Bueno, esta vez no voy a empezar por los agradecimientos porque os he enviado un privado a todas, tanto a las que habéis dejado comentario como a las que os habéis animado a seguir/incluir en favoritos :D
Antes de nada os dejo un fanart creado por la talentosa Aru97 sobre el capítulo anterior. Me ha hecho tanta ilusión que he querido compartirlo con vosotros ^_^
http (dos puntos) / / www (punto) deviantart (punto) com/art/Antares-y-Nyxirae-503414818
Asimismo, quería agradecer a Numenoreano su paciencia y su inmensa ayuda en la elaboración de esta entrega, sobre todo en el aspecto lógico y táctico.
Aclaraciones:
El concepto de semiorcos sí que puede aproximarse al de zombis en cuanto a lo del contagio masivo, pero hago hincapié en que no son muertos vivientes, dado que como su propio nombre indica tal como se preocupó Tolkien de llamarlos, son medio-orcos, es decir, que se les puede matar igual que a un orco. No forzosamente debe taladrárseles la cabeza XD Con asestar en una zona vital, van sobrados XD (menudo marrón si no :S).
También aclarar que la tenebra no es un semiorco, sino un tumulario o un dwimerlaik. Sí puede considerarse muerto viviente.
En fin, al capítulo. Llevo once meses con los cuatro últimos párrafos cincelados en mi cabeza. No tengo constancia de que nadie en esta plataforma vaya a saber a qué se están refiriendo exactamente. Pese a ello, no he tenido intención alguna de cambiarlos, pero tranquilos, pues todo será explicado en el capítulo XIX.
Advertencias:
I. El presente capítulo contiene escenas altamente desagradables que pueden herir la sensibilidad del que leyere.
II. Los cuatro párrafos finales arrojan revelaciones o spoilers que quizás el lector prefiera no conocer.
«Bien, Clarice, ¿han dejado ya de chillar los corderos?»
(Thomas Harris, El Silencio de los Corderos).
Deberías recuperar tu morral.
Cierto.
Apenas veinte pasos dentro del sotobosque y volteas por donde has venido. Tu padre ya no está en el claro. La llamada de Annea era urgente. Ojalá no se deba a algún orco infectado, pero tiene más papeletas que una rifa en Édoras.
La improvisada férula que sostiene tu diestra en cabestrillo comienza a resultarte incómoda e inoperante, por lo que decides desprenderte de ella. Podrías prenderle fuego, pero esos lares no los frecuenta nadie, así que para qué.
Bordeas recelosa la loma donde aún se vislumbra la mano segada de la lúgubre errante, y trepas hasta el teso coronado por el canchal de planta circular que os sirvió a ti y a la compañía de efímero resguardo. Todas vuestras pertenencias, salvo las armas, desperdigadas aquí y allá. El viaje se os va a hacer muy cuesta arriba, valga la redundancia, pertrechados sólo con lo puesto.
Te cruzas tu zurrón y sopesas llevarte algún bártulo más de los enanos que pueda serles útil en el trayecto. Rebuscas entre sus hatos algo con qué abasteceros para cuando os volváis a reunir. El macuto del anciano de la trompetilla contiene vendas, ungüentos y demás remedios. Y por fortuna, es amplio y admite más provisiones.
Aunque ya portes una piedra de afilar en tu morral, nunca está de más otra amoladera para tanta espada, la de Dwalin por ejemplo. De Balin coges dos mapas y una brújula; y de Bómbur, cecina, cecina y cecina. Cecina a espuertas. Que esta gente come mucho.
Deambulas desganada entre la plétora de avíos y bultos, propinando suaves puntapiés a los petates ajenos.
Vaya, el descolorido librillo de Tim.
Lo más prescindible de todo. En cambio para alguien como tú, apegada hasta la demencia a la Cultura y a las Ciencias, sería inaudito dejarlo ahí tirado. Te acuclillas para recogerlo y lo ojeas con un rápido vistazo mas lamentablemente está escrito en khuzdûl.
Creí que sólo se instruían en su idioma cuando llegaban a viejos.
Puede que el carácter erudito y escriba de Tim haya propiciado un prematuro aprendizaje del tesoro mejor guardado de los Naugrim.
No obstante, algo llama tu atención. En los folios finales, intercalada entre párrafos de caracteres rúnicos, te hallas tú. Sí, tú. Bocetos y dibujos inacabados esbozados a carboncillo, de una secreta delicadeza primorosa que te estremece.
Curioso.
Curioso y siniestro.
E intrigante.
¿Acaso te está estudiando? Una súbita indignación enrojece tus mejillas. Es la opción que se te antoja más plausible, porque la de que se te esté enamorando el zagal no cuela. Ni de lejos.
Cierras el libro con un ruido seco y compacto. ¿Qué hacer? Porque no puedes cargarte a Tim antes de tiempo; aparte de que te estarías desviando del plan trazado, tendrías que vértelas con toda su parentela.
Y tampoco conviene pedirle explicaciones. Cabe la opción de que te equivoques. Entonces lo estarías acusando de investigarte a escondidas siendo falso y eso fundaría sospechas en los demás, porque se trasluciría que ocultas demasiado.
Todo sería más fácil si supieras leer su lengua. El texto anejo te lo confirmaría o desmentiría. En fin, de momento no puedes actuar al respecto.
Te sosiegas y metes ya a duras penas el cuaderno de la discordia en el fardo de Óin.
No.
¿No?
Arranca las páginas.
Y juega con él. Que se delate.
Desgarras cuidadosa las hojas, plegándolas con precisión después. Éstas van a ir a parar a tu reserva personal.
De vuelta a la espesura, te encaramas a un acirón que descuella sobre el dosel arbóreo en busca de algún calvero que evidencie una superficie talada. Primer examen visual infructuoso, pero el pino negro de quince pasos más al Sureste será una buena atalaya para el siguiente tanteo.
Segundo y definitivo. Allá no muy lejos, una discontinuidad en la vegetación.
Las densas nubes de una tormenta que no termina de estallar no te permiten ubicar la luna, pero debe de ser madrugada avanzada. Pronto debería empezar a rayar el alba, sólo que con las montañas como barrera y la cúpula de cumulonimbos, el sol tardará bastante en despuntar, si es que se digna a ello. Tus colegas te llevarán una buena distancia, aunque lo mismo se han parado a descansar ya que todo lo de la tenebra les ha robado horas de sueño. Esperas no demorarte mucho en tus pesquisas y alcanzarlos cuanto antes.
El canto fúnebre de un autillo que compite con un lóbrego cárabo te mantiene alerta. Cuando viviste cerca de Valle, aprendiste que para los pueblerinos las rapaces nocturnas, que lo ven todo, eran pájaros de mal agüero, anunciadoras de infortunios y males. Supercherías a las que nunca diste pábulo, pero que ahora te hacen recelar. Cuestión de sugestión.
Atisbas una cabaña de madera; una sola planta; cubierta a un agua, de par y picadero. Bastante humilde. Un intento de cercado perimetral encierra huerto y corraliza a la vez, aunque ambos desatendidos. En estas altitudes es harto difícil cultivar debido al clima montañoso, por lo que sólo hay plantados arbustos domesticados de bayas silvestres y frutas del bosque: un grosellero alpino, un madroño, un saúco y varios ruibarbos, que están siendo mordisqueados por dos cabras y una oveja malamente esquilada al inicio del verano.
Nadie alrededor. Ninguna luz dentro.
Te dispones a abrir la cancela de la valla con suma cautela por si chirría, mas su recorrido se interrumpe al toparse con algo.
Un perro muerto con la tripa hinchada y la lengua espumosa, desbordada fuera del morro.
Te agachas para inspeccionarlo. Ni rastro de sangre. Un pedazo medio comido de carne en descomposición sobrevolado por multitud de moscas te sugiere que el podenco pudo ser envenenado. El olor a putrefacción es patente pero no exagerado, calculas que llevará en ese estado dos o tres días.
Indicio de que vas en la dirección correcta. Remembras a la chiquilla sepulcral (que no pudiste vencer porque lo hizo tu padre) y su tétrico canturreo desafinado, e inspiras para llenarte de aplomo, ya que estás convencida de que detrás del umbral de la puerta de entrada te recibirá el averno. Desenfundas tu gumía izquierda, por si acaso todavía no manejases la diestra con óptima maniobrabilidad.
Un relámpago centellea por fin entre la borrasca, empero la lluvia no hace acto de presencia. Se tratará de una tormenta eléctrica sin precipitación.
Subes los dos peldaños que te separan de la barraca. Empleas unos segundos en posar liviana la mano por encima del pomo, y empujas con suavidad.
Frío en julio, y un olor indefinible al principio pero incuestionablemente viciado.
#
Un estrecho pasillo oscuro como la boca de un lobo. Te afanas por adaptarte a esta otra cerrazón. Cuando por fin lo logras, distingues tres puertas: una cercana abierta sin hoja a unos cuatro pasos a tu derecha, otra a cinco pasos a la izquierda y una última al fondo, cerrada. Siete pasos.
Inmóvil en el quicio, permaneces atenta a cualquier ruido. Oirás crujir la madera del tablado si hay alguien ahí. Pero no escuchas nada. Maldita sea, de haber sido un elfo, quizás tu fino oído habría percibido algo más que el agudo ulular de viento que se filtra entre las rendijas de aquella construcción tan básica. Mas como no lo eres, te descuelgas los dos talegos depositándolos en la solería del recibidor y determinas aventurarte hacia el interior lo más silente que las características de tu raza te conceden.
Uno.
Dos.
Tres.
Y cuat-
Otro relámpago que ilumina fugaz el primer cuarto a la derecha.
·
¡ ¡ ¡SAL DE AQUÍ! ! !
El aire ha abandonado tus pulmones bruscamente. Tus músculos se han agarrotado crispándose tras un calambre general. No eres capaz de atacar. No eres capaz de huir.
La primera vez en tu extensa vida en que tu cerebro ha reaccionado petrificándote durante unos segundos.
El primer órgano que vuelve a responderte luego del pinzamiento absoluto de tu cuerpo es el estómago. Por desgracia.
Vomitas en una de las jambas lo poco que cenaste anoche y parte de la bilis, apoyando manos y cabeza en el tabique y dando la espalda a la estancia. Sientes esa desagradable sensación de casi asfixiarte con cada espasmo, con cada náusea que se materializa, hasta que ya no queda nada más que devolver.
Toses recobrando el resuello privado por las arcadas, restregándote después la manga que aún te queda de tu camisa para limpiar la comisura de tus labios.
No quieres encararlo. Lo postergas. Tras unos instantes más mirando a la nada que representa la pared, estimas más sensato desenvainar tu sable y comprobar las otras dos alcobas, siquiera para asegurarte de que no hay nadie más (vivo) allí. Y efectivamente no lo hay.
Dos dormitorios. El de la izquierda más pequeño y con dos catres, y el del fondo con uno solo. Astillas la pata de una tosca silla y rasgas las ya de por sí raídas sábanas con la pretensión de aparejar una antorcha que alumbre más que los intermitentes rayos. Al poco de encenderla, la llama bermeja titila crepitando, transmitiéndote un mensaje a través de tu elemento.
Annea crípticamente te comunica que Azog ha enviado otra partida, la cual tardará entre día y medio y dos en daros caza. Por si no tuvieses ya suficiente.
Y seguidamente la flama del hachón retorna a la normalidad.
Como una rea camino de la horca, tus pisadas, trocándose lentas y pesadas, demoran regresar a aquel tártaro demente y estático suspendido en el espacio y el tiempo. Te destocas de la capucha, mas no te bajas el pañuelo, pues el hedor a descomposición y a sangre coagulada podría provocarte otra inoportuna emesis.
Sobrepasas el marco exhalando con los ojos cerrados en un conato vano por retrasar aquella visión, antes de sumergirte de nuevo en el espanto más inhumano.
Toda la sangre del mundo estaba en esa habitación.
Y si bien a priori esa idea pudiera parecer atractiva para un nicrón, lo cierto es que lo que Nyx estaba contemplando entre incrédula y aterrada habría llevado a la locura y al posterior suicidio al más aguerrido soldado. Porque aquello era una locura. Algo incalificable.
Las atrocidades de la guerra tenían cabida en la mente humana, tan acostumbrada a ella que nada de lo que ésta generase llegaba ya a sorprenderla. Perseis, o Antania (o mater como la llamaba Nyx) había estudiado las consecuencias de los conflictos bélicos pasados desde una perspectiva neutra puramente científica carente de empatía. Muchos de los hombres que sobrevivieron a la última cruzada contra Sauron (o Dōnōfer, "el portador de dones", tal como lo denominaban los Nicrói) regresaron a sus hogares no sólo con graves heridas físicas, sino también neurológicas y mentales: ataxia, parálisis, arreflexia… Y esquizofrenia, y paranoia… Una fatiga de combate que los sentenció a ojos de una sociedad ignorante de lo que les pasaba, convirtiéndolos en parias. La mayoría de las veces inofensivos, otras no.
Pero un acto gratuito de genuina maldad, sin motivo o causa aparente, ¿quién lo comprende? Ese ensañamiento brutal y refinado que todavía flotaba en aquella cámara permeaba por cada poro de la nízrim, y eso le instigaba odio y repulsión hacia el presunto ejecutor. No lo procesaba, no lo entendía.
La muerte era un trámite para los Nicrói, no un negocio ni un divertimento, ni tampoco algo hermoso a su ver; por lo que eran precisos, certeros y fulminantes, y en la medida de lo posible, indoloros. Siempre y cuando, eso sí, no les tocasen mucho las narices. Porque sí, Nyx había torturado, pero jamás acarició esos niveles sencillamente porque no los había concebido. Hasta ahora.
Deseó haber sido su madre en esos momentos. Fría, desapasionada, aséptica. Un cerebro calculador que se abstraía del trasfondo para centrarse en el hecho. Y asumió su papel.
Las suelas de sus botas se pringaron con la pasta pegajosa y parduzca que embadurnaba el piso y que semejaba querer retenerla.
El resplandor mortecino de la antorcha silueteaba de rojo con tintes azabaches un saloncito que seguramente días atrás fue acogedor, con una modesta chimenea, la cual acogía dentro del lar unas trébedes donde cocinar el sustento de aquella familia. En cambio, ahora era una morgue que distaba mucho de las que la Gran Plaga obligó a levantar en la antigua Minas Ithil tras la devastación que se cernió sobre Osgiliath.
No quiso distraerse, debía concentrarse en la escena, examinar cada detalle. Y sin embargo era tan endiabladamente intolerable.
En la mesa central yacía un niño.
O lo que restaba de él.
Diseccionado.
Izando la tea, Nyx se aproximó con el máximo tiento en cada pisada. Un entarimado embadurnado de sangre aún sin resecar constituía una complicación a la hora de desenvolverse. Tragándose cualquier sentimiento, procurando aplacar ese lado heredado de su padre que podía arrastrarla y nublar su juicio, se impuso adoptar la pose impasible. Tenía que registrarlo todo para acumular pruebas; huellas que sirviesen en un futuro para desentrañar el crimen.
Desentrañar.
Su madre le habría reído la ironía en esa situación, pero no tenía condenada gracia.
El chiquillo estaba literalmente abierto.
No sólo su tronco, también sus extremidades. Todas. Cabeza incluida. Como si lo hubiesen estado analizando en una macabra clase de anatomía. De hecho, dedujo que se trataba de un chaval por la reducida estatura, no por unos supuestos rasgos infantiles dado que no se podía afirmar que tuviese cara.
Cual libro, cada página era una capa perfectamente separada hasta revelar los huesos principales. En el caso de las piernas, hasta el fémur y la tibia. En el caso del tórax, hasta la columna vertebral. Por el contrario, el cráneo sí había sido sajado simétricamente desvelando la materia gris, el único órgano localizable dentro de la «caja» porque las demás vísceras no estaban allí.
No había sido un corte limpio. El puente nasal debido a su fino espesor, había sucumbido a la fractura desmenuzándose, y los cuatro incisivos centrales habían saltado, mas fueron exquisitamente colocados en una de las esquinas de la mesa, ordenados por tamaño. Qué mierda era ésa. El hijo de perra que había perpetrado aquello se había tomado su tiempo, como deleitándose con parsimonia en cada porción extraída. Puto degenerado. Hasta el cabello del crío estaba cuidadosamente peinado en cada sección. Nyx se pasó la mano por el rostro aún estupefacta.
Algunos de los cortes eran claramente ante mortem y sin embargo nada erráticos, por lo que infirió que el chaval no opuso siquiera resistencia. ¿Acaso lo drogó hasta la inconsciencia?
Observó que también parecía haberse dedicado a drenar toda la sangre del desdichado infante a fin de que no cenagara músculos y huesos. De hecho, estos se exhibían casi mondos, sin apenas tendones adheridos. ¿Cómo diantres había conseguido tal perfección? ¿Qué materiales había empleado?
Abarcó la estancia con la mirada, ni rastro de sierras ni demás instrumental. Aquel indeseable sólo había dejado lo que no servía de nada llevarse. Cadáveres.
Concluyó trabar la tea sobre la chimenea, así aumentaría la intensidad del fuego a placer según necesitase más o menos luz gracias a su piroquinesis. Mas al hacerlo, descubrió el resto de órganos, rebosantes, encima de la repisa. Algunos biopsiados, como el hígado o el páncreas, y otros íntegros, como los pulmones.
La nízrim flaqueaba, y se cuestionaba si podría aguantarlo mucho más tiempo.
En una de las esquinas se hallaban clavadas profundamente en la pared dos horcas de campesino desmochadas, sin astas, sólo los tridentes. Nyx contuvo la respiración al acercarse, pues en el panel de madera pendían enganchados jirones de un desgarrado camisón, que danzaban fantasmales y calmos movidos por la corriente dentro de la casa.
Sin duda la tenebra había padecido ahí su tormento.
Probablemente esposada al tabique con un bieldo incrustado en cada muñeca, se revolvió ajando su bata contra las desportilladas tablas.
Requiescat in pace, musitó la nízrim en su idioma, pese a que sabía de sobra que aquella adolescente no gozaría de paz sino al final de los tiempos.
Quedaba una.
Una víctima más.
El del que presumía el progenitor de la malograda familia. Presumía, porque al igual que con el niño, de éste también abundaba poco.
Colgado de media docena de burdas sirgas, un torso humano de cuando en cuando goteaba sangre.
Nyxiræ lo circundó con respeto y repulsión indistintamente. Las seis gruesas sogas estaban ancladas mediante toscos y poderosos ganchos metálicos directamente a la carne de los omoplatos (tres a cada lado), visto que al desgraciado lo habían desollado vivo. La muchacha coligió que le habrían suministrado alguna especie de anticoagulante todavía más fuerte que el que ella portaba en su escarcela. No era normal que después de al menos un día fallecido la sangre pareciera relativamente ¿fresca?
Además de eso le habían sido amputadas todas las extremidades, salvo la cabeza, que permanecía abatida. Los tajos se habían acometido después de practicar los convenientes torniquetes en cada miembro; posteriormente retirados tras cauterizar apropiadamente los muñones resultantes.
Los miembros mutilados estaban apilados en otro de los rincones de la sala. Apreció que el verdugo había aplicado un patrón paradójicamente racional: descuartizó de menor a mayor, primero pies y manos, luego hasta la rodilla y el codo y por último hasta poco antes de la ingle y el hombro.
Asimismo, los ojos habían sido extirpados y cercenadas su nariz y orejas. Tímpanos perforados… Joder, lo habían privado de todos sus sentidos.
Carecía de maxilar inferior y la lengua caía laxa de un modo inverosímil.
Nyxiræ se acercó a sólo unas pulgadas de los despojos de aquella tortuosa faz, superando la franca aversión que le producía, para poder conjeturar mejor el método que emplearon para descuajarle la mandíbula.
Y entonces con una convulsión, el medio-hombre esputó sangre sobre la cara de Nyx.
A la joven le pilló con la guardia baja, completamente desprevenida. Aquella masa informe estaba viva.
Y es lo último de lo que Nyx pudo tener consciencia, porque de la impresión, trastabilló patinando con la sangre y perdiendo el equilibrio.
Se golpeó en la escama occipital contra el suelo.
Inmediata e inevitable oscuridad.
La comitiva siguió a Thorin a través de la foresta hasta que éste se detuvo. El líder hacía caso a su instinto que le indicaba que la joven se había adentrado en el sotobosque con un rumbo diferente al que ellos habían tomado para huir, con lo cual la chica no pretendía darles alcance, al menos de momento. Algo la motivó a cambiar de planes.
—No podemos buscarla a ciegas. —Cayó en la cuenta—. Ori, Bilbo, vosotros habéis pasado más tiempo con ella, podéis intuir cómo piensa.
Al mediano aquello le pareció asegurar demasiado, pero no bien Tim puso de manifiesto que la muchacha solía basarse en la lógica, el hobbit no tuvo tan claro que Thorin no hubiese acertado en su deducción.
—Nyx dijo que esa niña estaba muerta —recordó Fíli porque él mismo se lo había preguntado tácitamente mediante una mirada interrogante y temerosa—. Pero antes de eso, ¿por qué vagaría una cría tan lejos del burgo más cercano?
—¿Y si viviese en los alrededores en vez de en un pueblo? —planteó Ori—. Una familia asentada en solitario.
—Como aquella del hayedo a la que devoraron los trols —rememoró Bilbo abstraído, provocando un escalofrío general.
La aurora estaba próxima, empero rastrear unas hipotéticas zancadas livianas entre la maleza todavía resultaba imposible.
—Kíli, tú eres más joven y ágil —recalcó Thorin, atrayéndole con una mano en su hombro—. Trepa a ese tejo, a ver si logras avizorar algo entre el follaje.
Los minutos transcurrían y el menor de sus sobrinos no bajaba. Kíli se esmeraba por escudriñar cada palmo, valiéndose de los exiguos destellos de una luna presta a desaparecer que atravesaban el intrincado celaje. Un instante creía entrever una vano entre el boscaje, mas al fijar su vista en un punto concreto, nada. Copas y más copas de árboles que lo impacientaban. Hasta que,
—¡Ahí! —voceó victorioso—. ¡Ahí he divisado al-
Pero enseguida se dio cuenta de que debió haber mesurado su euforia cuando una lechuza, espantada por sus gritos, alzó el vuelo anárquica y aturdida echándosele encima. Kíli dio un traspié y resbaló de la rama.
Agradeció que su tío tuviese razón y de verdad fuese un chico joven y ágil. Y con reflejos; lo suficiente como para agarrarse a tiempo de un vástago inferior del sabino. Acabó quebrándose por la colisión y el peso del nogoth, pero la distancia con el terreno ya era mínima.
Fíli corrió raudo a su encuentro ayudándolo a incorporarse, entretanto el arquero se sacudía la hojarasca prendida de sus ropas.
—Hay un vacío de árboles en esa dirección —señaló restando importancia a la inquietud en el rostro de Thorin por la reciente caída—. Apuesto a que Nyx también lo detectó.
El jefe naug asintió. Buen trabajo, Kíli. Y enfilaron hacia allá guiados por él. No se impresionaron cuando avistaron la chabola.
—Dwalin, Nori, Glóin y yo rodearemos la cabaña y exploraremos los aledaños. El resto, defended la posición y avisad del menor movimiento —ordenó Thorin taxativo.
Bilbo se acercó a la ovejita pelona que pastaba al otro lado de la verja, la cual lo observó imperturbable mientras masticaba maquinal, sin el más mínimo interés por el hobbit. El ovino tornó a retomar su concienzuda tarea de devorar todo el verde circunscrito en aquella barda y no le importaba tropezarse con cualquier obstáculo. No obstante, eso llevó a Bilbo a reparar en el cuerpo del can que yacía tras la portezuela.
—¡Fíli, mira! —susurró azorado, eludiendo elevar el volumen.
El enano rubio frunció el ceño. No era un buen augurio encontrarse así al guardián de la morada.
Balin desaconsejó arriesgarse a allanar la vivienda sin Thorin, además no se oía nada de actividad. Si la joven estuviese en problemas, armaría ruido. Al contrario que Elrond y Glorfindel, ellos no sabían que los Nízrim habían desarrollado el sigilo a niveles maestros.
El mediano escrutó la negrura de la puerta entreabierta de la choza. Sus ojos, si bien no eran los de un elfo, sí estaban amoldados a la penumbra, habituados a vivir bajo tierra, como huercos y naugrim.
—Fíli. —Esta vez ni siquiera se molestó en enmascarar su voz en un murmullo.
Semioculta tras la jamba de la entrada, distinguió la bolsa de la chica.
—Quédate aquí, Bilbo —exhortó al hobbit, entretanto conminaba a los demás con un aspaviento del brazo.
Cundió el nerviosismo entre los más jóvenes. Dori tuvo que refrenar a su hermano pequeño y Óin se apresuró a secundar a su vetusto colega; debían esperar a que sus compañeros regresasen y evitar exponerse así a una probable amenaza. Pero Ori pronunció su temor. ¿Y si habían llegado tarde? ¿Y si ella estaba dentro malherida o …? El escriba se añusgó con su saliva ante la mera insinuación de otro desenlace.
Dada la insistencia de los muchachos, Bífur, como lugarteniente a falta del líder y de sus segundos al mando, y considerando la vejez de los consejeros, se erigió como avanzadilla, dispuesto a penetrar en la casa.
Fíli pidió a su hermano que se mantuviese con los demás. Si por lo que fuera irrumpía algún extraño en su ausencia, Kíli debía salvaguardar al grupo como había dictado su tío. El arquero tuvo que aceptar a regañadientes.
En realidad Fíli presentía un peligro y para él proteger a Kíli primaba por encima de todo.
Bífur ya había ascendido los dos escalones del acceso e inspeccionaba los dos macutos. Se mostró sorprendido de que uno de ellos fuera el de Óin, como le señaló a Fíli y a Bófur en khuzdûl (a pesar de que el rubio apenas lo chapurreaba). Eso significaba que la muchacha había recalado en el campamento antes de encaminarse hacia allí.
Bífur aferró su archa entre las dos manos mientras avanzaba por el corredor, seguido de Fíli que hacía lo propio con una de sus espadas. Bófur cerraba la retaguardia con su martillo militar, pero no llegó a poner un pie más allá del quicio.
De repente, Fíli chocó contra el hombro de Bífur que había frenado en seco, estorbando el ancho del primer marco a la derecha, entorpeciendo la visión.
Y entonces las milésimas de segundo se convirtieron en una eternidad.
Nyx, atarantada aún por la conmoción cerebral, trataba de incorporarse llevándose una mano a la base del cráneo y al elevar la vista, enfocó el rostro desencajado de Bífur sumido en la atroz escena del salón. La misma expresión que seguramente compuso ella al darse de bruces con el percal la primera vez.
«¡ ¡No lo veas, no lo veas! !», chillaba la chica todavía tambaleante.
Y eso incitó a Fíli a querer mirar. Pero Nyxiræ no estaba dispuesta a que se perdieran en el tártaro de esa aberración y se abalanzó sobre ambos.
Bífur reaccionó igual que ella. (Igual que ella). Se retiró de la puerta a echar hasta la primera papilla, esquivando a Nyx involuntariamente, que placó a Fíli justo cuando comenzaba a asomarse tras la jamba de la puerta, pero no pudo evitar que un resquicio de aquel horror se colara en su mente.
El joven empezó a patalear intentando desasirse del abrazo de la muchacha, que había logrado constreñirlo por el pecho situándose a su espalda. El rubio no atendía a razones, alarmado de que su amigo continuase como alienado con ojos idos apoyado como ánima en pena en el poste. Por más que lo llamaba, el guerrero no recobraba el color.
Por suerte, la chica bloqueaba cualquier intento de Bófur por auxiliar a Bífur.
Nyx consiguió a duras penas remolcar a Fíli por los suelos hacia el exterior, el enano era mucho más corpulento que ella y no estaba colaborando. Al traspasar la entrada, volcó su morral, que rodó escalones abajo.
No bien los vieron emerger, Bilbo y los demás se precipitaron sobre ellos.
—¡ ¡No entréis! ! —vociferaba la nízrim—. No se os ocurra entrar a ninguno —advirtió funesta—. ¡Kíli, Dori, ayudadme a sujetarlo! —reclamaba Nyx batallando por domeñar a Fíli.
Pero éste, harto alterado, se agitaba violentamente entre los brazos de la joven. Dio un cabezazo hacia atrás que acertó de pleno en la nariz de la chica. El tabique nasal chasqueó desplazándose de su sitio.
Un hilo escarlata se escurrió por el filtrum de Nyx, rebasando su labio superior hasta la boca, pero no le afectó. Estaba concentrada en desenroscar el tarro que le había dado su padre hacía un par de noches. Ése que contenía un potente láudano para sedar al príncipe.
Entretanto, Thorin y su cuadrilla, alertados por las voces, llegaron corriendo, encontrándose con un panorama caótico: Dori y el menor de sus sobrinos conteniendo a su hermano tumbado en la hierba mientras la chica arrodillada le sostenía la cabeza con un pañuelo en la boca; Balin y Óin admirando desconcertados aquel bálsamo capaz de amodorrar tan rápido; Bófur y Bómbur sustentando por los codos a un Bífur ojiplático y con aspecto envejecido y vesánico que salía por fin de la covacha; y al mediano junto a Ori con pinta de no saber muy bien cuál era su papel en todo aquello.
A Thorin le faltó tiempo para acudir en vera de sus sobrinos. No negaría que lo primero que sintió fue una innegable furia hacia la joven, pues le asaltó la certeza de que ella era la culpable de aquel embrollo, pero Fíli y Kíli absorbieron cualquier atisbo de rabia, intercambiándolo por sincera preocupación paternal.
—¿Qué ha sucedido? ¿ ¿Está herido? ?
La muchacha negó fatigada con la cabeza tranquilizando al líder, pero entonces él se apercibió del hueso nasal de la chica, desviado.
Ella, presionando con los dedos de ambas manos, recolocó con minucioso rigor el tabique en tres movimientos, arrugando luego el hocico en un gesto conejil que habría resultado gracioso y tierno si no fuera por la situación.
Acto seguido reparó en el golpe que se había asestado tontamente en la cabeza, llegó a temer un traumatismo craneoencefálico. Se palpó el occipital. Por ventura parecía ileso. Procuró retrotraerse a los instantes previos al topetazo. En la mayoría de las ocasiones, ese tipo de impactos venían acompañados de amnesia temporal, y no podía precisar cuánto había estado fuera de combate antes de que se presentaran los enanos.
Fue cuando Dwalin y Nori tentaron acceder a aquel antro, obstaculizándoselo Ori y Bilbo, cuando Nyx recapituló el segundo exacto en que descubrió que el supuesto finado podía estar aún vivo, si no se había tratado de un espasmo cadavérico.
Más que nunca, debía disuadirlos.
—Aquella niña —comenzó a relatar Nyxiræ— era una tumularia.
El hobbit se tapó tembloroso la boca, reprimiendo una ahogada exclamación de espanto.
—Esas criaturas sólo surgen si han sido sometidas durante días —subrayó— a un suplicio inimaginable, impropio incluso de los orcos, antes de expirar.
A decir verdad, estaba montando una coartada para que no se planteasen ni por un momento que ella era la autora de lo que su camarada del hacha en la frente había presenciado, empero suprimió la glosa de que forzosamente la víctima debía haber acumulado únicamente ira y cólera infinitas al morir. No necesitaban saber tanto.
—Si entráis ahí dentro, lo que veréis se os quedará grabado en la retina sin remedio… —adujo pesarosa—. Trastornándoos —apostilló firme tras una pausa.
Bífur, ajeno a su explicación, sentado sobre el forraje lívido y con la mirada perdida, era consolado sin éxito por sus primos. Nyx le dedicó un vistazo un punto clemente que no pasó desapercibido para el líder.
—Majestad —Nyx declinaba dirigirse a Thorin por su nombre—, os agradezco en suma que todos hayáis retrocedido a por mí. Dice mucho de vuestra lealtad como compañeros —condescendió con cierto fingimiento, los juzgaba asaz necios por desobedecer su consigna de huir antes de ir a enfrentarse con la tenebra—. Mas debo pediros una vez más que reemprendáis de nuevo la marcha sin mí. Tengo que destruir la choza por si…
Y dejó la frase flotando en el aire a propósito. Definir siquiera la posibilidad de que otro monstruo naciera de aquel lugar bastaba para otorgar vía libre a la petición de la muchacha.
Ella era consciente de que no se iba a dar el caso. El crío probablemente murió estando en coma. Y del padre se iba a encargar ahora para impedir que exhalara su último aliento inmerso en el odio.
—No tardaré demasiado, pero quizás sea provechoso que volváis a la albergada a por vuestras posesiones, ya que tenéis oportunidad —se atrevió a recomendar—. Nos encontraríamos allí.
Ya había amanecido, lo cual favorecía que Balin pudiera orientarse, dado que él era el que más conocía aquellos parajes. El anciano asentó una mano sobre el hombro de Thorin. Era buena idea, bien que Óin por ejemplo ya hubiese recuperado su zurrón.
El rey encomendó a Dwalin y a Kíli turnarse para portear al rubio durante el trayecto mientras continuase dormido. Inquirió a Nyx cuándo se disiparían los efectos del narcótico, lo que ella no supo precisar, así que mintió con un simple «pronto».
Cuando se hubieron ido, la muchacha se alentó a sí misma para retornar al cubículo. Tanteó el pulso del tronco humano hasta que se lo notó. No debió hacerlo. El infeliz se retorció en un ataque de pavor emitiendo sofocados sonidos guturales, comprensible teniendo en cuenta todo lo que habría soportado. Aquella deformidad se balanceó histérica como un cerdo antes de la matanza. A la nízrim le costó idear cómo amansarlo, así que optó por despacharlo con premura. Generó calor en redor del ente para reconfortarlo mínimamente y transmitirle serenidad. No quería que pensara (si es que en esas condiciones el hombre podía pensar en algo) que el criminal había vuelto a consumar la tarea. Y puso fin a su sufrimiento rápida e indolora.
Después de aquel episodio, Nyxiræ almacenó en su memoria todo lo que vio en aquella casa del terror, cada pista, cada dato.
Tenía el convencimiento de que si la Energía Suprema le concedía una larga vida, acabaría encontrándose de nuevo con el rastro del o de los asesinos.
Y así fue.
Sólo que mucho tiempo después de la misión de la Compañía; mucho tiempo después de la Batalla de los Cinco Ejércitos donde los corazones de tres enanos agonizantes cesaron de latir; mucho tiempo después de que Bilbo regresara a Hobbiton y adoptara a Frodo.
Más de setenta años después, cuando fue a rematar por compasión a una mujer moribunda cuya caravana había sido atacada por orcos que contagiaban una enfermedad incurable, y que con sus postreras palabras le rogó a ella y al más joven de sus adláteres, de vivos ojos celestes y rubia barba trenzada, que me protegieran de un psicópata que estaba sembrando el pánico en Minas Tirith.
¿Que cómo puedo saberlo?
Bueno, la omnisciencia es una de las escasas ventajas de estar muerto.
