A pesar de que no haya estado presente de forma activa desde hace meses, últimamente encuentro el fandom muy paradito. Como se anime un poco más, aspirará a parecerse a un velatorio XD
Elein88: No hay de qué mujer. Al final repercutió malamente en la obra, porque al escribirla con prisas, después tuve que gastar más de un mes en rectificar y pulir detalles para que quedase como verdaderamente me habría gustado -_-'
Pero bueno, la idea principal quedó plasmada para que la leyeras :P
Eria the guardian: Ay, los sueños de Thorin… En realidad con ellos quiero transmitir que el rey enano efectivamente tiende a padecer comportamientos obsesivos, es decir, está desarrollando una obsesión por la nízrim que quizás logre distraerle de otra más… dorada.
Numenoreano: Te doy la razón en que aparentemente es ilógico que Nyx les revelase su punto débil, pero es que dicha información tiene relevancia en el futuro.
Y los enanos están jodidos de todas formas XD
Vindictia: ¡Bienvenida! :D Tú tómatelo con tranquilidad. Asumo que llevo muchos capítulos para contar cinco días XD y van a seguir estando ahí, así que lee cuando puedas, y critica y comenta toooodo lo que quieras :P
N. del A.: En esta entrega se va a mencionar a dos Nithrái de agua. A una ya la conocéis, es Nereyn y no sé si en su día os sugerí una comparación para que pudieseis recrearla. Yo suelo mudarle a menudo el aspecto que baila entre la Aslaug de Vikingos y Olivia Wilde con un aire medieval. No termino de decantarme. Para la otra nithré pensé en la Charlize Theron del comienzo de Blancanieves y el Cazador (sí, para mi desgracia me la tuve que ver).
A Antares, el padre de Nyx, lo he concebido a imagen y semejanza del personaje de El Escorpión, un cómic europeo obra del dibujante suizo Enrico Marini; sólo que en mi fic, sus ojos no son azules, sino escarlatas.
En este (extenso y sustancioso) capítulo se van a desvelar muchos de los misterios (aunque no todos) que rodean a Nyx y su voluntad de entrar a formar parte de la Compañía. Es un episodio que me ha costado mucho desarrollar; espero que os guste y responda a la mayoría de las dudas que hayáis acumulado hasta ahora.
También os pido perdón por la prolongada ausencia, sobre todo porque entiendo que tras tanto tiempo sin actualizar es muy probable que hayáis olvidado muchos detalles que he ido desperdigando en las anteriores entregas y que ahora empezarán a cobrar sentido. Es lo malo de leer un relato en construcción -_-'
Hace más de un año que comencé a escribir éste, mi primer fic, y desde antes de publicar el cap. I. tuve en mente lo que se desarrolla en el que vais a leer a continuación, así como en los cuatro/cinco siguientes. Un año esperando para plasmar la idea original y primigenia que da sentido y origen a la historia. Un año con altibajos de motivación y desánimo (y recalco lo de un año porque ciertas noticias de actualidad podrían inducir a pensar lo contrario ¬¬).
De modo que agradezco el apoyo y fidelidad al presente relato a todos/as los/las que aún no os habéis descolgado, y a anitacm, que sé que me lee, desde las Sombras.
El prolongado abrazo que te regala tu padre, tras una salutación demasiado formal pero al uso en tu raza, te reconforta más de lo que esperabas después de un día para olvidar.
Su inconfundible olor a chimenea en noviembre, ese aroma a leña quemada, sombra boscosa y hojarasca, que siempre lo acompaña, es lo más parecido a la sensación de algo llamado hogar que conoces.
Llevabais un tiempo sin veros; desde vuestro último encuentro, allá por enero. Estuvo presente en la reunión que mantuviste en un pago a las afueras de Dol Amroth con tu antigua compañera, ahora Consuleia.
Nereyn sigue ligada a Eveno, pero hasta donde tenías constancia, la relación se había enfriado un tanto, pese a la firme voluntad de su hijo por perpetuar su vínculo. Aun así ella no te había olvidado, ni tú a ella. No obstante, una reconciliación se te antoja inviable; principalmente porque tú no quieres (aunque no se lo expresarás nunca en esos términos) y también porque su actual cargo no le permite más distracciones.
Fue elegida por un estrecho margen de votos frente a aquellos que apostaban por otro candidato, y debe acallar bocas disidentes y disconformes con su gestión.
Te encomendó algo a priori sencillo para cualquiera de tus congéneres, pero que para una empática como tú puede entrañar ciertas complicaciones. Y esas previsibles contrariedades se están dando, por mucho que las rehúyas con encono.
Una vez finalizada la audiencia y con tu padre camino de Rhudaur, Nereyn se te insinuó sutilmente: una noche fría antes de la marcha era más llevadera junto a un cuerpo cálido y conocido; mas no te vagó, así que declinaste cortésmente su proposición y partiste rauda.
Los mayores asentamientos de enanos se concentran o bien en las Montañas Azules o bien en las Colinas del Hierro. Nereyn te desaconsejó estas últimas puesto que ya había enviado allí hacía un septenio (y hacía cinco meses también) a otro par de empáticos con idéntico encargo. Y con bastante éxito, por cierto.
De modo que te encaminaste a las Ered Luin en busca de un reducido grupo de Naugrim que satisficiera las características que sabiamente la Consuleia y los cuatro prætores, uno por cada Gens, estipularon imprescindibles.
Esquivaste las rutas transitadas y las poblaciones, prefiriendo desplazarte entre el ocaso y el alba. No planeaste ninguna escala hasta haber arribado al primer núcleo enano. Sin embargo algo torció tu rumbo.
Bajo una anochecida gélida, tres truhanes yacen yertos en un promontorio rocoso sumidos en el charco pastoso de su propia sangre, y entre tus dedos un burdo pergamino escrito en lengua negra salpicado por unas cuantas gotas parduzcas.
Un alto precio por la cabeza de Thorin Escudo de Roble.
¿Ése no era un príncipe enano?
De Érebor, ¿no?
Sí.
Interesante que comprometan una recompensa por su regia testuz.
Asaz interesante.
Podría cumplir con los requisitos.
Podría.
Un día después, un viejo que más tarde resultó ser un Istar, se cargó en el Camino Verde a tres salteadores que tuvieron el mal tino de confundirlo con un vagabundo (lo cual era comprensible visto cómo viste). Portaban otra vitela pareja a la que tú te adueñaste.
Y sospechaste que ese octogenario insólitamente letal podría ahorrarte diligencias y conducirte hacia tu primer enano, como justamente hizo una noche de perros, cerrada y lluviosa, el 15 de marzo de este año 2941 de la T.E. en la aldea de Bree, en la taberna de una fonda de dudosa reputación.
Con tu trabajada desenvoltura para pasar desapercibida en lugares públicos no repararon en tu presencia dentro de aquel antro abarrotado: acodada en la barra junto a una barrica tras sacudirte el agua de encima, dándoles la espalda, pero pertinentemente enfrentada a un alambique de latón de lustrosa superficie que reflejaba deformada la escena.
Aún embozada, pediste una onza líquida del licor destilado por la bruñida alquitara que te hacía las veces de espejo, pero tu atención se fijaba en otro premio, desatenta de la diminuta copa en que te sirvieron, apropiada para no evidenciar tus colmillos.
Tu oído es fino, mas no a los niveles de un elfo, de modo que con el griterío del local (sumado a la risa desaforada y estridente de una oronda mujer entrada en años y sin clase ni modales) no captaste nada de la circunspecta entrevista que sostuvieron, pero sí te percataste de que no eras la única centrada en ellos: dos bergantes con pinta de dunlendinos que en dos intentos amagaron con abordar al tal Thorin. Por ventura, abandonaron la posada sin aguardar a que el viejo y el príncipe dieran por zanjada su plática, aunque tampoco duraron mucho más. Fuiste rápida con las gumías y te "alimentaron" durante tu breve estancia en aquel paraje.
Presumiste que tanto el Istar como el naug planificaron con sumo cuidado, detalle y secretismo su empresa, sin embargo tardaste poco en intuir que Érebor era su objetivo.
Y lo que dormitaba en su interior pasó a ser el tuyo, llegando a primar por sobre lo que te hubieron preceptuado tus mandos. Y más que una meta, se tornó en una obsesión, avivada por la demencia propia de tu especie.
Efectivamente el mago te exoneró de trasladarte hasta las Montañas Azules, pero te redobló el esfuerzo.
Trece enanos (al mediano casi que ni lo contamos), demasiados como para completar tu misión en poco tiempo. Escrutar sus habilidades y su personalidad eludiendo el contacto con ellos te obligó a permanecer cerca de la comitiva sin delatar tu posición. Al final, resolviste que lo más razonable era relacionarse directamente, elegir a los más aptos y deshacerse del resto.
Pero para una empática como tú esto último nunca resulta tan fácil.
—Y ahora explícame qué demontres ha ocurrido esta tarde durante la pelea —te exhorta tu padre en vuestro idioma con mirada severa, roto ya el abrazo.
—No llevo coleto.
Perplejidad que precede a la amonestación. —Eso lo aclara todo —suspira—. ¿En qué carajo piensas? Ya no vives en trío en una chocita adorable y sin quebraderos de cabeza. Olvida ese tipo de vida, tardarás en recuperarla. Lo que se nos echa encima será difícil de frenar.
Esta discusión no puedes ganarla, así que le das lo que desea oír. —Procuraré hacerme con una loriga en cuanto me sea posible.
—Más te vale —te sermonea inflexible alzando imperativo el índice.
Calla.
Se sosiega brazos en jarra observando a la niña de sus ojos a la que quizás sobreproteja en ocasiones. —…¿Cinturón nuevo? —señala con el mentón para destensar la conversación.
Asientes resuelta mientras se lo muestras mejor retirándote la capa. —De factura élfica. El otro tuve que desecharlo tras dejar Rivendel. Ardió mal, no quería que originase mucho humo.
—Conque Imladris… ¿Te trataron bien? —indaga un ápice preocupado posando sus manos en tus hombros.
—No puedo quejarme —admites encogiéndolos, desdeñando el recuerdo del insoportable dolor de cabeza que te sobrevino al cruzar el puente sobre el Bruinen—, bien que el brujo cascarrabias no me trague.
—Típico de Sōkrátēs —ríe por lo bajo.
Sigo sin comprender por qué ponemos nombre a gente a la que no tratamos.
—Si hubiese adivinado que ibas a pernoctar en la morada del Medio Elfo, te habría dado autorización para que le comunicaras la gravedad de la situación. Apenas podemos controlarla.
—¿Tanto se extiende? —cuestionas escéptica—. Bueno, de todos modos juzgué oportuno hacerle llegar el mensaje —le notificas, remembrando la expresión desconcertada de ese rubio anodino de Glorfindel. Mal rayo le parta.
—Exponencialmente. Si hace ocho años casi no había contagios, ahora es prácticamente imposible que no la contraigan. No hemos encontrado ni un solo caso de inmunidad desde el último, hace un bienio —informa llevándose una mano cansada a la frente—. Si sigue progresando a este ritmo, no nos dará tiempo ni a entrenar a aquellos que convirtamos para contenerla.
No erraste pues en avisar a Elrond, aunque fuera de forma críptica.
Una peste inició su propagación lentamente desde Forochel. Y la descubristeis por azar, justo antes de que varios de tus congéneres fueran a atacar una insignificante caravana de nómadas que viajaba a través de Jä-rannit para alejarse de Angmar.
Abortaron su acometida cuando uno de los integrantes del clan comenzó a comportarse de manera impactante, violenta y descontrolada, agrediendo a sus parientes sin motivo aparente.
Tus consanguíneos aplicaron la política de no intromisión que rige vuestra raza y no auxiliaron. En pocos minutos, el individuo diferencial malhirió a todos sus acompañantes.
Moribundos tiñendo de escarlata la nieve bajo la aurora boreal.
Se habría quedado en un episodio aislado, lamentando únicamente no haber sido los Nicrói los que se dieran el festín, de no ser porque al cabo de unas horas los supuestos agonizantes se levantaron. Algo había cambiado. LES había cambiado.
Tus colegas no daban crédito a lo que veían. Aquello no eran hombres, al menos no hombres normales. Su fisionomía se asemejaba más… a un orco.
Documentaron pormenorizadamente esta anomalía. Y como era deducible, la infección se transmitió. Despacio, debido a la baja densidad de población por esos lares, pero sin pausa.
—Y en ese caso, ¿qué resolución se ha dictaminado? —le sonsacas, aunque la barruntas someramente.
—Emigrar —remacha—. A las Tierras Imperecederas. Tanto si lo aceptan los Primordiales como si no.
—Las Tierras del Sol o las Tierras Oscuras también son una opción. Desafiar a los Valar es un suicidio. No creo que la Consuleia lo estime prudente.
—Lo creas o no, ésa es la decisión última e irrevocable en caso de que Ennor se torne inhabitable.
—¿Y cuáles son vuestras previsiones de que eso suceda?
Las Matemáticas y la Estadística siempre te han atraído, pero desde que emprendiste tu cometido, ignoras las variables que han entrado en juego en estos meses, con lo que las cábalas de que todo se fuera al cuerno en equis tiempo que en un principio calculaste pueden darse al traste si se han producido cambios sustanciales en la expansión de la epidemia.
No hacía falta estar dotado de la clarividencia de un noldo para darse cuenta de la magnitud del desastre. El silogismo era meridiano.
A mayor número de inficionados, menos humanos, menos sangre para vosotros.
Ya que nada os hace pensar que enanos, hobbits o incluso peredhil sean inmunes, pasaríais a depender prácticamente de la sangre que os surtiesen los elfos, a los cuales preferís no tocar, pese al recelo que os profesan. Por si acaso. Aunque lo más probable es que zarpen hacia Aman en masa si ven el asunto jodido y allá os las hayáis, pringaos.
Y dirás: siempre podríamos subsistir de los animales. Ya. Claro. Si los orcos infectan a los hombres y demás pueblos, transformándolos en semiorcos que adquieren su mismo patrón de conducta, cada vez que se afinquen en una zona, arrasarán con la caza y los recursos naturales, impeliéndoles a explorar otras áreas.
En una situación de conflicto por los recursos la consecuencia más lógica es el estallido de una guerra. Y ahí entráis en desventaja.
Los orcos poseen una bellísima cualidad: en combate (y no en simples algaras como la de hace un rato) no desertan jamás. Una vez dentro de su cohorte, no conseguirías hacerlos huir ni con aceite hirviendo. Sí, sus tácticas pueden resultar burdas, pero bien comandados, son un adversario cuasi indestructible. Y contra eso, vosotros no podéis competir. Básicamente porque os subyuga la ley de la supervivencia. Sálvese quien pueda. Una de las razones por la que no habéis participado en una sola contienda desde que el mundo es mundo. Habréis estudiado todo relato bélico que se haya narrado, habréis debatido las innumerables estrategias implementadas por ejércitos de toda índole, mas eso no os troca en buenos militares y vuestras pulidas técnicas de lucha cuerpo a cuerpo devienen inútiles cuando el enemigo os rebasa por miles.
De modo que la solución que más cuajó en las acaloradas disquisiciones argüidas por vuestros arcontes fue la de acoger en vuestro seno a criaturas visiblemente más fuertes y con sobradas aptitudes marciales, o sea, enanos. Porque los podéis comprar con sueños de inmortalidad y venganza hacia los huercos (eso les tira mucho).
Por desgracia, en ese sentido los Eldar son insobornables. Estos elfos…
—Altas —recalca grave—. Nyx, Annea ha volado literalmente desde las Landas de Etten hasta aquí para asistirte en tu labor, al igual que yo. Urge cosechar nuevas incorporaciones, fundamentalmente porque ya hay orcos en las Montañas Nubladas portando cepas mutadas que se manifiestan con mayor rapidez.
—¿ ¿En las Nubladas? ? —exclamas alertada. Ese dato se enquista en tu cerebro. De ser verídico, implicaría que en la escaramuza que librasteis este mismo ocaso hubiese podido haber algún orco infectado, capaz de haber inoculado la enfermedad a tus forzosos camaradas. Y la imagen inoportuna de Fíli sonriéndote mientras limpiaba su cuchillo en la hierba cruza fugaz tu mente.
Sacudes apenas la cabeza para esfumar semejante pensamiento inexplicable.
—Sí, en las Hithaeglir. Los orcos transmisores de la ponzoña se distinguen por su piel violácea en vez de verduzca o amarronada —reseña—, pero por precaución la Consuleia y los prætores han decretado que no se beba más sangre huerca. Que seamos inmunes a la mayoría de afecciones no significa que también lo vayamos a ser a esta plaga. Y más teniendo en cuenta que provenimos de una acción patógena similar.
—Esa directriz limitará mi margen de movimientos —adviertes contrariada—. Y alimentarme de animales va a ser complicado a medida que ascendamos a las cimas.
—Lo sé. Vas a tener que acelerar los trámites, y escoger con premura quién o quiénes se incorporarán a nuestras filas.
—Ninguno lo merece —replicas.
Mientes.
—¡Oh, vamos, Nyx! No te enroques —te reconviene irritado—. No disponemos de tanto tiempo como para tantear a todo enano que nos tropecemos en el camino y ya te has demorado mucho en obtener resultados con estos. Analicémoslos. Al mediano lo obviamos, por supuesto. Es más, no sé ni qué pinta en la expedición.
—Por lo visto es el saqueador de la Compañía. Y sin duda el más avispado y sagaz de todos.
—Si tú lo dices… —acepta sin el mínimo interés—. Veamos, los ancianos quedan indiscutiblemente descartados. Eso nos quita de en medio a… ¿tres? —enumera dándote pie a continuar.
Sometida a la visión expectante de sus rúbeos iris no puedes más que claudicar. —Balin, Óin y Dori. Tres.
Omites el gesto mínimamente sorprendido de tu padre al comprobar que has memorizado sus nombres.
—También eliminaremos al obeso. Sus condiciones físicas no se ajustan —pondera, provocando que te imagines al pobre Bómbur rodando colina abajo. Adiós, tío. Ha sido un placer.
No, no lo ha sido.
—¿Alguno más que se te ocurra sin tener que evaluarlo en exceso?
—Bífur, el tipo del hacha en la frente. Aunque buen militar, existe posibilidad de daño cerebral.
—Hum, ciertamente. No nos arriesgaremos —aprueba caviloso con el puño debajo de la barbilla—. ¿Alguien más?
Podrías soltar un "todos", pero te inclinas por evitar otra reprimenda de tu progenitor, así que niegas aséptica y prosigues con la relación de los más válidos.
—Los guerreros serían el grandullón de los tatuajes en la calva, el líder, el sujeto con el peinado en forma de estrella, el rubio y el arquero. Por ese orden.
—¿Inteligentes?
—Psss. Según la ocasión, pero me decantaré por un "no demasiado". Astutos, sí, pero doctos… Lo dudo. Los dos hermanos más jóvenes se han sentido afines a mí nada más integrarme, y eso que casi mato a uno a las primeras de cambio.
—Sabes que se debe a nuestro olor. No entraña que sean tontos, sino que la segregación de sustancias químicas les influye más.
—Me sigue pareciendo ilógico.
—No más que enamorarse. Y sin embargo tiene una explicación científica y un enorme peso para la supervivencia de cualquier especie —les defiende pragmático—. Sigamos, aún no has comentado nada de los otros dos que faltan.
—Uno es una suerte de escriba, que presuntamente debería arrogarse como un hombre culto, pero se circunscribe demasiado a la palabra escrita y en el campo de batalla es un completo inútil. Amén de que su complexión no es nada corpulenta. El que resta es una buena persona: alegre, positiva, un poco cargante a veces con tanta broma, pero derrocha cercanía y jovialidad. En definitiva, tampoco nos sirve.
—Cinco combatientes… —sopesa—. Necesitaría que avalases sus capacidades cognitivas. No podemos transformar a simples soldados. Estos deben gozar de un vasto intelecto, un nivel que los habilite para aprender y superar íntegra la instrucción. La erudición debería ser su siguiente prioridad.
Pues no sé tú, pero yo no los veo…
Yo tampoco.
—No apuesto por ello. El rasgo más loable del "mapa de tinta andante" es su ciega e inquebrantable lealtad a su causa y a su rey (lo cual no nos beneficia en absoluto). El "estrellao" es competente y sigiloso en el hurto, pero alardea de iletrado.
—Excluido entonces —te interrumpe momentáneamente.
—Y en cuanto al jefe y sus sobrinos, descienden de un linaje aquejado por una enajenación mental, una vulgar obsesión por las riquezas llevada hasta el extremo.
Un destello de curiosidad se refleja en los ojos granas de tu progenitor. Y ahora caes en lo que su cabeza está urdiendo a raíz de ese comentario inane. No en vano te supera por milenios de experiencia y razonamientos deductivos.
—¿Estás sugiriendo que adolecen de una especie de síndrome acumulativo paralelo al nuestro pero volcado hacia otra materia? Hmm… —rumia concentrado—. Entonces técnicamente sería más sencillo de lo que supuse. Simplemente bastaría con encauzar faccionariamente su patología en la orientación correcta —colige complacido—. ¿Color de ojos de esos cuatro?
—Verdes, azules, azules y marrones, si no recuerdo mal.
—Un agua, dos aires y un tierra. Buen aporte. Tu madre puede estar tranquila. Ningún converso enturbiará la noble Gens ígnea —ironiza.
Ruedas los ojos de puro hastío. La Gens de fuego siempre se ha considerado la más pura, hasta el punto de afirmar que no cuenta con ningún convertido, todos descendientes de una de los cuatro hermanos primigenios.
Sinceramente, tampoco te parece algo de lo que estar orgulloso. Fruto de ello la evolución de las facultades dentro de ese elemento ha sido más lenta que la de las otras tres Gentes.
—Decidido pues. Elevaré la petición de inclusión a Nereyn como mero procedimiento, pero viniendo de ti, no pondrá pegas. Se fía de tu buen juicio. En cuanto me dé su aprobación, iniciaremos el proceso y liquidaremos al resto.
—No —objetas taxativa—. Si hacemos eso, olvídate de ganártelos. Morirían antes que aliarse con quienes han asesinado a sus hermanos y amigos.
Tu padre se apunta con el índice la sien. "Bien pensado".
Pasea unos instantes de una linde a otra del collado con la diestra en la cintura y la quijada apoyada en la siniestra cual atril. Especulando, tramando, tejiendo un desenlace satisfactorio. Y al cabo:
—El Pálido Orco capitanea una horda. Antes de que arribaseis a la villa élfica, estaban acuartelados en la Cima de los Vientos; y si bien ya ha despachado varias avanzadillas, como la de esta tarde, el grueso principal no os daría alcance hasta haber rebasado el Paso de Imladris. Podríamos aprovecharnos de dicha tesitura —formula congruente—. Un ataque devastador, una ayuda providencial por nuestra parte en el momento oportuno, cuatro supervivientes con odio que se venderán a cualquier costo con tal de vengarse.
—Ese plan me cuadra más.
No te cuadra una mierda.
Organizada ya la conspiración, tu padre saca una bolsa de tabaco del bolsillo de su peto del que extrae un veguero fino, como los que te gustan a ti, y se acerca para que se lo enciendas con un chasquido.
Tras unas placenteras bocanadas (debe de tratarse de buen tabaco haradrim), se extraña de que no te adhieras al ritual, y palpándote una hipotética cartera, le confirmas que no te quedan existencias.
—Anda, toma —cede lanzándote el fardel de cuero—. Coge todos los cigarros, me apañaré con las hojas. A mí no me desagrada fumar en pipa.
Correspondiéndole con una radiante sonrisa de las que arroban corazones (y que por supuesto los enanos jamás tendrán el honor de admirar), introduces los seis puros en tu oxidada cajita metálica y le devuelves la talega.
Se pone a rebuscar en su macuto, que había arrinconado junto a las armas que viene blandiendo recientemente: un berdiche que sustituyó a su anterior partesana (que a su vez suplió a una arcaica bisarma) y un terciado, afilado como los dientes de un huargo.
—Te he traído unos cuantos suministros. En Ost Guruth, una aldea de Rhudaur donde llovía día sí día también (por Érebo, cómo eché de menos Umbar en aquel villorrio) encontré este jaez de tela. Enseguida pensé en ella para preservar la pólvora, ya que está impregnada con pez negra, una sustancia impermeable a la par que inflamable —explica entregándote el lienzo embadurnado—. Muy útil para que no se moje y a la vez poder utilizar tu poder comburente incluso cuando esté diluviando. Confeccioné unas faltriqueras en las que dividir la gravilla en porciones, a modo de pellas. No las malgastes salvo por imperiosa necesidad.
Te repantingas en un pedrusco del tolmo dispuesta a traspasar la pólvora de tu escarcela a los nuevos saquillos, entretanto tu padre continúa con su singular bazar.
—Igualmente me hice con un poco de brea para untar la vaina de tu sable. Si te enfrentares a algún orco infecto, inflama la hoja. Cauterizarás la salida de cualquier fluido contaminante.
Remoja un trapo de su zurrón en el tarro que contiene el alquitrán y envolviendo cuidadosamente la tizona con él, engrasa el interior de la funda.
—Quizás esto también te sea útil. Es un narcótico inhalatorio, un compuesto dormitivo que ha desarrollado Áurea, a base de amapola, opio, lúpulo y una dosis ínfima (pero ínfima) de beleño blanco, belladona y mandrágora, la estrictamente necesaria para que no derive en parálisis de los pulmones, colapso vascular e intoxicación —puntualiza—. Se trata de sedar, no de mandar a criar malvas.
Se te escapa un silbido. La herbología nunca ha sido tu fuerte, pero con esa composición sólo faltaría añadir estramonio y curare para rematar a un olifante. Mas confías en la pericia de Áurea. Su pasado como buena quendi todavía la cohíbe de dañar al prójimo.
Áurea es una conversa, alguien que en otro tiempo fue otra cosa, (concretamente una elfina, no sabrías determinar si avar o nando) pero que ahora pertenece a vuestra raza, porque como bien indica el término "converso", fue convertida, es decir, contagiada.
Los conversos son escasos. Se precisa la aprobación del Cónsul. Suelen postularse porque contribuyen con algo valioso al conjunto, conocimientos esencialmente.
En el caso de Áurea, sus dilatadas nociones de botánica y farmacología le granjearon la fama de elaborar ungüentos milagrosos y curas portentosas. Lo típico que difunde el populacho cuando no tiene ni puta idea de lo que habla.
En la Segunda Edad una comitiva de elfos que se desplazaba desde Laurelindórenan (hogaño Lothlórien) hasta Amon Lanc, en el recién fundado reino del Bosque Verde, fue asaltada y gravemente diezmada. Los orcos secuestraron a los pocos supervivientes silvanos y sindar para torturarlos. Sin embargo, dióse la afortunada casualidad (para Áurea, no así para los demás) de que uno de los tuyos merodeaba, y lo más importante, conocía su renombre.
Lo malo, no pudo impedir que aquellos engendros iniciasen sus tormentos. Lo bueno, se la birló a los huercos infligiendo sus convenientes bajas y el hecho de que sus fuerzas tanto físicas como anímicas estuvieran seriamente mermadas favoreció en suma para convencerla de pasarse al lado oscuro (vamos, a vuestro bando). Previo beneplácito del Cónsul regente por aquel entonces.
En su anterior vida tenía otro nombre. Tu padre lo sabrá seguramente, pero a ti se te da una higa. Se la bautizó como Áurea debido a su rubia cabellera entre dorado y platino y con eso te contentas.
—¿Qué has abonado por ello? ¿Alguna roca plutónica, un pedazo de meteorito, o algún tratado de vulcanología? —aventuras divertida.
—Aún no he pagado. Cuando termine el asunto de los enanos y corrobore que arranca su instrucción, le he prometido iniciar unas cuantas pesquisas.
Con un mohín incrédulo le incitas a proseguir.
—Hace unos años que están desapareciendo niños de las inmediaciones de Esgaroth. Cualquier vecino del lugar lo achacaría a incursiones orcas, o a que los infantes se extravían y acaban pereciendo a la intemperie por la crudeza de la región. Pero Áurea no opina igual, columbra que algo no huele bien. Y lo que le ha llevado a sospechar tan abiertamente como para pedirme que colabore con ella es que en la misma Ciudad del Lago ya se han "fugado" cinco críos en dos años. Desvanecidos. Ni cuerpos, ni pista alguna. La más absoluta nada.
Niños. Eslabones que consolidan la estabilidad y el control de la población. Intocables para tu etnia y (hasta que alguien demuestre lo contrario desenterrando cierto aduar del Lejano Harad) para ti también.
—Las familias los buscan por un tiempo hasta que desisten, pero pareciera que a la autoridad competente no le incumbiese el tema, lo que hace recelar de que en realidad lo estén tapando —apostilla—. Una mano negra que actúa amparada bajo su connivencia. Y el pueblo tiene cosas más perentorias en las que pensar, como por ejemplo en sobrevivir. Los víveres escasean y si unos cuantos desaparecen, menos bocas que alimentar.
—Los humanos están perdiendo su humanidad.
—Son tiempos difíciles, aunque no estoy muy seguro de que alguna vez los haya habido fáciles.
—¿Esgaroth dices?… Nosotros nos encaminamos hacia allá.
—Vosotros os dirigís pollas. Métetelo en la cabeza, Nyx. "Vuestro" viaje concluye en Cirith Forn, al otro lado de las Nubladas. Nadie alcanzará Érebor.
Un silencio incómodo surge después de la reprensión. Más calmado, acaricia paternal el contorno de tu rostro.
—Yo también soy empático, Nyx. Sé que habrás cogido cierto apego al grupo, pero no puedes infringir las normas. No otra vez, porque ya no podría encubrirte de nuevo —te previene comprensivo.
Comienza a clarear destacándose ya el amarillo de los piornos, y la brisa serrana penetra grácil en tus aletas nasales, despejándote de la pesadez de la noche.
—Debería retornar con los "aspirantes".
—Permaneceré próximo. Procura que no se metan en más problemas porque no intervendré hasta que no os acometan las huestes de Azog.
—Ah, se me olvidaba. ¿No has escuchado nada anómalo estas noches atrás? Me pareció oír un desgarrador alarido de ultratumba desde mi alcoba en la Casa de Elrond. Logró erizarme la piel.
—Yo también lo escuché. Y no me dio buena espina, pero no quería ausentarme de mi atalaya cercana a la ciudad élfica. ¿Un huerco haciendo de las suyas en alguna alquería solitaria? —conjetura sin mucho convencimiento.
Tu padre te estrecha entre sus brazos por segunda vez, reteniéndote un rato más. Notas su respiración sobre tu pelo, su inquietud tatuada en la presión con la que te ciñe.
—Sobrevive. —La despedida que acostumbra tu gente. ¿Qué mejor adiós que ése: adjurar un día más de vida en un mundo cruel y atroz, en constante peligro?
—Sobrevive —le deseas también, aferrándote todavía a su torso abrigado.
Y te liberas de su abrazo para volver al redil enano, volteando la vista para constatar que él se ha adentrado en el sotobosque.
"Sobrevive", reverbera aún en tus oídos.
No has conseguido tu ración de sangre. No has dormido tus tres horas.
Esperas que no te pase factura.
Tampoco has podido rastrear algún manantío en el que enjuagarte un poco del cuerpo y la melena la sangre huerca de vuestra anterior liza, así que con presteza te haces tantas trenzas como guedejas tienes, formando después un moño de complicada arquitectura, prendiéndolo con multitud de horquillas que portas en tu morral, herrumbrosas ya desde que las mercaste en un alfoz de Minas Tirith, cuando Isildur dio las tres voces.
No bien has aparecido por el campamento, retruena una estruendosa flatulencia de tu amigo, el gordaco acostado… Menudo recibimiento.
Sorteando silente a los durmientes para recuperar tu guadaña, divisas a Tim atenazado a su inseparable libro rojo. Cuánta pasión por la cultura. Te va a empezar a caer bien el chaval y todo.
Yo no me encariñaría demasiado.
Thorin, con unas ojeras tenues pero inusitadas bajo sus párpados, ya está en pie junto a Balin preparándose sendas tazas de achicoria para sobrellevar la amanecida. Te compadeces de ellos (bueno, de Thorin no tanto) pues precavidos, no han querido hacer fuego.
—¿Me permite? —solicitas al anciano mientras tomas su pocillo, encerrándolo entre tus manos durante unos instantes; fascinado al contemplar cómo en pocos segundos el brebaje comienza a bullir—. Caliente por la mañana entra mejor —te excusas entregándoselo con una tímida sonrisa.
Miras a Thorin interrogante, ya que lo más seguro es que ni se digne a mencionar que hagas lo mismo por él, pero para tu asombro ya te ha tendido no sólo su jícara sino otra para ti también. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Eru.
—Todavía tenemos una conversación pendiente acerca de tu desvanecimiento de ayer —entabla mientras da los primeros sorbos, breves, temeroso de escaldarse la lengua—. Y no creo haberte concedido licencia para escabullirte al término tu guardia.
Ibas a alegar cualquier memez justificativa cuando se personaron los menos madrugadores con sus respectivos parvos, requiriendo tus servicios de calentadora oficial sustitutiva de la lumbre. Qué majos.
Levantáis la albergada y otra vez en ruta.
Caminatas.
Caminatas.
Y más caminatas.
La proverbial resistencia de los enanos que acabarás odiando. Al menos puedes invertir el día en examinar a fondo a los cuatro candidatos y las relaciones entre ellos. Dwalin y Thorin no son hermanos sanguíneos, pero está claro que la compenetración es mayor que con cualquier otro. Hermanos de armas, o algo así que se comunican incluso sin palabras. En plan rollo telepático.
Asimismo has deducido que Kíli debe de ser el hermano menor, pues es proclive al esparcimiento, mientras que el rubio está más pendiente y avizor.
Ahora que lo observas mejor, su nariz se te antoja un poco grande comparada con la de Eveno, ¿no?
Bueno, ya sabes lo que dicen. Si grande es su nariz, más grande será su-
Ya vale.
Por si fuera poco con las pérdidas que sufriste debido al virote del arquero, el consumo de energía que disipas en mantenerte caliente vagando en climas fríos demanda más sangre de la que calculaste. Elevar tu temperatura corporal es algo instintivo. Deberías continuar practicando para reducir ese gasto energético en coyunturas de escasez de sangre, pero hay funciones que tu sistema nervioso simpático se empeña en ejecutar por su cuenta.
Por fortuna, un crepúsculo sepultado entre nubes os indica que debéis instalar de nuevo vuestra base para hacer noche. Balin recomienda un canchal de planta circular que corona un teso. No es exactamente una cueva, pero os ocultará. Además, el hecho de que el día haya transcurrido sin incidentes persuade al líder para prender una escueta hoguera con pinaza, de la que haces los honores ahorrándole a Nori el trabajo, el cual te lo agradece con una reverencia y un prescindible beso en el dorso de tu mano.
Éste está como muy pegajoso últimamente, ¿no?
Entretanto la camarilla está distraída en derredor de Bómbur, apremiándolo a que les emplate la cena, te allegas a Thorin.
—Debo hablar con vos.
El enano conforma un gesto de "adelante".
—Dadas las desavenencias acerca de mi idoneidad o no para salvaguardar a esta Compañía, y ateniéndome al contrato, considero acertado informaros sobre una particularidad de mi especie —te pausas, reticente aún a desvelar vuestros secretos—. Usualmente dormimos entre tres y cuatro horas al día, de un modo casi abisal; en cambio si nos saltamos nuestro ciclo de sueño, cuando conseguimos conciliarlo, estas horas se suman.
Thorin enarca una ceja en su línea de expresarse tácitamente: "¿y qué me quieres contar con eso?", viene a espetarte.
—Concretando: si por alguna circunstancia urgiese salir por patas, y yo continuase dormida-
—Te despertaremos mal que te pese —sentencia despótico.
—No, no habéis comprendido —le rebates cauta—. No nos despertamos. Ni aunque se desencadenase la Dagor Dagorath despertaríamos. Logramos suprimir las fases iniciales y finales del sueño, aquellas más ligeras; prolongando así la etapa intermedia y más profunda para aumentar las horas de vigilia por jornada, pero a costa de entrar en un estado de microhibernación, abstrayéndonos del entorno. Por lo que, si os tuvieseis que largar, dejadme en tierra. Yo siempre escojo descansar en oquedades o lugares donde pasar inadvertida.
Luego de unos segundos procesando tu confidencia, compone un ademán de conformidad. —De acuerdo.
—¡Nyx! Te vas a quedar sin probar bocado —vocifera festivo Bófur en confianza. Eso de que los orcos puedan dar con vosotros debe de darle lo mismo…
Para tu satisfacción interna, la charla que ha amenizado esta austera colación no se te ha estomagado. Las anécdotas del hobbit te resultan entretenidas y alientan a los demás a enlazarlas con sucesos curiosos que les acaecieron, de los cuales salieron airosos. Sobre todo los ancianos, Balin y Óin. Sientes aprecio por ellos. Son cultos y sabios y tendrían mucho que enseñarte. Khuzdûl lo primero, Medicina lo segundo. Te apenarán sus muertes. Pero no puedes contravenir lo dictado. Sit vobis terra levis.
Una de las alusiones que más te ha llamado la atención es que aseveren que el porcentaje de enanas respecto del de varones es sustancialmente inferior, lo cual según ellos es un auténtico inconveniente, si bien tú no lo valores así, ya que entre tus cognados la monogamia no es la única unión aceptada.
—Visto que vuestras féminas suponen un tercio del total, la poliandria estará muy extendida entonces.
—¿Qué es eso de la poliandria? —interpela Glóin.
—Estado de la mujer casada simultáneamente con dos o más hombres —defines, intuyendo que no debe de ser tan habitual entre los de su raza como presuponías.
Glóin monta en cólera. —Mientras viva, no consentiré que un solo enano se acerque a mi esposa con aviesas intenciones.
—Entiendo… —disientes malintencionada—. Permitidme que le confirme pues, señor enano, que su pueblo está abocado a la extinción. A largo plazo, pero extinguible al fin y a la postre.
Para qué habrás dicho más. Polémica al canto. Los más conservadores en contra y la muchachada a favor.
El hobbit, como ni le va ni le viene, permanece al margen de la diatriba, pugnando por que no se le agarroten los músculos a causa del frígido viento, despiadado y feroz que desciende de los picos.
—Bilbo, ven. Siéntate aquí —le instas señalándote entre ambas rodillas, cual tresillo—. Desprendo más calor que el común de los mortales.
El mediano duda sobre la conveniencia. Debe de haber confundido tus intenciones. Voto a tal, no se habrá figurado alguna inexistente connotación sexual encubierta, ¿verdad?
—Bilbo, estás congelado con esa chaqueta de chichinabo. Imagínate que soy el sofá mostaza de tu sala de estar frente a la chimenea.
—¿Cómo sabes que tengo un sofá en la sala de estar?
—No preguntes obviedades y ven a sentarte —le compeles.
El hobbit acata la orden con desconfianza.
—Relájate, mediano. No te voy a morder —le picas con burla para que se sosiegue—. …De momento. —Bilbo da un leve respingo inseguro, que apaciguas con una carcajada sonora y franca sin molestarte en disimular tus caninos.
—Hazme un hueco, Bilbo, que voy para allá —profiere un cada vez más apicarado Bófur.
—Lo siento, joven, pero los vejestorios tenemos preferencia —declara Balin levantándose fatigosamente y aproximándose a ti—. La humedad no le viene nada bien a nuestros huesos —aduce arrellanándose a tu vera para estupor de Thorin (y tuyo propio).
—Aye, asiento consternado —concuerda Óin imitando a su coetáneo.
Y en un pestañeo te hallas rodeada de enanos (esto es un canteo…) que buscan tu excedente de calor sistémico para resistir las frías temperaturas del clima montano, previo al de alta montaña más riguroso que os azotará en cuanto os avecinéis al Paso Alto, en las cumbres de la cordillera.
Al menos se han resistido unos cuantos, Thorin (cómo no; ése no vuelve a tocarte ni con un palo), el "tintas" y Bómbur (centinelas en ese turno), Glóin (¿por respeto a su señora?) y los sobrinísimos (por implícito mandato parental, supones).
Pero algo te escama.
Hace demasiado frío para el enclave donde habéis acampado y más aún en verano. Es atípico. Incluso puedes apreciar el vaho que exhaláis debido a las bajas temperaturas. Sitúas tu diestra frente a la boca para cerciorarte de que tu hálito se condensa en contacto con el aire glacial.
—Sí, a mí también me extraña que haya bajado tanto la temperatura —comparte Glóin desguazando las erres en respuesta a tus aspavientos.
—Quizás deberías atizar el fuego, Nyx —propone Kíli frotándose las manos, puesto que él no puede aprovecharse de tu irradiación como los otros.
Niegas imperceptible, dando a entender que te preocupa más dilucidar cabalmente el fenómeno antes que atajarlo sin más.
¿Qué factores pueden acarrear un descenso brusco de la temperatura en tan breve intervalo?
Infieres tres: la súbita aparición de un frente frío preludiado por un cumulonimbo de grandes dimensiones (como te ilustró Annea alguna de las raras ocasiones que habéis coincidido), un nicrón de aire forzado a valerse de su habilidad (y ya es raro), o el menos probable y más temible de todos, que por los alrededores ronde-
"Ring… around… the rosie…"
Te yergues rígida en tu postura sedente, causando que los enanos que te cercaban emitan parcas quejas por la repentina sacudida que ha interrumpido su caldeada comodidad.
"A pocket… full… of posies…"
—¿No oís eso? —inquiere Dwalin desde su puesto vigía, induciendo a que Thorin repare en ello y lo identifique inmediatamente como el origen de tu turbación.
"Ashes… ashes…"
Una canción que aprendiste en tu niñez, cuando viviste en Rohan. Fue compuesta anónimamente durante la Gran Plaga de 1636 T.E., tú aún no habías nacido. Una tonada plañidera y elegíaca que perdió su significado para convertirse en una nana con la que animar a los chiquillos a danzar en corro.
"We all fall down".
En cambio, lo que os llega es un lejano lamento disonante, desafinado adrede y desagradablemente sobrecogedor. Un escalofrío te recorre el espinazo y una rebelde lágrima de miedo resbala sin tu permiso mejilla abajo desde tus ojos desorbitados.
"Ring around the rosie…"
—Bilbo —te liberas como puedes de los enanos, alzándote presta y agarrando al mediano—, Bilbo, recoge aquello indispensable en mutismo máximo, ¡tomad el sendero y huid! —le acucias con voz muy queda, pero alarmada.
El hobbit te mira como si tuviese delante a un mendigo loco sin terminar de establecer si es prudente o no llevarle la contraria.
"What do you suppose we…"
—¡Huid! —conminas con un gritado murmullo a Kíli empujándolo por la espalda hacia la trocha pedregosa—. ¡Seguid la vereda, no os adentréis en la vegetación!
El pasmo es general. Ninguno se mueve. ¿ ¿Por qué no se mueven? ?
"Can do to fight the darkness…"
—Haced lo que dice —ordena Thorin; y seguidamente carga con las armas despreciando los demás bártulos.
—No vamos a irnos sin ti —se opone Tim—. ¿Qué haremos si no vuelves?
Ora a tu dios por nosotras.
—Ori —te diriges a él por su verdadero nombre, generando la extrañeza del muchacho—, si no regreso, continuad. Bajo ningún concepto desandéis el camino ni vayáis a buscarme. ¿Ha quedado claro?
"In which we drown?"
En un descuido, el hermano cano de Tim se ha asomado más allá del canchal para localizar la procedencia del cántico.
Lo jalas de espaldas contra una pared de roca, cobijándolo dentro de la sombra que ésta proyecta bajo la luz de la luna gibosa.
"Ring around the rosie…"
—Sólo es una niña desorientada que no debería andar sola por la alcarria de noche —te reprocha Dori evaluando exagerada tu reacción.
Fíli se ha arrimado con precaución al resguardo de un peñasco a escudriñar con detenimiento lo que apunta su amigo y queda petrificado ante lo que presencia.
A media legua, una adolescente, rubia, con el pelo largo, enmarañado y con grasientos mechones velándole la cara. La ropa, un camisón otrora blanco, raído en sucios arambeles. La piel lechosa tirando a cerúlea. Y esa cascada voz entrecortada, de una infantilidad siniestra y fingida, con retazos de jadeos de animal herido, que pone los pelos como escarpias.
"This evil thing, it knows me…"
Pero lo que le ha paralizado no es su aspecto artificialmente desvalido, sino sus movimientos.
Antinaturales, mecánicos, espasmódicos, como si padeciera una especie de ataxia locomotriz, como si tuviera todos los huesos del cuerpo dislocados. Una moción contranatural que confería a la criatura un aura de demente irrealidad, impropia de lo vivo.
"Lost ones around me…"
—Nyx… —Fíli no se atreve a preguntarte qué demonios es ese ser, porque quizás sea precisamente eso.
"Sobrevive", resuena sarcástica y amarga la voz de tu padre.
Aflojando el agarre al enano canoso, contestas fatalista, desesperanzada, cual condenada a la que el juez hubiese sellado ya su castigo y sintiese retumbar los pasos del verdugo en el cadalso.
—Dori, esa chica no está desorientada…
"You all fall down".
—Está muerta.
yout ub e (punto com barra) w at ch? v= gl 7O 8_k We Oc
