Descargo de responsabilidad : Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a JK Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.
Nota : El drabble de hoy es un cambio de tercio… porque creo que en el universo DRUNA merecemos tener de todo :) y porque cuando pedí sugerencias -y las sigo pidiendo-, creo que una vez salió algo parecido… no todo será feliz, bonito y estable. Hay tantas luces y sombras, hay tanto potencial, tantas opciones… ¡es tan mágico escribir e imaginar a estar pareja…!
Por eso siempre volveré, aunque tarde y parezca que me he olvidado, prometo que no es así, y no saben lo agradecida que me siento, por esos reviews , por seguir esta historia, por marcarla como favorita, escribirme, pedirme que suba otro pedacito de nuestro pequeño mundo… ¡y releer mientras esperan con tantas ganas!
De verdad que no se hacen una idea de lo especial y maravilloso que es para mi saber que mi visión de Draco y Luna tiene tantos seguidores, y que mi manera de escribir sigue gustando y atrapando a pesar del tiempo transcurrido.
Prometo intentar publicar más seguido.
Entre tanto… espero disfruten y comenten este nuevo drabble . ¡Muchas, muchísimas gracias!
QUÉDATE
Draco no quería que se quedara. Luna no lo sabía. Lo había sabido en todo momento. Desde que tomara el transporte muggle para acceder a la zona no mágica donde él había alquilado aquel apartamento. Alquilado, sí, porque ni todos los galeones del mundo podrían haber hecho que él se comprometiera. Ni siquiera con una vivienda.
Lo había sabido al subir por la escalera exterior de incendios para acceder a la vivienda a través del pintoresco balcón, con aquellas vistas a las chimeneas humeantes de piedra, tan parecidas a las de esa película de la niñera con el bolso mágico que había visto con Hermione. El cielo nocturno de Londres, con su puñado de estrellas apenas brillante, el ruido de los coches, los sonidos de la gente que iba y venía, niños, perros, vida que se abría paso, incluso si Luna no era capaz de entender todas las costumbres y acciones que veía… visiones que en otra circunstancia la habrían maravillado, pero que ahora se le antojaban como un borrón que más que real, pintura húmeda escurriendo de un lienzo cuya imagen estaba ya tan desdibujada que apenas si se dejaba ver.
Porque Draco no quería que se quedara.
Y bien podía ser engañándose, diciéndose que aquello no importaba, que sabía a qué atenderse cuando había salido de su casita en lo alto de la colina, la confortable propiedad Lovegood donde había crecido y sido tan feliz y triste que los rincones estaban cuajados de recuerdos , buenos y malos.
Si. Engañarse era lo mejor. Draco no quería que se quedara en ese momento, como tampoco lo había querido al verla aparecer por su pintoresco balcón, tras subir por la escalera exterior después de haber tomado el transporte muggle para llegar hasta él. A su lado. A unos brazos que solo la recibirían durante unas contadas horas antes de dejarla marchar sin intentar si quiera impedírselo. Sin pedírselo. Sin sugerirlo.
Porque no, una vez más, Draco no quería que se quedara.
Pero saberlo no hacía que se le rompiera menos el corazón.
—La noche está muy fresca. —Dijo, como si eso pudiera sacarlo de sus cavilaciones, esas a las que siempre se entregaba en momentos como aquel, donde parecía que el vacío también se había apoderado de él. -Tal vez deberías conjurarte un jersey.
—Estoy bien. —Fue la respuesta de Draco. Sin más.
Luna no esperaba otra cosa, por supuesto. Hacerlo habría sido estúpido, y ella no era estúpida, aunque actuara como tal. Y lo hacía, desde luego, por eso estaba allí, enrollándose al cuello una bufanda color lavanda que había tejido con sus propias manos, mientras se aseguraba de llevar en el bolso la lata de alubias a modo de traslador que, una vez en el callejón Diagon, la llevaría a su casita. A solas con unos pensamientos que la torturarían durante días, haciéndola llegar, de nuevo, a la misma conclusión de siempre, a la sentencia que sabía que diría antes de desaparecer por el pintoresco balcón y bajar las escaleras exteriores de incendios, esas que le dolerían en el alma pero que, si bien luego no se acogería a ellas, pronunciaría creyéndolas.
Porque era la verdad.
Porque era lo correcto.
Porque Draco no quería que se quedara.
—No puede volver a pasar. No puedo volver a venir. No está bien. No puedo hacerlo. No puedo… no se lo merece.
No lo mencionó. No hacía falta. El nombre estaba implícito, igual que la verdad. Yacía allí, entre los dos, cobijándose a su lado en la cama cuando hacían el amor sin hablar, solo apretándose mutuamente mientras el sudor y el aire exhalado con una desesperación anhelante llenaba los cristales con un vaho que, por un instante, hacía que la verdad de cómo eran las cosas se empañara lo suficiente como para fingir que no la veían.
Pero lo hacían. Los dos. Quedó claro por la forma en que Draco reajustó el agarre del cigarrillo entre sus dedos. Aquel hábito muggle , que había ido convirtiéndose cada vez más en una adicción y solía ayudarlo a evadirse de los pensamientos a los que no quería -o no podía- prestar atención había terminado por fascinar a Luna, como casi todo lo que veía con él. Su cuerpo, delgado y esbelto, quizás demasiado fibroso, con las costillas visibles en una piel tan blanca que, cuando se quedaba muy quieto, le hacía parecer una estatua de mármol. El cabello rubio que caía largo sobre el cuello, pero que no se rizaba porque, en él, todo era recto, contrito, calmado. Draco no se permitía fallas de carácter. Ni apenas debilidades… salvo esos ratos robados, compartidos en la cama.
Hasta que Luna debía volver a traer la cordura y ser la que se daba la vuelta y abandonaba la estancia. ¡Qué irónico!, Pensó, y casi logró sonreír ante la idea. ¡Ella, la lunática Lovegood teniendo que ser la responsable de mantener un poco de aquella razón que siempre terminaba saliendo por la ventana cuando él volvía a llamar!
Por la ventana. Exactamente igual que haría Luna dentro de un minuto.
Porque Draco no quería que se quedara.
—Es un buen hombre. —Y tal vez lo dijo solo para remarcarlo. A lo mejor buscando, con desesperación, una reacción en él. Pero no encontró nada. Draco solo dio otra calada, mirando cómo el humo se perdía en medio de la noche, igual que los sonidos de los coches y las voces de quienes, abajo, en la calle, seguían adelante con sus vidas. —Me cuida. Me respeta.
Me quiere , pensó, dolida porque ella no correspondía a ese amor como debe. Como sabía que tendría que hacerlo. Él quiere que me quede.
—No deberías estar aquí.
Luna lo sabía.
—No puedo hacer esto más. No está bien.
Draco lo sabía.
Pero los dos mentían.
Con los hombros caídos, sus pertenencias sujetas en los brazos con firmeza y un dolor que tardaría días en simular que había superado, ella pasó a su lado y se buscará mirarlo antes de una pierna sobre el alféizar de la ventana que conectaba el interior del apartamento con el balcón, la escalera exterior de incendios, la calle muggle y la inevitable separación.
Draco no quería que se quedara.
Se había ido lo más lejos posible para demostrar que no quería nada. Ni a nadie.
—Si vuelves a pedirme que venga para después dejarme ir, me romperás el corazón. —Luna extendió su mano, pero no le tocó. Los ojos grises, fríos como el hielo de él la miraron un instante. Un segundo apenas. En él vio tanto, leyó tanto, que por un instante se sintió embriagada… pero fue tan solo un reflejo. Una leve luz titilante… como la de las estrellas que intentaban refulgir en medio de un cielo cubierto de nubes, que una noche más, amenazaba tormenta. —No puedo seguir viviendo así.
Él tampoco, pero no lo dijo.
Como tampoco dijo que su propio corazón, se rompía un poco más cada vez que ella bajaba aquellas escaleras y el sonido de sus pasos se iba perdiendo en la lejanía.
No le dijo que odiaba al buen hombre que la esperaba en casa, con el que sin duda ella debería estar, al que debería querer y con el que debería haber quedado a pesar de su última petición.
No dijo que aquella iba a ser la última vez, porque su fuerza y apenas si le llegaban para dejarla ir, y nunca era lo bastante fuerte para resistirse a verla volver.
Draco no quería que se quedara. Era verdad.
Lo que quería era correr tras Luna, tomar en sus brazos, cerrar los ojos y desaparecer… rumbo a ningún lugar ya cualquier parte donde pudieran ser quienes eran sin ser ellos en realidad.
Pero no fue eso lo que dijo cuando la luz de la varita de Luna, como un minúsculo chisporroteo en la lejanía, brilló un instante, llevándose luego de su vista, de su presente y hasta del aire que le quedaba para respirar.
En su lugar, conjuró entre los labios la sentencia que le pesaba en el alma, las palabras que sabía que le iban a condenar pero que eran tan ciertas y verdaderas como que no quería -ni podía- pedirle que se quedara.
Porque de decirlo ella lo haría. Y lo que él podía darle no era lo que Luna se merecía.
—Debes casarte con él, amor mío. —La colilla, la última bocanada de humor, sus esperanzas y los resquicios de felicidad que podrían quedarle, se esparcieron en el horizonte, perdiéndose a lo lejos, igual que había hecho ella. —Porque si no lo haces, terminaré pidiéndote que te quedes.
Y Draco no quería que se quedara.
No lo quería… porque no sería suficiente.
