo. Si acabas con las crías, no habrá adultos que procreen.
No obstante, a la muchacha le quedaron algunos cabos sueltos, como por ejemplo qué hacía un niño elfo deambulando solo sin supervisión durante el crepúsculo, o si el señor elfo llegó a fijarse en las alas. Pero declinó interrogar a Elrond al respecto; si no lo había aclarado antes era porque no aportaba nada relevante.
Nyx soltó el suspiro que había estado reteniendo y tornó a sentarse correctamente (o casi) en la silla, descansando sobre el respaldo y cruzando piernas y brazos. Pose que los criados entendieron propicia para servir el segundo, perca al horno, que fue festejado sin disimulo por el resto de enanos, ya convencidos de que los iban a matar de hambre.
—Como ves, tu congénere en previsión de la subsiguiente devastación de las huestes noldorin, me dio a elegir entre huir de la masacre o retornar con mi familia. Mas siendo tan pequeño no discerní el porqué ni supe adelantarme a los acontecimientos que se precipitaron.
Atento a lo que Elrond había estado narrando, Thorin había dejado de comer (también porque estaba cansado de tanta ensalada). A él también le habían surgido dudas.
—Por lo que has contado, esa criatura —al decir eso Thorin, Nyxiræ le lanzó una mirada reprobadora— sabía que el ataque de las cohortes era inminente. ¿Por qué asesinar a los dos soldados de avanzadilla? A menos, claro está, que más que de avanzadilla, estuviéramos hablando de emisarios. Sea como fuere, en ambos casos quizás si ella no los hubiese ejecutado, podría haberse retrasado la ofensiva.
—Erráis al suponer que esa nízrim estuviese movida por motivaciones políticas —replicó Nyx adelantándose a Elrond—. Sencillamente los dos elfos se hallaban en el lugar incorrecto en el peor momento. A nosotros no nos importan las guerras que disputéis. Como si os matáis entre vosotros —remachó con total indiferencia—. Aunque por preferir, preferiríamos que no lo hicieseis. —Clavó los ojos intencionadamente en los de Thorin—. Más comida —sentenció, dirigiéndole una media sonrisa siniestra, dejándole entrever parte de su colmillo derecho, antes de descruzar los brazos para seguidamente llevarse, refinada y parsimoniosa, un trozo de pescado a la boca.
La mueca le cogió desprevenido y sintió la sacudida de un escalofrío. Enhoramala. La chica también lo habría notado y no quería que creyera que ostentaba semejante poder sobre él. «Maldita mujer», pensó Thorin. Y mientras, Nyx pensaba que la perca no estaba mal, aunque gratinada le habría gustado más.
Elrond, percatándose de la crudeza de la insinuación, decidió dar otro rumbo a la tertulia.
—Deberás disculpar que no te lo haya demandado antes —terció el elfo—. Nyxiræ, ¿verdad? —asintió ella—. En mi descargo alegaré que se lo pregunté a Gandalf en un aparte previo a la cena. Y… ¿tiene algún significado en vuestro idioma?
—En la lengua común podría traducirse por la Noche de la Ira.
—Para qué habré preguntado —musitó Elrond para sí.
La muchacha rio suave, en tono quedo. Era consciente de que su nombre resultaba curioso, o hasta agradable, si no se conocía su acepción, pero de todas formas los elfos abusaban de apelativos demasiado cursis: ¿Elrond, cúpula de las estrellas? Por favor. Qué poco contundente.
—Si a usía no le complace, puede llamarme de otro modo. Mornië, verbigracia.
Gandalf se removió en su silla, llamarla Oscuridad en élfico tampoco suponía un avance.
—¿Hablas el quenya? —inquirió Elrond.
—Hablo muchos idiomas —afirmó la joven. Y estuvo a punto de añadir «salvo el de los enanos», pero se contuvo. Revelar esa carencia delante de Thorin podía ser contraproducente, así que se centró en acabar su plato. La cena se estaba convirtiendo en una plática interminable. Por suerte, los criados empezaron a retirar el segundo y a traer los postres. Nyx no veía la hora de irse a dormir.
—Críptica, como todos los de tu especie. —Sonrió el elfo después de un silencio—. Y teniendo eso en cuenta, debo confesar que me asombré sobremanera cuando te divisé dentro de la compañía. No soléis prodigaros en público. —Tras lo cual deslizó con su mano un objeto sobre la mesa hasta situarlo frente a la copa de la chica, desvelando una cajita metálica.
«Peligro», alertó a Nyxiræ una voz en su cabeza. «Intenta averiguar tus planes».
Ella tomó la cajita, la abrió y extrajo un cigarro puro, fino y no muy largo, de los que tenía ya liados. Lo cogió de la misma manera insólita que la última vez en la cueva, entre el corazón y el anular. Lo encendió con un chasquido, ahuecando la otra mano para ocultar la procedencia de la llama, y dio la primera calada, profunda y prolongada.
Las damas primero, aprobó Gandalf antes de sacar de algún lugar innombrable bajo su sayo una pipa de madera, dando pie a Thorin a imitarlo si quería. Por desgracia, la suya se encontraba en su dormitorio. Nyx se apercibió del detalle y extendiéndole a Thorin la cajita, le ofreció uno de sus cigarros para que él también pudiese fumar, pero el enano ignoró deliberadamente el gesto. La chica miró la cajita rechazada, preguntándose qué veía de malo en ella, y al cabo se la guardó en un bolsillo del pantalón. «¿No queréis hablarme?, no lo hagáis. Yo sí os hablaré si he menester, aunque sólo sea para irritaros, lo cual me resulta sumamente fácil a la par que entretenido. Me voy a divertir».
Al exhalar la muchacha, no creaba figuras como hacía Gandalf, simplemente dejaba que el humo que expelía tejiese un efímero velo ascendente, que ocultaba su cara, y a través del cual sus ojos refulgían sibilinos.
—Se ha propuesto devolverme mis pertenencias a plazos —comentó la chica tras una calada, aunque no con ironía, sino más bien confirmando en alto un pensamiento.
—Comprenderás que Glorfindel solamente cumplía mis directrices. Él es de natural bondadoso y recto. Si yo no le hubiese ordenado explícitamente que no te entregase el cinto, te lo habría restituido encantado —repuso el elfo—. Aunque ahora tras vuestra charla, él te considera una enviada del mismísimo Melkor —apuntó Elrond con cierta sorna.
—¿De quién? —preguntó ingenua Nyxiræ ante la atónita mirada de los tres comensales—. ¡Ah! Ya sé a quién se refiere. Es que nosotros lo llamamos de otra forma.
—¿Cómo? —interpeló raudo y autoritario Gandalf.
Calló unos instantes la joven, ponderando la conveniencia de facilitar demasiados datos acerca de la cultura de su especie.
—Érebo —dijo al fin.
Thorin por poco no se atragantó con un pedazo de manzana de la macedonia. —¿ ¿Cómo has dicho? ? —cuestionó indignado.
«Ah, con que ahora sí me habláis», se jactó en silencio Nyx, esbozando en su mente una sonrisa de triunfo que se cuidó mucho de materializar en sus labios.
—Sé que os sonará parecido a vuestro reino, pero os aseguro que es mera coincidencia. Nosotros lo llamábamos así antes de que pensaseis siquiera en levantar Érebor. En realidad, como todos los pueblos, tenemos nuestros propios nombres para vuestras deidades. —Y a Elrond y Gandalf no les pasó desapercibido el hecho de que especificase sutilmente que los Nízrim no creían en los Valar.
Thorin no deseaba preguntárselo, pero la curiosidad le superó. —Y a Aüle, ¿con qué nombre lo conoces?
—¿Con qué nombre lo conocéis vos? —interrogó divertida la muchacha, apagando el puro en un improvisado cenicero que Lindir le había suministrado.
—Te he preguntado yo primero. —El enano empezaba a arrepentirse de haberse dirigido a ella por segunda vez en toda la noche.
—Y yo después. —Siguió ella con su juego—. Do ut des, información a cambio de información. Es lo justo —opuso la chica. Thorin convino con un ligero movimiento de mano. Adelante.
—Hefesto —declaró Nyxiræ.
Thorin rumió unos instantes la respuesta, intentando establecer si le agradaba o no. La joven permanecía expectante. Quizás en otra situación, no la habría satisfecho, pues técnicamente no le había dado su palabra, pero con Gandalf y Elrond presentes, no había margen para escaquearse. —Mahal —atajó finalmente entre dientes, y se prometió no volver a tratar a la muchacha en lo que restase de velada.
Unos elfos comenzaron a recoger las dulceras de postre de la mesa. Por fin.
Nyx no lo dudó, y no iba a esperar a una hipotética taza de café que dilatase esta agónica reunión, pese a que la habría aceptado de buen grado. En su opinión, sus contertulios tampoco lo merecían tanto. Se conformaba con el relato de Elrond y el haberse divertido un rato a costa de un orgulloso Thorin. Y además necesitaba dormir.
—Si me disculpan, me gustaría retirarme a mis aposentos —aventuró cauta, ya que para ello debía contar con el beneplácito del anfitrión.
—¿No prefieres quedarte al café? —«Cómo lo sabía», se dijo Nyx, «no me sueltan ni con aceite hirviendo»—. Acompañado de chocolate, por supuesto —insistió Elrond.
—¿Negro? —El chocolate eran palabras mayores. Para Nyxiræ había resultado ser, las pocas veces que había conseguido encontrarlo en esas latitudes, un sustitutivo del sexo que le escaseaba desde hacía ¿siglos? Oh, pardiez, esperaba que no fuera tanto.
—Si te gusta negro, negro lo haré traer —accedió el elfo—. ¿Muy negro?
—El más puro que tenga, si no es molestia —manifestó la chica con fingida timidez.
—En absoluto. Se lo ofrezco a quien sabe apreciarlo. —Y con una seña, conminó tácitamente a Lindir para que fuese en su busca.
Mientras se servía el café, oscuro y corto, Elrond aprovechó para rescatar una conversación olvidada y pendiente.
—Y bien, Nyxiræ, ilumíname. ¿Cómo es que alguien como tú ha determinado «mezclarse»?
La pregunta se le antojó como un símil entre ella y una yegua, a la que fueran a cruzar con un asno a la fuerza. Sacudió imperceptiblemente la cabeza para librarse de tal comparación. Debía escoger cuidadosamente sus palabras para no delatarse, ni a ella ni a Thorin, pues habiendo presenciado su disputa con Gandalf, sabía que él tampoco estaba por la labor de confiar nada a los elfos.
—Necesito de la habilidad de los enanos. Son los mejores herreros en la Tierra Media, después de la caída de los forjadores Noldor en la Primera Edad. —Ahora fue Thorin el que se removió en su silla. Esa mujer lograba enojarlo prácticamente con cada frase u oscilación de su cuerpo. ¿Por detrás de los elfos en capacidades? La convivencia hasta la Montaña Solitaria se presagiaba insufrible.
Lindir estaba demostrando ser un mayordomo muy eficiente, ya que apenas ella hubo terminado de justificarse, emergió de la galería con una pequeña bandeja de plata en su diestra, portando el oscuro objeto de deseo de la nízrim. Y antes de que Elrond pudiese rebatirla, solicitó nuevamente la aquiescencia del señor elfo para degustar el cacao en sus dependencias.
El elfo tuvo que claudicar, poco más podría sonsacarle. Le concedió la venia y pidió a Lindir que la escoltase hasta su alcoba, llevándose el exótico dulce consigo, a lo que Gandalf se despidió de él resignado; tendría que contentarse con el café y una inexpresiva onza de chocolate con leche.
Aún se alejaban por los pasillos tornando ella a prenderse el velo, cuando llegó a sus oídos un sonido de lira y un jolgorio típico de enanos. «Vaya, ahora que me marcho empieza la fiesta». Efectivamente, Bófur, queriendo prolongar el inusual acontecimiento de cenar en un hogar elfo, se arrancó a bailar sobre su taburete al son del tañido de un arpa en miniatura que (¡sorpresa!) Thorin tocaba, pero Nyx no pudo presenciar tal derroche de jovialidad y cercanía por parte del rey enano, pues ya habían alcanzado la puerta doble de su habitación.
Lindir le dio la bandeja y las buenas noches y ella cerró la puerta tras de sí. Colocó el platel encima de un velador próximo al lecho y fue al cuarto de baño. Una vez hubo lavado y puesto a secar la ropa que había dejado a remojo, se desvistió y se asomó desnuda a uno de los ventanales. La luna se hallaba casi en su zénit, hacia poniente. Debía memorizar su posición en el firmamento para calcular después cuánto tiempo había dormido. Apartó todos los ropajes elfos que había esparcidos sobre la cama y se metió en ella. Tomó una porción de chocolate y dejó que se fundiera lentamente dentro de su boca. Era fuerte, amargo, pero le encantaba.
En su mente brotaban imágenes de Eveno confundiéndose con las del enano rubio que la había acariciado en la gruta. Ambos guardaban cierta semejanza, o al menos eso le pareció a ella sumida entre la vigilia y el sueño que comenzaba a embargarla. Instintivamente resbaló una mano, rozando delicadamente su vientre hasta detenerse en su sexo, y empezó a dibujar en él círculos infinitos con su dedo corazón, estimulándolo gracias a los destellos entremezclados del nicrón, otrora compañero suyo, y del joven enano del cual ignoraba el nombre.
Pero se durmió en el sueño de su raza antes de llegar a nada.
N. del A.: Hace unos días vi un gif animado de una escena de la versión extendida de El Hobbit que transcurría durante la cena en Rivendel: Bófur pegando saltos sobre una especie de puf y Thorin marcando el compás con el pie, aunque no se apreciaba bien si sujetaba algo (¿una lira quizás?) entre sus brazos o sencillamente los tenía cruzados.
Como veis, he querido incluir dicha escena en el fic aun no sabiendo muy bien si será así o no :) ¡Qué ganas de que salga ya la V.E.!
EDITO: Por lo visto, ya ha salido en España la V.E. con los 13 min. adicionales :D
