Salve omnes!

Aunque me he demorado más de lo que pretendía, esta vez no he tardado en actualizar cinco meses. No os podréis quejar XD

N. del A.: Los semiorcos, así como los espíritus de los muertos cuales entes errabundos, no son obra de mi invención, sino del gran Tolkien. Yo sólo me he propuesto adaptarlos.

anitacm: Muchas gracias por tus palabras :)

Elein88: Que la raza de Nyx sea misántropa no tenía por qué implicar que entre ellos no se comporten de forma afectuosa. Y con el padre de Nyx, al ser también empático, me podía permitir la licencia de caracterizarlo paternal. Me alegra que no te haya desagradado :D
Lo del color de los ojos para cada elemento lo había dejado caer pero no lo había expresado explícitamente. No obstante, temo desilusionarte porque Thorin sería aire (gélido), no agua n.n
Y lamento confirmarte que si no te gustan las películas de miedo, este cap. y el próximo te van a disgustar. Pero si prefieres no leerlos por si acaso, te los puedo resumir por privado XD

Espiral2.0: Creí que el cap. no te iba a gustar porque me estaba desviando de la historia original, pero sobre todo porque estaba introduciendo un elemento que, si bien ya fue creado por Tolkien, lo cierto es que no le dio mucho juego y podía resultar metido con calzador. Pero si te ha llamado la atención, me doy por satisfecha ^^

Earendil95: No te preocupes, mujer. Si yo, con que te siga enganchando la trama me conformo. Entiendo que con la universidad y el curro no tengas tiempo ni para respirar.

VictoriaMoon: Gracias, gracias y mil gracias por tus comentarios. Han supuesto un chute para continuar con el fic (en numerosas ocasiones me acosa el desánimo). Y si con él he conseguido que te vuelvas a "enamorar" del rey enano, con lo que te gustan los elfos, reto superado ;)

Vindictia Black: Thranduil, ese gran incomprendido. Siento confirmarte que tardará bastante en aparecer (más que nada porque llevo diecisiete capítulos –y los que te rondaré, morena- y aún no han llegado a Ciudad Trasgo XD Ya me vale n.n). Pero te aseguro que cuando lleguen a la corte de Mirkwood no pienso defraudarte.

Bueno, y después de verme la tercera película de El Hobbit tres veces en una semana, después de maldecir a Jackson y familia por lo que considero una cagada mayúscula para cerrar la saga, aquí os dejo un capítulo navideño donde los haya.

No, es mentira. Como advertí en el anterior, los próximos episodios van a ser duros.

Advertencias: El presente capítulo contiene escenas altamente desagradables de violencia extrema que pueden herir la sensibilidad del que leyere.


«El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas.»
(Eugène Sue. Los misterios de París).

Thorin despertó con angustia y zozobra bañado en sudor.
Y con una erección de caballo.
Por fortuna, arropado bajo la manta que disimulaba el máximo esplendor de aquello con lo que la naturaleza le había dotado, agradeció que los compañeros que lo rodeaban estuviesen roncando en armonía.

Procuró sosegarse mientras acompasaba el resuello luego de ese sueño tan contradictorio. Condenada hembra. También era ironía que albergase una mente privilegiada en un cuerpo de todo menos intelectual. Era evidente que lo había excitado, pero no le gustaba lo que implicaba, esa fijación con una muchacha que debería significar un comino y con la que sin embargo ya llevaba dos noches fantaseando.
Mahal; esperaba que la siguiente no versara sobre un cuarteto con sus sobrinos entre medias. Preferiría que le diese un infarto antes que delirar con semejante aberración.

Se pasó una mano por la cara para desperezarse sin éxito y observó que Ori estaba ya dormido, en posición fetal, apenas cubierto por una áspera frazada y aprisionando su libro de manoseadas tapas bermejas con ambos brazos sobre el pecho, que ascendía y descendía rítmico a consecuencia de la trémula respiración del amanuense.

La chica no había regresado todavía y eso lo conturbaba. Desde la conversación que mantuvo con el Medio Elfo en aquella sala porticada de su morada en Rivendel, se había propuesto impedir que la nízrim probase la sangre, a fin de que fueran mermando sus fuerzas día tras día y disponer de esa ventaja en caso de que tuviesen que enfrentarla.

Por eso le encargó la primera guardia junto con Ori, matando dos pájaros de un saetazo. Así el escriba también podría estudiarla más de cerca y sin cortapisas para anotar después cualquier curiosidad sobre ella.

Pero estaba visto que no podía resultar tan fácil privar a alguien de algo por lo que se ha estado especializando toda su vida en obtener. Se enfureció consigo mismo por creerse capaz de conseguir lo imposible y sólo deseó que no se diese nunca la circunstancia de luchar contra ella. Que efectivamente la joven se circunscribiese al contrato y cumpliese con su palabra, y que una vez ganada Érebor se fuese a tomar vientos dondequiera que su gente malviviese. Empero, pensar en su antiguo reino le hizo rememorar los calabozos en donde instantes antes había tenido con ella más que palabras, y balanceándose entre el sueño y la vigilia empezó a divagar con construir un harén donde encerrarla, con ricos tules damasquinados, almohadones de plumas de ocas, inmaculadas sábanas de satén, y encima de toda aquella parafernalia, la chica desnuda con expresión impaciente y seductora aguardándolo tras un duro y largo día abrumado por los ímprobos deberes de un soberano. Un idilio utópico que le llevó a sestear durante un par de horas más, sumido en la entelequia de vivir una ilusa relación, relajada y sin dramas con una Nyxiræ más o menos normal.

Ese último duermevela arañó para el enano algo de descanso de esas dos noches tortuosas. Se levantó de relativo buen humor, a la zaga de Balin, y no le molestó ver aparecer a la trasnochadora muchacha. Se podría decir que incluso sufrió un pasajero acceso de dicha cuando ésta calentó el desayuno de su anciano amigo, pues vislumbró una fugaz demostración de cotidianeidad, de compañerismo y de simpatía por parte de ella, que la semejaban a como él la había idealizado antes en su postrera ensoñación.

Pero Thorin era experto en controlarse y desechó aquel pensamiento fútil; si bien decidió que no se ensañaría con la chica, visto que el resto de la compañía e incluso su sobrino menor no parecían guardarle ningún rencor (a lo sumo reticencias). La trataría como una camarada más dentro de los límites que representaban sus particularidades. Por eso le tendió dos tazas, pero la amonestó sutilmente y sin acritud por su reciente comportamiento. Lo mismo que habría hecho con cualquiera de sus colegas. Al fin y al cabo, y aunque los látigos de mithril fueran o no su verdadero propósito, no se podía negar que estaba cumpliendo con su misión; a su manera, pero cumpliendo.

No obstante, no depondría la vigilancia a la que la estaba sometiendo y que él mismo, además de Ori, llevaba a cabo ladinamente. Un buen capitán debe conocer a sus soldados. No fuera a ser que luego lo traicionasen por la espalda.

Bilbo se sentía cómodo junto a ella, quizás porque no había intentado acuchillarlo todavía. Su natural idiosincrasia le impulsaba a mostrarse cercano a las personas, afable y acogedor, como buen hobbit. Y mientras la mayoría de los enanos al principio habían recelado (sabiamente) de ella, él fue el único que se preocupó de asistirla en el puente sobre el Sonorona o de amenizar con sus inestimables pláticas las horas muertas de paseos por el burgo élfico. A esa proximidad le había seguido la confianza, a pesar de que cualquier otro lo habría considerado una insensatez, su instinto le decía que ella no era tan mala (no andaba errado, en realidad sólo era una sociópata), que esa pésima fama sobre su especie se debía exclusivamente a que no había sido estudiada a fondo sino sólo en base a suposiciones no contrastadas. Por lo que a veces no se percataba de que debía moderar su interés, en ocasiones comprometedor sin intención; como cuando le insinuó que su color de pelo era poco corriente y ella eludió continuar por esos derroteros.

A Nyx no le gustaba su melena cárdena oscura casi negra. La había heredado por vía materna, pues la hermana de su abuelo, Nycte, aunque lisa, también la tuvo de ese color. Tuvo, porque murió hace una edad, uno de los pocos decesos registrados entre los Nicrói.

Por lo general cada nicrón manejaba su elemento con pequeñas variaciones, y dentro de cada Gens se daban diferencias. En el caso de la Gens ígnea el fuego más usual era el rojo anaranjado, que solía ser indicio de una mala combustión y del que todos sin excepción tenían potestad; pero también existían el fuego fatuo, de un color verdoso amarillento a causa de la inflamación de fósforo, y el fuego cyano o aciano, de un color azul violáceo, esto es, el que se obtiene tras una ignición perfecta al absorber todo el oxígeno circundante.

Nycte era de este tipo, capaz de producir flamas añiles; mas como todos los de su laya (contados con los dedos de una mano) con una limitación sustancial: al contrario que los comunes, no podía incendiar todo su cuerpo porque ese fuego era demasiado destructivo, un poder devastador. Si las llamas sobrepasaban sus muñecas, calcinaban piel y músculos, que además tardaban demasiado en regenerarse una vez extinguido. Lo aprendió enseguida y se ejercitó en dominarlo. Hasta que llegó un momento preciso en que no lo contuvo. Presa de la furia, en un arrebato se desbocó.

La tía abuela de Nyx pereció bajo su propia deflagración, cual pira en la que inmolarse.

La madre de Nyxiræ, Perseis, apodada Antania, creyó que su hija también habría heredado esta facultad, ya que la asoció a su color de pelo. Pero cuando transcurridos siglos y tras muchas presiones y entrenamientos, no pudo generar ni una triste chispa morada, Perseis, decepcionada, renegó de Nyx y desapareció de su vida durante cerca de tres centurias.

Su padre no aprobó la decisión de la que otrora fuera su pareja y permaneció leal a su vástago, a la que procuraba ver cada año.

Sólo después de que la antigua amante de Nyxiræ fuera elegida Consuleia, Perseis retomó la relación con su hija. Un poco por obligación, dado que nunca había simpatizado con Nereyn debido a que entre su prosapia se podían rastrear ascendientes conversos, pero enemistarse con la que iba a ostentar la máxima autoridad durante los sucesivos quinientos años no era la más acertada de las estrategias. Y en eso Perseis era erudita.

Pero por ventura para Nyx, Fíli salió al quite de la embarazosa situación en que Bilbo la había puesto con una pregunta a priori tan inocente y desvió la charla hacia lo extraño que era también que nacieran enanos rubios como él.

Por un breve instante, adoró a aquel nogoth que se asemejaba tanto al que antaño fue su otro amor, ese nicrón ácueo leonado de pelo largo y barba recortada. Recordó noches en derredor de la chimenea sentada en el suelo sobre la piel de un oso que hacía las veces de alfombra mientras se liaba un cigarrillo, con Eveno y Nereyn recostados a su vera dispensándose besos furtivos.

Un atisbo de felicidad, de serena rutina en la que intercambiaban conocimientos tras una parva cena. En la que entregaban sin reservas sus experiencias.

Como aquella ocasión en que Eveno creyó de verdad que iba a morir.

Había estado acechando a un reducido grupo de moradores de una pedanía interior de Anfalas, que emigraban movidos por las incursiones huercas cada vez más frecuentes. Se adentraron en un atajo que atravesaba un robledal. Y él estaba solo.

Una horda muy superior a la que cabría presumir para liquidar a cuatro infelices cercó el pequeño carvajal. Y él estaba dentro.

Se quitó de en medio a muchos, pero no fue suficiente. Lo aprehendieron entre quince de aquellos seres. Los que se habían centrado en los parroquianos primero.
Llegó a visualizarse decapitado por aquel hórrido orco lechoso, su cabeza separada del cuerpo rodando sobre el follaje (pum, pum, pum) hasta toparse con la raíz de algún árbol, saliente del suelo (pum). Y entonces reaccionó.

Así es como su etnia progresaba, a base de momentos puntuales en los que se está a punto de morir.

Eveno consiguió manipular el agua de la que estaban formados los huercos que lo habían apresado y la de su sayón. El agua molecular, de la cual desconocía su existencia por completo antes de aquello. Empirismo.

En un alarido desgarrador del que se juega su última carta porque ya no tiene más que perder, intentó captar todo lo que hubiera en redor de su líquido elemento. Los deshidrató en cuestión de segundos, convirtiéndolos en momias resecas. Evolución.

Pero eso consumió sus energías hasta el extremo. Culebreando entre la maleza del robredo alcanzó la senda donde los orcos habían masacrado la caravana.

Un sollozo casi inaudible bajo un carro volcado.

Un mozo de no más de dieciséis años agazapado entre los avíos diseminados. No le oyó abordarlo.

Por Érebo. Dieciséis años. Sólo dieciséis años.

Eveno no fue cruel. No tenía motivos. Era llana supervivencia. Un movimiento rápido con un brazo para levantar el carro y ya estaba encima. Incluso el púber fugazmente pensó que podía tratarse de un trasgo. No le dio tiempo a sentir más miedo del que ya había pasado, evidenciado por una mancha de orín en sus pantalones, expandida pernera abajo, causada por la visión por primera vez en su vida de lo que era un orco.

Pero el que hablaba ahora con ella no era Eveno; era Fíli. Y no quiso imaginarse a Fíli decapitado por un orco lechoso. Así que tornó a cambiar de tema, banalidades que se sucedieron durante aquella jornada apacible. Y aunque Nyx sabía que el rubito se estaba cohibiendo por la presencia de su tío, no obvió las discretas sonrisas que le prodigó cuando sus cofrades la flanquearon en busca de calor. Quizás a él también le habría complacido hacer lo mismo. Y a Thorin, y a Kíli. Quién sabe.

Y sin embargo, todo eso se fue al cuerno gracias a la aparición estelar de una tenebra, que tuvo la deferencia de anunciarse cancioncilla siniestra mediante. Suelen ser bastante inoportunos esos bichos.

Nyx evaluó que cuatro potenciales candidatos valían más que una nithré ígnea. Pero lo que de verdad pesó fue recrear otra vez involuntariamente a Eveno (a Fíli) descabezado.

El impávido guerrero que era Thorin se hizo añicos al fijarse en la lágrima que rebasaba los desorbitados ojos de la chica, expresando una pavura e impotencia inusitadas. Un escalofrío lo sacudió al comprobar que una persona impasible como ella pudiera aterrarse, y más que un mal presagio fue una confirmación de que no podrían vencer a lo que fuera que iba a atacarles.

Los Nicrói los denominaban Tenebræ, pero tenían otros nombres, eso dependía de la cultura. Si ella les hubiera dicho Dwimmerlaik, los enanos se habrían quedado igual que estaban. Un jinete rohir en cambio habría corrido despavorido. Y si hubiera articulado un escueto "tumulario", a Bilbo le habría dado un paro cardíaco. Poco útil. Así que cuando entrevió que Thorin intuía la amenaza, lo aprovechó y les obligó a huir.

No bien Bófur, el último, se hubo alejado por la trocha volteando la vista atrás para confirmar que lamentablemente la joven no les iba a seguir, Nyx se cruzó la vaina de su estrecho sable de corindón a la espalda y se aseguró de que las fundas de las gumías se encontraban bien trabadas a su cinturón. Se agachó para coger un puñado de tierra que dispersar al viento, reclamando a su padre.
Enarboló su guadaña con la izquierda y en la diestra afianzó el machete orco que se agenció en la escaramuza del ocaso el día anterior. Lo estaba demorando, pese a que hacerlo mermaba sus ya de por sí escasas posibilidades de salir viva de ésta si su progenitor no comparecía.

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Los Tenebræ eran una anomalía, un error de cálculo en la creación de Eru. Un ente que no debería existir porque ya estaba muerto y que sin embargo podía vagar por toda la eternidad.

Un día se comete un crimen atroz, impensable, inconcebible, un asesinato que ni los orcos serían capaces de esbozar, y de resultas que la víctima en vez de descansar en paz luego de tal sufrimiento, se transforma en algo que temer más que al propio asesino. Manda narices.

No le afecta que el cuerpo en el que se halle encerrado sea mutilado, aplastado, quemado… que quede inservible para continuar desperdigando sus atrocidades entre los vivos. No importa. Ese espíritu se elevará en el aire, poseerá otro organismo, generalmente el antropomorfo más endeble y frágil del entorno, y comenzará de nuevo a perpetrar en otros desdichados idénticos actos a aquellos que padeció antes de expirar.

De manera que la única forma de contenerlo es enterrarlo a gran profundidad para impedir que su alma se libere. Que un nicrón térreo abra la tierra y se lo trague. Cavar una tumba que ni la erosión haga aflorar.

Pero hasta que su padre acudiese al rescate, Nyx tenía que lidiar con un ánima indestructible; y nada le garantizaba nada.

Apenas había claridad con la luna gibosa creciente afanándose por destellar entre el celaje que preludiaba una tormenta no muy tardía.

Caminó hacia aquella abominación, sombra de lo que no haría mucho seguramente fue una muchachita, que reiteraba su tétrica nana como la pescadilla que se muerde la cola. Autómata, mecánica, distraída.

Nyxiræ se aproximaba a ella sin prisas, pero no planificaba cómo combatirla, su cerebro se había rebelado tras la consecuente inyección de adrenalina que segregaron sus glándulas suprarrenales ante la sensación de peligro, y en vez de analizar la coyuntura, se dedicaba a emitirle imágenes de lo que acaeció en el Lejano Harad.
En cierto modo, existía una conexión. La nízrim creó otro ser como el que ahora se movía desencajado a menos de una milla, fruto de una calculada represalia.

Ver a ese engendro con la maraña de pelos sobre la cara le revolvió el estómago, como ese día en que presenció en la distancia cómo ejecutaban públicamente a su amiga (pese a que nunca la llamó así porque no estaba habituada a usar ese término para con individuos de otras razas).

A pedradas.

Llegó tarde para rescatarla de la marabunta fanatizada con ganas de romper con la rutina asquerosa y perenne en la que se hallaban inmersos en aquel poblacho.

Llegó tarde.

Llegó cuando ya no era más que un guiñapo sanguinolento zarandeado a merced de un oleaje de piedras y guijarros, semienterrada hasta la cintura para que no pudiese escapar de su lapidación, con los antebrazos atados a la espalda, que se quebró luego, y con el pelo suelto, apelmazado como una venda pastosa a lo que antes fue una cabeza (un precioso rostro atezado, de enormes y vivaces ojos azabaches). Los muy cabrones.

Pero el subconsciente de Nyx era complejo. No le estaba enviando esos recuerdos por casualidad. Los estaba mandando porque dicho episodio desencadenó una cólera infinita, e incontrolable en aquel momento, que originó que la nízrim prendiese completamente en una llamarada azul violácea arrasando con lo poco que había a su alrededor en medio del desierto, alejada del oasis donde se ubicaba el aduar en que su amiga haradrim languidecía entre vítores.

Y allí, desnuda y desamparada por la pérdida, Nyxiræ no feneció como su tía abuela.

Una vez se le hubo pasado el pasmo por lo que acababa de ocurrir (evolución generacional pura y dura), determinó no carbonizar a los aldeanos ipso facto. Lo juzgó un castigo irrisoriamente exiguo. Y diseñó con mimo y tiempo, porque le sobraba, cómo impartir venganza.

Y ahora su mente la estaba preparando para acometer con ira y rabia, intentando contrarrestar la titánica fuerza que generan los Tenebræ. Porque efectivamente en el transcurso de esa milla, la lúgubre adolescente ya la había avistado y se precipitaba hacia Nyxiræ con la mandíbula desacoplada y abierta en una profunda oscuridad chirriante.

Y Nyx la encaró exhibiendo las fauces como la pantera grabada en el libro de Bilbo.


Antares se hallaba encaramado en la copa de un pinsapo, semiescondido entre las ramas de gruesas hojas aciculares. Las tinieblas de la noche y de las vecinas nubes de borrasca contribuían a su camuflaje.

Un suave soplo de brisa transportó briznas secas y granos de arena.
Y un mensaje.

Nyxiræ lo volvía a convocar. El nicrón térreo se inquietó. No hacía ni un día que había hablado con su hija, conminándola a que los enanos no se metiesen en más líos. Y ella era bastante competente como para sortearlos.

Saltando ágil del pinsapo a un pino negro y de éste a un acirón, se detuvo al ver a la comitiva de enanos marchando raudos por el sendero pedregoso que ascendía. Entre ellos no viajaba la muchacha.

Algo no iba bien.

—Thorin, no podemos abandonarla —disentía Bilbo sin subir el tono de voz, no fuese a interpretarse como un agravio.

—Ella ha dicho que se encargaba —sentenció el líder— y prácticamente nos ha obligado a jurar que no retrocederíamos, ni siquiera por ella.

—Muchacho, Nyxiræ es una luchadora experimentada —terció Balin—. Tú mismo has tenido ocasión de corroborarlo desde que está con nosotros. Seguro que lo resuelve todo y nos da alcance en unas horas. —El anciano buscaba calmar así los ánimos de los más jóvenes.

Con tiento, Antares procuró acercarse a ellos sin delatarse y lo que escuchó le esculpió en el semblante una mueca de pavor.

—Tío, esa criatura no era un orco cualquiera al que degollar a la mínima de cambio —se quejó Fíli—. Nyx estaba asustada. Jamás pensé que algo pudiera impresionarle de esa manera.

—¡Por favor, si se cargó sin titubear a tres trols ella solita! —clamó Kíli—. Si ese ser le ha provocado esa reacción es que definitivamente necesita nuestra ayuda.

—¡Basta! —bramó Thorin—. Si nos ha forzado a huir es que sabe que no tenemos ninguna posibilidad de vencer a esa… —enmudeció unos segundos dudando en concluir la frase— niña muerta. —Y lo soltó como si escupiese esas palabras, como si al susurrarlas se chocase con una realidad tan irreal como aquélla en la que los muertos andaban. Y si eso era cierto, la chica se iba a batir contra una tesitura peor que la que él había temido durante su reunión con Elrond, porque si ya le parecía asaz arduo acabar con un ser inmortal, ¿cómo se puede matar lo que ya está muerto?

El rey enano remembró la rebelde lágrima que surcó la mejilla de la joven y un suspiro cansado se ahogó antes de ser exhalado. Una congoja que no se arriesgaba a definir (porque no quería admitir que la chica le estaba llegando a importar aunque sólo fuese por devolverle el favor de haberlos salvado tantas veces) lo anquilosó mientras sus compañeros más sensatos se sumían en la desazón de la evidencia, a pesar de que Dori deseaba seguir creyendo que ese monstruo sólo se trataba de una zagala pobre y desorientada.

Su líder tenía razón.

No le estaba negando el auxilio de trece (o catorce) bravos guerreros (bien que en su fuero interno era consciente de que ni la mitad lo eran), estaba evitando una matanza.

Pero Antares ya no estaba allí para contemplar la contrición en los ojos del adalid ni cómo la compañía reanudaba la marcha, renuente, arrastrando las botas. Sus pies no tocaban las ramas, ni tan siquiera el suelo, cuando entendió que debía ser más veloz. Su hija, su única hija, iba a morir.

Plantando batalla, eso sí. Porque si bien Nyx siempre había enmascarado su empatía con un velo de indiferencia que relativizaba la importancia de las cosas, ahora tenía demasiadas motivaciones para sobrevivir. Quería alcanzar la montaña, necesitaba saber la Verdad, el Origen. No estaba dispuesta a sucumbir ante algo inexplicable. De palmar, lo haría chulamente bajo la gran calamidad de esa época. Al menos ése era el pensamiento que la sobrevolaba, pues prefería suprimir aquél que le sugería una vida tranquila e intelectual, en una chocita junto a un arroyo… junto a un hombre más bajo que ella forjando en la fragua con el torso perlado de mador.

No era momento para memeces.

No debía cortarle la cabeza ni desmembrarla enteramente; no era un remedio, era un parche. El hálito se infiltraría en el humanoide más débil de los alrededores.
Oh, no.
Tim.
O Bilbo.

El primer envite consistió en lanzarle la faca huerca entre ceja y ceja. Certera. Un crujido de sandía madura estrellándose contra el suelo.

Sólo fue una distracción para que la piltrafa invirtiese unos segundos en deshacerse de aquel estorbo en su frente. Su verdadera pretensión era insertarle con ambas manos la punta del mango metálico de su dalla en pleno esternón, como hizo. Y gracias al empuje, cayó sobre ella y ancló a la fantasmagórica figura al terreno… Por breves instantes.

Nyx perdió así una de sus armas favoritas.

Inmovilizado, el ente la mesó el cabello desbaratando el moño de laxas trenzas que tan conveniente habría resultado durante la refriega. Las guedejas empezaron a taparle visión. No quería aflojar la guadaña, procurando mantenerla clavada a tierra el máximo tiempo posible. Pero la capa vegetal era superficial y el rejón apenas se había hincado en el granito.

No vio venir un golpe seco lateral con el antebrazo que la tenebra le propinó directo a la oreja derecha, el cual no sólo la derribó rodando y bajándola del cadáver animado, sino que la aturdió al perforarse el tímpano por el impacto.

La estantigua dobló el asta y la extrajo de su tronco. Pero la nízrim no asistió a la escena como mera espectadora. Aún tendida sobre el dorso, logró desenfundar una gumía y horadarle la cuenca del ojo. Un humor viscoso la enfangó y un hedor a podredumbre inundó su olfato, mas la adolescente atenazó su brazo en dos puntos antes de que pudiera retraerlo y aplicó un esfuerzo de cizalla.

"Estás jodida", le dijo una voz a Nyx en su cabeza.

Lo estaba.

El radio y el cúbito se fracturaron con un chasquido audible, y uno de los huesos apareció salpicando feral, desgarrando la carne y la tela de la manga. No pudo reprimir un aullido de bestia herida.

Tuvo que desasirse de la gumía, todavía incrustada en el cráneo de su huésped. Se impulsó con el otro brazo para ganar algo de espacio respecto su oponente y levantarse mientras aquel despojo se libraba del cuchillo corvo arrojándolo lejos. Debía recolocarse los huesos con celeridad si quería que la regeneración comenzase. Pero la tenebra arremetió antes.

Mierda. Aunque Nyxiræ era ambidextra, la empuñadura de su sable estaba dispuesta para el brazo ahora tronchado. Sólo le quedaba una gumía y un dalle torcido e impracticable. Y si se aventuraba a patearla, terminaría con la pierna igual que el brazo.
¿Y si huía? ¿Y si se alejaba de allí como alma que lleva un diablo? ¿Y si se olvidaba de la misión y dejaba a los enanos a su suerte? Y si nada, porque la lóbrega chiquilla ya había elegido víctima para su macabro y demente ritual.

La estaba sainando. La arteria interósea posterior del antebrazo derecho había sido lacerada por los huesos. Con la diestra colgando, chorreando sangre abajo, blandió la daga con la zurda a la defensiva, trazando hipotéticos semicírculos que buscaban establecer una separación. Pero a las claras era en vano, retrasando una embestida inevitable.

¿Por qué su padre tardaba tanto?
Lo cierto es que por desgracia no estaba tardando, es que apenas estaba durando nada contra ese ser. Su balrog particular, su Parca de un solo ojo.

Describió una finta fingida para que la finada se la creyese, y si bien ésta consiguió aferrarle la muñeca izquierda, Nyx le asestó una patada limpia en la rótula que se descoyuntó hacia atrás, cual pata de gallina. Aquel andrajo perdió el equilibrio desplomándose… Pero sin desligarse de la articulación de la nízrim.

"Te has equivocado", recapacitó.

Y tenía razón.

Cuando la tenebra la desproveyó del puñal debido a la presión que ejercía sobre la muñeca, la mano ya desarmada de la nízrim fue a por la cara de su rival para frenar su acercamiento en un vesánico intento de descuajarle la mandíbula. Pero no tuvo suficiente fuerza. Y su contrincante sí. Cerró los dientes como un cepo.

Un chillido de dolor.

Las gotas de sangre se esparcieron anárquicas y aquel esperpento grotesco deglutió su trofeo con una repulsiva sonrisa alelada de extremos irregulares hasta casi las sienes.

Le había amputado el índice, el corazón y el anular. Tres dedos. Adiós a la función prensil en la zurda. Adiós a todo.

La tumularia dilató la boca en una abertura de márgenes difusos, manchados sus ennegrecidos dientes con la sangre derramada de Nyx, acorralando a su presa; mas se detuvo en seco, como si se hubiese estampado con un invisible cristal.

O con un espejo.

Como los que siempre guardaba su padre en su macuto. Antares los había sacado en cuanto divisó la refriega entre su hija y aquella desfiguración, esgrimiéndolos desde lo lejos. Los espejos eran como portales que bloqueaban las almas que ya no animaban su continente primitivo, disminuyendo su hercúlea potencia.

Y en ese instante, deus ex machina, la tierra tembló resquebrajándose, engullendo entre gabarros y grava al engendro que seguía sujeto a Nyx. Ella bregaba por afianzarse a un lado de la hendidura para no ser remolcada dentro, y en esa pugna en sentidos opuestos en que, entre gañidos roncos, el fantasma corpóreo se negaba a desengancharse y la nízrim tiraba ofreciendo resistencia, se le dislocó el hombro con un sonido sordo.

"No te rindas". Ya no discernía si era su propia voz, o la de su padre en las proximidades. Se estaba mareando por la pérdida de sangre, por el tímpano roto. Un vahído peligroso encontrándose a las puertas de un precipicio.

Pero por supuesto, Antares no iba a permitir que su hija fuera sepultada viva.

Agarró a Nyx por la cintura y con su terciado, el nicrón cercenó de un tajo la extremidad de aquella deformidad que aún atrapaba a la joven, y selló la falla.

Cualquier lego calificaría de demasiado fácil el papel del nicrón térreo, empero aunque ahora sostenía a su niña entre sus brazos jadeando aún, apoyando la espalda de la chica contra su pecho para situarla en postura sedente, él no había cesado de soterrar a la tenebra hacia estratos más abisales e insondables, cual si le labrase un sarcófago de piedra, a costa de gastar una ingente energía.

—Estoy aquí, estoy aquí —repetía en su idioma acunándola.

Cuando segundos después todo se sosegó, Antares reparó en el daño infligido. A primera vista, una fractura abierta hacia el tercio distal de la diáfisis en el antebrazo derecho, extirpación de tres dedos de la zurda cuya reconstrucción ya se había iniciado, y luxación de hombro izquierdo. Rezaba a no sé qué Vala por que no tuviese ninguna hemorragia interna.

—Nyx, esto te va a doler, pero debo actuar presto.

La muchacha asintió levemente y Antares, depositando un suave beso sobre la alborotada cabellera de su hija, la despojó de la vaina, la esclavina y la capa a sabiendas de que el frío montano aceleraría un agravamiento, mas debía eliminar estorbos.

Rajó la manga derecha de la blusa bruna de la joven a modo de trapo y se la metió en la boca para que mordiese. Seguidamente, con precisión de cirujano encajó la cabeza del húmero izquierdo en la cavidad glenoidea del hombro.

Nyxiræ lo aguantó, pero comenzó a hiperventilar. Entretanto, ya había recuperado la membrana del oído, y se empezaban a distinguir las primeras falanges y tendones flexores de los dedos comprometidos.

Pero el peor trago todavía estaba por superar.

Había desplazamiento de los huesos implicados en la fractura, con acabalgamiento de los segmentos del radio y cúbito. Debía practicar dos incisiones y desbridar metódicamente todas las capas (piel, tendones y músculo hasta llegar al hueso) para tratar de emplazarlos mediante tracción y contracción en su sitio, a fin de que se regenerasen correctamente sin derivar en una rigidez irreversible del codo o la muñeca, o en una perjudicial sinostosis radicubital.

—Hazlo ya —rogó la chica—. No podré retener más la curación. Si sana mal me limitará para pelear.

Su padre se alzó y se desprendió de su abrigo y de su sombrero de tres picos; fue a recuperar una de las gumías que abarró la tenebra, y tendiendo a Nyxiræ encima de su capa y de su capellina a modo de almohada, se inclinó sobre la herida.


Un grito distante rasgó la noche, y ese ululato quejumbroso y femenino, el tercero que escuchaban distorsionado por el viento, arrancó al jefe enano de su abismo.
"La trataría igual que al resto de sus compañeros", se había impuesto. Y él habría luchado por cualquiera de su grupo. Hasta el final. Porque todo lo que hacía, lo hacía por ellos.

—Dwalin y Bífur, conmigo —ordenó para sorpresa de todos—. Balin, tú guía a los demás hacia el Paso Alto.

—Ni hablar, tío. Nosotros vamos contigo —se empecinó Kíli.

—¡No! No sabemos a lo que nos enfrentamos. No pienso exponer a toda la compañía a-

—Por esa regla de tres no deberíamos ir ninguno —interrumpió Glóin con su marcado acento—. Thorin, no pretendo ofenderte, pero deduzco que ni tú estás convencido de que vayáis a derrotar a lo que sea que fuera aquello vosotros tres solos. Cuanto más deberíamos ir todos. La unión hace la fuerza —apostilló grandilocuente (y necio, y exaltado de fraternidad), lo bastante como para enardecer al resto.

El rey naug contempló a su grey con un mal disimulado gesto de orgullo por contar con tan leales compañeros, pero se resistía a conducirlos a una muerte que se le antojaba segura, al menos para alguno de ellos.

—Concedo que la mejor estrategia es comandar un equipo de élite compuesto por los mejores soldados, pero si caéis, nos veremos diezmados para protegernos contra más ataques orcos… —coligió Ori—. Y para tomar la montaña.

—Y yo no puedo… ¡No! No quiero soportar el peso de una corona sin reino antes que tú —remató Fíli.

La mirada celeste de su sobrino mayor lo conmovió. Se acercó a él y asentando una mano sobre su nuca, lo atrajo y juntó paternal su frente con la suya, cerrando ambos los ojos en comprensión mutua.

—Está bien —aceptó—. Pero ésta es la consigna: si no conseguimos reducir a esa criatura, debéis poneros a salvo. No quiero heroicidades.

Y dicho esto, desanduvieron el camino.


Antares permaneció abrazado a su hija un rato después de la precaria operación del antebrazo. Aguardó a que la regeneración se hallase más avanzada, reacio a desatenderla en ese estado.

El mundo parecía haberse vuelto loco en una noche, porque lo cierto es que entretanto intervenía a Nyxiræ, el polvo que el cierzo suspendía le comunicó otro aviso procedente de Annea, cercana al Paso de Imladris.

Era urgente.

—Nyx —murmuró.

La muchacha profirió un mohín: "¿sí?", venía a decir.

—Nyx, debo partir. Annea me requiere en Cirith Forn.

La joven se incorporó lentamente, con cuidado de no menear demasiado el brazo derecho, escayolado de forma improvisada con dos lajas de pizarra que su padre desgajó de una veta. Ella notaba que la curación se había completado, pero una fragilidad inherente todavía se hacía patente. Se podía apreciar también en su índice, corazón y anular izquierdos. Su piel era ligeramente más pálida que la del resto de la mano y la movilidad de los mismos, inexacta como la de un párvulo.

—Detecté a los enanos en la vereda que escala hacia el corazón de las Nubladas. Si corrieses, los alcanzarías en una hora escasa —calló—. Pero creo que sabes que esta aparición altera en algo los planes.

Infaustamente así era. Los Tenebræ no surgen espontáneamente. Devienen de un horror previo cometido.

—Debes averiguar de dónde salió. Sospecho que quien la gestó puede continuar sembrando la misma monstruosidad si nadie lo detiene. No podemos consentir que dé lugar a más errantes que vayan propagando destrucción a su paso en zonas de por sí poco pobladas. Lo que nos faltaba por si no tuviésemos suficiente con la maldita peste, tener que abastecernos de alimañas.

Lo dijo para justificarse, pero Nyx leía entre líneas. Su padre era empático como ella, de hecho lo había heredado de él. Y como buen empático, le estaba corroyendo por dentro la mera concepción del martirio que debió de penar aquella chiquilla.

La nithré acató el mandato. Su mente analítica empezó a funcionar. —Sólo desprendió olor putrefacto cuando le taladré el globo ocular. Antes nada. No debe de llevar muerta mucho tiempo, un día o dos a lo sumo. Eso la ubica en las cercanías. —"El lamento de Rivendel", rememoró cayendo en la cuenta—. No hemos atisbado ninguna cabaña en nuestras caminatas —prosiguió—, infiero que de haberla, se hallará a cobijo de la vegetación.

—Lo más probable es que el criminal ya no se encuentre allá donde asesinara a la niña —conjeturó Antares anhelándolo fervientemente—. No te entretengas. Recaba toda la información que te revelen las pistas y regresa con los enanos. ¿De acuerdo? Cuando iniciemos su conversión y su instrucción, retomaremos el asunto.

Antares la cubrió caballeroso con la capa y la esclavina y posó un último beso en la frente de su hija, estrechándola después.

Esta vez fue él el que se quedó mirando cómo ella se adentraba en el sotobosque.

—¡Nyx! —la llamó.

La chica se giró interrogante.

—Antes de todo, bebe sangre.

Ella sonrió. Su padre seguiría sobreprotegiéndola en ocasiones. Y lo idolatraba por ello.

Al cabo de un rato, cuando aquel otero testigo de la confrontación entre la nízrim y la tumularia estaba ya vacío, una comitiva de enanos se acercó cauta.

Una guadaña con el asta curvada y un machete. Una segada mano blancuzca y en incipiente estado de descomposición. Y la sangre que regaba la tierra.

Un nudo en la garganta de los presentes (de unos más que de otros).

Pero como puntualizó el líder, ese miembro no podía pertenecer a Nyxiræ (fue la primera vez que pronunció el nombre de la chica), no era carne fresca. Y eso infundió esperanzas.

Nori recogió la dalla de la muchacha como hizo al dejar Rivendel. Entre sus colegas había buenos herreros y enderezar el astil de acero sería una menudencia en cuanto previesen una forja.

—¡Aquí! —voceó el mediano—. He encontrado algo.

Dos lascas de esquisto envueltas en un dejado vendaje deshilachado confeccionado con negros argamandeles marcaban la entrada al sotobosque.

Óin inspeccionó los elementos, sucios de sangre pronta a secarse.

—Me atrevería a afirmar que es un entablillado rudimentario —diagnóstico el anciano de la trompetilla—. Para una fractura ósea. Y diría que —se pausó aciago— la banda procede de la manga de la camisa de nuestra compañera.

Un segundo escalofrío recorrió el espinazo de Thorin, imperceptible para sus camaradas, como si algo le vaticinase una futura desgracia; pero no se amedrentó e introduciéndose en la espesura, dirigió a los suyos.

Ignoraba que por el simple hecho de poner un pie más allá de esos fragmentos de pizarra, había activado una suerte de resorte, intangible y cuántico, que desembocaría en la muerte de uno de ellos.


Aclaraciones:

Antares es el nombre de la estrella cabeza de la constelación de Escorpio, "el opuesto a Ares", a Marte, por rivalizar con este planeta en su fulgor rojo.

Perseis es el nombre que recibe Hécate, pues se la tenía por hija del titán Perses. Una interpretación de este apelativo sería "la destructora".

Antania es otro sobrenombre de Hécate que podría traducirse por "la enemiga de la humanidad".

Tenebræ es el equivalente romano a las Keres griegas.

N. del A.: La historia de la amiga haradrim de Nyx tampoco es de mi invención. La ejecución de esa mujer (como la de muchas otras) bajo falsas acusaciones fue un hecho verídico que se sigue repitiendo en nuestro mundo en la actualidad.