Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 10
Emmett blasfemó desde el umbral. Luego lo volvió a hacer.
—¡Maldita sea, Edward!
Edward se incorporó como pudo, asegurándose de que Bella estaba tapada, aunque no habían llegado tan lejos.
—¿Qué haces aquí?
Su hermano se frotó la frente.
—Me alegro de volver a verte tan pronto, Bella.
A ella le ardió la piel mientras se ocultaba detrás de Edward, que insistió de nuevo.
—¿Por qué estás en casa?
Emmett se apartó la mano de la cara y se cruzó de brazos, dirigiendo la mirada a la pistolera que llevaba al cinto.
—El jefe me ha mandado que vaya a descansar un rato. —Emmett reparó con recelo en el plato vacío que había junto a la cama—. ¿Cuándo habéis llegado? ¿Ya te has saltado clases otra vez?
Edward no contestó.
—Joder, Edward. No puedes… no puedes hacer eso.
Bella quiso salir corriendo. Deseó estar en cualquier otra parte menos allí.
—No nos hemos saltado ninguna tarea de clase —respondió Edward—. No estábamos haciendo nada.
—Si no estabais haciendo nada —repuso Emmett—, tampoco te habría costado tanto quedarte sentado hasta que sonara el timbre. —Cuando Edward apretó los labios, Emmett profirió un gruñido y se dejó caer en la silla del escritorio, a lo que siguió un largo suspiro—. Mira, hay un asesino suelto y no sabemos quién es ni por dónde anda. Ni siquiera si es un hombre o no. Eso significa que tu culo tiene que estar donde toca en todo momento. Necesito saber dónde estás.
—¿Por qué? —preguntó Edward en un tono que sonó demasiado incrédulo ante una petición del todo razonable.
—¡Porque corres peligro!
—Han asesinado a la estrella del musical y a la estrella del equipo de fútbol. Dime qué tengo yo en común con esas, víctimas.
—Esa no es la cuestión, y lo sabes. Joder —exclamó Emmett de nuevo. Y, volviendo su atención hacia Bella, añadió—: Tienes que dejar de juntarte con este chaval. Es una mala influencia.
A Bella la invadió un sentimiento de gratitud ante el hecho de que Emmett no la viera a ella como la mala influencia. Se atrevió a salir de detrás de Edward.
—¿Tu abuela sabe que estás aquí? —le preguntó Emmett.
Le dieron ganas de mentir, pero estaba ante un poli.
—No.
Emmett negó con la cabeza. Cogió las llaves de Edward del escritorio y tendió la mano, con los ojos clavados en el suelo de madera.
—Edward, llévala a casa.
—Em…
—Edward.
Este se acercó con paso airado, agarró las llaves de un modo que hizo poner mala cara a Emmett y salió de su habitación indignado.
Bella lo siguió, pero se volvió para despedirse de Emmett con la mano.
Él le devolvió el gesto con aire cansado.
—Lo siento. Pero tengo que hacerlo.
A Bella le pareció una frase extraña en boca de una figura que ejercía de padre, y le recordó la relación tan poco natural que Emmett había tenido que asumir en la vida de su hermano. En aquel momento se compadeció de él. Edward no le había facilitado las cosas. Claro que en la vida de este tampoco había nada que pareciera haber sido fácil.
Aquella noche —cuando Lauren y su grupo de teatro deberían haber estado en su primer ensayo de vestuario, y cuando Mike y su equipo de fútbol deberían haber estado ganando su último partido de la temporada— Alec envió un mensaje de texto a Bella:
«¿Podemos hablar?».
Bella acababa de poner los platos sucios de la cena en el lavavajillas.
Su abuela estaba viendo una película de Marvel en el salón. Ella no sabía que su nieta había estado en casa de Edward, y Bella esperaba que siguiera siendo así.
—¿Emmett se lo contará? —había preguntado a Edward en el triste trayecto de vuelta a casa.
Edward había tratado de tranquilizarla, a pesar de estar con el ceño fruncido.
—Lo dudo. Su debilidad es que aún quiere ser mi hermano mayor enrollado.
A fin de estar seguros hicieron planes para el sábado delante de la abuela Swan. Él tenía pensado pasarse por casa de Bella antes de su turno en Greeley's.
«¿Hablar por teléfono, quiero decir?».
Bella torció el gesto ante el segundo mensaje. Siempre era un mal augurio que alguien te pidiera hablar en lugar de chatear. Dijo a su abuela que se sentaría a ver la peli con ella enseguida, y esperó a estar encerrada tranquilamente en su cuarto antes de pulsar el botón de llamada.
Alec le respondió al segundo tono.
—Gracias.
—Vale. ¿Qué pasa?
Se produjo un silencio incómodo. Otra mala señal.
—¿Alec?
—Me… me gustaría que supieras que, como amigo tuyo que soy, te quiero, y por eso te lo digo.
Bella notó que le bajaba en picado la temperatura corporal.
—¿Decirme qué?
—Y sabes que nunca te lo diría si no fuera importante. Si Nya y yo no estuviéramos preocupados de verdad.
—¿Qué me quieres decir?
Alec masculló algo a toda prisa que contenía el nombre de Edward.
El frío que sentía Bella se vio sustituido por un sofoco repentino fruto de la ira, pero supo aplacarlo y pidió a su amigo que repitiera aquella última frase.
Alec soltó a borbotones la acusación.
—Sin tener en cuenta los rumores, sigue siendo un hecho que Mike y sus amigos llevan años acosando a Edward, y este no tiene una coartada sólida para ninguno de los dos asesinatos, y pensamos que podría estar aprovechándose de ti, y Nya ha dicho que tenía que ser yo quien te llamara, porque a ella la mandarías a la mierda directamente, o te lo tomarías a broma, pero te juro que te lo decimos en serio. —Alec hizo una pausa para respirar—. ¡Y no es que pensemos que él sea culpable! Pero tienes que reconocer que el modo en que consiguió tu número de teléfono da mucho yuyu.
Bella no tenía que reconocer nada. Era una idea insultante.
—¿Y qué? Ya os veo a Nya y a ti toda la tarde en Feed 'N' Seed, vendiendo suplementos para ganado y poniéndome a parir, ¿eh?
—¡No! —exclamó Alec en tono abatido—. Lo siento. Estamos preocupados por ti.
—Ya. Algo así me dijisteis ayer, ¿recuerdas?
—Y no pareció que nos hicieras caso —contestó Alec, bajando la voz hasta un manso susurro.
La furia se apoderó de Bella de repente, como si explotara una olla a presión.
—¿Y qué me dices de Lauren, eh? ¿Qué podría haberle hecho Lauren a Edward? ¿Por qué iba a matarla?
—Cuando iba a octavo, él le pidió para salir y ella le dijo que no. Lauren iba a séptimo. Para Edward fue una humillación. No hacía mucho que sus padres habían muerto, y que yo sepa fue la última vez que se lio con alguien del colé hasta… eso raro que tiene contigo.
La sorpresa la dejó sin habla. Bella no esperaba que Alec tuviera una respuesta de verdad. Aun así, no dejaba de suponer un salto colosal.
—¿Bella? ¿Hola? ¿Estás ahí?
—De eso hace cuatro años —repuso, obligándose a hablar en un volumen de voz normal, a pesar de la indignación que crecía de nuevo en su interior—. Eso es mucho esperar para una rencilla sin importancia.
—Piensa una cosa: Edward estuvo meses volviéndote la cara. Llevabais sin hablar desde el final del verano. Es posible que… también quiera vengarse de ti.
Bella tomó aire.
—Recuperar tu confianza podría formar parte de su plan maestro…
—¿Plan maestro?
—Me refería a…
—¡Yo también estaba cabreada con él! Era mutuo. Un absurdo malentendido.
—Tienes razón, seguro que no es nada —cedió Alec para dirigirse a Bella en tono de súplica—. Pero tienes que entender que nunca podría vivir conmigo mismo si al final Edward resultara ser el malo y yo me hubiera callado.
La indignación de Edward se disipó. Cobró vida de nuevo con un estallido furioso y finalmente volvió a apagarse. Alec intentaba ser un buen amigo. Lo que ocurría era que él no lo entendía. En teoría, Edward parecía sospechoso, vale. Pero no era un asesino.
Bella no podía demostrarlo. Lo sabía sin más.
Edward era tímido y servicial, y se le veía contento cuando ella también lo estaba. Le dolía la confrontación con Alec, porque se suponía que él era el amigo serio. Nya era la impulsiva. Y además confirmaba sus temores: hablaban de ella a sus espaldas.
La voz de Alec sonó lejana a través del zumbido que oía en los tímpanos.
—¿Bella?
—Agradezco vuestra preocupación. —Era y no era una mentira—. Pero se equivocan.
Y luego colgó.
Bella se pasó toda la noche dando vueltas en la cama. La casa crujía como si estuviera viva.
Edward, Lauren.
Edward, Mike.
Edward, yo.
Estuvo toda la mañana sin hacer caso de los mensajes de disculpa de Alec y los textos jocosos que le envió Nya como para pedirle perdón.
Edward, Lauren.
Edward, Mike.
Edward, yo.
A mediodía le sorprendió descubrir que los zapatos que se había puesto el día anterior seguían a los pies de las escaleras. Los cogió antes de que la abuela Swan pudiera regañarle.
Edward, Lauren.
Edward, Mike.
Edward…
NO.
Una vez en su habitación, Bella tiró las zapatillas de deporte al suelo con fuerza. Los calcetines que había llevado el día anterior yacían junto a la puerta del armario, pero no reparó en lo extraño de aquel hecho.
Necesitaba creer que los errores del pasado de Edward no implicaban que fuera a cometer errores más graves aún en el futuro. Necesitaba creer que todo error seguía siendo una elección. Necesitaba creer que Edward era una buena persona, porque necesitaba creer eso de sí misma.
Él llegó a primera hora de la tarde. Tras la ronda de preguntas sobre lo que quería beber, se acomodaron en el salón, porque, como Bella había aprendido, iba en contra de las normas de la casa que estuviera en su habitación con un chico. Alec era la única excepción, por ser su amigo. En Hawái se pasaba las horas muertas en su cuarto con su exnovio. Sus padres no se daban cuenta, o no les importaba.
La tele estaba sintonizada en la cadena físicamente más cercana, que estaba emitiendo un partido de baloncesto. Ni Bella ni su abuela seguían la NBA, pero la anciana estaba ansiosa por ver las cortinillas del informativo local. Bella se arrellanó junto a ella en el sofá mientras que Edward ocupó de nuevo su posición en el sillón.
Él no había dicho en broma lo de los puzles. Le gustaban de verdad. La estampa rural de una fiesta de la cosecha se extendía sobre la mesa del centro, y sus reiterados diseños otoñales lo tenían en trance tanto a él como a la abuela Swan. Sentados en el borde de sus asientos, tejían un vínculo entre ambos basado en el protocolo y la estrategia: los bordes, después.
Después cualquier sección que contuviera palabras impresas. Si uno buscaba una pieza en concreto, pero la otra persona la encontraba, esta debía pasársela a la primera, porque para ella significaba más. Y siempre había que dejar el cielo —la parte más difícil de cualquier puzle— para el final.
Bella intentó unirse a ellos, pero el aburrimiento le dio hambre, así que sacó algo de picar, se lo comió y fue a por más. Se preguntó si su ex habría pasado el rato con su abuela sin rechistar. Antes del incidente habría dicho que sí. Jason era impetuoso —pero ella lo había sido aún más— y un buen chaval.
También era un cobarde que no se había molestado en preguntarle su versión de los hechos. Un cobarde que había pasado de ella en lugar de cortar abiertamente. Un cobarde que la había tratado como si fuera la portadora de una plaga mortal con una capacidad de contagio elevadísima.
Sin embargo, en cierto modo, así era. Bella era una plaga social. Odiaba a Jason por su cobardía, pero lo entendía.
—Hemos estado rezando por sus familias, día y noche.
Levantaron la vista al oír una voz joven y provinciana. La imagen de un chico de rostro cuadrado con una cruz colgada al cuello y una sudadera de LION PRIDE —el portavoz de facto de las diversas agrupaciones juveniles locales— ocupaba la pantalla, y sobreimpresionado en la parte inferior se leía el siguiente texto: JAMES GREELEY, AMIGO DE LAS VÍCTIMAS.
La cortinilla dio paso a un hombre de un atractivo insustancial que llevaba puesto un traje azul marino. «Osborne reacciona a los crímenes y a un asesino que sigue en libertad. Más información a las seis». Crestón Howard vocalizaba con el aire experimentado de un profesional, logrando parecer solemne y optimista a la vez.
El partido de baloncesto se reanudó. La abuela Swan se volvió hacia Edward.
—Ese era el hijo del pastor Greeley, ¿verdad?
Edward asintió con la cabeza.
—Trabaja conmigo en el supermercado.
Era una conversación familiar: su abuela y Edward intercambiando información sobre conocidos mutuos. Bella no había identificado muchos de los nombres hasta aquel momento.
—Ah, Greeley —dijo—. ¿Su dueño tiene algo que ver con James?
—James es el nieto del señor Greeley que fundó el negocio —explicó Edward—. El director actual de Greeley's Foods es su tío.
—¿Y qué hace James allí? —quiso saber la abuela Swan.
—Es el supervisor durante los fines de semana.
Bella no llegó a percibirlo por su tono de voz, pero se preguntó si a Edward le dolería que James fuera supervisor cuando él era quien trabajaba más horas. Ella en su lugar estaría resentida.
—James no era realmente «amigo» de las víctimas, ¿verdad?
—Era tan amigo de ellos como yo —respondió Edward con una sonrisa de suficiencia.
Bella le dio con el codo a su abuela.
—¿Ves? Tienes que apagar las noticias. Ni siquiera te cuentan la verdad.
—Tú pasa el duelo a tu manera —repuso la abuela Swan—, que yo lo pasaré a la mía.
A pesar del mundo exterior, en aquel salón se estaba a gusto. Bella se preguntó por qué sería que hablar de una tragedia, consumiendo todas y cada una de las historias relacionadas con ella, solía resultar reconfortante.
¿Sería porque las tragedias manifestaban un sentido de comunidad? Aquí estamos, pasando juntos esta cosa tan terrible. ¿O acaso las tragedias eran adictivas, y los pequeños placeres que producían señalaban la existencia de un problema más profundo?
Edward entregó una pieza de puzle a la abuela Swan, que exclamó encantada y la colocó en su sitio. Luego ambos chocaron los cinco.
No, se dijo Bella. Era imposible que aquel chico que trataba a su abuela con tanta amabilidad pudiera ser un asesino.
