Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 5

Conversaron durante horas. Hasta que a Bella se le agarrotaron las manos de tener cogido el teléfono e incluso los grillos se habían ido a dormir, poniendo fin a su canto. Fue un alivio para ella que él se mostrara ajeno a su pasado. Necesitaban hablar claro, cierto, pero solo de aquellas cosas de las que había que hablar.

Los padres de Edward habían sido granjeros, y formaban una familia muy unida. Un mes después del accidente la policía donó a su hermano, al que acababan de contratar, el viejo coche patrulla en sustitución del vehículo que había quedado totalmente destrozado. Fue un generoso obsequio.

Cuando Edward cumplió los quince, Emmett le pasó el automóvil como regalo de cumpleaños. Edward despreciaba profundamente el Crown Vic y la pérdida que representaba, pero lo conducía por respeto a su hermano. Y porque necesitaba un coche. Él le habló de su relación con Emmett—tensa, paternal, cariñosa, frustrante— y ella, de la suya con su abuela, que era igual.

—¿Qué pasó con sus abuelos? —La casa de Bella estaba a oscuras y llena de antiguas sombras. Se acurrucó bajo el edredón—. ¿Por qué no se hicieron cargo de ustedes?

—La mitad están muertos, y la otra mitad, borrachos —respondió Edward con un timbre de voz más bajo de lo normal. Sonaba quedo y áspero en medio de la noche—. Así que, cuando un tipo con una concentración de alcohol en sangre que duplicaba el límite legal mató a nuestros padres… puedes entender por qué Em batalló para ser mi tutor.

A Bella no le caían bien sus padres, pero los quería, y no se imaginaba lo terrible que habría sido, y que seguiría siendo, para Edward haber perdido a los suyos en el mismo suceso sin sentido. Regresaban a casa después de hacer un recado en Feed 'N' Seed, el mismo establecimiento donde ahora trabajaban Alec y Nya. El vehículo en el que viajaban fue embestido a plena luz del día de una tarde de un martes cualquiera. El hecho de que ocurriera de día acentuaba la tragedia en la mente de Bella.

—¿Cómo acabó tu madre en Hawái? —quiso saber Edward.

—Se marchó de aquí justo después de graduarse. Tenía lo que ella llamaba siempre un «plan grandioso» para viajar por los cincuenta estados del país antes de escoger su nuevo hogar. Incluso contaba con un mapa desplegable que había robado en una librería de Norfolk. Aún lo conserva. Me lo enseñó una vez, y en él solo había una gran X en negro sobre Nebraska.

—¿Y entonces qué pasó?

—Utilizó todos los ahorros para irse primero a Hawái. Allí se colocó en un complejo turístico, se matriculó en un centro de enseñanza superior y luego conoció a mi padre.

—«Un plan grandioso». Puede que sea eso lo que necesite yo.

Bella emitió un sonido a medio camino entre un bufido y un resoplido.

—Solo si puedes llevarlo a cabo. Para mí es otra historia más sobre los fracasos de mi madre.

—¿No será porque Hawái es un lugar tan fantástico que no tuvo que contemplar el resto de sus opciones?

—No.

—Yo siempre cumplo mis planes —le aseguró Edward.

Lo demostró tan solo unas horas más tarde. Bella se vio desplomada en el interior del coche de Alec antes de las clases, hirviendo de irritación por la falta de sueño. Le hacía mucha ilusión contarles a sus amigos lo de la llamada, pero ellos no estaban reaccionando como esperaba.

—Cómo no te va a entender —dijo Nya desde el asiento de atrás—. Si son los dos unos pobres huérfanos.

—Yo no soy huérfana —repuso Bella malhumorada.

—Sigo alucinando con eso de que tengas que presentárselo a tu abuela —comentó Alec—. ¿Cómo reaccionó él cuando se lo dijiste?

—No se lo dije.

Bella intentó no hacer caso del nudo que se le formó en el estómago mientras recorría el aparcamiento con la mirada en busca de Edward. Un reguero de estudiantes se dirigía hacia la esquina junto a la carretera, donde de la noche a la mañana había aparecido un altar en memoria de Lauren —con flores, postales, carteles de teatro y velas— delante del rótulo del instituto. En la marquesina se leía en letras desiguales negras: TE QUEREMOS, LAUREN. TU ESTRELLA SIGUE BRILLANDO CON FUERZA.

—Primero quería asegurarme de que todo estaba bien —añadió—. En persona.

—Es el sueño de toda abuela. —Nya levantó las manos a la altura de la cara y movió los dedos en un gesto sarcástico de falso entusiasmo—. ¡Un marginado social que se tira a su nieta, pasa de ella durante meses y luego consigue su número de teléfono por medios ilegales!

—Sabes que no es así —repuso Bella, haciendo una mueca.

—Es exactamente así —replicó Nya.

—La manera en que consiguió tu número da yuyu —comentó Alec.

—¿No les parece romántico? —preguntó Bella.

—No —respondieron Alec y Nya a la vez.

—Debería habértelo pedido a ti —prosiguió Alec—. Tú se lo habrías dado.

—Bueno, yo me conformo con que mi abuela no se despertara. Tienen razón en que no le habría hecho ninguna gracia descubrirme hablando por teléfono con un chico en plena noche. —Bella hizo una pausa, detectando la oportunidad ideal para cambiar de tema—. Aunque una parte de mí desea en el fondo que se hubiera despertado. Creo que vuelve a hacer de las suyas dormida.

—Ay, madre. —Nya arqueó la espalda como un gato y bostezó—. ¿Qué ha hecho tu agüela esta vez? ¿Utilizar el secador de tostadora?

Alec se rio al oír la palabra «agüela». Nya le guiñó el ojo por el retrovisor.

—Le ha dado otra vez por los armarios de la cocina —respondió Bella—. Me los he encontrado todos abiertos esta mañana. Ya van dos días seguidos y es la cuarta vez este mes. Tiene que ir a una clínica del sueño, pero no sé cómo convencerla.

—¿Te has preguntado qué es lo que busca por las noches? —inquirió Alec.

—Un libro de defensa personal para su nieta —dijo Nya.

Un golpe fuerte en la ventanilla situada detrás de Alec hizo que este gritara. Los tres dieron un respingo en sus asientos. Cuando vieron de qué se trataba, Alec y Nya miraron a Bella con los ojos como platos.

Ella se puso colorada del calor que le entró.

—Dejenlo entrar, dejenlo entrar.

El coche no disponía de cierre automático, así que Nya se inclinó hacia la puerta para abrirla. Edward se sentó a su lado con una ráfaga de aire frío matutino.

—Lo siento —se disculpó—. No pretendía asustarlos.

Tres pares de ojos parpadearon ante él con asombro. De algún modo Bella había olvidado ya que tenía el pelo rosa. Mientras hablaba con él la noche anterior tendida en la cama se lo imaginaba rubio.

Edward pasó la mirada entre Alec y Nya con visible nerviosismo.

—Pensaba que… Bella ya les había dicho.

—Y lo ha hecho —afirmó Alec, aunque todavía se le notaba desconcertado.

Nya sonrió como una bruja en un cuento de hadas.

—Lo sabemos todo.

El tono de piel de Edward comenzó a hacer juego con su cabello mientras Bella seguía boquiabierta.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

El rosa fue a más hasta que la cabeza entera de Edward se volvió de un solo color. Fue uno de los pocos momentos en los que Bella logró descifrar su expresión con absoluta certeza: Edward quería darle al botón de rebobinado hasta verse de nuevo fuera del coche, en un lugar seguro en la otra punta del aparcamiento. Su mano se acercó poco a poco al tirador de la puerta.

—Me dijiste que querías… salir conmigo.

—Así es. —Bella negó con la cabeza antes de cambiar el gesto por un asentimiento enérgico—Así es.

Sintió que sus amigos los miraban a ambos con los ojos desorbitados de quien ve una novela mientras ella superaba el estupor inicial. Por primera vez fue consciente de que la aparición y la conducta de Edward no eran meros actos de rebelión, sino una coraza para su timidez. Cuánto le habría costado dar el paso de aproximarse a ella, sin la barrera protectora del celular y estando Bella en compañía de sus amigos, nada menos.

Bella infundió en las palabras que pronunció a continuación tanta amabilidad como le fue posible.

—Es que nos has cogido por sorpresa. Eso es todo. —Y dicho esto le dedicó la más espléndida de sus sonrisas, la de mayor voltaje, un gesto por el que había llegado a ser conocida hacía mucho tiempo—. Me alegro de que estés aquí.

—Yo también —la secundó Alec, porque él era así de bueno.

—La próxima vez trae dónuts —dijo Nya, cortante.

Edward se arriesgó a mirarla.

—A mí me gustan los de chocolate —añadió.

Edward se instaló de nuevo en la versión de sí mismo que el resto del mundo conocía de él. Levantó ligeramente las cejas y su voz se volvió más monótona.

—¿Y a quién no?

—A Bella, los de arce. Y a Alec, los glaseados sin más.

Edward respondió con un abucheo en broma, lo que hizo que Nya diera una patada a los asientos de Bella y Alec.

—¿Ven? Siempre les he dicho que estan como una cabra.

Fue un gesto de mano tendida, si se lo podía llamar así, y Bella pudo respirar de nuevo. Hasta que Nya reenfocó su atención.

—Bueno, Buscemi —dijo—. ¿Qué novedades hay?

Edward arqueó las cejas un poco más.

—Steve Buscemi era el señor Rosa en Reservoir Dogs.

—Eso ya lo sé —contestó él—. Pero al personaje que interpretaba no le pusieron ese nombre por su color de pelo.

A Nya le dio igual.

—¿Qué novedades hay, Buscemi?

Edward pareció no fiarse de la vaguedad de aquella pregunta.

—¿Sobre qué?

—Pues sobre Lauren.

Edward se revolvió inquieto en un movimiento casi imperceptible.

—¿Por qué me preguntas sobre ella?

Nya le dio un puñetazo en el hombro y Edward hizo una mueca, desacostumbrado a un estilo de interrogatorio tan intenso como el de Nya.

—Tu hermano es poli —respondió ella—. ¿Qué dicen los suyos sobre el caso?

—Pasa de ella —dijo Alec con un suspiro—. No tiene ningún tacto.

Edward se frotó el hombro dolorido.

—Emmett no habla conmigo de su trabajo.

—Pero sí que te facilita el número de teléfono personal y superprivado de nuestra querida amiga Bella Swan, ¿no?

—Tanya —la avisó Bella.

A veces era difícil ser la amiga más querida de Nya. Esta se arrimó de golpe a Edward, sin tener en cuenta su incomodidad física, y pegó a los muslos de él sus rodillas cubiertas por unas medias de red rotas.

—Solo dinos una cosa: ¿tu hermano estuvo en la escena del crimen?

Edward se hizo más espacio, obligando con su cuerpo a que Nya volviera a su lado del asiento.

—De hecho —dijo él, conservando el tono comedido de su voz—, debería haber sido competencia del sheriff, porque sucedió fuera de los límites municipales. Pero como el padre de Lauren es compañero de caza del jefe Pilger, lo avisó directamente a él. Una hora más tarde movilizaron al cuerpo entero.

Bella imaginó a decenas de agentes uniformados tomando los maizales.

—¿El cuerpo entero?

—El cuerpo entero lo forman cinco personas —aclaró Edward.

—¿Es verdad lo de las rajas del cuello? —inquirió Nya—. ¿Qué le hicieron tres en forma de una cara sonriente?

Bella reprimió las ganas de reprenderla de nuevo.

—Peor aún —respondió Edward—. Fueron cinco cortes profundos. Los de los ojos en forma de X.

—¿Como en un personaje de dibujos animados muerto? —preguntó Alec con un estremecimiento.

Edward asintió una vez con la cabeza.

—Seguro que el asesino se regodeó al hacerlo. Le rajó las cuerdas vocales. La policía piensa que fue un acto intencionado.

A Bella se le erizó el vello de la nuca. «Ojos de un personaje de dibujos animados muerto».

Pero Nya se puso derecha al recordar una de las hipótesis que más apoyo tenía.

—¿Creen que el asesino estaba enfadado porque Lauren cantaba bien? ¿Qué se trata de alguien que envidiaba su talento?

—O puede que dijera algo que no debía —conjeturó Edward.

—Drogas —dijo Alec, dando un enérgico brinco mientras se volvía hacia el asiento de atrás—Siempre hay drogas de por medio. ¡A lo mejor descubrió un laboratorio clandestino y se le ocurrió dar el chivatazo!

Nada más terminar la frase, Alec se quedó horrorizado consigo mismo por alentar la conversación.

Aquellas dos fuerzas opuestas, fruto de la culpa y de la curiosidad, también libraban una lucha interna dentro de Bella, pero Edward se limitó a encogerse de hombros.

—Aún no saben gran cosa. Y en la escena del crimen no había pruebas. Al menos no han encontrado ninguna, de momento.

La curiosidad pudo más.

—¿Lauren fue… fue… violada?

—No —contestó Edward.

—Menos mal —dijeron a la vez Bella y Alec.

A Bella le alivió saber que Lauren no había tenido que sufrir eso también.

—La encontraron en la cama, pero no parece que el asesino tuviera contacto físico con ella —explicó Edward—. O que ella lo tocara a él. La policía ni siquiera está segura de que la persona que buscan sea un hombre. Lauren no presentaba ninguna contusión, y no tenía nada bajo las uñas, ni piel ni fibras de ningún tipo que pudieran indicar que hubo un forcejeo.

—O sea, que la cogieron por sorpresa —dedujo Bella.

—Es posible. O puede que conociera al asesino.

—O ambas cosas, quizá —sugirió Nya, y todos asintieron como sabios. Ella se cruzó de brazos con aire triunfal y petulante—. Sabía que tendrías información de primera mano.

Edward frunció aún más el ceño.

—Eso es todo lo que sé. En serio. Y son conscientes de que no pueden contarle nada de esto a nadie, ¿verdad?

—Por favor —exclamó Nya con un ademán de desdén—. Las únicas personas a las que se lo contaría están en este coche.

Alec alargó la mano hacia el asiento de atrás y apretó las manos de Nya, que llevaba las uñas pintadas de negro con el esmalte desconchado.

—Yo también te quiero.

A Bella le preocupaba algo más.

—¿Cómo sabes todo eso si tu hermano no habla contigo de trabajo?

—Por conversaciones que oigo —respondió Edward, encogiéndose de hombros. Pero al no verla convencida, añadió con vergüenza—: Y… leo sus archivos cuando duerme.

Bella levantó las cejas, sorprendida.

Nya volvió a abalanzarse sobre Edward.

—¿El padre de Lauren tiene una coartada?

—No lo sé —contestó él.

—Claro que lo sabes.

—Les he contado todo lo que sé.

—Bueno, pues averigúalo.

Edward finalmente se rio, mirando a Bella.

—Cómo no.

La risa era la mejor respuesta cuando Nya se mostraba así de implacable. Bella se atrevió a sentir un ápice de esperanza. Frente al parabrisas pasaron un par de chicas de aspecto frágil con un puñado de globos blancos. Les corrían lágrimas por las mejillas.

—¿Están en el musical? —preguntó Bella.

—No lo creo —contestó Alec.

A Bella le dio un vuelco el corazón al caer en un hecho que la incomodó.

—¿Alguno de ustedes ha traído algo?

Edward y Nya negaron con la cabeza mientras Alec sacaba de su mochila una cartulina doblada por la mitad. En la parte de delante había dibujado un corazón con un bolígrafo rojo con purpurina.

—Yo hice esto anoche, pero dejé espacio para sus nombres, si quieren.

Alec, siempre tan responsable, se había acordado. Nya sacó un boli normal y escribió su nombre junto al de él. Luego ofreció la tarjeta y el boli a Edward. Este, sorprendido —quizá incluso emocionado—, añadió su nombre en mayúsculas en letra de imprenta pequeña en la parte inferior. Edward pasó la postal y el boli a Bella.

Ella se quedó mirando el corazón reluciente mientras la culpa rezumaba por cada pliegue y grieta de su cerebro. Nunca había hablado con Lauren.

Bella no soportaba el cotilleo, pero aun así había estado especulando sobre la vida de la chica y analizando minuciosamente su muerte como si participaran en una de esas cenas de misterio con asesinato incluido. No merecía firmar la tarjeta, porque nunca se le había pasado por la cabeza que Lauren pudiera necesitar una.

—¿Bella? —dijo Edward con voz de preocupación.

La visión le dio vueltas mientras aceptaba la tarjeta y el boli. Firmó porque sus amigos la observaban. Sintió que era una firma fraudulenta.

Abandonaron el coche y se sumaron a la multitud. Mientras Alec depositaba la postal sobre el montón de ofrendas deprimentes, Bella se preguntó quién recogería aquellos recuerdos, y cuándo. ¿Se sentirían presionados los padres de Lauren para llevárselos a casa, o permanecería todo allí durante tanto tiempo que las tarjetas, los carteles y los ositos de peluche terminarían estropeándose debido a la intemperie, hasta que solo tuvieran cabida en el vertedero?

Estudiantes de todos los grupos sociales presentaron sus respetos: los raritos del teatro y la coral, por supuesto, pero también los musculitos y los cerebritos, los gamers y los techies, los de la FFA y los amantes de los rodeos. Múltiples grupos juveniles rezaron juntos como una sola unidad. El presidente del consejo estudiantil repartió folletos que anunciaban una vigilia con velas, mientras que los drogatas pululaban por los alrededores, colocados e incómodos, pero con la necesidad de sumarse al duelo junto al resto de su comunidad.

Mientras tanto, Bella fingió estar afectada por los mismos motivos que sus compañeros de clase. Hizo como si no se hubiera angustiado al ver la furgoneta de la prensa local, aparcada cerca de la bandera a media asta.

Simuló tener frío cuando se puso la capucha de la sudadera y apartó el rostro de las cámaras. Fingió pertenecer a aquel lugar.


Pese a las miradas de incredulidad del conjunto de estudiantes, Edward se reunió con ellos de nuevo a la hora de comer. Bella lo había invitado, pero aun así se quedó pasmada cuando él se sentó a su lado y se cruzó de piernas. Consciente del esfuerzo que eso suponía, el gesto de Edward le levantó el ánimo, si bien la conversación que tuvo lugar a continuación fue de todo menos fluida. Edward se comió su sándwich en silencio. Makani solo esperaba que sus amigos tuvieran tanta paciencia con él como la habían tenido con ella.

Al menos la presencia de Edward la libró de la sensación de ser la tercera en discordia. Alec y Nya nunca la habían tratado deliberadamente como si le hicieran un favor por pena, pero Bella no dejaba de ser una intrusa en una estrecha amistad con una década de antigüedad. Daba igual que aquella nueva incorporación al grupo no fuera estable. Bella se sentía más segura con Edward entre ellos, porque él estaba allí por ella.

Sin embargo, no se quedó. Cuando faltaban diez minutos para que comenzaran las clases, Edward masculló una excusa y se marchó a la biblioteca. Su partida fue tan precipitada que Bella no tuvo tiempo siquiera de despedirse. Tras lanzar una mirada de disculpa a sus amigos, fue corriendo tras él.

—Eh. ¡Eh! —exclamó mientras lo agarraba de la manga—. ¿Estás bien?

Edward buscó una excusa.

—Sí. Es que…

—No te preocupes. Lo entiendo —dijo Bella, convencida.

A veces la presión de una situación era demasiado fuerte, y la única salida posible era la huida.

Edward jugueteó con la cremallera de la sudadera negra que llevaba puesta. Miró al grupo de gamers y techies en su mayoría masculino que estaba sentado en el suelo cerca de allí, observándolos entre cuchicheos, y entrecerró los ojos. Los chavales dejaron de hablar. Edward se volvió de nuevo hacia Bella y asintió.

Ella hizo un gesto de exasperación.

Él sonrió.

Bella recuperó la confianza. La niebla de preocupación se disipó. Le alisó la manga por donde lo había agarrado y alzó la vista para mirarlo a través de sus oscuras pestañas.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer hoy después del insti?

Edward levantó las cejas.

—¿Llevarte a casa?

Bella le dedicó otra sonrisa mientras se alejaba ufana.

—Buena respuesta —le contestó en voz alta.

Era la frase de despedida ideal. Hasta que los capullos que tenían al lado tuvieron que estropearlo.

—Buena respuesta —repitió uno de ellos, imitándola, y los demás le rieron la gracia.

Bella se detuvo.

—¿Perdona?

Demetri Lestrange, un retaco de ojos intensos con unos cascos enormes alrededor del cuello, pareció sobresaltarse al verse interpelado. Se recuperó enseguida.

—Ya te llevo yo a casa, cariño.

—Puf —exclamó una de las dos chicas que había en el grupo.

—Ahí le doy la razón —dijo Bella, cruzándose de brazos—. Puf.

—Ah, puedo llevarlas a los dos —sugirió Demetri con una fanfarronería que no venía al caso.

La otra fémina del grupo le tiró el panecillo de una hamburguesa a la cabeza.

—Eso sí que sería peor aún que ir a pie —comentó secamente otro amigo.

Se llamaba David, y era de los mayores del insti, un chaval canijo con una camiseta megagrande estampada con un Minecraft Creeper en verde brillante. El grupo entero estalló de risa.

—Eh, cierra el pico.

Pero Demetri dirigió toda su ira fruto de la vergüenza hacia David, lo que provocó una sarta de insultos injuriosos entre ambos.

Bella no sabía con certeza en qué momento había vuelto Edward a su lado. Se alegraba de que él se hubiera percatado y estuviera dispuesto a ayudarla, pero aún se alegraba más de que Demetri ya se hubiera olvidado de ellos. Se miraron con timidez.

—¿Nos vemos después? —dijo ella.

—Sí, hasta luego —convino él.

Bella escapó hasta el otro extremo del patio e inclinó la cabeza en dirección a los gamers.

—¿Se puede saber qué le ves a ese chaval? —preguntó a Nya, que llevaba albergando unos sentimientos inexplicables por Demetri desde agosto.

—¿Qué pasa? —replicó Nya, encogiéndose de hombros—. Es mono. Y muy listo.

—Es un inmaduro de cuidado.

—Ya crecerá —repuso Nya sonriendo, y añadió—: Yo le ayudaré.

—Para eso primero tendrías que hablar con él —intervino Alec.

—Ya hablamos. Nos pasamos la clase de Física hablando.

Alec se mofó.

—¿Cómo ayer, cuando lo pusiste verde por calcular mal esa ecuación? Debió de ser la primera vez que no acertaba la respuesta.

—Por eso lo puse verde.

—Pobre Demetri. —Los rizos de Bella rebotaron mientras negaba con la cabeza—. Es duro ser el flechazo no correspondido de Tanya Denali.

—Te aseguro que hay algo entre nosotros.

Alec le dio unas palmaditas en la pierna con condescendencia. Nya le apartó la mano, pero estaban riendo cuando sonó el timbre. Las ondas estridentes que este produjo retumbaron en los edificios planos, y recogieron sus pertenencias entre quejidos.

Bella tiró el vaso de refresco vacío en la papelera de reciclaje.

—Alec, hoy no hará falta que me lleves a casa. Iré con Edward.

Alec se paró en seco mientras estaba poniéndose la mochila e intercambió una mirada con Nya.

No necesitaban nada más. Bella apretó la mandíbula. Volvía a sentirse la tercera en discordia, y estaba claro que la parejita de amigos del alma había estado hablando de ella.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

Por una vez Nya se resistía a decir nada. Alec carraspeó para tratar de explicarse en tan delicada situación.

—Es que… tú no llevas viviendo aquí tanto como nosotros —respondió—. No sabemos si Edward estuvo realmente a punto de ahogarse, o si de verdad se acuesta con la chusma del Red Spot, pero está claro que algo… le falla. Por lo menos desde que murieron sus padres.

Nya le tiró del dobladillo deshilachado de la falda.

—No queremos que te hagan daño.

—Que te hagan daño otra vez —añadió Alec.

A Bella le temblaron las manos.

—No lo conocen.

—Tú tampoco —replicó Alec.

—¿Y qué? Le ocurrió una putada, y luego puede que hiciera alguna cagada. Pero puede que no. Y si lo hizo, ¿qué más da? ¿Significa eso que no merece una segunda oportunidad?

Nya dio un paso atrás.

—Vaya. ¿A qué viene eso?

Bella se metió las manos en los bolsillos y cerró los puños.

—Me va a llevar cinco minutos en coche hasta la puerta de casa. No me pasará nada.

No sabía si llegarían a oírla mientras se alejaba airada, o si querría siquiera que la oyeran. Reformuló la frase, envolviéndose en las palabras para protegerse del viento frío de octubre.

—No me pasa nada.