Advertencia:
El siguiente capítulo es un recuento de la vida de Rozemyne desde su punto de vista. Drogas, abuso físico, abuso verbal y emocional además de autoimagen errónea de la protagonista son temas que se tocan en este episodio. Si te sientes muy incómodo leyendo, puedes sentirte en la libertad de brincar el episodio, ya que no leerlo no afecta el rumbo de la trama.
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El Ascenso de un Científico Loco
¡Descubriré como Funciona el Mundo!
SS Rozemyne
Odiaba esas sesiones más que nada en la vida. Odiaba no poder decir una sola palabra a nadie. Odiaba las palabras susurradas en sus momentos de vigilia:
"Eres una flor igual a tu madre, viviendo de seducir hombres. Nada más que una sucia flor disfrazada de Santa. Por tanto, a menos que demuestre lo contrario, solo vales para una cosa…"
Pero lo que más odiaba… era la certeza en las ponzoñosas palabras de la primera dama de su padre.
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El primer recuerdo que tenía de Lady Verónica era el de una mujer estricta, fría y dura, cuya belleza física era atenuada por un velo color azul translúcido. Era la primera vez que ella pisaba el palacio archiducal, cuando todavía pensaba en ella misma como Myne y no como Rozemyne.
Su padre las había presentado. La mujer había fingido una sonrisa antes de mirarla a ella con odio y a su padre con dolor y repudio.
"¿Y está sucia criatura? ¿La recogiste en el bosque, Adalbert?"
"No, querida. Ella es Rozemyne. Mi hija. Devuelta a mí por la guía de los dioses."
La mujer cuya sola mirada la hacía temblar asustada hizo un gesto con las manos sin dejar de mirar a su esposo. Alguien dio un paso al frente, colocando un artefacto que proyecto, lo que después aprendería era, una barrera anti escuchas alrededor de ellos tres y un par de metros más. Luego los criados, soldados y nobles que servían en el castillo y estaban ahí ese día se dieron la vuelta.
La mujer llamada Verónica cerró la distancia entre ella y su padre, golpeándolo con fuerza en el rostro sin mirarla a ella. El golpe había sido tan violento, que cuando Rozemyne miró arriba se sintió horrorizada por el hilo de sangre saliendo de la comisura del labio de su padre.
"Te permití tomar una segunda esposa porque era necesario que alguien guiará una segunda facción para ti. Te permití revolcarte con ella y tener una hija… ¡Y RESULTA QUE NO FUE SUFICIENTE PARA TI! ¡¿Dónde está ese amor que dices tenerme, Adalbert?! ¡¿Dónde?!"
"¡Verónica, por favor!"
"¡No! ¡Esto debiste pensarlo antes de ir a revolcarte a saber los dioses con quién! ¿Lo disfrutaste al menos? ¡¿Eh?! ¿Necesitabas pétalos más jóvenes dónde meter la espada mientras tu otra esposa y yo educábamos a tus hijos, Adalbert? ¿NUESTROS hijos?"
Su padre tensó la mandíbula, alcanzando su cabeza y ayudándola a esconderse dentro de su capa, cómo si con eso pudiera protegerla del odio y el dolor que parecía estar sintiendo su primera esposa.
"Verónica, entiendo que estés furiosa. Tienes derecho a estarlo, pero te ruego que guardes tus palabras hasta que estemos solos. Puedes desquitarte conmigo todo lo que quieras. Concentra tu odio en mí y solo en mí. Esta niña no estaría en Eisenreich… de no ser por mí."
La mirada de la mujer bajó hasta toparse con ella. Asco, odio, repudio. Tantas emociones que dolían dirigidas hacia su pequeña persona la hicieron sentir unas enormes ganas de llorar.
No debía llorar.
Se lo habían dicho. Se lo habían pedido. No podía recordar el rostro o el tono de voz, solo recordaba que debía ser muy fuerte y evitar derramar lágrimas en el castillo o donde cualquiera pudiera verla.
"Bien." Suspiró con cansancio Lady Verónica "Dejaré en paz a tu pequeña flor. Pero no quiero que pongas un pie en mi cuarto por el resto de la temporada, Adalbert" escupió con odio la mujer cuyos ojos hallaron los de su padre una vez más "En este momento me repugnas. No eres más que un Dios Oscuro que ha caído en las provocaciones de Chaosipher y engendrado con ella su propia caída de las alturas."
La mujer se retiró de la sala de té en ese momento y Rozemyne no volvió a verla por más de una temporada. No supo si era por las llamadas de los dioses o por ser ocultada en el Templo, lo cierto es que casi había olvidado la terrorífica existencia de su verdugo cuando recibió la primera de muchas invitaciones para ser torturada.
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Al principio era solo una vez cada cambio de temporada.
Rozemyne subía al castillo para pasar tiempo con su padre y sus hermanos… y tomar el té con esa mujer.
"Bienvenida, florecilla" era el saludo habitual de la terrible dama "anda, ven y demuestra que lo que se invierte en ti vale la pena, florecilla."
Eran pocas las palabras que intercambiaban. Rozemyne daba sus saludos y hacia alguna pregunta para tratar de guiar la conversación como la hermana Cristine le hubiera enseñado cuando Lady Verónica la interrumpía para corregirla de modo brutal.
"¿Llamas a eso una sonrisa noble? ¡Un sucio grun podría hacerlo mejor!" "¡Endereza la espalda! ¡Tu postura pondría en vergüenza a toda la casa archiducal de Eisenreich en un santiamén!" "¿Eres estúpida o es solo que Grammalatur no te dio su bendición? ¡Pronuncia de manera correcta!" "No sorbas como un animal! El té se debe tomar en sorbos pequeños y elegantes para refrescar tus labios y tu garganta." "¡Limpia esas malditas lágrimas de tu rostro! Es vergonzoso y solo denota lo débil que eres." "Le dije a Adalbert que esto era una maldita pérdida de tiempo. Una flor es una flor, no importa cuánto intentes disfrazarla de persona."
Era aterrador, pero no tanto como cuando empezó a enfermar. En algún momento, asistir a las fiestas de té con esa mujer significaba que Rozemyne estaría postrada en cama con fuertes dolores y delirios luego de algunos días por un tiempo indefinido.
A veces su garganta comenzaba a cerrarse, su vientre a expandirse y sus entrañas a quemarse en cuanto ponía un pie en el Templo.
Otras veces sentía una comezón insoportable que no hacía más que escalar hasta que no podía ni salir de su habitación en el castillo. Odiaba esas. Odiaba que la bañaran y ver su cuerpo lleno de pequeñas burbujas rojizas y ardientes que le provocaban fiebres que duraban días y días sin dejarla descansar.
En ocasiones solo era fiebre. Una fiebre extraña que la mantenía angustiada conforme los días pasaban. Era imposible detectarla al principio. Su temperatura no se elevaba demasiado. Luego venían los sudores. Toda ella sudaba todo el tiempo sintiendo una necesidad que no la dejaba respirar como era debido ni pensar con claridad. Esas veces se ponía demasiado emocional. Lloraba por cualquier cosa. Reía por cualquier cosa. Enfurecía por cualquier cosa y peor aún…
Se sentía demasiado sola, como si faltara una parte importante de ella… personas importantes para ella. Y lo odiaba.
En algún momento más asistentes fueron asignados a ella en el Templo. Entonces empezó a enfermar en momentos aleatorios. Pensó que no lo lograría cuando él llegó.
Ferd. Su Ferdinand.
Él la salvó de encontrarse con los dioses en más de una ocasión, pero nunca olvidaría la primera, la que obligó a su padre a no colocar nada que no fuera aprobado por él o el médico de la familia en su habitación nunca más. En especial flores.
Cuando su padre le dijo que algunas de las flores que colocaron todo ese año en su alcoba resultaban venenosas para ella, supo quién dio la orden de ponerlas ahí, pero no dijo nada. No podía señalar a Lady Verónica. No quería que su ira fuera todavía peor.
Debió decirlo de inmediato.
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Por un tiempo, Lady Verónica pareció calmarse y optar por ignorarla. En ese sentido, ella era feliz. Su cuerpo se había debilitado tanto con los constantes intentos de envenenarla, que se había vuelto enfermiza. Ese descanso y el apoyo constante de Ferdinand en sus experimentos e industrias fue lo que le permitió seguir viviendo en paz con respecto a Lady Verónica… por un tiempo.
Apenas Ferdinand fue bautizado y su identidad de plebeyo lavada como la de un noble rechazado que regresaba a la nobleza, su padre insistió en presentarla con sus primos, Galtero y Eglantine. Ambos parecían amables en un inicio, el problema era que cada vez que tenía que asistir al castillo, Galtero no dejaba de seguirla y tratar de arrastrarla a jugar con él. Con lo débil que ella estaba no podía comprender como su primo seguía insistiendo en tratar de hacerla correr. Por casi un año esa fue su única preocupación real, evitar a Galtero y su agarre demasiado potente de mana desagradable para no terminar desmayada por agotamiento.
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Por alguna razón, la irá de Lady Verónica creció más, alcanzándola de nuevo tras su bautizo.
Comprendía que la mujer se negara a bautizarla. Lo que no comprendió fue lo que sucedió ese invierno.
Luego de casi morir envenenada de nuevo y ver partir a Ferdinand lejos de ella, su padre la llamó a su oficina.
Ella estaba ahí. Su torturadora personal.
"Rozemyne, cómo candidata a archiduquesa de Eisenreich deberás tener, a partir de ahora, una educación adecuada para una dama. Lo he discutido mucho con Lady Verónica y, a pesar de no haberte bautizado, estarás bajo su cargo en esto."
"¿Padre? ¿Estás seguro? No, no quiero ser una carga… o abusar de la amabilidad de Lady Verónica."
Pero su padre no la escuchó.
"Tonterías. Es el deber de la primera dama supervisar la educación de los hijos del Aub y modelarlos para que sean el orgullo del ducado, en especial con las candidatas mujeres. No te preocupes, mi niña. Estarás bien. Verónica ya se ha encargado de la educación de nuestras hijas Georgine y Constance. Estás en manos capaces, Rozemyne."
Ese día, ambas tuvieron una fiesta de té. No percibió ninguno de los sabores usuales en los tés que le daba Lady Verónica. Los que la enfermaban. Tampoco sintió los aromas que la hacían sentir incómoda o le revolvían el estómago. Incluso los postres con poco sabor parecían inofensivos. El veneno, sin embargo, estaba en otro lugar.
"Así que, florecilla, parece que no me queda más opción que ser tu Anhaltung en los temas de Geduldh y Efflorelume… ¡Cómo si necesitaras refinamiento!"
La mujer tomó su té e hizo las mismas señas con la mano que el día en que la conoció. La herramienta mágica fue colocada en la mesa y todas las mujeres en la sala voltearon hacia la pared, dejándola a merced de la primera dama.
"Le dije a tu padre que no necesitas este tipo de educación. Una flor siempre será una flor, no importa cuánto intente negarlo. Pero no me escuchó. Así que aquí estamos. No hay nadie más que quiera tomar este rol y mi Aub me ha dado una orden que debo cumplir, no importa cuán aberrante sea."
Sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas que contuvo de algún modo. Aguantó derecha en lugar de dejar que el peso de esas palabras la doblegaran sobre la mesa. Sus manos se mantuvieron quietas a ambos lados de su plato y su sonrisa noble no decayó en ningún momento.
Rozemyne respiró hondo antes de dirigir su mirada al filo del velo violeta detrás del que se encontraba esa mirada pesada y cargada de desprecio que tanto miedo le provocaba.
"Lamento mucho causar inconvenientes, Lady Verónica…"
"Como debes. Te traje aquí hoy, no para que atiborres tu sucia boca con mis postres o para que ensucies mi sala de té con tu presencia, sino para que estés al tanto de lo que va a pasar a partir de hoy."
Aguantó el impulso de morder sus labios o sus uñas. Congeló la expresión de su rostro lo mejor que pudo y de algún modo logró cerrar su vejiga para no dejar la silla manchada como había pasado en sus primeras fiestas de té con esa mujer, asintiendo cuando lo único que deseaba era salir huyendo.
"No tenemos lugar para los inútiles, así que seré estricta cuando te enseñe tejido, bordado, nobles Eufemismos, dicción y hospitalidad. Cómo imagino que no comprendes a qué me refiero, te lo explicaré de manera directa.
"Comete un error y recibirás un golpe con una vara especial. Desarréglate así sea un poco y me encargaré de que tu cara sea limpiada con agua helada antes de hacerte un waschen. La mala pronunciación y el mal uso de Eufemismos que ya se hayan estudiado serán castigados con una bofetada de uno de mis viejos guantes de cuero para educar esa sucia boca tuya. Una sola queja al respecto y encontraré a alguno de tus preciados grises para enviarlo de mensajero a la pareja suprema. Ya que insistes en que son los dioses quienes te guían, tal vez pueda usar a tus asistentes para pedirle a los dioses que te eduquen y te enseñen a ser agradecida. ¿Te queda claro, florecilla?"
"¡Si, Lady Verónica!"
"Una cosa más. Se supone que debo enseñarte sobre el desempeño que toda dama debe tener en la habitación de su Dios Oscuro… pero… bueno, una sucia florecilla cómo tú debe tener esa información en sus venas. Solo debes saber abrir tus piernas y sonreír, estoy segura de que puedes hacerlo mejor que nadie en todo Yurgenschmidt, ¿O no, florecilla?"
"Si usted lo cree, debe ser cierto, Lady Verónica."
No hablaron más. Cuando la fiesta de té se acabó, una de las asistentes de la primera dama se encargó de darle una tablilla con los horarios de estudio.
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Sus mañanas las pasaba en la sala de juegos tratando de interactuar con los otros niños y huyendo de Galtero. El niño no dejaba de hacerle todo tipo de preguntas y seguirla de un lado a otro, interrumpiendo cuando ella intentaba hablar con los otros niños y llegando al grado de exigir a las niñas con las que hablaba que les trajeran cualquier cosa. Que intentara tocarla cada vez que los adultos parecían no estar mirando era de lo más irritante también, pero no podía hacer mucho a parte de solicitarle que le permitiera conocer a los otros niños para evaluarlos y fungir con su rol.
Después de la comida pasaba una aterradora hora con Lady Verónica. Todos sus intentos de tejido o bordado tenían manchas de sangre. La mujer aprovechaba cualquier mínima equivocación para azotarle las manos, las cuales terminaban con cortes en cada ocasión, cortes que no se veían porque Lady Verónica la curaba justo antes de dejarla salir, nunca sin echarle en cara el desperdicio que era gastar su maná en curarla.
Poco antes de la cena, Rozemyne acudía al despacho de su padre para escuchar los informes sobre Ferdinand. Después la acompañaban a su habitación. En ocasiones tardaba más tiempo del necesario debido a Galtero. El niño insistía en reclamarle que prefiriera ir a escuchar los aburridos mensajes que le enviaban al Aub que pasar tiempo con él y con los otros niños en la sala de juegos. Las formas amables de explicarle que necesitaba estar pendiente de un niño que estaba bajo su cargo directo o que en realidad no era aburrido leer los reportes de desempeño de los otros estudiantes se le acabaron demasiado pronto sin que Galtero llegara a cambiar su modo de actuar.
La bañaban. La alimentaban y la ponían a dormir.
Cada noche que pasaba en el castillo se retorcía de dolor, perdía la capacidad de respirar de forma adecuada, le salían ronchas o sentía esa extraña angustia que terminaba por hacerla mojar su cama.
Los días de la fruta y de la tierra se le permitía volver al Templo para descansar y llevar a cabo sus responsabilidades. La primera vez esperó con ansias en el castillo desde la tercera campanada a qué Ferdinand llegara.
Esa fue la primera vez que mojó su cama sin sentir la extraña angustia apoderarse de ella.
Se había sentido tan avergonzada e incómoda, tan temerosa de cometer un error al día siguiente o decir algo que no debiera y que Ferdinand lo pagara, solo, tan lejos de ella, que no pudo contenerse. Tuvo que huir a la habitación de Ferdinand para asegurarse de que estaba bien. A salvo. El alivio fue tanto y la necesidad de constatar que seguía bien tan fuerte que no dudó en abrazarlo de manos y piernas para dormir.
Cuando despertó sola entre sabanas limpias dentro de su cama a la mañana siguiente, no supo cómo sentirse. Apenas terminaron de arreglarla se recordó a sí misma que Ferdinand no podría estudiar y hacer amigos si estaba preocupado por ella, así que hizo todo lo que pudo por disimular que estaba bien.
A media semana, sin embargo, llegaron algunas misivas que la hicieron sentir triste y envidiosa. Su Ferdinand le daría asesorías en lenguaje antiguo a Lady Constance los días de la fruta por la tarde… de modo que solo podría regresar hasta el día de la tierra.
No supo cómo, pero se las ingenió para alegrarse por él. Quería que Ferdinand brillara, después de todo. Quería que todos vieran que él valía la pena. Quería que fuera su igual. Así que tomó su envidia y su tristeza y los tragó, igual que los tés amargos y sospechosos que bebía con Lady Verónica cada día del fuego sin falta.
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"Y dime, florecilla, ¿quién hace las ofrendas de tu habitación en la noche, tú o tus grises?" la primera vez que escuchó esa pregunta no supo que responder, decidiéndose por profundizar su sonrisa un poco más.
"Lady Verónica, debo disculparme. Mi incapacidad para ser merecedora de las bendiciones de Grammalatur evitan que pueda darle una respuesta adecuada."
Esa primera vez, justo la semana siguiente a qué Ferdinand empezara a asesorar a Constance, Lady Verónica sonrió de un modo escalofriante luego de dar un pequeño sorbo a su té, dando un suspiro de cansancio y luego una respuesta.
"En ese caso, quizás deberías decir algo como mis grises y yo somos iguales, así que todos hacemos ofrendas en mi habitación."
No estaba segura de que debiera repetir eso, sin embargo, le aterraba llevarle la contra a la mujer sentada frente a ella.
"Mis grises y yo somos iguales, así que todos hacemos ofrendas en mi habitación." Rozemyne no lo sabía en ese momento, pero Lady Verónica la haría repetir la misma respuesta cada semana por un año. Era casi como si deseara que la respuesta se grabara en su interior desde antes de saber el significado.
"Vaya, vaya. La sucia florecilla puede repetir lo que se le indica sin indagar. Muy bien. La hora del té terminó. Empecemos tus lecciones de bordado, florecilla."
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Más pronto que tarde entendió que los nobles despreciaban el templo, pero no entendió el motivo. El templo era el hogar de los dioses, era el lugar donde vivían sus servidores. Si los nobles lo habían olvidado, entonces ella se encargaría de recordárselo.
Además de sus queridos Tuuri, Dirk, Philine y Conrad, necesitaba más niños con maná que fueran elevados a nobles así que buscó entre los aprendices del templo, Muriela, Brunilde, Matthias, Laurenz y Shikikoza fueron los primeros elegidos, poco después Damuel, un amigo de Tuuri se uniría al templo como sacerdote azul. Solo necesitaba añadir a otros menores para tener al menos tres estudiantes en cada grado.
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Las palabras de los dioses y sus desapariciones prosiguieron. Rozemyne empezó a dejar de sentir alivio en el momento en que Verónica intentó hacerla tomar todas las lecciones perdidas de una sola vez. Su cara terminó hundida en hielo más veces de las que habría querido. La vara comenzó a encontrar su espalda y sus piernas, incluso su rostro. La única vez que se quebró y comenzó a llorar sin dejar de bordar un seto de flores en un pañuelo, lo lamentó de manera terrible. Lady Verónica la jaló del cabello sin permitirle detenerse por tanto tiempo que terminó con la cabeza adolorida y los dedos picados por todas partes sin dejar de repetirle que una candidata a archiduquesa jamás muestra flaqueza alguna frente a los demás, gritándole que las lágrimas, el dolor e incluso el alivio eran para la habitación oculta, soltándola luego de un rato y dándole la espalda.
"Ni una palabra a nadie, florecilla." Le advirtió aquella vez sin atreverse a mirarla "solo estarías gastando el tiempo de tu padre y nadie te creería de todos modos. Solo imagina lo bajo que caería el nombre de este Ducado si se supiera que una de sus candidatas es una quejica, hija de una sucia y repugnante flor. Ya bastante es que seas una flor insípida que seguro termina recluida por siempre en el Templo."
No lo entendió, ¿Qué era lo malo de vivir toda su vida en el templo? ¿Por qué llamo sucia flor a su mamá? ¿Por qué llamó flor insípida?
Las flores eran parte de las ofrendas a los dioses, entonces ¿Por qué escupió las palabras con tanto desprecio? No lo entendió, tampoco preguntó. Encerró su curiosidad bajo llave, en lo más profundo de su mente.
Pero esas frases se grabaron en su mente, del mismo modo en que lo hizo el nombre de la pareja suprema.
Para cuando su hermana Georgine tuvo su ceremonia de unión de las estrellas, Rozemyne ya tenía una cosa muy clara. Ella no pertenecía a la familia archiducal. Solo era la hija del archiduque. Una herramienta de los dioses. Ni siquiera debería considerarse humana, ¿cierto?
Quizás esa fuera la razón de que aceptara a Margareth como su primera asistente noble.
Eran tan parecidas… su prima era hija de una amante. A diferencia de Rozemyne, ella había sido bautizada por la primera esposa de su padre, lo cual no le garantizaba que fuera parte de su familia. Ella tampoco era deseada, al grado que para su cuarto año en la academia se movía con un nivel de sigilo asombroso. Era imposible detectarla.
"¿Podrías enseñarme, Margareth?" había pedido el día que logró llevarla al Templo.
"Lo intentaré, Milady. Tal vez dejen de acosarla si aprende el arte del sigiló."
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Le tomó tiempo y nunca logró alcanzar el nivel de Margaret, pero aprendió. Memorizó todos los corredores del Templo y del castillo además de como moverse en la naturaleza mientras evitaba a Galtero, quien se había vuelto mucho más demandante con su atención y recogían sus ingredientes para el jureve… también empezó a colarse en el lecho de Ferdinand por las noches. No podía evitarlo. Su mana era reconfortante y sanador. Ser aceptada y apreciada por él mantenía su corazón menos roto y eso le gustaba.
El único problema era que Ferdinand podía verla cuando usaba maquillaje, podía ver las ojeras que se formaban debido a las pesadillas bajo la capa de pintura o su rostro destemplado debido a la mala alimentación cuando pasaba demasiado tiempo en el castillo, por lo que Margareth la había ayudado a preparar una serie de cosméticos y cremas que mantenían su apariencia saludable. Su piel que lucía un pálido enfermizo era lo único que podría delatarla, pero ella no podía hacer nada para corregir eso. No aún.
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Con el tiempo transcurriendo, poco a poco empezaron a disminuir los golpes y los insultos de Lady Verónica. Su habilidad de bordado había mejorado tanto en tan poco tiempo, que incluso le bordó un pañuelo con círculos mágicos a Ferdinand y le pidió que la dejara bordar círculos en su capa para practicar, guardándose el hecho de que quería protegerlo.
Todo iba inusualmente bien.
Ahora no solo podía evitar a Galtero por completo en los pasillos del castillo, también logró encontrar el modo de insultarlo y dejarlo en blanco en medio de los pasillos cuando no tenía más opción que encararlo y escuchar sus estúpidos reclamos por pasar tiempo con sucia basura del templo y no con él, un príncipe que podría volverla la reina de todo Yurgensmith.
¡Su padre incluso acepto que bautizara a sus azules bajo su tutela!
Fue una lástima perder a Shikikoza y lo fue aun más cuando no logro traer más aprendices a ella. Pero no todos podían soportar la prueba de Glücklietate. Solo eran diez, sin contar a Ferdinand o a Conrad que tenia su edad, pero esos diez se volverían el epitome de lo que significaba ser un noble. Ella los ayudaría.
Los eruditos que contrato, recibieron la autorización del Aub para educarlos y formarlos, incluso en las prácticas médicas, de modo que ellos mismos pudieran atenderla si se enfermaba. No lo dijo en voz alta, pero no volvería a confiar en los sanadores de la familia archiducal. No permitió que se le acercaran. Ferdinand, Margareth y el resto de sus azules podían encargarse de su salud. Y, después de mucho tiempo, su padre lo acepto.
Aunado a eso, la mayor parte de los venenos ya casi no le hacían efecto. Los dolores se volvieron meras molestias. Las burbujas de fiebre apenas picaduras de mosquito y la extraña fiebre se había vuelto manejable… o eso había pensado ella.
Lady Verónica había comenzado a llamarla por su nombre incluso cuando le daba clases. Su mirada de molestia seguía ahí, pero empezaba a ver otras emociones en sus ojos. Rozemyne estaba segura de que era por el favor que Eglantine había estado demostrando hacia ella.
Entonces llegó el torneo de caza.
"Gloria, Cecile, tráiganle algo de comer a Rozemyne. Margareth y Ferdinand son muy pequeños todavía para hacerse cargo de ella solos." "Gloria, tráele agua también, ¿cómo esperas que se pase la comida? Podría ahogarse."
Gloria era la asistente predilecta de Lady Verónica al grado de ser la única a la que solía hacerle preguntas sobre su familia cuando olvidaba que ella estaba cerca. Rozemyne desconocía la razón, pero la mujer parecía haber abandonado su lugar al lado del Conde Dalhdolf para estar en el castillo. Rozemyne siempre la veía ahí. Cecile era otra de sus favoritas. En total eran seis las mujeres que siempre estaban junto a Lady Verónica y que rara vez se cambiaban como el resto del séquito, las había visto por tanto tiempo que podía reconocerlas como a sus sacerdotes. Gloria y Cecile eran las asistentes de confianza. Lauralea fungía de erudita, ella era la que llevaba el registro de sus progresos, en ocasiones la felicitaba antes de dejarla salir por sus progresos en clases. Luego estaban Bertilda, Florence y Alinna, las caballeras de Lady Verónica que parecían no dejar nunca sus puestos dentro o fuera de la habitación de la primera dama.
"Si, milady. Enseguida la atendemos."
Para cuando llegaron al postre, Rozemyne se sentía de verdad orgullosa de sí misma. El veneno que había en sus platos apenas le estaba haciendo cosquillas. Entonces pasó algo extraño. Lady Verónica la miró con… ¿orgullo?
No estaba segura, pero por un segundo o dos no pudo ver ni el enfado ni el asco a través del velo. La mujer incluso le estaba ofreciendo su postre favorito. Rozemyne no podía creer que la mujer la conociera lo suficiente para saber cuál era.
"¡Oh, cielos! ¡Dulces especiales para mi querida prima!" comentó Eglantine emocionada sin dejar de mirar entre Rozemyne y los postres "Debes ser de las favoritas de Lady Verónica, Rozemyne."
Ella se limitó a sonreír. Nadie le creería que en realidad era la persona más odiada de Lady Verónica.
"Rozemyne suele estar en mis pensamientos de manera constante. Eglantine, si recibo una felicitación por su desempeño de parte de tus profesores de números e historia, también le obsequiaré sus favoritos a usted." Comentó Lady Verónica antes de concentrar su mirada en Rozemyne mostrando una sonrisa maternal en su rostro que la descolocó por completo "No dudes en comer más, querida. Como pasas tanto tiempo en el templo, no sueles tener muchos momentos para comer tus favoritos."
"Muchas gracias por su amabilidad", respondió ella comiendo un poco más y bebiendo de su taza de té. "Realmente esta delicioso", agregó luego de un segundo bocado, bajando la guardia ante la mirada más suave de lo normal debajo del velo. Era irónico que estuviera tan hambrienta del afecto y la aceptación de esta mujer, pero así era.
Después de eso lo lamentó demasiado.
Fue una suerte que Ferdinand y Margareth actuaran de inmediato. Sentía que su piel se quemaba. Le costaba respirar. La extraña angustia que hacía que su corazón latiera desbocado estaba a punto de no dejarla comportarse.
Cuando llegaron a su habitación, aprovechó que Ferdinand salió para ir al baño. Unas ganas inaguantables de orinar se apoderaron de ella y siguieron ahí incluso cuando no tuvo nada más que expulsar.
"Milady, no debió aceptar nada de lo que le dieron. Debió pedirnos la comida a nosotros." La regañó Margareth en un tono gentil y cargado de preocupación.
"Lo sé, pero... ella… ella no parecía tan molesta como siempre… quería pensar, que al fin me estaba aceptando." Era un deseo estúpido e infantil, pero de verdad añoraba tener una madre. Deseaba que se reconocieran sus esfuerzos.
"Trataré de desintoxicarlo, milady. Descanse mientras."
Aguantar hasta llegar al templo fue terrible. Lo único que quería era quitarse la ropa y tirarse en un pozo de agua helada.
Su piel estaba demasiado sensible, tan sensible que parecía que estuviera sintiéndolo todo al mismo tiempo por primera vez.
Ni siquiera pudo descansar esa noche. La angustia parecía atenuarse si se abrazaba a Ferdinand, pero el maná de su protector se sentía inusualmente agradable, tan placentero que no podía controlar su propia garganta. Los sonidos que estaba haciendo debían ser malos porque Margareth no tardó en sonrojarse y hacer que Ferdinand la obligara a tomar un aparato anti escuchas.
Se sentía mal. Se sentía sucia gimiendo por el maná de Ferdinand, pero no podía soltarlo, sentía que si lo hacía enloquecería de angustia y las lágrimas no dejarían de salir nunca de sus ojos. Por fortuna, los efectos del veneno pasaron y Ferdinand pareció aceptar incluso aquel comportamiento bizarro sin dejar de cuidar de ella durante toda la noche. Fue entonces cuando Margareth habló con ella.
"Milady, lo que le dieron está vez no fue veneno, sino varias drogas bastante potentes."
"¿Drogas? ¿Por qué me darían drogas? Eso no iba a matarme."
"No", respondió Margareth sonrojándose, "pero haría que milady se comportarse de manera deshonrosa. No debería decirle esto ahora, mi señora, pero es necesario que le explique cómo es que se concibe nueva vida."
"¿Por qué? No entiendo que tiene que ver, Margareth."
"Porqué la droga que le dieron era para que usted… intentara… procrear en público, milady. Algo que solo debería hacer en la intimidad de la alcoba con su Dios Oscuro cuando sea mayor."
Margareth le explicó todo. Los términos que hasta entonces no había entendido, de pronto cobraron sentido.
Una florecilla haciendo ofrendas a hombres en frente de todos los nobles del Ducado sería algo más que deshonroso. Sería algo terrible para su reputación y la de la casa archiducal entera. Una falta grave cuya consecuencia, aunque desconocida, sería de verdad terrible.
Entonces entendió a qué se refería Lady Verónica cuando la llamaba florecilla o cuando solía preguntarle quién hacía las ofrendas en su habitación.
Ese año, Rozemyne empezó a hablar con sus doncellas y a regular las ofrendas de flores. Si de todos modos era una flor, al menos debería asegurarse de que las personas a su cargo no fueran obligadas a sentir esa angustia tremenda por capricho de otros.
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Pronto sus azules comenzaron a asistir a la Academia Real. Se sentía orgullosa como una madre por lo que decían los informes y un poco celosa también. Si fuera más grande, podría asistir a la escuela con ellos. Aún si Lady Verónica ya casi no le pegaba ni metía su cara en hielo. Al menos no tendría que cuidarse de lo que probaba estando en la Academia Real, aunque no podría caminar tranquila por los pasillos de la Academia Real. Galtero también ingresó ese año a la Academia, volviéndose una preocupación menos tener que encontrar la manera de negarse a sus exigencias estúpidas de entregar el liderazgo del templo y estudiar junto con él o pasear por los jardines.
Mientras se preparaba para verlos partir, tomó toda la información que pudo y se preparó para estar sola. Sin Margareth, ella quedaría expuesta en el mismo instante en que se durmiera.
La herramienta mágica estaba formada por cuatro cubos, lo cuales ponía en cada esquina de su cuarto y un giroscopio el cual alimentaba con su mana para activar la herramienta. Una barrera similar a una zona de anti-escuchas entonces se desplegaba en su habitación. Los cubos delimitaban que área debía cubrirse. Solo quien tuviera más maná que ella podría pasar, y gracias a que lady Verónica había robado sus herramientas mágicas para niños, nadie tenía más mana que ella. Nadie podría entrar. Nadie podría llegar a ella. Nadie podría envenenarla o matarla durante los pocos instantes que lograba dormir.
Cuando no lograba dormir, aprovechaba el tiempo para crear cualquier cosa que pudiera fortalecerla, usando su habitación oculta como laboratorio, se dedicó a crear las ideas que llegaban a su mente como susurros de los dioses. Modifico el papel trombe, conectando cada herramienta con su propia hoja, doblándolo como origamis, uniendo varas hojas dobladas, para que nadie pudiera entender sus anotaciones y codificando sus letras, separando cada parte en distintas cajas y creando una herramienta mágica que abriría todas. Solo ella podría tocarla, cualquier otro maná que entrara en contacto con la herramienta, activaría los círculos defensivos paralizando al ladrón.
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Cuando todos volvieron, cuando Ferdinand le contó sobre tener memoria de haber vivido hasta la edad adulta en otro mundo, y que le angustiaba no encontrar alguien con quién casarse. Entonces se dio cuenta de algo.
No quería que Ferdinand se casara con nadie.
No quería que Ferdinand se alejara de ella…
Quizás por ser una flor, lo cierto es que de pronto ya no quería que él la viera como una niña pequeña. Quería que la imaginara a su lado. Quería que la encontrara atractiva. Quería ser quien le hiciera ofrendas nocturnas en la intimidad de su alcoba, pero era demasiado joven aún.
'¿Por qué no es Ferdinand quien se muestra codicioso con mi tiempo en lugar de Galtero?'
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Para la primavera, Lady Verónica ya no la golpeaba. Seguía llamándola florecilla y Rozemyne seguía detectando venenos ocultos en su té, pero ahora era capaz de aguantarlo todo. Ella era una flor egoísta esperando a madurar y ningún veneno que le dieran la mataría ahora. Lo supo en el momento que encontró a su hermana y su séquito con las manos y los cuerpos sobre Ferdinand. Quería matarlas. Quería alimentarlas con veneno y lanzarlas a Lady Verónica acusándolas de ser flores más desvergonzadas que ella misma, pero se contuvo. Un pequeño aplastamiento y una advertencia tendrían que ser suficiente. Nadie le creería a una flor de todas formas y por mucho que Constance dijera que la apreciaba, siempre podría correr a decirle a Lady Verónica su propia versión de los hechos.
Por meses se sintió incómoda. El recuerdo de Alerah tratando de besar a Ferdinand en el pasillo le hacía hervir la sangre de furia y el corazón dolerle. Ella no tenía las curvas de Alerah. Las orejas de Ferdinand no se sonrojaban por qué ella lo abrazara. No era más que una florecilla insípida.
Al menos tenía el consuelo de que ahora podía seguir las indicaciones de Lady Verónica a la perfección. La mujer seguía siendo estricta con ella, pero ya no le daba motivos para ser corregida.
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Cuando la purga terminó, muchos azules fueron devueltos a la nobleza. Se sentía feliz por aquellos que podían volver a su familia, a tal grado que organizó para ellos una pequeña fiesta para despedirlos, deseándoles que vivieran con la protección divina de Gleifeshan, Siegstamm, Sehweit, Angriff, Arnvax, Mestionora y Durzetzen, para superar el juicio de Glücklietate
"Como sacerdotes devueltos a la nobleza, esto les será difícil. Los nobles nos desprecian solo por nuestro origen. Sean prudentes y recuerden que siempre pueden volver… si así lo desean, siempre los recibiré."
Los nuevos nobles se miraron entre ellos, antes de aceptar las palabras de Rozemyne y continuar celebrando su salida del templo.
"Shikikoza…" lo llamó cuando la fiesta finalizó, "sé que no me crees, pero… realmente me alegro por ti. Me alegro que tu amada madre pueda llamarte hijo frente a todos. Quizás cuando te gradúes… consideres formar parte de mi sequito…"
"En realidad… tal vez lo acepte, sumo obispa", respondió el peliverde sonriendo. "Aunque aun no he decidido mi curso. Mi padre y hermano mayor son eruditos, así que tal vez tome esa clase."
"Creo que el curso de caballero sería mejor para ti. Siempre has sido muy activo."
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A mediados del otoño su pequeña campaña para elevar a Ferdinand dio frutos. Había tomado mucho tiempo, pero Ferdinand aceptó. Ya no sería su erudito. Tal vez sin esa barrera entre ambos podría empezar a mirarla de otro modo. O al menos eso esperaba.
"Pareces muy feliz hoy, florecilla. Cómo si Bluanfah bailara frente a tus ojos."
Estaba bordando cuando Lady Verónica hizo el comentario. Rozemyne tuvo que detenerse entonces, congelándose ansiosa en su lugar.
"Lady Verónica no ha tenido que corregirme en mucho tiempo", respondió, "Quiero volverme alguien útil para Eisenreich, siento que empiezo a lograrlo."
A regañadientes levantó la mirada. Un par de ojos la miraban consternados detrás del velo, así como una sonrisa casi maternal. Lady Verónica volteó a otro lado entonces, como si no soportara verla.
"Casi podría jurar que un raffel crece en tu interior por el pequeño Ferdinand." La punzada de horror que siguió a eso la hizo pincharse el dedo. Aguantó como pudo, moviendo su dedo a tiempo para no ensuciar el pañuelo con su sangre "me alegra que no sea por alguien que ya tenga diosas a su lado. Quizás no seas un caso del todo perdido, Rozemyne."
No supo cómo sentirse al respecto. Ella podría aguantar lo que fuera, cualquier castigo, droga o veneno… pero no soportaría ver a Ferdinand herido o enfermo. No soportaría ver a sus azules o a sus artesanos sometidos y lastimados por la primera dama de Eisenreich.
"Solo estoy feliz de que se haya reconocido el talento de uno de mis sacerdotes, Lady Verónica. Todos se han esforzado mucho."
"Eso es verdad… es una pena que Bonifatius se nos adelantará en convencerlo de la adopción, Sylvester lo quería para ser su hermano menor… supongo que tendrá que conformarse con Bernadette y Fabrizio."
Los hermanos de Rozemyne por parte de Lady Irumilde.
No los había visto mucho, solo cuando llegaba a toparse con alguno de ellos en los pasillos, lo cual era poco usual. Los niños antes del bautizo solían esconderse porque no se les consideraba humanos.
En tanto Bernadette era mucho más activa que una niña normal, prefería el combate al bordado. Siempre escapaba de sus lecciones apenas terminar la tarea. Rozemyne también entrenaba, pero lo mantenía en secreto, por lo que apenas podía pasar tiempo con su hermana menor. La niña ansiaba competir con su primo por el puesto de comandante de la orden.
'Si no tuviera que ocultarme, te volvería una gran guerrera.'
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Con el invierno llegó una complicación que Rozemyne no se esperaba. Aub Dunkelferger no paraba de llamar por medio del espejo de agua para exigir la adopción de Brunhilde. La chica debió dejar un impacto bastante profundo en Lord Werdekraft para que la solicitaran con tanta insistencia. Incluso Lady Verónica comenzaba a cansarse.
"Esto comienza a ser un verdadero fastidio" se había quejado uno de esos días Lady Verónica, mientras ambas eran escoltadas a la sala de té donde Rozemyne tomaba sus clases de dama "si la chica no acepta esa adopción en Dunkelfelger, tal vez deberíamos adoptarla nosotros. Ya entreno a una florecilla, ¿qué tan difícil puede ser entrenar a dos?"
La sangre se le heló en las venas. Le costó seguir caminando y no quedarse atrás por la impresión. Lo último que quería era que una de sus doncellas pasara por lo mismo que ella.
"Lady Verónica, ¡no es necesario que…!"
"¡Qué considerado de tu parte, Rozemyne! En verdad que no lo vería necesario si ese viejo cerebro de músculo no fuera tan insistente, o su hijo en todo caso. ¿Por qué encapricharse tanto con una doncella? ¿La convenciste de ofrendar flores a los de Dunkelfelger durante las dos temporadas o…? ¡Olvídalo, no quiero saber que depravaciones hacen en ese lugar!"
Lady Verónica pareció temblar por un momento y luego de que Cecile, su otra asistente favorita, le sacudiera los brazos y le colocará una chalina, la mujer se calmó.
No mucho después Brunhilde aceptaría ser adoptada por Lord Bonifatius y pediría que le cambiaran el curso de asistente por uno de caballero. La dicha de que no fuera adoptada a la fuerza por Lady Verónica duró poco. Aub decidido que Verónica tendría que entrenar a Brunhilde para que la joven pudiera fungir como primera dama de Dunkelfelger y Rozemyne no sabía que hacer al respecto.
Fue por esa época que la voz de Ferdinand se quebró, cambiando, haciéndose tan profunda que Rozemyne sentía que había sido drogada cada vez que lo escuchaba cantarle o llamarla. Era una suerte que ahora pudiera lidiar con la angustia de la extraña droga o no habría podido seguir durmiendo con él… también era una lástima que todos se enteraran.
"Rozemyne, ¿ya has decidido quién va a suplir a Ferdinand en el Templo?"
La pluma con que estaba copiando versos para mejorar su caligrafía se detuvo sobre el tintero y una enorme gota de pintura cayó de inmediato.
"No sé a qué se refiere, Lady Verónica."
"Como eres una florecilla, a veces olvido que no has cumplido los diez años siquiera, Rozemyne." Suspiró la mujer, asomándose sobre su hombro con una mirada escrutadora. "Ferdinand no podrá venir a ayudarte con tus deberes del Templo. Tendrá que quedarse una semana más después del Torneo."
Quería que fuera una mentira o una broma… pero Lady Verónica nunca bromeaba con ella y tampoco le mentía. Por mucho que la despreciara, la mujer tenía la suficiente amabilidad para no mentirle.
"Justus nos informó anoche que Ferdinand ha despertado su sensibilidad al maná. Cómo todo noble, va a recibir su educación de caballero lo antes posible, eso es, una semana después del Torneo Interducados. Después de todo, no es el único que acaba de recibir la bendición de Arnvax."
Algo en todo eso no le gustaba.
Arriesgándose a recibir un varazo en las manos, Rozemyne guardó la pluma en su lugar y luego volteó apenas un segundo o dos para ver a Lady Verónica a la cara a través del velo. Luego miró su hoja de trabajo. Hacía mucho que había aprendido que recibía menos insultos si no la miraba cuando hablaban.
"¿Puedo preguntar en qué consiste la educación de caballero, Lady Verónica?"
La miró de soslayo y la mujer soltó un suspiro sin dejar de revisar algo en sus uñas antes de hacer que Gloria se acercara con algunos instrumentos para arreglarlas y pulirlas, mirando el trabajo de su asistente en lugar de a ella.
"Ferdinand será conducido a un templo donde probará los pétalos de una flor madura, Rozemyne. Si no fueras tan pequeña, imagino que tú misma te habrías ofrecido para hacerle su primera ofrenda de flores… pero bueno, florecilla o no, ningún noble tomaría a una hermana de prácticas de diez años. Se necesita la habilidad de una mujer ya formada y con experiencia para educar a los hombres. No es que aprecie mucho ese trabajo, pero reconozco que es necesario, de otro modo, los hombres no sabrían donde plantar sus semillas de invierno para traer la carga de Geduldh."
Sentía que iba a vomitar. Rozemyne nunca había sido más consciente de las diferencias entre su propio cuerpo y el de una mujer adulta. Pensar que perdería a Ferdinand de ese modo…
"¿Qué pasa, Rozemyne? ¿Celosa de que otra flor reclame lo que debería ser tuyo?"
Cuando levantó la vista no fue ira o asco lo que encontró sino dolor y comprensión. Por una vez sentía que sus sentimientos eran comprendidos por esta mujer que nunca había ocultado su desprecio por ella. Por una vez sentía que comprendía la fuente de tanto odio.
"Ya veo. Quisieras matarla, ¿no es así? A esa flor desconocida quisieras matarla y luego tomar su lugar, ¿o me equivoco?"
Era difícil contener las lágrimas. Era difícil no morder su labio. Era difícil no gritarle que tenía razón.
"Tu madre debió ser como esa misma flor, aunque… a diferencia de lo que va a pasar con Ferdinand, que es necesario e inevitable" y entonces algo de lo más extraño sucedió. Lady Verónica la tomó de la barbilla para mirarla, estudiándola, observando cada detalle en ella con el mismo ojo crítico con que revisaba sus trazos, sus puntadas y su postura "si, tu madre debió aprovechar su belleza para seducir a un hombre que no era suyo… y la odio por eso, la odio tanto que nada me haría más feliz que molerla a golpes hasta escucharla pidiendo perdón para luego enviarla a pedirle disculpas a la pareja suprema."
Había dolido mucho que la sostuviera con tanta fuerza. Había dolido aún más notar como los ojos de Verónica pasaban de estudiarla a detestarla. Todo ese odio contenido. Todo ese asco y esa repulsión. Pronto no quedó nada de empatía y lo peor es que Rozemyne podía comprenderlo a la perfección… porque ella también odiaba a la mujer que tendría a Ferdinand, la que había evitado que él cumpliera su palabra.
"Ferdinand podría negarse y venir, ¿cierto?" preguntó con una última chispa de esperanza, tan pequeña que se apagó en cuanto Lady Verónica dejó escapar una risilla refinada.
"¡Oh, dulce, dulce niña ingenua! Yo también fui ingenua una vez. Yo también pensé que los hombres podían negarse a las flores que se les ofrecen… y luego llegaste tú a demostrarme cuan equivocada estaba."
Su corazón se rompió. Ferdinand no iba a volver con un hijo solo de él en sus brazos, pero si llegaría cambiado.
"¿Sabes que, florecilla? En festejo de tu primer encuentro con Chaosipher, suspendamos las clases el resto de esta semana. Seguro tendrás mucho en qué pensar."
Ella agradeció y se fue.
Esa noche no permitió que la vistieran de inmediato luego de su baño. Pidió que la dejaran sola un rato y se observó en el espejo, decepcionándose de inmediato.
Podía recordar a sus hermanas mayores, a Teresia, Alerah y todas las mujeres adultas que conocía.
Su pecho era plano, sin una sola insinuación de una curva. Su cintura era técnicamente inexistente. Sus caderas no eran más que una larga línea vertical que caía en picada al suelo. No tenía nada que ofrecerle. ¡No tenía modo de competir con una mujer adulta si no tenía curvas!
Esa noche se aferró al juguete de zantze con el que dormía cuando Ferdinand no estaba, llorando de forma miserable porque estaba segura de que había perdido antes siquiera de poder competir. Si Lady Verónica que era hermosa y refinada había perdido ante una flor… ¿Qué le esperaba a ella que era nada más que una niña?
El tiempo que no asistió al castillo lo invirtió en preparar un shumil del color de su cabello teñido en su mana. Cuando lo terminó, escribió una pequeña nota y se lo entregó a Freida, su más reciente doncella en entrenamiento.
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Cuando terminó con todas sus obligaciones en el templo rezó y rezó hasta escuchar la voz de las diosas invitándola a su baño. Quería desaparecer y eso hizo. Al menos hasta que Ferdinand la encontró.
No supo cómo sentirse, Ferdinand aun no la veía como la flor que ella era, pero tampoco la rechazó.
"…cuando Freida me dio tu regalo, solo pude pensar que me odiabas, que era tu forma de decirme que ya no me querías cerca de ti". Su corazón se oprimió durante un momento. Se odiaba a sí misma por haberlo hecho sentir de esa forma, pero al mismo tiempo todos sus temores desaparecieron. Se tragó las lágrimas y sonrió para él, esa sonrisa que Lady Verónica tachaba de inadecuada pero que a Ferdinand parecía gustarle más.
"Yo pensé que ya no me querrías cerca de ti. No quería que me dijeras que ya no volverías a consolarme en las noches porque mi cuerpo era insípido e insuficiente…"
"¿Por qué te diría eso?", su sonrisa se congeló un instante antes de recomponerse.
"No importa."
Por primera vez vio las orejas de Ferdinand tornarse de ese hermoso color rojo al abrazarla. Se sentía abochornada, pero al mismo tiempo, más feliz que nunca.
Que los Talfrosch se hubieran comido su ropa había sido una bendición disfrazada.
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Cuando volvieron al templo su padre no la regañó, solo parecía aliviado de verla bien.
El tiempo que pasaron juntos lo uso para reflexionar. Ferdinand aun la veía como a una niña. ¿Cuándo su cuerpo comenzara a cambiar, la vería de otra forma?
Ella siempre rezaba por otros, pero por una vez, rezó con un deseo egoísta en mente. Pidió a Gedulh y a Arnvax que la bendijeran.
Poco tiempo después su cuerpo comenzó a cambiar. Sus formas aun eran infantiles e inmaduras, pero estaban ahí… una pena que él no lo notó. No notó su cambio.
Hizo tanto como pudo para que lo notara, pero Ferdinand seguía mirándola como a una niña. No sabía que más hacer cuando solicitaron su presencia en el norte.
Se había llevado a Margareth quien la ayudo a estudiar el escenario. Varios de esos se habían perdido, pero si lograba recrearlos, definitivamente seria de utilidad para Eisenreich.
Colocó los cálices en su lugar y comenzó a cantar. Los pilares de luz verde se elevaron drenando gran parte de su mana. A la mañana siguiente, la primavera había llegado.
Cuando estaban por volver a la capital Margareth le advirtió que no se acercara a Ferdinand, pero no le dijo por qué y aunque se lo hubiera dicho, ¿por qué no podía acercarse a él? Ella quería ser su flor, necesitaba estar cerca de Ferdinand para que eso sucediera.
"Margareth, necesito algunos materiales. Necesito que vayas a recolectarlos por mí", le dijo cuando faltaban dos días de viaje para volver a la capital "me quedaré en el bosque cerca de Wolf hasta que regreses. Necesito recuperarme de todas maneras."
"¿Qué materiales desea, Milady? Tal vez yo posea algunos."
Pidió los materiales que eran más difíciles de conseguir, argumentando que aún estaba trabajando en la poción de recuperación que necesitaba para no quedarse sin mana en una emergencia. Su prima le pidió que esperara a que volvieran a Eisenreich, pero no quería esperar.
"Una vez que volvamos, no podré dejarte libre. Lady Verónica estará vigilándonos".
Esa noche se dirigió al castillo. Cuando llegó a la habitación de Ferdinand se asomó por la ventana cuidando que nadie la viera. Justus estaba terminando de vestirlo. Rozemyne sonrío al pensar que ella podría ayudarlo pronto, al menos hasta que lo escuchó decir 'duermo solo, solo mi futura esposa me vería usándolo.'
Mordió su labio y respiró hondo. Nadie sabía que él dormía con ella. Era un secreto y debía seguir siéndolo.
"¿Prefieres que me vaya?" la pregunta escapó de sus labios cuando la puerta se cerró, entonces vio las orejas de Ferdinand tintarse de rosa. Observó entonces el pijama que él usaba. Fácil de poner, fácil de quitar. "Así que por esto Margareth estaba tan molesta, te queda bien".
Ferdinand le devolvió la sonrisa y fue a buscar algo entre su ropa, regresando poco después dándole una camisa similar a la que estaba usando. Ella no tardó nada en ir a cambiarse y volver.
"Te vez adorable."
Esa vez no pudo ocultar su decepción. Él la seguía viendo como una niña y eso era demasiado doloroso en realidad.
"¿Pasa algo?"
"No, todo está bien", murmuró decepcionada de sí misma antes de acostarse, acurrucándose entre los familiares brazos que para ella significaban hogar. "Solo estoy muy cansada".
Tal vez por celos o por castigarse por tener un cuerpo demasiado pequeño le preguntó sobre Alerah. La odiosa imagen de la descarada mujer colgando del brazo de Ferdinand no dejaban de molestarla… pero podría darle una pista de que hacer para para que él la mirara diferente… claro que, apenas Ferdinand le confesó que había sido asqueroso ella logró calmarse. Tal vez no sentía atracción por ella, pero tampoco la repudiaba como pasaba con Alerah. Su Ferdinand se había negado a una mujer desvergonzada, si crecía y se desarrollaba rápido podría convertirse en su flor.
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La mañana siguiente la dejó esperanzada. Cuando se despidió de él y lo obligó a notar las incipientes curvas que ya comenzaban a ser notorias se sorprendió de la reacción de Ferdinand.
Sus labios casi se habían tocado, estaba dispuesta a guardar la sensación como su mayor tesoro junto con la dulzura de la mano de Ferdinand recorriendo su cintura y su cadera, cuando él la besó de nuevo varias veces, disculpándose con antelación.
Los besos de Ferdinand eran deliciosos. Podía sentir a las diosas danzando en su vientre y su mana fluyendo más rápido solo por el contacto con sus labios, perdiendo el aliento cuando pudo probar su boca.
Su vida entera parecía cobrar un nuevo valor solo por experimentar esa sensación con él.
Justo antes de terminar, los dientes de Ferdinand tomaron su labio inferior, jalándolo un poco y un ruido extraño emanó de su propia garganta debido al placer, haciéndola recordar aquella vez que fue drogada para… ahora comprendía porque el maná de Ferdinand le había resultado tan placentero. Esto se sentía similar sin necesidad de tener nada extraño en su sistema.
Cuando se separaron estaba bastante satisfecha. Feliz incluso. Acostada de espaldas y respirando con dificultad igual que él. Si Ferdinand se lo pidiera, ella solo tendría que descubrirse y abrir las piernas para darle una ofrenda, pero la solicitud no llegó.
Charlaron un poco acerca de esos besos. Quería transmitirle con esto la idea de que ella sería su flor, pero él no pareció entenderla. Le pidió que le cantara entonces. Su voz tan gruesa cuando cantaba cualquier cosa le producía otro tipo de placer por dentro y por fuera que no podía explicar, relajándola.
Él quería seguir durmiendo con ella aún si no la veía como una niña… porque nadie besaría de esa manera a una niña, ¿verdad? Ningún hombre sentiría suficiente atracción por una niña para juntar sus labios, entreabrir su boca y succionar como si su vida se le fuera en ello, ni habría batallado para soltarla después… ni la vería con esa mirada cargada de afecto y gusto. Ferdinand la estaba mirando como si ella fuera una enorme fuente de sus galletas de té favoritas luego de ser obligado a comer la comida de la Soberanía por mucho tiempo y eso le gustaba… en definitiva era una flor, Lady Verónica tenía razón en llamarla florecilla. Esa mirada le gustaba demasiado. De hecho, se quedó dormida escuchando a Ferdinand cantar, sintiendo su mana entrando en ella mientras él le peinaba el cabello. Su mente no dejaba de recrear el sabor y la sensación de sus labios una y otra vez.
No sabía cómo, pero encontraría la forma de besarlo más. Sus labios serían solo para Ferdinand. Su cuerpo sería para nadie más que para él… solo necesitaba convencerlo de mirarla como una flor… o encontrar la manera de cultivar un raffel en él. Eso sería una verdadera bendición.
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El mes siguiente fue terrible. Estaba rodeada de inútiles.
Su padre insistió hasta el hartazgo en que aumentara su séquito como habían hecho Ferdinand y Brunhilde de manera reciente y por si eso fuera poco, Ferdinand se la pasaba metido en el castillo recibiendo educación para ser el próximo Aub o bien jugando ditter o hablando con el profesor Rauffen y los otros profesores que estaban de visita. ¡Hasta la profesora Hirschur lo retenía ahora!
"¿De verdad llevas dos años en el curso de asistente?" vociferó aquel día que había amanecido en el castillo "¡Los huérfanos prebautismales del Templo podrían arreglarlo mejor!"
"¡Lo lamento milady! ¡Lo reharé de inmediato!"
"Olvídalo. Estás despedida." Cortó de inmediato sin siquiera mirar a la chica a punto de llorar detrás de ella frente al espejo, "¡Y tú! No te quiero cerca de mi cabello de nuevo. Concéntrate en limpiar."
"¡Si, milady!" Respondió la chica de doce años que acababa de recoger su cama.
"¡Margareth, arregla este desastre, por favor!"
"Si, milady."
Margareth se apresuró a acomodarlo en un peinado semi recogido con algunas trenzas de lo más complicadas antes de comenzar a adornarlo y sostenerlo con las flores tejidas que usaría ese día.
Tres aprendices de erudito se acercaron entonces, turnándose para darle informes antes de que ella los interrumpiera a cada uno de ellos.
"¿Y a eso le llamas reporte? Grammalatur no parece haberte bendecido suficiente, incluso Mestionora parece haberte abandonado." "¿Y esa información de qué me sirve? Fui muy clara cuando les dije que necesitaba información reciente, y con reciente me refiero a menos de una campanada de antigüedad." "Esas cuentas están mal. ¿Estás seguro de que asististe a la Academia Real? Mis huérfanos podrían hacerlo mucho mejor y darme información más completa."
Los eruditos intentaron disculparse. Rozemyne los oía sintiéndose fastidiada y molesta. Apenas Margareth terminó de peinarla, la chica se puso en pie, aplastando de manera leve a los tres incompetentes con la sonrisa noble que le había mostrado Lady Verónica.
"Tengo una idea. ¿Por qué no bajan con los slimes a ayudarles con su trabajo? Estoy casi segura de que su existencia puede servir por lo menos para limpiar los deshechos de las cloacas."
"¿Milady no estará hablando en serio, cierto?" preguntó el mayor de los tres, sosteniéndose el pecho y cayendo exhausto cuando ella detuvo el aplastamiento.
"No, no hablo en serio. En realidad creo que no servirían ni para eso. ¡Fuera de mi vista!"
Los chicos salieron huyendo tan rápido como lo permitía el decoro, incluyendo a la asistente que acababa de terminar de limpiar la habitación con algunas herramientas especiales. Rozemyne soltó un suspiro de cansancio y comienzo a masajear sus sienes, exhausta a pesar de que todavía no terminaba siquiera la tercera hora.
"Milady, ¿No está siendo demasiado dura con todos ellos?"
"No. Tú estás siendo demasiado blanda, Margareth. Se supone que se han dedicado a estudiar solo una especialidad. Solo una… y ni así la hacen de manera correcta. Tú y mis azules toman dos o tres especialidades y casi ni tengo que darles indicaciones para que hagan las cosas bien."
"Quizás mi señora podría tomarse un tiempo para entrenarlos y…"
"¿Para qué? ¿Cuánto tardarían en traicionarme y atacarme por la espalda? No, gracias. Si no tienen las habilidades necesarias para servirme, no tengo porque perder mi tiempo en ellos. No son mi responsabilidad, Margareth. Las chicas podrían convertirse en flores para algún giebe si van a tener un desempeño tan decepcionante. Seguro que pueden abrir las piernas y sonreír."
"¡Lady Rozemyne!"
"¡¿Qué?! ¿No es eso lo único que debe hacer una flor? ¿Verse bien, abrir sus piernas y sonreír para su dueño?"
Margareth guardó silencio entonces, terminando de colocarle sus ropas y adornos. Estaba atándole los zapatos cuando la escuchó suspirar. Rozemyne se miraba en el espejo con algo extraño en la mirada, sus dedos pasando despacio sobre sus labios.
"Milady, ¿Está usted bien?"
"¡Mhm!... Hace tiempo que no uso maquillaje, ¿debería volver a usarlo? Mi rostro se ve demasiado infantil y redondo todavía… quizás si le rezo a Arnvax con más fervor y por más tiempo…"
"Lady Rozemyne, está portándose muy extraña… ¿sucedió algo que deba saber?"
La niña casi saltó, enderezándose de inmediato y soltando sus labios, desviando la vista del espejo con sus pómulos sonrojados.
"No, Margareth. Nada que debas saber."
Ninguna habló más al respecto el resto del día. Si no se comportaba y se mantenía en perfecto control, la vara de Lady Verónica podría encontrarla durante su sesión de harspiel o el maestro del gremio podría intentar tomar ventaja de su falta de atención y llevarse más beneficios de los debidos.
El hombre estaba agradecido con ella por salvar a su nieta, pero era un comerciante, un fiel seguidor de Untergeld
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El tiempo había pasado y ella al fin se había salido un poco con la suya, durmiendo de nuevo con Ferdinand y logrando que las cosas avanzaran algo más. Eran novios ahora, como cortejarse, solo que con más libertades… una lástima que no fuera con la intención de atar sus estrellas, pero ella no era nada más que una simple flor todavía en su verano, suponía que no podía esperar más.
Su buen humor se borró de su rostro cuando Margareth hizo salir a todos los grises de su habitación para mostrarle una pieza de ropa que no era suya.
"Milady… ¿de dónde sacó esto?"
"No lo sé" mintió esquivando la mirada de Margaret antes de mirarla de nuevo a los ojos con una sonrisa "no he sido yo la que ha sacado ropa de mi ropero, de hecho. Parece uno de esos pijamas nuevos que le enviaron a mi familia."
"Milady, esto no es suyo. Es demasiado grande y…"
"¿Y si no es mío, de quién es, Margareth?"
Hubo un silencio tenso en que ambas se miraban a los ojos con molestia.
Margareth bajo la mirada primero, observando una vez más el yukata y soltando un suspiro.
"¿Qué hará si adivino de quién es?"
"No lo sé. No puedes probar que la persona que crees es el dueño lo sea… y después habría que averiguar cómo llegó eso aquí… no lo veo necesario, quizás se confundieron de talla y me pusieron eso por error."
Margareth torció la boca apenas un segundo, recomponiéndose tan rápido que Rozemyne pensó que se lo había imaginado.
"Bien, milady. Lo dejaré donde estaba y espero que regrese mágicamente a su dueño original o se encoja cuando lo laven… insisto, esto no puede ser suyo."
"Y yo insisto en que te ocupes de otra cosa, Margareth. Tengo demasiado trabajo por hacer hoy. Gracias."
Después de eso, salir de su habitación se volvió un poco complicado. Necesitaba asegurarse de que Margareth pensaba que ella estaba dormida, escucharla alejándose de la puerta y contar hasta estar segura de que estaba en su propia habitación, ya fuera en el templo o en el castillo para poder escurrirse a la habitación de Ferdinand.
Pronto, Rozemyne se dio cuenta de que debía cuidar más sus acercamientos y sus miradas. Cada vez que le sonreía de más a Ferdinand, cada vez que lo observaba más tiempo del necesario… cada vez que tocaba sus labios porque deseaba un beso, Margareth estaba ahí, mirándola con desaprobación y haciéndola enfadar.
Margareth simplemente no lo entendía. Ella era una sucia flor y nada más, por lo menos quería decidir quién tomaría sus pétalos por el resto de su vida… incluso Lady Verónica le daría la razón, estaba segura.
Una flor como ella acaparando a un hombre sin diosas no debería representar un problema. Lo que hacía estaba bien entonces. Si se concentraba en ver solo a Ferdinand, quien no podía tener diosas, no terminaría seduciendo hombres con diosas como su madre.
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Los nobles de nacimiento no solo eran decepcionantes e inútiles… no había uno solo, salvo por Margareth que cumpliera sus expectativas. Lo peor es que por más que intentaba explicárselo a su padre, menos parecía entenderla.
"Tenles un poco de paciencia, Rozemyne. Ellos han tenido una educación un poco distinta a la tuya, no puedes esperar la misma excelencia que tú tienes." "Necesitas más menores de edad en tu séquito, hija. Recuerda que solo podrás llevar un asistente adulto a la Academia Real." "Rozemyne, sé que no debería hacer comparaciones, pero Brunhilde y Ferdinand ya han empezado a entrenar a sus estudiantes y han encontrado suficientes adultos para atenderlos en el castillo y algunos incluso en el Templo."
"Padre, con todo respeto, temo que Dregarnurh no hila con suficiente calma para que yo pueda cumplir con mis obligaciones y reeducar gente que ya debería tener una formación adecuada a cuestas. ¿Estás seguro de que me están ayudando a buscar gente competente?"
Su padre no hacía más que suspirar, prometiéndole buscar gente más prometedora pero no había caso.
Nadie era más prometedor que sus azules.
Nadie era más apto de confianza que los niños que ella misma había criado y que no tenían una familia noble tratando de sacar algún beneficio de ella. Se alegraba de que hubiesen reconocido a dos de ellos. Su Ferdinand y Brunhilde eran excelentes por sí mismos, merecían ese reconocimiento… aun si era imposible suplirlos dentro de su séquito.
Igual que Margareth… tan excelente en el arte del sigilo que había estado a punto de descubrir sus pequeñas excursiones nocturnas en más de una ocasión. Para cuando llegó el otoño y fue hora de empezar a organizar las rutas para la fiesta de la cosecha, lo que menos quería era tenerla encima de día y de noche. Porque Margareth no lo comprendía de modo alguno y, además, cada día parecía más molesta con Ferdinand, más en guardia.
Ella de verdad no quería ni imaginar lo que sucedería si Margareth descubría que habían estado besándose y durmiendo juntos desde el último mes del verano, así que hizo lo que le pareció más sensato. La puso en una ruta diferente, dejando todo el sur para ella, Ferdinand y Brunhilde con la excusa de que, al ser candidatos a Archiduques, podrían cubrir más por sí mismos.
"¿Está segura de esto, milady?" fue lo primero que preguntó Margareth cuando terminaron con la reunión para dar las indicaciones sobre las rutas.
"¡Por supuesto! Si cada uno hace una ruta, será más eficiente, además Ferdinand y Brunhilde necesitan solidificar sus posiciones como parte de la casa archiducal. Será bueno que los vean los Giebes del sur este año."
Margareth no parecía convencida, sin embargo, la joven se cruzó de brazos para ella.
Los recorridos fueron un poco extenuantes, en especial porque tenía que calcular muy bien las noches que podía salir sin ser vista y colarse en la recámara que le hubieran asignado a Ferdinand en la mansión de invierno donde se estuviera quedando. Le gustaba bromear con él. Disfrutaba mucho de relajarse a su lado y dejar de pretender. Jugar con él en el agua había sido liberador. Habría seguido ahí por más tiempo, incluso se habría desnudado para meterse al agua a nadar, pero el clima, por mucho que estuvieran en el sur, no la ayudaba con eso.
La siguiente cita no pudo ser mejor. Una flor comiendo dulces con su dueño junto a un campo de flores… si tan solo la hubiera teñido.
Para la noche siguiente ni siquiera pudo pensar en buscar a Ferdinand para tener otra cita antes de terminar con su ruta… Margareth estaba ahí. Se había esforzado por terminar pronto con su propia ruta y alcanzarla, enviando de regreso a la gris que le había asignado y usando su highbeast para transportar las pocas pertenencias que se había dignado llevar para servirla.
"Comprendo su intención, milady. ¡De verdad que sí!" le comentó la noche siguiente mientras la ayudaba a prepararse para irse a la cama "pero mi obligación es protegerla incluso de usted misma."
No estaba muy segura de sí Margareth sabía lo que estaba pasando o si en realidad era otra cosa. No estaba segura de poder seguir confiando en ella, quería alejarla, así que hizo algo extremo al día siguiente.
Le exigió su nombre a Margareth.
"¿Lady Rozemyne?"
"Si vas a permanecer a mi lado, necesito tu nombre, Margareth. Voy a necesitar tu vida en algún momento. Los dioses podrían necesitar un hilo para evitar que el mío se corte… si no puedes hacerlo, entonces vete."
Margareth se arrodilló de inmediato dejando en el olvido lo que estaba haciendo y cruzándose de brazos frente a ella, haciéndola sentir incómoda por alguna razón. Ella ya se lo había ofrecido antes, entonces ¿Por qué se sentía mal?
"Si milady desea mi nombre y mi vida los tendrá, pero ¿en verdad es necesario?"
"Lo es. Si no estás dispuesta, siempre puedes firmar un contrato de mordaza y luego volver con tu noble familia… sabes demasiado como para dejarte ir así como así."
Margareth no dijo nada más al respecto. Cuando terminaron la ruta, su asistente principal tenía lista una piedra de nombre y se la entregó usando a la asistente gris con ellas como testigo.
Toda su molestia y sospecha se disolvió después. Quería alejar a Margareth sin lograrlo, pero ahora era fácil escabullirse de nuevo, solo debía ordenarle que fuera a descansar y Margareth lo hacía, dejándole el camino libre a la habitación y los labios de Ferdinand.
Sin embargo, toda esa alegría se vio empañada por la muerte de Shikikoza. Era su culpa que él hubiera muerto. ¡Era su culpa…! si tan solo no le hubiera sugerido tomar el curso de caballeros, él seguiría vivo.
Ella lo sabía. Su madre lo había mimado demasiado, apagando por completo su potencial. El chico solía ser amable con ella y, antes de que Ferdinand llegara al templo, era la persona con quien más tiempo pasaba.
Rozemyne lo apreciaba como a un querido amigo, aun si el estatus le prohibía tener esa relación.
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Un día mientras perfeccionaba algunas herramientas y pociones, se dio cuenta de algo… quizás necesitaría ayuda de Margareth si alguien la atacaba.
Tomó la vara que fabricó, creo un duplicado e hizo que su devota la usara para peinarse. Le tomó varios intentos, pero al fin logró peinarla de un modo que solo usara el palillo. Con lo ornamentado que había terminado, nadie sospecharía de su función, ahora que su propio maná la envolvía, Margareth podía tocarlo sin sentir los efectos. También había escrito con tinta invisible en las hojas de la caja que le había dado para cuidar. Si ella estaba en peligro, Ferdinand la salvaría, por lo que decidió facilitarle el proceso escribiendo en el idioma de los dioses, ese que él llamaba japonés… lo mejor que pudo al menos.
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La noche antes de los bautizos de invierno en el castillo sintió que la emoción la consumiría entera. Entre los brazos de Ferdinand debió pasar al menos media campanada haciéndole todo tipo de preguntas sobre las clases, los dormitorios, los profesores y las asignaturas, besándolo y mordiéndolo en los labios cada vez que él terminaba de responderle.
"¿Crees que pueda seguir durmiendo contigo allá?"
"No estoy seguro." Respondió Ferdinand antes de soltar una pequeña risa divertida cuando ella se sentó sobre él, sosteniéndose del pecho de Ferdinand antes de acostarse encima suyo sin dejar de mirarlo a los ojos. "Rozemyne, baja de ahí. Estás jugando con fuego."
"¿Me mostraras la flama de Beischmacht, Ferdinand?" preguntó entre juego y esperanza. Sería inolvidable si él decidía aceptarla como su flor en ese momento, justo la noche previa a la ceremonia de regalo.
"Quedamos en que solo serían besos y abrazos, ¿recuerdas?"
"Y citas" lo corrigió ella, jalando un poco el pijama grueso de Ferdinand para terminar de desabotonarla y besarlo en el pecho.
"Y citas… oye, ven acá. Si vas a besarme no lo hagas ahí."
"¿Por qué no? ¿No te gusta?"
"No es que no me guste, Rozemyne, solo…" decidió ignorarlo y besarlo un poco más, sonriendo sincera cuando lo escuchó tragarse un gemido de placer.
Todavía sentada sobre él, Rozemyne se llevó las manos a su propio pijama para abrirla, desabotonado la camisa gruesa antes de que las manos de Ferdinand la alcanzaran, obligándola a verlo a los ojos, notando que él negaba despacio sin sonreír.
"Quiero que me beses también. Quiero saber que se siente, Ferdinand. Por favor."
Lo escuchó soltar un suspiro y de pronto sintió como ambos giraban, quedando ella de espaldas con las manos a ambos lados de su cabeza y una mirada dorado claro sobre su rostro, similar a la de un depredador.
"Solo besos" le respondió él.
"Si, por favor. Bésame toda."
Ferdinand era adorable cuando se sonrojaba tanto que no podía contenerlo en sus orejas.
Lo observó descender con su cabello suelto sobre ella y luego sintió sus labios y su mana besando su cuello y bajando por en medio de sus clavículas y sus senos hasta el lugar donde ya no había hueso para protegerla. Luego sintió como su pijama era colocada de nuevo en su lugar, sintiéndose decepcionada, haciéndola bufar.
"Si seguimos esto va a dejar de ser solo besos y tú todavía te estás desarrollando." La amonestó Ferdinand, provocando que ella lo jalara para esconderse en el hueco de su hombro.
"Pero, yo…"
"Nada de peros y ahora a dormir. Sé que estás emocionada por lo de mañana, pero si no descansas todo el mundo te verá cansada y con ojeras. Podrías hasta bostezar mientras tu padre te pone la capa que no me dejaste bordar y el broche para que entres al dormitorio."
Eso fue suficiente para que todo el calor y el deseo que había estado experimentando desapareciera, dejando en cambio un terror helado corroyéndole las entrañas.
Su inmunidad al veneno sería inútil si hacía algo como presentarse en malas condiciones y bostezar frente a su padre. Estaba segura de que Lady Verónica le daría un castigo de veras ejemplar… podría incluso envenenar a Ferdinand solo para castigarla a ella, después de todo, la mujer ya había descubierto lo que sentía por él.
Ferdinand se giró entonces, sacándola de sus terribles pensamientos, sonriéndole antes de besarla en la frente y en los labios para luego invocar la bendición de Schlaftraum sobre ella, haciéndola dormir, haciéndola agradecer.
De verdad necesitaba descansar.
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La ceremonia del día siguiente se llevó a cabo como se esperaba y Rozemyne no podía dejar de sonreír orgullosa al ver a Ferdinand ocupándose de los bautizos y las presentaciones.
Suprimir un sonrojo al ubicarlo todavía con su hábito entre los nobles, atento al momento en que su padre le pusiera la capa y el broche, marcando así que pronto partiría a la Academia Real. Había sido un desafío, pero lo logró. Si al menos no hubiera llegado esa convocatoria de último minuto por parte de Zent para que cenara con él esa misma noche…
"No puedes presentarte ante el Zent con solo una asistente y seguro no querrás que otra persona que no sea Margareth empaque tus cosas" dijo Lady Verónica un cuarto de campanada después de la ceremonia del regalo, soltando un leve suspiro como única muestra de fastidio "Te prestaré un poco de gente de mi séquito."
"Pero, Lady Verónica, no quiero molestarla de este modo y…"
"¿Prefieres dejar en mal a tu Ducado, florecilla?"
Odiaba que la llamara florecilla. Odiaba que le recordara de ese modo lo que era… y lo incompleta que estaba. Una flor que no podía terminar de seducir a su dueño para invocar al invierno debía ser eso.
Una florecilla y no una flor completa.
"Gloria, vas a ir con Rozemyne. Llévate a Clementine, la asistente nueva contigo, Cecile está de permiso para ayudar a su marido con unas cosas. A la nueva le será de ayuda como entrenamiento. Avísales a Lauralea, Bertilda, Florence y Alinna que se preparen para pasar algunos días en la soberanía. Creo que puedo disponer de todas por un corto tiempo."
"Como ordene, Lady Verónica." Respondió Gloria antes de salir con apuro.
Ahora sí que estaba mortificada. Algo de eso debió mostrarse en su rostro porque Lady Verónica no parecía complacida, mirándola con cansancio detrás de su velo.
"Vamos a tu habitación, escogeremos un poco de ropa adecuada para que te presentes con el Zent, un par de vestidos para que estés en el dormitorio y un par de pijamas calientes. Que Margareth doble y guarde esa ropa por ti. No tenemos tiempo para más. Debes irte de inmediato."
"Le agradezco, Lady Verónica."
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Apenas terminar la cena con Zent, Rozemyne se dispuso a enviar a todas las mujeres del séquito de Lady Verónica de regreso, sintiéndose exhausta.
Después de negarse de nuevo a ser adoptada por la familia real y darle un par de insultos velados a Galtero cuando lo encontró esperándola fuera del comedor, regresó al dormitorio. No era lo que quería, pero podría estar lejos de esa mujer que se había empeñado en acabar con ella desde que llegó al castillo.
Se dejó caer en la cama y se acurrucó sobre sí misma, pensando en Ferdinand, lo único real en su mundo. Le llevaron la comida que se había preparado para ella con anticipación. Sería su desayuno, pero ninguna de esas mujeres estaría ahí durante la mañana.
La joven asistente que resultó parecerse un poco a Alerah hizo una prueba de veneno y Rozemyne las obligó a irse, acomodándose de nuevo en la cama después de cambiar ella misma su ropa y activar la barrera por si alguna decidía regresar.
Despertó a la mañana siguiente cerca de la primera campanada, la caja de Bento que Ferdinand diseñara para ella seguía sobre la mesa. Era similar a una herramienta que detiene el tiempo, pero más práctica. Cuando retiró la tapa dejó que el olor la embargara antes de tomar el primer bocado.
Tonta. ¡Había bajado la guardia!
Su garganta se cerró. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
No supo cómo, pero logró invocar su highbeast y darle forma de bañera vertiendo en ella su jureve, arrancándose la ropa y usando las pocas fuerzas que tenía para entrar en el líquido.
No podía morir ahí, no cuando Ferdinand le había prometido que pasarían su tiempo libre juntos. Le prometió mostrarle la biblioteca subterránea, llevarla a la glorieta de la diosa del tiempo...
'Oh dioses rey y reina, oh cinco eternos, por favor, no me dejen morir aún.' fue su sincera oración antes de que su mente cayera en la oscuridad.
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Notas de una de las Autoras:
Y aquí termina nuestra, no-tan-pequeña maratón. Esperamos que la hayan disfrutado y les recordamos que por el momento, las actualizaciones son martes y viernes.
Feliz fin de semana.
SARABA
