Al igual que hace un año, este capítulo post-estival me ha dado más trabajo del que pensaba, y eso que es la mitad de extenso que el anterior. Sin embargo, libera nudos de la trama y abre otros.

Creo haber respondido por privado a todos los comentarios que me habéis regalado ^_^ (salvo a Arien Lumien, que no tiene perfil, aunque aprovecho para agradecerle sus palabras y admitir que mi estilo narrativo es demasiado barroco a veces U^^).
Aun así, me gustaría aclarar alguna petición/duda que me habéis dejado.

Luna Asami: al igual que respondí a Elein88 en el anterior, confirmo que no es que no quiera darle a Bilbo su justa amistad con Thorin, es que siendo fiel a la trilogía, esta relación no empieza a labrarse hasta que Bilbo no lo salva casi al final de la primera película :S De ahí que apenas hayan entablado conversación entre ellos dos :( No obstante, te prometo que no pienso opacar esa amistad cuando por fin aparezca :D

Y también querría felicitar a Ellistriel por acertar en muchas de las incógnitas que he dejado desperdigadas en lo que llevo de historia ^.~

Premio para el que detecte la frase de película infiltrada XD

Aclaraciones:

I. Los que me seguís en esta plataforma no sabréis que desde el segundo capítulo suelo dejar piezas musicales para ambientar la lectura (esas misteriosas almohadillas # que habréis visto en entregas anteriores y que no sabíais qué pintaban ahí, pues marcaban cuándo debería escucharse la pieza recomendada).

Bien, no quiero discriminaciones entre los lectores, así que os dejo la que he seleccionado para este capítulo. Como esta web es un poco sui generis y capa los enlaces, os especifico: si os metéis en youtube, la dirección siempre comienza igual, ¿no? youtube (punto) com (barra) watch ? v =

A eso le añadís lo siguiente: wD-4VKMB2kE
y accederéis a la versión abreviada del II movimiento Allegretto de la 7ª sinfonía en La mayor, Opus 92, de Beethoven. Cuando lleguéis a la almohadilla #, podéis darle al play (o podéis no hacerlo xD).

II. Recordaros que el narrador en tercera persona es Barion, protagonista de La sangre sobre la rosa, que es omnisciente porque está muerto (parida mental mía).

III. Como os dije en el fascículo anterior, os desvelo lo que significan los prólogos desde el cap. XIX hasta el final de temporada.

La masacre de la cabaña ha supuesto un mazazo psicológico para Nyx, y lo he reflejado desempolvando sus recuerdos al comienzo de cada entrega. Recuerdos de los crímenes que ella misma ejecutó en una época lejana a su encuentro con los enanos. Eso representan los prefacios: todas y cada una de las muertes que causó en el Lejano Harad como venganza por la lapidación de su amiga.

Por eso no debe olvidárseos que esta tía ha cometido asesinatos y no por pura supervivencia, sino rozando la interna satisfacción. Tenedlo presente. Mi intención al crear a Nyx nunca fue que cayese bien a todo el mundo. De hecho, me llega a producir cierto resquemor que así sea, puesto que es evidente que posee numerosas carencias sociales y escasas virtudes. Pero es que además, en este capítulo, esos aspectos se exacerban.

Advertencias: me temo que al desarrollar la trama de este capítulo he incurrido en OoC en uno de los personajes, cuando no en dos.

Soy totalmente responsable de las sensaciones que acumuléis una vez finalicéis esta lectura. Piedras, no, por favor.


Una sombra nocturna se coló muda e invisible, casi incorpórea, a través del estrecho ventanuco de una humilde casucha de adobe enjalbegado. Se arrastró viperina hasta el lecho en el que dos infantes, tiernos sólo en apariencia, dormían, e introdujo en la yacija con sumo tiento, una araña letal que custodiaba junto a más de su especie en un tarro de burdo cristal de tintes azafranados.

Cuando el sol despuntó y sus progenitores fueron a levantarlos, los dos mocosos ya habían expirado. Mas no fueron los únicos… Y un llanto sin parangón se elevó en interminable canon en aquel aduar haradrim, que en unas horas se vio privado de todo adolescente o niño mayor de siete años.

Como si aquella calurosa noche lo hubiera vadeado un ángel exterminador.

~~~~~ ··· ~~~~~

—¡Bífur! ¡Bífur, suéltalo!

—¡Para, Bífur! ¡Detente, maldita sea!

—¡Quitádselo de encima! —clamó un impotente Thorin derribado en el suelo, limpiándose la sangre de la comisura del labio, ahí donde había recibido el codazo de Bífur cuando intentaba separarlo de Ori.

Bífur se fue a echar sin dar las buenas noches cuando la nízrim comenzó a relatarle al amanuense una suerte de blasfemias sobre el origen de su especie, y se rindió a los brazos de Irmo. Se desperezó a una hora indeterminada de la madrugada debido a un ruido monótono, un rechinar como de roce que no supo precisar hasta que no abrió los ojos. Frente a él de pie y de cara al canchal donde estaban pernoctando, una veinteañera de oscura y rala cabellera, estragada por la tiña, negaba insistentemente contra la pared de piedra, a veces a un ritmo frenético e inhumano que luego deceleraba, pero siempre negando.

Bífur estableció entonces que era uno de aquellos espectros que desde hacía días veía. Le demandó lo que quería (llamativo que no le resultase inexplicable que todos los fantasmas hablaran un khuzdûl perfecto para comunicarse con él). La harapienta chiquilla se volteó y le mostró un rostro desgarrado, de cuencas vacías, con el escaso flequillo apelmazado a la frente debido a la sangre; en carne viva de tanto refregarse contra la roca.

El espíritu no profirió sonido alguno, simplemente izó un raquítico brazo con más hueso que carne a la vista, señaló al copista que por fin había conseguido conciliar el sueño entre fiebres que iban y venían, y retomó su desquiciante e ilógico interés en arañar la mole granítica, esta vez despedazándose en ella primero las uñas y luego las falanges entre desagradable chirridos.

Bífur lo entendió: Ori estaba condenado. No sólo no podría afrontar el paso de la cordillera sino que podía constituir una seria amenaza para la comitiva, un lastre o incluso un foco de infección.

El soldado del hacha en la frente se alzó mecánico y decidido. Los dos vigías, Dwalin y Glóin, velaban fuera de la albergada y los demás dormitaban en círculo en derredor a los rescoldos de la hoguera.

Fue derecho al escriba y sin mediar palabra, le rodeó el cuello con sus manos ásperas enfundadas en sus desgastados brazales coriáceos. Bilbo fue el primero en advertir el embate en cuanto Ori comenzó a patear falto de aire, y vociferó para avisar a los enanos, que se despabilaron alarmados y espantados a lo que estaban asistiendo.

Thorin fue el primero en montársele a la espalda, aún medio soñoliento e incrédulo, para alejarlo del cronista, pero Bífur fue más violento y con un brusco respingo se libró de él. En ese momento llegaron los dos centinelas tras escuchar el barullo. Fíli logró encabestrarle un brazo al demente, lo suficiente para que Dwalin lo aferrase con una llave desde atrás y lo bloquease, despegándolo de Ori, el cual boqueaba exhausto y ya amoratado.

Bífur se revolvía vesánico entre el poderoso abrazo del lugarteniente. No podría contenerlo mucho más, pero Nori estuvo al quite. Apenas se soltó del agarre, el hermano del tullido le arreó un leñazo en un lateral del cráneo que lo dejó inconsciente. Aunque todos sabían que aquello no duraría mucho tiempo.

—El bálsamo de la muchacha —propuso Balin, ágil de pensamiento, recordando cómo había conseguido sedar a Fíli profundamente después de salir tan alterado de la cabaña.

—Bófur, tú fuiste el que la acompañó cuando se fue a dormir —señaló el líder—. Ve allí y trae ese dichoso ungüento. ¡Rápido!

Efectivamente, al igual que noches atrás Thorin designó a Glóin para memorizar la oquedad que la joven elegía para dormir al resguardo y aislada; esa vez, luego de la sesión gratuita e innecesaria de cultura nízrim patrocinada por sus primitivas sensaciones de compasión hacia la desventura de Ori, a Bófur se le encomendó tal tarea.

Volaba el enano movido por una franca inquietud por la conducta de su pariente. Mahal, ¿qué se le habría pasado por la mente para cometer tal atrocidad contra un camarada? Desde hacía unos días se comportaba de un modo tan difícilmente catalogable, que llegó a dudar de que se tratara de su primo.

Cuando dio con la chica, ésta parecía sumida en un sueño abisal que tras zarandearla sin obtener respuesta, evaluó más bien como un coma. No había manera de despertarla. Y el natural carácter bonachón de Bófur le impedía tomar algo prestado sin preguntárselo primero. Mas las circunstancias exigían prontas decisiones, de modo que hurgó entre las exiguas pertenencias que la muchacha portaba en su zurrón hasta que encontró un tarrito que contenía una sustancia gelatinosa.

De vuelta en el campamento, y con Bífur fuera de combate gracias a aquel prodigioso mucílago, Bófur expuso el extraño estado comatoso en el que se hallaba la joven.

—¿Y si ella también ha enfermado? —Se inquietó Fíli.

Ori, que después del conato de asesinato, pugnaba por recobrar el sosiego, se estremeció ante esa mera insinuación.

—No —disintió el líder—. No te preocupes por ella ahora —instó, procurando tranquilizar al enano del peculiar sombrero—, está bien.

—¿Pero cómo lo sabes? —cuestionó Bilbo—. No es muy normal que no reaccione tras tantos intentos de Bófur —objetó el hobbit provocando el asentimiento de muchos.

—Porque está en su naturaleza —zanjó el paladín—. Su sueño es muy profundo, no hay forma de desvelarla hasta que no ha descansado las pocas horas que debe.

Un silencio se espesó persuadiendo equivocadamente a Thorin de que con eso había satisfecho los interrogantes.

—Nunca nos ha comentado nada al respecto —apuntó el príncipe, disconforme con la aclaración de su tío.

—No había necesidad —refutó Thorin—. Yo estaba al corriente y bastaba.

—Pero tío —intervino Kíli—, ¿y si hubiéramos sido emboscados durante la noche? Es una información que atañe a una compañera. Teníamos derecho a saberlo.

El jefe naug empezaba a hartarse de aquella discusión. —Precisamente por contingencias como ésa, ella me pidió que no lo divulgase —se escudó ante la persistencia de sus sobrinos—. Se cuida de tantear lugares inadvertidos para pasar desapercibida en caso de incursión enemiga. Así no depende de que nosotros nos sintamos obligados a cargar con ella cuando toque huir.

—Es una medida consensuada —terció Balin para apaciguar a la muchachada, posando una mano confiable sobre el hombro de Bilbo.

—Además, ahora ése es el menor de nuestros problemas —reveló Dwalin un ápice enigmático.

Debían encarar un escollo que Thorin sólo había deliberado con anterioridad con Balin, el guerrero tatuado, Dori y Óin. Para los demás, lo que se estaba proponiendo en ese instante les estaba sonando a valarin como poco.

Ori debía retornar a Rivendel.
Lo cual era muy obvio para cualquiera con dos dedos de frente, pero la comitiva, obstinada en su misión y con una meta fija en mira, ni se lo había planteado. Ni siquiera el propio afectado. Premio para ellos.

Y como era lógico, no podría hacerlo solo. Uno de los trece debía salvaguardarlo (al mediano ni lo contamos). Mas ¿quién?

Cuando la nithré por fin los dejó en paz tras su inusitada verborrea, el rey convocó a su particular consejo de sabios junto con su segundo al mando a fin de determinar quién era el candidato más apropiado para tal menester. No podía escogerse de entre los mejores guerreros o el destacamento se quedaría sin una baza capital para el resto del trayecto y la reconquista de la ciudad. Eso excluía al propio Thorin, sus sobrinísimos, Dwalin y Nori (y a Bífur, claro estaba). Tampoco podía ser ni el médico (Óin) ni el herborista (Dori, pese a su encono por querer encargarse personalmente de su hermano), ni demasiado anciano (Balin), ni demasiado inútil (Bómbur, —¿he dicho ya lo del mediano?—), ni demasiado…

Descarte tras descarte, a la postre tenían que decantarse entre Glóin y Bófur. Menudo plan.

Balin mencionó el hecho de que Glóin era el único padre. Eso pesó. La familia era un concepto fundamental en la sociedad khuzd. Cuando se enrolaron en la compañía, todos eran conscientes del bajísimo porcentaje de éxito con el que contaban, es decir, tenían más o menos asumida la probabilidad de morir. Pero la mayoría estaba libre de cargas familiares, porque prácticamente las llevaban consigo. Salvo Glóin. A Gimli no se le permitió ingresar dada su corta edad.

Ahora existía una oportunidad más de sobrevivir para Glóin.

Cuando se lo anunciaron, en un principio se negó. El honor y el deber de pertenecer a la cuadrilla que liberase la Montaña le ofuscaban. Pero su hermano lo convenció, pues asegurar la supervivencia del historiador también era un noble cometido para ayudar con la causa.

Y en cuanto lo aceptó, no se demoraron un instante. Empacaron sus escasos bártulos en dos macutos, y emprendieron rumbo al Valle Escondido gracias a la brújula que les prestó Balin. Ellos se apañarían con los planos.

Los dos camaradas eludieron senderos y trochas, conocedores de que los orcos acechaban al grupo, siendo perfectamente plausible topárselos en la travesía. Y entonces ya podían rezarle a Aulë, que lo mismo les iba a dar.

En cambio, a quien se cruzaron fue a un viejo amigo.
Gandalf había dejado Imladris tras el conventículo a la zaga del pelotón, con la esperanza de alcanzarlo antes de atravesar el Paso. Y la visión a lo lejos de sus dos colegas no presagió buenos augurios.

Glóin le refirió lo sucedido y su temor de que Bífur no pudiera reanudar el viaje si no se recuperaba de su misterioso acceso de locura, y el Istar opinó igual. Pero lo que más sembró el miedo en su puro corazón fue la mención de la tumularia. Hacía siglos que no se tenían noticias de apariciones por esos lares, tan lejos de las Quebradas. Eso, y la extraña inoculación huerca, aún por confirmar, que había conllevado el infortunio de la manquedad para el escriba, conturbaron su ánimo, por lo que apretó el ritmo para reincorporarse cuanto antes. Debía recabar testimonios, sobre todo el de la nízrim si es que Thorin no la había interrogado ya, puesto que a tenor de las conclusiones que extrajo en el conciliábulo con la dama Galadriel y el Medio Elfo, la súbita irrupción de esa afección le indujo a sospechar que quizás las intenciones de la muchacha guardasen alguna relación.
Porque mentirles sobre su propósito, les había mentido. Eso seguro. Látigos de mithril… A él con esa patraña.

Lo cierto es que una vez concluido el contubernio, y ya sin la comparecencia de los dos Istari, el caballero Elrond se reunió a solas con Glorfindel, aún agitado por la amenaza que la muchacha había solapado sobre el pequeño Áragorn. El señor elfo no daba crédito a lo que describía el rubio noldo, ya que los Nízrim respetaban a los infantes meramente para mantener un equilibrio poblacional (en aras sobre todo de garantizar el crecimiento de su principal fuente de sangre). No fue hasta que Glorfindel se estaba retirando, cuando remembró la última frase que intercambió con ese demonio de chica: no sé qué de una plaga desde el Norte, o algo así. La verdad es que no le importaba un carajo con lo que aquella servidora de Morgoth tentara embaucarlo.
Desafortunadamente, el Medio Elfo no pudo comunicarle esta novedad a Gandalf, pero se resarció merced a la declaración de dos testigos.

Glóin desempeñó con celo su función y en seis jornadas recalaron salvos en la última morada al Este del mar, pero no sanos. No Ori. Las fiebres intermitentes y una incipiente deshidratación minaron mucho su salud. No quiso confesarle a su escolta que a fe suya se hundía en el mundo de la Sombra. Un poco exagerado el chaval.

Es curioso cómo una decisión a priori tan sensata como la que el adalid naug dispuso aquella madrugada, deviniese luego tan funesta.

¿Quién no habría obrado de igual forma? Enviar a un herido grave, que no crítico, a un lugar donde pudiera ser correctamente atendido, sin entorpecer así la marcha, no es de lúcido estratega, sencillamente de persona juiciosa.

Y sin embargo, ese arbitrio supuso que mi esposa muriese a manos de medio-orcos infectos plenamente conscientes de lo que transmitían.

Porque si Ori no hubiese regresado a la Casa de Elrond, Saruman no se habría enterado de la plaga.

El jefe de la Orden, al contrario que el Peregrino Gris, no abandonó Imladris inmediatamente de retorno a su sede en Isengard, pues prefirió permanecer allí para estudiar el reducido lote que Glorfindel logró preservar de la sustancia fuliginosa que confiscó a la nízrim.

En el laboratorio que Elrond ordenó montar para él, se le volaron las horas y el cómputo del tiempo, enfrascado en el análisis de aquella pulverulenta mezcla. Hasta que llegó a sus oídos que habían arribado dos bajas de la compañía de Escudo de Roble.

Sus suposiciones acerca del fracaso de semejante expedición empezaban a concretarse, para estampárselo en los morros a Gandalf la próxima vez que se vieran.

No pensaba entrevistarse con los dos asilados, mas el rumor de que uno de ellos había perdido un antebrazo para evitar la propagación en su organismo de una enfermedad desconocida, lo intrigó. Así que sucumbió a la curiosidad innata en cualquier Istar que se preciara, como cuando eran felices aprendices de los todopoderosos Valar, y se rebajó a parlamentar con ellos por mor de la ciencia.

En la misma habitación que ocuparía Frodo en un futuro un tanto lejano, un mago blanco de mirada gris aguardaba sentado con ademán aristocrático y distante, a la vera de la cama donde reposaba un enano manco.

Cuando el zagal parpadeó emergiendo de un sueño reparador inducido por el Medio Elfo, el gesto adusto y displicente del anciano lo desnortó. Por un momento no supo dónde se hallaba, pero por fortuna, Glóin tampoco se había movido de su lado.

—Por fin despiertas, muchacho —celebró el viejo ceñudo con voz meliflua—. Nos has dado un buen susto. No creímos que fuese tan grave, pero al final el mismo Elrond ha tenido que emplear su sabiduría para curarte.

Ori se incorporó en el lecho a duras penas. —Nn, ¿no estoy infectado entonces? —sondeó dubitativo.

—Si lo que me estás preguntando es si te vas a transformar en un orco, como balbuceabas somnílocuo, entonces no, no estás infectado.

La alegría del amanuense y de su acompañante se hizo patente, aunque Saruman no les consintió desmadrarse.

—Y respecto a eso, tienes muchas dudas que resolvernos, joven.

Pero Ori, receloso, se reservó ciertos detalles, como que la nithré parecía estar ya al tanto de la peste, si bien Saruman no precisaba de demasiados pormenores (y tampoco quería prolongar por más rato su trato con esa gente). Sólo unos pocos datos fueron suficientes para, aun sin ser acólito de Sauron todavía, albergar un secreto deseo de profundizar en el examen de ese contagio. Ya en Isengard, mandó a sus sirvientes a capturar a unos cuantos especímenes vivos en los alrededores de los parajes que señaló el prosista en su versión.

Y luego, casi ochenta años después y ya corrompido, había avanzado tanto con su investigación que pudo aplicar tácticamente esa erudición. Verdadera ingeniería genética: manipular él mismo la epidemia bajo parámetros controlados con el objetivo de generar un equipo de élite dentro de su ejército de Uruk-Hai durante la Guerra del Anillo.

Los semiorcos que desarrolló el mago blanco redujeron su aspecto rabioso respecto a los que presenciaron los enanos, aunque conservaron su violencia inherente. De hecho, gracias a su anterior condición humana, eran bastante más inteligentes que cualquier huerco. Unos actuaron como agentes y espías en las tierras de Arnor y Rohan, y otros como expertos combatientes en las batallas del Abismo de Helm o de los Vados del Isen. Pero eso mi esposa no llegaría a saberlo nunca en vida.

En su caso, Nyx no pudo amputarle ningún miembro para frenar la dispersión en su sangre de aquella ponzoña, pese a que su rubio compañero la presionase con que había que ayudarla; iluso, debido a su pasado nogoth. En lo único en lo que podían ayudar a mi esposa era a morir dignamente, sin más dolor.
Y todo porque Thorin tomó una decisión acertada. Requiescat in pace.

#

La misma escueta oración que musitó inaudible la nízrim horas después de la partida de Ori. Quizás si Thorin la hubiese escuchado, o mejor, entendido, no se habrían precipitado acontecimientos clave; pero entonces, ésta sería otra historia.

Una en la que Nyxiræ no durmiese el sueño de los injustos acurrucada en el gélido recoveco de un berrocal y desperdiciando involuntariamente energía para mantenerse caliente, entretanto el monarca naug y su séquito murmuraban en corro cómo sobrellevar los cambios que les habían sobrevenido, sin reparar en que a Bífur empezaba a evaporársele el efecto del narcótico.

La composición del mismo que elaboró Áurea, la conversa, como trueque para Antares y que éste cedió a su hija, actuó como efímera medicación obsequiando al soldado unos minutos de silente lucidez.

Entrevió a sus amigos cuchicheando con aire circunspecto y taciturno, pero entre ellos no se encontraba el cronista. Y recordó.

Los destellos de su brutalidad sobre Ori, del envite a traición que propinó a su capitán, de su forcejeo con Fíli y Dwalin, le llegaron nítidos y terribles, al igual que la imagen de la adolescente tiñosa que lo manipuló con insidia, sugiriéndole viperina que concediese una muerte rápida al pequeño del grupo.

Y entonces supo que jamás se repondría, que seguiría viendo espíritus que, disfrazándolos de piadosa misericordia, le susurrarían que cometiese actos atroces contra sus hermanos.

¡NO!

«Antes la muerte… antes la muerte», sollozaba en su mutismo con la cabeza gacha.

Se levantó tambaleante, amarró su archa furibundo y lanzando un aullido de guerra en khuzdûl¡Khazâd ai-mênu, Khazâd ai-mênu!(1)»), fue directo a embestir a sus colegas ahí congregados.

Entre los gritos de ruegos de estos para que se controlase y depusiese su actitud, pues no deseaban malherirlo, desarmó a Nori con una finta de su guja, placó a Bófur en el estómago con toda la potencia de su hombro, asestó una patada a Fíli a la altura del hígado que lo quitó de en medio, y al fin, amenazó con su hoja al inocente Balin, que lo esquivó de milagro, lo justo para que el arma de Bífur apuntase inequívocamente y sin remedio el costado de Thorin.

El hijo de Thráin no pudo hacer otra cosa que defenderse de la agresión.

Desvió el archa de Bífur, el cual descubrió sin oposición su flanco derecho, como buscando el filo contrario. La espada de acero enano de Thorin (la que él mismo había forjado en una de las fraguas de Ered Luin y con la que había practicado cientos de veces con Bífur y Dwalin en el campo de entrenamiento) se hundió irremisible en el cuerpo de su leal súbdito.

El mundo se detuvo en ese instante.

Todos contuvieron el aliento ante la visión de Bífur ensartado. Hasta Thorin comenzaba a tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo. «Esto no está pasando», se repetía. Era tan parecido a lo que acaeció semanas atrás en aquel algar… Pero Bífur no podía regenerarse como ella.

El guerrero llegó a incrustarse aún más la tizona de su rey para acercarse a él, llegó incluso a pasarle un brazo ya laxo y sin fuerza sobre el hombro. Y en un esfuerzo supremo, agonizando, alcanzó a pronunciar dos palabras en su oído.

Dôlzekh, bahâ.

«Gracias, amigo».

Así fue como Bífur regresó a la piedra: a hierro, como cualquier militar khudz habría considerado honroso; y rodeado de la gente que quiso, como cualquier persona desearía.


¡Arriba! Tienes que comprobar que Tim no ha sucumbido.

Te restriegas la palma por la cara, lo que viene siendo habitual ante la falta de agua para lavártela por las mañanas, y comienzas a desentumecerte de la postura fetal en la que has permanecido las horas de letargo.

Cuando al fin sales de la musgosa cavidad que te ha guarecido, te sorprende ver a Thorin apoyado en el riscal frente a ti.

Brazos cruzados, cabeza vencida, mudo.

—Oh, no —bisbiseas acongojada por la mala noticia en ciernes—. Tim.

Thorin eleva la vista. Los ojos rojos por un llanto reciente, la expresión derrotada y a la vez dura de sus facciones, te abofetean más que las palabras que llegue a pronunciar para confirmar tu indeseada sospecha.

Pero finalmente…

—No. Bífur.

Sit sibi terra levis, mollique tegatur arena (2).

Retienes el soplo de alivio por saber al literato fuera de ese peligro, mas te preguntas a qué es debido este giro. Bífur no sufrió mordeduras de los inficionados.

El líder ha leído en tu rostro el escepticismo.

—Atacó a Ori y luego a los demás. Se trocó violento. Intentamos reducirlo, pero no se atuvo a razones —explica con voz trémula.

Recapitulas el comportamiento que había exhibido estos días atrás: rumiaba solo, pero como departiendo con alguien invisible a su lado, y sin embargo, rechazaba las conversaciones en que sus compañeros querían incluirlo. Desaseado, retraído, disperso, fácilmente irritable por cualquier nimiedad, sádico en suma durante la batalla contra los huercos…

—¿Esquizofrenia…? —postulas para ti a falta de diagnóstico en profundidad.

—¡Sabías que se estaba volviendo loco desde que entró en ese cuchitril y contempló aquella barbaridad! —prorrumpe Thorin de repente—. ¡Y no hiciste nada por remediarlo!

La acusación te pilla desprevenida.

—Por lo que a mí respecta, has faltado al acuerdo que firmaste. Considérate expulsada.

Pestañeas un par de veces procesando su resolución. Un arrebato de ira amaga con abordarte, pero te contienes.

—Ya os dije en una ocasión —inicias calmada tu alegato— que me era indiferente si me aceptabais o no dentro. Puedo seguiros en la distancia. Pero me niego a que me achaquéis la culpa de que uno de los miembros haya fallecido por incumplir mi parte del trato —lo arrostras con seriedad. No estás dispuesta a que te tache de incompetente—. Os compelí a que no volvieseis a por mí. Os lo especifiqué claramente —le recuerdas—. Es más, no sé ni cómo lograsteis dar conmigo.

Y en ese momento caes en la cuenta: el precario entablillado de tu brazo derecho del que no te deshiciste convenientemente antes de adentrarte en el sotobosque. Error de principiante. Les marcó la pista para encontrarte.

—¡No tolero tus ironías! Tú y tu raza, siempre juzgando que el resto somos unos pobres estúpidos. Los Khazâd también nos desenvolvemos como avezados rastreadores debido a nuestros continuos conflictos.

Pero esa última afirmación se diluye en tus oídos, centrándote en el improperio que ha espetado sobre tu etnia. Cómo diantres aseveraba que despreciáis a casi todos los pueblos con tal conocimiento de causa.

Mas como un relámpago, la respuesta se ilumina meridiana.

—… Elrond. —Entrecierras los ojos regalándole una mirada felina y torva al paladín enano—. Cuando todo esto acabe, tendremos que hacerle una visita a ese elfo.

—No lo desvíes a él. No has cesado de restregarnos cuán ignorantes nos consideras, pero la ciega eres tú —te censura airado—. Yo ordené desandar el trecho para ir en tu busca, atendiendo a los insistentes ruegos de mis adláteres, de tus compañeros. Te han estimado importante para la empresa, como lo era Ori, o Bífur. Todos somos parte esencial, en eso consiste nuestra cultura.

—¿Como lo era Ori? —interrogas escamada—. ¿Por qué en pasado?

—¿Acaso creías que en su estado podría haber continuado la expedición? Lo he enviado junto con Glóin de vuelta a Rivendel, para que curen las heridas que tú le infligiste.

Suspiras reconfortada. —En tal caso, habéis obrado sabiamente. —Pero te reprimes de agradecérselo abiertamente.

—Como si eso te importase lo más mínimo —te azuza con escarnio—. Igual que tampoco te ha importado el hado de Bífur, que tú has desencadenado.

—¡No! —atajas sin arredrarte—. Si vos disteis la orden errada de rescatarme, entonces sois el responsable último de que vuestro amigo presenciase la escena del crimen y de que desgraciadamente haya muerto.

Esa sentencia le impacta más de lo que esperabas. Lo noquea, lo deja paralizado, obsesionándose con esa imputación.

—Tenéis que asumirlo. Como jefe de la cohorte, cargaréis con todos los decesos que acaezcan durante el periplo, puesto que vos los requeristeis a esta misión suicida. —Aprovechas para recriminárselo rastrera y ruin mientras permanece anegado por la culpa—. Bífur, Balin, Fíli, Kíli… —Suspendidos sus nombres adrede en el aire—. ¿Por qué no trajisteis también a vuestros hijos? Yo os lo diré, porque en el fondo conjeturasteis sumamente probable que todos fenecieran.

—¿Qué hijos, necia? Yo no tengo hijos, no necesito hijos. ¡Fíli y Kíli son mi orgullo y mis únicos y legítimos herederos!

Ahora eres tú la que te pasmas ante dicha confesión. Nunca lo cotilleaste con el grupo. En tu fuero interno te forjaste la creencia de que Thorin, como rey, ya habría afianzado su sucesión mediante una prole directa, pero jamás sopesaste la posibilidad de que no fuese así porque para ti carece de toda lógica.

—¿Necia yo? —rebates colérica—. ¡¿Necia yo?! Vos sois el irracional aquí, ¡emplazando a vuestros sobrinos a una muerte segura! —Espantada, la simple idea de que por su ineptitud, los jóvenes hermanos puedan perecer en el intento, lo ha condenado a tus ojos.

—¡¿Cómo osas acusarme de insensatez, insolente?! Para cualquier enano exiliado de las Montañas Azules es una honra participar en la reconquista de Érebor. ¡Cuanto más iba a concedérselo a mi propia familia!

Has rebasado el límite de la irrespetuosidad. Lo has ofendido, injuriado; pero ya te da igual. Estás obcecada, has dictaminado que no es un aspirante idóneo para integrarse en vuestras filas: mal estratega fuera del campo de batalla, que prima los lazos de sangre y la amistad por encima del buen juicio. En cuanto se esfume, le notificarás a tu padre que lo descarte de la ecuación y que proceda a la eliminación del resto de la compañía. Os contentaréis sólo con Fíli, Kíli y Dwalin.

—Bah, no tengo por qué aguantar pueriles justificaciones sobre vuestra negligencia —prosigues insoportable con tu irreverencia, volteando de nuevo a la covacha a por tu morral.

—¡A mí no me des la espalda!

—No, Thorin —segunda vez que te diriges a él por su nombre desde vuestra fallida cópula, ya con confianza y poco respeto, salpimentándolo con una sonrisa ladina y sardónica—, sois vos el que no debe dármela a mí.

Esto… No, Nyx. Tiene razón. No deberías dársela. Conoce tu punt-

Golpe seco en la base de la espalda…

y oscuridad.


Traducciones (aproximadas):

¡Khazâd ai-mênu! (1) - ¡Los Enanos están sobre vosotros! (su grito típico de guerra).

Sit sibi terra levis, mollique tegatur arena (2) - Que la tierra le sea leve, y mullida la arena que lo cubra.

Requiescat in pace - Descanse en paz.

Naug, nogoth, khuzd – «enano» en sindarin y khuzdûl respectivamente.

N. del A.: la perturbación que acosó a Bífur se denomina «trastorno esquizotípico» (mil gracias a Elein88 por instruirme en él), que suele derivar en esquizofrenia. Estimé irreal que la especie de Nyx, aunque domine los términos anatómicos, manejase una jerga psiquiátrica tan específica. Una cosa es conocer órganos y demás componentes de los antropomorfos, y otra poseer conocimientos avanzados en medicina que el hombre como tal, sólo ha estudiado en los últimos siglos.

Y ahora sí, hago mutis por el foro acabada la función, no sea que el público ande cabreado con la caída del telón.

Sé que probablemente os hayáis quedado con dudas: cómo reacciona Thorin a la muerte de Bífur, por qué no interroga a Nyx sobre la peste… u otras que vengan de capítulos más atrás, como adónde diantres fue el padre de Nyx (porque después de cinco capítulos, Gandalf ya ha aparecido por fin. De lejos, pero ahí va el hombre xD).

La buena noticia es que no creo que me demore mucho con la próxima entrega, que será la que os resuelva esas incógnitas y os dé otras :P
La mala es que seguramente sea bastante más extensa que ésta U^^