Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.
Nota: ¡Hola! Me habían dicho que era tiempo de Lemmon… ¡y estoy de acuerdo! Tenía antojo de este, y aquí está. Sabed que tengo en mente varios caprichos… algunos relacionados con la vida de Draco y Luna como padres, y otros, con algunos instantes muy, muy, muy oscuros para Draco… ¿les gustaría conocerlos? 😊
No saben lo feliz que me hace saber que mis retazos son esperados, leídos y siempre, siempre comentados, ¡eso hace que nunca quiera dejarlos de publicar! Además, ayer fue un día especial, porque el 13 de Julio fue precisamente la primera vez que me animé a subir algo de esta pareja tan dispareja. Ha pasado mucho tiempo, y las ganas solo me han aumentado. Espero que les guste este nuevo drabble, que pidan y den ideas de cositas que les gustaría leer, y sobre todo, que no dejen de hacerlo.
Gracias a todos.
Alerta de rating: Sexo explícito.
Pastel de calabaza
Llegó a casa con el peso de todo un día de trabajo sobre los hombros. A Draco le gustaba su puesto en Gringotts, y asumía sin temor a equivocarse que uno de los motivos por los que lo habían contratado —además de porque el apellido Malfoy seguía teniendo mucho peso en los círculos mágicos donde se movía—, era su carácter arisco y huraño.
Podía fruncir el ceño durante toda su jornada laboral. Mantener el rictus seco y distante y poner ese gesto petulante con tal facilidad que a menudo, olvidaba que su cara tenía la capacidad de mostrar otras expresiones. A menudo, Draco se exasperaba ante los magos y brujas con los que tenía que tratar. Muchos eran ignorantes, curiosos, molestos o inútiles, pero otros no estaban mal y con esos, a veces, lograba relajarse.
Sin embargo, ese día había sido particularmente duro, porque entre sus laboriosas tareas se había encontrado la de etiquetar e inventariar la Cámara que contenía parte del tesoro que había pertenecido a su fallecida tía Bellatrix Lestrange. No era la primera vez que Draco entraba en la Cámara de la Mortífaga caída, ni que tocaba sus cosas y las anotaba pulcramente en un pergamino para que quedara constancia de sus pertenencias ante el Gran Banco de los Magos, pero ese día en particular… Draco había tenido que trabajar con un Alestuk, un gnomo que le miraba con recelo y murmuraba cosas muy desagradables cada vez que se cruzaban.
Durante las horas en que tardó en dejar el trabajo realizado, Draco escuchó sugerir a Alestuk torturas y castigos inimaginables para él, a quien sin duda consideraba un traidor a su raza. Un mago oscuro que se disfrazaba para pasar inadvertido entre los demás y así evitar la pena por sus acciones. Un Mortífago desertor. Un cobarde que había servido al Señor Tenebroso por miedo a morir… o por convicciones que ahora escondía.
Por todo aquello, y tras una desaparición violenta, Draco Malfoy llegó a su casa más tarde de su hora acostumbrada, de muy mal humor y con la mandíbula muy apretada. Tenía las fosas nasales distendidas por los tremendos esfuerzos que hacía para controlar su airada respiración, y cuando se quitó el largo abrigo negro y lo dejó caer sobre el perchero, descubrió que las manos le temblaban.
Siempre que creía haberse reconciliado con su pasado, había días como aquel, o gnomos como Alestuk, dispuestos a escupir veneno en sus buenas intenciones. Y entonces, todas las dudas del mundo se abrían ante él con la profundidad de un océano: ¿Merecía la segunda oportunidad que estaba viviendo? ¿Era digno de aquello que lo esperaba al llegar a casa? ¿Debía haber sido su destino similar al de Bellatrix Lestrange?
Al abrigo lo siguió la chaqueta, y después, Draco se desabotonó la camisa hasta que el aire fue llenándole los pulmones otra vez. Se arremangó hasta los codos, y sus pasos le llevaban ya hasta la elegante licorera de cristal… cuando un aroma dulce quedó registrado en su cerebro. Abandonó sus primarias intenciones de beber whisky de fuego hasta embotarse los sentidos, y siguió el delicioso olor hasta la entrada de la cocina, donde su prometida se afanaba mezclando algo en un bol con sus propias manos.
Luna, descalza y con las uñas de los pies pintadas de un color azul chirriante, removía todo su cuerpo mientras sus dedos, pringados de lo que Draco reconoció de inmediato como calabaza triturada, trabajaban con afán. Su larguísimo pelo rubio le caía en dos trenzas sobre la espalda, y su cuerpo menudo iba cubierto únicamente por una camiseta oscura y roída que llevaba impreso el nombre de un grupo de Rock Muggle que Draco no reconoció.
Se apoyó en el quicio de la puerta unos segundos, admirando sus piernas desnudas, sus brazos fuertes y su cara concentrada. Luna no llevaba una sola gota de maquillaje, y tampoco lo necesitaba. Su belleza era incomparable. Delicada. Deliciosa. Aromática como los ingredientes de la tarta de calabaza que, al parecer, había decidido preparar.
La canela, la miel y la melaza flotaban ocasionalmente hacia ella, que iba alternando la velocidad e intensidad de los movimientos de sus dedos para crear una mezcla lo más homogénea posible. El horno, uno de los muchos cachivaches Muggles con que habían equipado la casa, estaba precalentando, pero Draco sabía bien que ese no era el motivo por el que sentía el ambiente caldeado a su alrededor.
Sin ser consciente. O tal vez, con pleno uso de toda su conciencia, se acercó. Sigiloso como un felino, hasta que sus manos grandes agarraron con firmeza la cintura de Luna. Hundió la cara en su cuello, aspiró el olor fresco de su pelo. Besó y lamió la suave piel y fue recompensado con un ronroneo que impactó directamente en su entrepierna.
El deseo le rugió dentro.
—Ya estás en casa. —Le dijo ella con voz cantarina, apoyando parte de su peso en él. —Estoy haciendo pastel de calabaza para el postre.
—Ya lo veo. —Ronroneó Draco, extendiendo los dedos para notar la mayor cantidad de piel posible. Había tenido a Luna una cantidad incontables de veces… pero siempre sentía el mismo apremio y ansiedad por hundirse en lo más hondo de ella. —Me vendrá muy bien terminar el día con algo dulce.
—Eso pensaba… puedes ayudarme con los últimos ingredientes si quieres. —Luna exhaló una exclamación cuando las manos de Draco subieron y sujetaron sus pechos con ímpetu. No llevaba más que unas braguitas bajo la camiseta, de modo que sus pezones se irguieron de inmediato como respuesta. —Eso es… no es lo que estaba pensando… pero sí muy agradable.
—Como te he dicho… me vendría muy bien terminar el día con algo dulce.
—A la tarta aún le falta un buen rato…
Draco sonrió, antes de hacer girar a Luna para poder tenerla por fin frente a él. Con sus dedos, apartó los mechones rubios de la femenina frente y después, la sujetó de las muñecas, dirigió las manitas de ella a su boca y chupó con frenesí los restos de calabaza. Los ojos de Luna se tornaron más oscuros… y él sabía bien lo que significaba ese ligero cambio en su expresión.
Por suerte para sus intenciones poco honorables, estaba tan excitada como él.
—Cuando he dicho algo dulce… no me estaba refiriendo al pastel.
Con cierta brusquedad fruto de su tremendo deseo, Draco agarró a Luna de las caderas. Le subió la camiseta unos palmos, lo suficiente como para que sus dedos encontraran el elástico de las braguitas y las hicieran bajar por sus piernas, hasta que quedaron inertes sobre el suelo de la cocina. Acicateada de pasión, Luna se afanó en usar sus dedos todavía pringosos para soltar el cinturón y los botones de los pantalones del traje de Draco, cuya boca la devoraba en ese momento con besos ruidosos y llenos de humedad.
—Voy a… mancharte —murmuró ella, viéndose de repente alzada por los aires.
—A la mierda. —Sentenció Draco, sentándola sobre la encimera después de apartar de un manotazo los frascos, botes e ingredientes del olvidado pastel. Algunas cosas cayeron y otras, sonaron a porcelana rota. —Podría caer una bomba en esta cocina que no me importaría en lo más mínimo.
Con más acierto que ella, se abrió los pantalones, y tan pronto su erección quedó en libertad, Draco usó sus manos, ahora libres, para sujetar con firmeza los blancos muslos de Luna, que se removió en la encimera para estar más cerca de él. No tuvo tiempo de rodearle el cuello con los brazos, ni de apresarle con las piernas, pues Draco apuntaló sus pies en el suelo, la tomó de la cintura y embistió hasta el fondo, llenándola con una única y certera arremetida.
A Luna la cabeza le dio vueltas. Su sexo palpitó y se acomodó con gusto a la invasión, haciendo que se le secara la garganta para todo lo que no fuera gemir el nombre de Draco, que le prodigaba empellones deliciosos por asalto. Olvidando ya el estado de sus manos, Luna revolvió con sus dedos manchados de pasta de calabaza los mechones rubios de Draco, tiró de los botones de su camisa y se regaló los ojos con su pecho musculoso y sus brazos en tensión. Le acarició el cuello y los pectorales, los hombros y la espalda, deslizando las uñas por su piel de mármol, mientras él gruñía y empujaba dentro de ella perdido en un fervor ciego.
La sostuvo ante él expuesta, abierta y dispuesta, con las rodillas muy flexionadas y subidas, para que nada se interpusiera entre él y ella.
Desde su posición, Luna podía ver la espalda de Draco en tensión, incluidas las líneas rojizas fruto de sus arañazos, que empezaban a dejarse notar. Juguetona, bajó una de sus piernas hasta que su pie pudo presionar las nalgas firmes de Draco, que respondió con un gemido y una embestida profunda antes de incorporarse y mirar a Luna a los ojos. Él tomó su rostro entre las manos, ahogándose en sus ojos mientras su cuerpo no dejaba de moverse. Tal vez estaba siendo algo brusco… pero no le importaba en tanto ella no emitiera ninguna queja.
—Te amo. —Gimió Luna, revolviéndose cuando sintió que la liberación se acercaba. —Te amo Draco…
Fue todo lo que él pudo soportar. Se le cerraron los párpados en la última arremetida y tan pronto oyó a Luna romperse como fruto de un clímax brutal, él hizo lo propio, vaciándose dentro de ella, llenándola hasta quedarse vacío y agotado.
Ninguno se movió. Con mucha lentitud, Luna usó una de sus manos para acariciar la cabeza a Draco y la otra para mantener su punto de apoyo sobre la encimera. Le sintió recobrar el aliento poco a poco, respirando entrecortadamente contra su piel. En algún momento, Draco arrancó la camiseta de su cuerpo y la apretó entre sus brazos con fuerza, solo piel con piel. Compartieron el sudor y el calor. Los miedos, las angustias y todas las esperanzas que ya tenían… y las que todavía no se atrevían a tener.
Cuando él por fin estuvo listo, irguió la cabeza para mirarla. La besó con suavidad en la nariz y luego en la boca. Carraspeó. La cocina a su alrededor estaba hecha un desastre. El frasco de harina había caído al suelo, las calabazas sin cortar habían rodado lejos y la mezcla en la que Luna había estado trabajando yacía olvidada.
Tanto daba, decidió. La parte del pastel que había degustado le había dejado más que satisfecho.
—¿Cuánto falta para la boda? —preguntó con la voz ronca, acariciando las rodillas de Luna y bajándole las piernas con cuidado, asegurándose de que la postura no la hubiera acalambrado.
—Cuarenta y siete días.
Malfoy chasqueó la lengua, ayudándola a bajar de la encimera y entregándole, sin ningún arrepentimiento, las braguitas que le había quitado.
—Demasiado tiempo.
—Tú fijaste la fecha. —Luna le sonrió, recomponiéndose y mirando con ojos seductores como él se abrochaba los pantalones. —La culpa es tuya.
—Pues entonces, fuguémonos.
Luna se rio, sosteniendo la varita en ristre y señalando todo el desastre para que éste empezara a recobrar el orden por sí solo.
—Tu madre nos mataría.
—Para eso tendría que encontrarnos. —Draco esbozó una leve sonrisa. La primera del día. —Soy muy bueno escondiéndome cuando la ocasión así lo amerita.
—Oh, ¿y esta lo ameritaría?
—Veamos… —Agarró la mezcla y hundió los dedos en ella. Estaba casi tan deliciosa como cuando la había lamido directamente de Luna. —Poder llamarte mañana mismo mi mujer con todas las de la ley me parece un objetivo muy loable, si quieres mi opinión.
—Cuarenta y siete días, Draco. —Sabía Merlín que con todo lo que él mismo se había gastado ya en la ceremonia, la fiesta y el viaje de novios, Luna no permitiría que fuera de otro modo. —Has sido un despilfarrador desde que nos comprometimos, de modo que ahora esperarás a que llegue la fecha convenida y disfrutarás de todo eso sin lo que, según tú, ninguna pareja de magos decente podría casarse.
—Eres una aguafiestas. Tienes suerte de que me haya enamorado de ti y quiera casarme contigo, porque si no, ningún otro hombre lo haría.
Luna le hizo una pedorreta como respuesta, y entonces, Draco Malfoy lanzó una carcajada. Y después otra. Satisfecha, Luna le tiró el trapo de cocina y luego, fue hacia él, le besó en los labios, lento y con pausa, y le empujó en dirección al pasillo.
—Tienes restos de calabaza en el pelo. Y puede que en otras partes… ve a la ducha mientras yo termino la cena. No tengas prisa.
—Voy a estar desnudo y mojado, ¿seguro que podrás resistirte?
Ella lo pensó un momento, tocándose la barbilla. Luego sonrió.
—Ya sabes cómo me gusta el agua…
—Te doy cinco minutos antes de salir a buscarte. Desnudo y mojado, no lo olvides.
Draco apuntó con su dedo acusador, y sonrió cuando Luna fingió morderle. Caminó hacia el baño dejando un pasillo de ropa desechada a su paso. El gesto, ahora relajado, ya no reflejaba ninguna hosquedad. No estaba contraído, ni con la mandíbula tensa. De hecho, la boca se le había curvado en una sonrisa bobalicona y los ojos se le habían agrandado. Brillaban. Estaba despeinado y cubierto de una sustancia pringosa… pero se sentía contento.
Más que eso. Era feliz.
Quizá Alestuk, al igual que otros, había tenido razón en juzgar duramente sus acciones, él mismo lo hacía. Pero eso era parte del Draco Malfoy de antaño. Alguien que ya no existía. No pensaba permitir que la opinión de nadie, incluida la suya propia, ennegreciera el futuro que tenía por delante. Sobre todo, cuando este prometía un sinfín de múltiples colores.
—Ya estoy lista. —Oyó a Luna a su espalda. Después, la camiseta que había llevado puesta cayó al suelo. Y las braguitas también. —La comida aún tardará un rato… ¿estás bien?
Draco respondió tomándola en volandas y entrando con ella a la ducha. Una lluvia de agua cálida los empapó, mientras sus cuerpos se buscaban y abrazaban en un nudo cada vez más íntimo.
—¿Para ti? Siempre, cariño.
Y procedió al segundo asalto antes de la cena.
