Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 8

La policía iba sacando a los estudiantes de las aulas, uno a uno, para interrogarlos. Las ofrendas en memoria de Lauren habían tardado veinticuatro horas en aparecer, pero la esquina frontal del instituto se veía cubierta ya por un manto de rosas frescas, collages sobre cartulina y balones de fútbol americano. Multitud de banderolas rojas, utilizadas normalmente para adornar coches y camionetas cuando había partido, se habían plantado en el suelo y ondeaban al viento. El encuentro de aquella noche, el último de la temporada oficial, ya se había perdido. Era la primera derrota en la historia del equipo.

El alumnado entero estaba atónito, sin dar crédito a lo sucedido. La mitad de los estudiantes lucían los colores del instituto. Algunos lloraban a lágrima viva. Unos cuantos leones de peluche habían aparecido también de la noche a la mañana en el lugar de las ofrendas, porque Mike tenía el número doce en el equipo y la mascota de todos ellos era Leo, el león emblema de la Metro. El año anterior las agrupaciones juveniles habían protestado para cambiar el nombre —Leo les parecía demasiado astrológico —, pero aquella mañana su detractor más ruidoso había dirigido una oración junto a la bandera vestido con una sudadera de LION PRIDE.

Fue un conserje quien había encontrado el cuerpo de Mike. Las cerca de doscientas personas congregadas en la vigilia en memoria de Lauren habían visto aparecer en escena a la policía y las ambulancias entre ruido de sirenas.

Bella llevaba en casa menos de una hora, aún con el sabor de Edward en los labios, cuando la procesión de luces pasó zumbando frente a la fachada de la abuela Swan. Parecía no faltar ni uno solo de los vehículos de emergencia que Osborne tenía a su disposición. La noticia se difundió por las redes sociales en primer lugar, como siempre: «Ha habido un accidente en el instituto».

ACTUALIZACIÓN: «Se ha hallado un cuerpo».

ACTUALIZACIÓN: «Se trata de un estudiante».

ACTUALIZACIÓN: «Era el alumno predilecto de Osborne».

La noticia pasó del ámbito local al estatal, y el pueblo se llenó con la inevitable multitud de periodistas, cuya presencia fue a más. Michael Sherman Newton. Lauren Madison Mallory. Cuando la gente moría, los medios convertían a los fallecidos en un nombre triple.

Bella apenas conocía a ninguna de las víctimas. Le resultaba extraño disponer de toda aquella información.

Los periodistas estaban apiñados a lo largo del perímetro de los jardines del instituto, pescando presas perdidas en busca de una entrevista en exclusiva. Bella había salido corriendo para sortear a la horda devoradora, pero muchos otros estudiantes estaban dispuestos a ello. Un equipo de noticias tuvo incluso el valor de colarse en la escena del crimen para grabar las papeleras donde habían encontrado la mochila y la bolsa de deporte de Mike, supuestamente escondidas allí por el asesino. Bella había oído los gritos furiosos de los agentes de policía procedentes del patio del instituto.

A Lauren la habían matado en su casa, y a Mike, en el instituto.

Lauren adoraba el teatro, y Mike el fútbol americano.

Una víctima, dos víctimas.

Esas cosas marcaban la diferencia.

Circulaba el rumor de que suspenderían las clases, pero Bella supuso que eso no ocurriría, ya que de ese modo los interrogatorios podrían realizarse con más facilidad. Parecía probable que hubiera conexión entre los dos casos: existían demasiadas similitudes. Al final todo el mundo, incluido el personal docente y administrativo, tendría que verse ante un policía. A los estudiantes los llamaban individualmente. Lo hacían de forma aleatoria.

Jane Vulturi, Edward Cullen, Tanya Denali, Isabella Swan.

Cuando Alec regresó a la segunda hora que tenían de clase, Física, ocupó un asiento vacío que había junto a Bella y Nya.

Bella lo presionó para conocer los detalles del interrogatorio.

—¿Qué clase de preguntas te han hecho?

—Cosas fáciles —respondió Alec.

No se molestaron en disimular su conversación. Los demás también estaban hablando. Los teléfonos, por lo general prohibidos, se exhibían sin tapujos mientras los estudiantes mostraban su dolor y buscaban nueva información. Ya era bastante difícil prestar atención un viernes normal y corriente, pero incluso los profesores sabían que aquel día no impartirían ninguna clase, al tiempo que adoptaban el doble papel de psicólogos de los estudiantes y secretarios de los policías.

El señor Merrick, el profesor de Física, estaba en plena conversación con dos jugadores de fútbol alicaídos. Rompiendo otra norma del centro, los tenía agarrados por un hombro, en un gesto de consuelo. Bajo sus cejas pobladas y sin arreglar, el señor Merrick parecía estar esforzándose por no llorar.

—Me han preguntado si conocía a las víctimas —explicó Alec—. Si alguna vez había oído algún rumor sobre ellas, si sabía de alguien a quien no le cayeran bien, dónde estuve anoche entre las seis y las siete. Ese tipo de cosas. Ha sido bastante amable.

—¿Te ha tocado Em?

Bella lo había visto en el pasillo delante del aula. Con su tez pálida y su cabello rubio platino, era fácil identificarlo como hermano de Edward, aunque era un poco más ancho, a pesar de ser más delgado y menos musculoso que la mayoría de los policías.

—No, era una mujer. La agente Gage. De hecho, está bastante buena.

—Y es buena en su trabajo —puntualizó Nya, sin levantar la vista de su móvil.

Alec quitó importancia al comentario con un ademán. Él también era feminista.

—No te pasará nada —aseguró a Bella al verla agachar la cabeza, con los codos hundidos en los costados.

Inconscientemente, Bella estaba haciéndose más pequeña. No soportaba la idea de hablar con la policía, de responder a sus preguntas. ¿Y si miraban su historial y descubrían la eliminación de sus antecedentes penales en Hawái? Siempre había temido que algún día sucediera algo que provocara una inspección más minuciosa de su expediente. Y ahí estaba.

Aquel era el día. ¿Qué pensarían sus amigos de ella?

Si Edward estuviera allí, quizá su calma le resultaría reconfortante. Pero solo coincidían en una clase y desde la noche anterior solo habían chateado.

Edward no había podido conciliar el sueño ante el temor de que llamaran a la puerta de su casa y fuera el jefe de policía, que acudía para comunicarle que se había producido un tercer ataque y ahora su hermano también estaba muerto. Emmett no había regresado hasta pasadas las cuatro de la madrugada.

Edward se había quedado en la cama y a punto había estado de llegar tarde al instituto.

—¿Crees que el equipo se retirará? —preguntó Alec a Nya.

Bella se dio cuenta de que llevaban hablando varios minutos.

—¿De las eliminatorias? —Nya negó con la cabeza—. Ya tenían el puesto asegurado. Y Mike no era el único que estaba en el punto de mira de los cazatalentos. El equipo no puede dejar de jugar…

—Porque esto es Nebraska —concluyó Bella como un robot.

La mayoría de las conversaciones sobre fútbol terminaban con aquella frase.

A Nya le encantaba tocar la trompeta, pero prefería la temporada de conciertos a la banda de música. Asintió con un gesto de desagrado.

—El club de apoyo del Osborne ha enviado un mensaje de texto a todo el mundo esta mañana. Esta noche libramos junto con el equipo, pero el lunes se reanudan los ensayos.

Alec miró a su alrededor para asegurarse de que tenían privacidad.

—He oído que los entrenadores podrían estar suspendidos, porque abandonaron las instalaciones del instituto justo después del entrenamiento. En teoría, debería haberse quedado alguien con el equipo. Y si se hubiera quedado alguien…

Nya hizo una mueca.

—Veinte pavos a que el único al que suspenden es el asistente de menor rango.

—Para mí que Lauren y Mike ni se conocían —dijo Alec, volviendo a la cuestión más desconcertante—. ¿Vosotros creéis de verdad que salían juntos?

El tono de los rumores había tomado otro cariz. El padre de Lauren había quedado relegado a un segundo plano mientras se investigaba la teoría de los amantes secretos. De repente, sus compañeros de clase juraban haber visto a Lauren y Mike compartiendo un batido de plátano en el Sonic o metiéndose mano bajo las gradas.

—Lo digo porque Mike llevaba dos años con Jessica Stanley —añadió Darby.

—De ahí que fuera una relación secreta. —Nya se les acercó, envolviéndolos en su perfume favorito. La piel le olía a algo floral y picante

—. Puede que Jessica lo descubriera y los matara a los dos en un ataque de celos.

—¿En serio crees que una chica podría hacer algo así?

—Pues claro que podría.

Alec le puso mala cara.

—Físicamente, quiero decir. Mike era un tío corpulento.

—¿No te parece que Jessica tiene la fuerza de una cabrona? —preguntó Nya.

Cuando Bella llegó a Osborne, Jessica había sido la primera en preguntar: «¿Y tú qué eres?». Ella le respondió con sinceridad, y Jessica se echó a reír. «¡Vamos, que eres una mil leches!», le soltó, creyéndose muy ocurrente, y todos los que la oyeron se partieron de risa. Desde entonces Bella la aborrecía. Pero a pesar de la hostilidad entre ellas, se alegraba de que Jessica se hubiera quedado en casa y se ahorrara —por una vez, al menos— lo que se decía de ella.

—Puede que el asesino ni siquiera sea de aquí —conjeturó Alec—. Tal vez sea alguien de un equipo rival. Alguien que se disputa la atención de los mismos cazatalentos que se habían fijado en Mike.

—Pero entonces, ¿por qué matar a Lauren? —preguntó Nya.

Alec reflexionó sobre ello unos segundos.

—¿Un triángulo amoroso?

Dieron un respingo cuando una voz se rio frente a ellos con condescendencia. Era el chico por el que Nya estaba colada. Mientras Demetri se volvía de cara a los tres, Nya lo fulminó con la mirada. Pero se irguió de inmediato.

Demetri entrelazó sus dedos alrededor de la nuca con una flema chulesca.

—Aunque supongo que un triángulo amoroso es tan probable como vuestra teoría de los amantes secretos.

—Sí, claro… porque tú lo digas —repuso Nya, señalándole el pecho.

David, que estaba sentado junto a Demetri, puso los ojos en blanco.

Bella entendió el gesto. Lo que tenían que hacer sus amigos era dejar de ser tan creídos y morrearse de una vez.

—¿Y Buddy? —preguntó Alec—. ¿Podría formar parte del triángulo amoroso?

El semblante de Demetri adoptó una expresión aún más escéptica.

—¿Buddy Wheeler?

—No, el otro Buddy que juega a fútbol —replicó Nya.

Alec pasó de ellos.

—¿Recuerdan el año pasado, cuando su novia lo dejó, y él dio un puñetazo tan fuerte en su taquilla que se le saltó la piel con la rejilla metálica? Si hasta tuvieron que ponerle puntos. Es lo bastante agresivo como para matar, y encima es el mejor amigo de Mike.

—Buddy es demasiado memo para ser el asesino —opinó Nya.

—En eso estamos de acuerdo —dijo Demetri.

Bella miró hacia la puerta del aula. ¿Si se marchaba de allí, lo notaría alguien?

—¿Vas a vomitar?

Al volver la vista, vio a David mirándola. Parecía más aburrido que interesado, pero eso podría ser por su cara. Tenía un rostro alargado y poco agraciado, con un pelo rubio rojizo que le caía de forma extraña por la frente.

—Te estás agarrando el estómago —dijo.

—Supongo que preferiría hablar de cualquier otra cosa.

—¿Hay algo más de lo que hablar? —preguntó David, encogiéndose de hombros.

Era una pregunta legítima, pero le hizo sentirse más sola todavía.

Además de los sospechosos más obvios, y los más descabellados, se especulaba cada vez más sobre Edward y Ben. Edward y Ben. El solitario y el capullo. El acosado y el acosador. Mucha gente había visto a Mike metiéndose con Edward hacía tan solo dos días, y algunos habían presenciado como Ben se burlaba de Mike el mes anterior tras el anuncio de que este sería coronado rey de la fiesta de bienvenida.

Bella se había dedicado a ver una película de hombres lobo en el sótano de Alec mientras se disputaba el partido celebrado con motivo de dicha fiesta estudiantil. Una vez finalizado el encuentro y liberada ya de sus obligaciones con la banda de música, Nya se había reunido con ellos.

Ninguno de los tres asistió al baile que tuvo lugar la noche siguiente. Nadie les había pedido que fueran. Y ahora el rey de aquella fiesta estaba muerto.

Resultaba imposible de creer.

—¿Y tú quién piensas que lo ha hecho? —le preguntó David.

Bella se quedó mirando la puerta. No podía apartar la vista de la salida.

—No sé. Puede que sus muertes ni siquiera estén relacionadas.

Alec, Nya y Demetri volvieron su atención de repente hacia ella.

—A ver… —dijo Bella—, claro que están relacionadas, pero ¿y si Lauren y Mike eran exactamente quienes parecían ser? ¿Y si no hay ninguna gran conspiración, y los eligieron simplemente por ser populares?

—Lauren no era popular —repuso Nya, negando con la cabeza.

—Era querida y respetada. Es casi lo mismo.

—Vale —dijo Demetri—, entonces, ¿tu teoría es que alguien que no es popular los mató? ¿Alguien que envidiaba el estatus que tenían ambos?

Bella se alteró.

—Yo no tengo ninguna teoría. Solo digo que no lo sabemos.

—No tendría por qué ser alguien que no fuera popular —sugirió Nya—. Solo menos popular.

—Eso significa que todos nosotros estaríamos a salvo —dijo Demetri—. Hasta entonces Bella no estaba segura de que Demetri fuera consciente de que no era admirado por todos, lo que hizo que le cayera un poco mejor. Ella prefería pasar totalmente desapercibida. Por desgracia, el súbito final de su anonimato parecía acercarse rápidamente.


La policía vino a buscarla durante la última hora de clase de aquel día. Era la única asignatura en la que Bella coincidía con Edward, pero apenas habían hablado antes de que la señora Washington le pidiera salir al pasillo.

La joven profesora de español, que de hispana no tenía nada, se veía abatida, pero con cierto alivio. Era el último nombre que tendría que pronunciar.

—Lo mejor para el final —dijo el agente mientras la puerta se cerraba tras Bella.

Vestía un uniforme azul oscuro almidonado, y en la placa con su nombre se leía CULLEN.

Cómo no. Tenía que ser él.

Bella levantó una mano en señal de reconocimiento. Temía que la voz revelara lo nerviosa que estaba, si su piel sudorosa no lo había hecho ya.

—Espero que no te importe que haya pedido poder interrogarte yo personalmente. —Su sonrisa le resultó increíblemente familiar—. Tenía curiosidad por conocer a la persona por la que está colado mi hermanito.

Bella no tenía ni idea de qué responder, así que no lo hizo. La palabra «colado» fue un chute de energía. Pero aquella situación podía considerarse sin duda como una de las peores maneras de conocer a la familia de un potencial novio. Había rezado para que le tocara cualquier otro policía.

Emmett—Bella decidió pensar en él por su nombre de pila y no como «agente Cullen», pues le parecía ligeramente menos intimidante— la acompañó hasta una sala vacía llena de máquinas de escribir eléctricas. Era el aula de mecanografía. A los estudiantes de primer año les enseñaban a teclear con máquinas de escribir, porque con los ordenadores era muy fácil hacer trampas. Bastaba con copiar y pegar. Emmett le hizo señas para que se sentara en la dura silla naranja situada junto a la mesa del profesor.

Bella tomó asiento, obediente. La luz de los ruidosos fluorescentes era tan deslumbrante y austera para un aula que trasmitía una sensación de abandono y anacronismo. La hacía sentir desnuda. Se cruzó de brazos y, temiendo que pareciera un gesto irrespetuoso, optó por sentarse sobre las manos.

Emmett giró la cómoda silla del profesor hacia ella y tomó asiento.

Observó la apariencia de Bella, no con mala intención.

—¿Cómo lo llevas?

Bella sabía que no tenía buen aspecto. Estaba nerviosa e inquieta.

Lo mejor sería reconocerlo y confiar en que Emmett imaginara que era por razones obvias.

—No muy bien.

—Ya, te entiendo. Todo el mundo está muy afectado. Incluso nosotros—dijo él, y Bella supuso que se refería a la policía—. Nunca hemos visto nada parecido en Osborne. ¿Tus profesores te han dado la información sobre la ayuda psicológica?

Con lo bien que se le había dado a Edward el trato con su abuela, y en cambio ella estaba fracasando estrepitosamente con su hermano. Había dicho tres palabras casi sin poder mirarlo a la cara, y él ya pensaba que necesitaba ayuda psicológica.

Aun así, no pudo sino asentir. Al menos era cierto. No había ni un solo profesor que no les hubiera dado aquella información. A los psicólogos les saldría el trabajo por las orejas durante meses.

—Bien. Eso está bien. —Emmett se sacó una libreta del bolsillo de la pechera y preparó el boli para escribir—. Tengo unas cuantas preguntas para ti. Son totalmente rutinarias. Se las hacemos a todo el mundo.

Bella asintió de nuevo. Las manos comenzaron a sudarle debajo de los jeans.

La voz de Emmett se mantuvo cordial, pero adoptó un tono ligeramente más severo. Sonaba a voz de poli.

—Sé qué hace poco que estás aquí, pero ¿conocías a alguna de las víctimas?

Era extraño. Bella llevaba casi un año viviendo allí, tiempo de sobra para tener la oportunidad de conocer a las víctimas, pero en un pueblo como aquel siempre harían que se sintiera como la chica nueva.

—No —respondió—. Nunca he hablado con Lauren.

«Nunca he hablado» en lugar de «Nunca hablé». Como si todavía pudiera darse la ocasión de que se encontraran comprando un café moca con hielo en la gasolinera.

Modificó las formas verbales de su respuesta.

—Con Mike puede que llegara a hablar un par de veces en clase de Sociales, porque se sentaba cerca, pero ni siquiera estoy segura. Si lo hice, no fue nada digno de recordar.

El interrogatorio prosiguió: «¿Sabes de alguien con quien las víctimas pudieran haber tenido problemas?». «¿Alguna vez sufrieron acoso?». «¿Lo ejercieron sobre otra persona?».

Bella contestó a todo con una negación, preguntándose cuántos de sus compañeros de clase habrían tenido el atrevimiento de mencionar a Edward.

Todos sabrían que estaban hablando con su hermano, por el apellido, el parecido físico y el famoso coche.

El sargento Beemer había interrogado a Edward a la hora de comer. Él no le había contado mucho a Bella, solo que habían estado la hora entera. En el caso de todos los demás, el interrogatorio no había durado más de unos minutos. ¿Le habrían preguntado por el episodio de Mike en el patio? ¿Y habría habido más episodios antes de aquel?

—Lo siento —dijo Bella, encogiéndose de hombros con la vista puesta en el linóleo industrial—. No soy de gran ayuda. No voy con ninguno de sus grupos.

—No pasa nada. Todo ayuda. —El tono de Emmett se había suavizado, y ella levantó la mirada. Al ver que había logrado captar su atención, él esbozó una sonrisa pícara—. ¿Dónde estuviste ayer entre las seis y las siete de la tarde?

El rubor afloró a las mejillas de Bella.

Los labios de Emmett acabaron dibujando una amplia sonrisa.

—Estaba con tu hermano. —Bella se cruzó de brazos, muerta de vergüenza—. Me llevó a casa a las seis y media, y luego preparé la cena con mi abuela.

—¿Y adónde te había llevado Edward?

Bella se quejó en un tono un tanto histriónico.

—¿Debo recordarte que soy policía?

Estaba claro que le tomaba el pelo, así que Bella se armó de valor con una irónica sonrisa de derrota.

—No lo sé, en serio. Era un maizal perdido al que se llegaba por un desvío de la 275, entre Osborne y Troy. Nos enrollamos. Entonces llamaron a tu hermano del trabajo, y nos marchamos.

Emmett hizo otra anotación en la libreta.

Bella se irguió un poco más en la silla.

—¿Por qué? ¿Qué ha dicho él?

—Lo mismo. —Emmett parecía satisfecho consigo mismo—. Solo quería oírte decirlo.

Aquel comentario provocó la risa de Bella, lo que a su vez hizo reír a su interlocutor.

—¿Puedo irme ya? ¿Se ha terminado el interrogatorio?

Emmett le indicó con un gesto que permaneciera sentada.

—Casi.

Bella se preparó a la espera de la incómoda cuestión que a todas luces le haría a continuación: «¿Cuáles son tus intenciones con mi hermano?», a lo que ella no contestaría. De ahí que Emmett la cogiera desprevenida cuando le preguntó:

—¿Qué experiencia tienes con la caza?

—Ninguna —contestó ella con el ceño fruncido—. Mi padre me llevaba a pescar a veces, pero nunca me interesó mucho. ¿Eso cuenta?

—¿Le ayudaste alguna vez a limpiar el pescado?

—No.

—¿Qué experiencia dirías que tienes en el manejo de un cuchillo?

El rostro de Bella palideció.

—¿Por… por qué me preguntas eso?

Emmett levantó la mirada de la libreta y ladeó la cabeza.

—Porque la persona que buscamos tiene cierta habilidad con los cuchillos y conocimientos de anatomía.

—No. —A ella le tembló la voz—. No.

Por suerte, Emmett debió de llegar a la conclusión de que a Bella le afectó el motivo de la pregunta más que la pregunta en sí.

—Tranquila, está bien —le aseguró él, guardándose la libreta—. Eso es todo lo que necesitábamos saber.

A Bella el corazón le iba a mil cuando Emmett la acompañó de nuevo al pasillo.

—Todavía tengo que interrogar al personal administrativo, pero al menos podrás volver a casa pronto, ¿eh? —Emmett le tendió la mano—. Hasta la vista.

Bella se la estrechó. Quiso decir que había sido un placer conocerlo.

En lugar de ello, fue corriendo al baño.

Cuando entró de golpe en el primer retrete, ya estaba llorando, no por un motivo concreto sino por todo en general. Deseó estar en Hawái, cursando su último curso de bachillerato sin sobresaltos. Deseó haberse comportado con la mezcla apropiada de encanto y tristeza ante Emmett. Deseó que no hubiera psicópatas que mataran por placer, haciendo que uno se sintiera inseguro en el mundo. Deseó que Edward fuera su novio, y poder enrollarse otra vez con él, lo antes posible. Y deseó no ser tan egoísta como para desear un novio cuando dos de sus compañeros de clase estaban muertos.

Si se quedaba allí más tiempo, la gente podría extrañarse. Bella se tragó las lágrimas, se secó la cara con un pañuelo de papel áspero y salió del baño.

Edward estaba apoyado en la pared que había junto a las fuentes para beber. Tenía ojeras.

—Te ha tocado mi hermano.

No era una pregunta.

—El agente Cullen ha pedido poder interrogarme personalmente.

Edward suspiró.

—No pasa nada. Ha sido muy amable. —Bella miró a su alrededor, pero no había nadie más en el pasillo—. ¿Estabas… esperándome? —Y entonces vio su propia mochila en el suelo, a los pies de Edward—. ¿Qué haces tú con eso?

—Le he preguntado a la señora Washington si podía ir al baño. Ni siquiera se ha enterado de que cogía las mochilas. Te he visto entrar aquí y te he esperado.

Bella llevaba más de diez minutos allí dentro. El pánico afloró, accesible al instante.

—Estaba esperando. Esperando sin más. No quería volver a clase.

Edward asintió.

—Deberías haber llamado a la puerta —le sugirió Bella.

Edward arqueó las cejas. Ambos sabían que él nunca se habría atrevido a llamar a la puerta del baño de mujeres. Demasiadas consecuencias potencialmente incómodas.

—No, lo siento. —Bella estaba agotada y turbada. Nada de aquello tenía sentido—. Pero… ¿por qué tienes mi mochila?

—¿Estás bien? —le preguntó Edward.

—¿Cómo? —Bella sacudió la cabeza de un lado a otro. Era como si llevaran dos conversaciones distintas—. No, no estoy bien. ¿Y tú?

Edward sonrió.

—Para nada.

Bella se lo quedó mirando hasta que estalló en una carcajada de impotencia. Las lágrimas volvieron a asomar en sus ojos.

—No sé qué está ocurriendo.

—Aún quedan veinte minutos para que suene el timbre, pero yo me voy ya. —Edward cogió su mochila y se la ofreció—. ¿Quieres que te lleve?