Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 11

Había un machete metido detrás del dispensador de agua vacío. No podía creer que alguien lo hubiera escondido allí entre todos los rincones posibles.

Sacó la garrafa de plástico de un tirón y se la arrojó a la mujer, ganando los preciados momentos necesarios para volver y buscar el arma a tientas. La garrafa le dio en la cabeza con un sonido satisfactorio. Mientras ella se tambaleaba, él agarró con firmeza el mango de madera. Le dio el tiempo justo a asestarle un machetazo entre las costillas. La mujer cayó encima de la fotocopiadora. Él le plantó la bota sobre el pecho, le sacó la hoja del cuerpo y, levantándola en alto, volvió a dejarla caer para degollarla en un solo corte veloz. La cabeza salpicó el cubículo y luego cayó en una papelera. Él sostuvo el machete con los brazos extendidos para admirarlo.

Sí. Irá muy bien.

Pero para quedársela, tenía que desechar una de las otras armas, así que metió la palanca desmontadora de neumáticos detrás del dispensador de agua para que la encontrara otra persona. Eso le hizo sonreír.

Demetri Lestrange detuvo el juego y tiró a un lado el controlador. Se quitó los cascos y se restregó los ojos. Era medianoche. Sus padres estaban de fiesta en Las Vegas, celebrando sus bodas de plata, y él no pensaba desperdiciar ni un solo segundo de aquel espléndido fin de semana. Llevaba todo el sábado y la noche anterior luchando contra los zombis en Battleground Apocalypse, sin dormir más que una cabezada, y pensaba seguir todo el domingo.

Era el menor de cuatro hijos y el único varón. La última de sus hermanas se había ido de casa a mediados de agosto, y ahora que sus padres estaban de viaje, era la primera vez en toda su vida que se veía completamente solo. Estaba encantado.

Demetri se puso en pie, y la espalda le crujió de arriba abajo. Hizo girar el cuello en un círculo entero con aire metódico. Estiró los brazos hacia el techo. Despierta, se ordenó a sí mismo.

Salió con paso cansado del salón y fue a la cocina a por una bebida energética. Era una marca nueva: JACKD, todo en mayúsculas, con una tipografía agresiva y una lata en un verde chillón. A pesar de las flagrantes promesas de la campaña de marketing, no era mejor que cualquier otra.

Demetri llevaba años desarrollando el aguante que tenía. Se tomo una lata entera. Media pizza de salchicha se había resecado al fuego de cuando había comido antes, así que se la terminó mientras miraba el celular.

«Kevin sigue utilizando Ubuntu, jajaja».

Era un mensaje de David. Estaba dándose un atracón de anime clásico con sus otros amigos en casa de Kevin. El anime era un rollazo, y Demetri se alegró de perdérselo, aunque en el fondo no pensaba del todo que fuera un rollazo. Ataque a los Titanes le gustó cuando lo obligaron a verlo el año anterior, pero no podía evitarlo: algo en su interior le hacía fingir lo contrario.

«No pondría esa distro ni en el ordenador de mi abuela», respondió Demetri.

David volvió a darle a entender por escrito que se partía de risa. Los amigos de ambos se convertían en objeto de burla cuando se trataba de sistemas operativos. Tampoco es que David controlara mucho más.

Intentaba estar a la altura de Demetri, pero nadie de su entorno lo lograba.

En la escuela primaria Demetri se había dedicado a desbloquear iPhones y Kindles para sacarse un dinero. Ahora tenía ocho juegos PAYware distintos en todas las tiendas de aplicaciones. El más reciente, una bobada consistente en explotar pompas de arcoíris, lo estaba petando.

«¿Tan mala es la sesión que necesitas que te entretenga?», le preguntó Demetri.

«Qué va, si estamos viendo Cowboy Bebop. Mola mucho».

A Demetri le sonaba vagamente, pero se informó sobre su argumento mientras iba al baño para mear. Era una parida sobre un vaquero espacial.

No se molestó en contestar. Miró su foro de internet favorito, pero la turba enfurecida habitual seguía poniendo el grito en el cielo sobre esa nueva empresa de desarrolladores de videojuegos dirigida completamente por mujeres. Las tripas se le encogieron con un sentimiento de bochorno conocido mientras abandonaba la página a toda prisa. No hacía tanto él había sido uno de ellos.

Se murió de vergüenza al recordar lo que le había dicho a Bella Swan. «Ya te llevo yo a casa, cariño». Si sus hermanas lo hubieran oído, le habrían dado una patada en los cojones. Pero se le había escapado sin querer. Había sido una broma instintiva de lo más básica. Ya no era aquel chaval. Seguía sin entender cómo podía ser que lo hubiera sido en algún momento de su vida.

Regresó al salón y descubrió que su sillón multimedia estaba orientado hacia la dirección que no tocaba. Qué extraño. No recordaba haber tropezado con él.

Demetri hizo girar el asiento, se dejó caer en él y se puso los cascos. La música death metal del juego en modo pausa retumbó en sus oídos. ¿Le habría contado Bella a Nya lo que él le había dicho? Seguro, qué putada. Nya era lista, sexi y en cierto modo mala, pero como lo era él. Y a veces daba la sensación de que él también le gustaba a ella.

De repente, notó un potente colocón en todo el cuerpo. Al principio pensó que era por imaginarse a Nya con sus medias de red rotas, hasta que cayó en la cuenta de que sería por la bebida energética. Su torrente sanguíneo rebosaba de electricidad.

Demetri reanudó el juego. Un zombi salió de golpe del cubículo más próximo, pero él estaba preparado, y le rebanó la cabeza demacrada.

Atravesó corriendo la oficina en ruinas con el machete en alto. Era invencible.

Una hora más tarde se quedó dormido.

De algún modo había logrado detener el juego antes de que le venciera el sueño. Pero no se levantó. Se durmió con los cascos puestos, y la música sonando a todo volumen.

La luz del sol se coló por la puerta acristalada trasera. Brillaba tanto que hacía daño a los ojos. Demetri los entrecerró, protegiéndose de la agresión con la mano, y tiró una lata entera de JACKD. El líquido de un tono verdoso se derramó sobre la impecable alfombra mexicana de su madre.

—¡Mierda!

Demetri puso derecha la lata de aluminio, pero el líquido había dejado ya de formar gotas para comenzar a filtrarse en las fibras de la alfombra. Se puso en pie de golpe, pero el cordón de los cascos tiró de él hacia el sillón.

Tras quitarse con torpeza el chisme entero de la cabeza, sus oídos percibieron el vacío de la casa. El death metal surgía amortiguado de los cascos tirados en el suelo. Demetri ni siquiera recordaba haber cogido otra lata de JACKD, solo la que se había bebido de un trago en la cocina.

Tenía un dolor de cabeza espantoso. ¿Era posible que una bebida energética diera resaca? Apagó la música, y se sintió como en una catedral a causa del silencio que había. Se frotó los ojos con la palma de las manos.

Cuando los abrió, ya no veía chiribitas, pero… había algo raro.

Estaba en el salón de su casa, pero no lo reconocía. ¿O es que estaba del revés? La silla multimedia no estaba orientada hacia la tele, sino hacia el sofá. Demetri miró a su espalda. El televisor se hallaba sobre su soporte en medio del salón. Justo en el centro.

Por un momento se quedó parado, presa de la incomprensión.

El pánico fue creciendo en su mente.

De repente, captó con la vista el resto de la sala. Las dos sillas que flanqueaban el sofá estaban intercambiadas. La mesa de centro bloqueaba las puertas correderas. El ficus lira había pasado de su lugar habitual, junto a las puertas, a la pared de enfrente, y la lámpara de pie, que normalmente se hallaba arrinconada al lado del sofá, ahora se encontraba junto a la planta.

Su sillón era lo único que no se había movido de sitio.

A Demetri le retumbaron los latidos del corazón en los oídos mientras intentaba recomponer todas las piezas y encontrar una explicación a todo aquello.

David. Parecía una broma propia de él. Tenía algo extraño e imprevisible que a Demetri no siempre le gustaba. O quizá fuera Sofía, la menor de sus hermanas y la más incordiante. La que por fin se había ido a vivir a un apartamento al final del verano.

—¿Sofía? ¿David? ¿Estáis ahí?

La casa no respondió.

—Ja, ja. Muy divertido. Te has quedado conmigo.

La casa seguía sin contestar.

—Me cago en la mar —masculló Demetri al tiempo que pisaba un charco.

Absorto por la sorpresa, había olvidado el líquido derramado. Fue corriendo a la cocina en busca de papel absorbente, pero este no estaba en el portarrollos de debajo de los armarios altos.

Se hallaba en medio de la isla de la cocina.

Demetri sabía que aquello era para partirse de risa —fuera quien fuera el responsable de la broma, se había quedado con él de nuevo—, pero no podía. Todavía no. Quizá porque nadie había aparecido de repente para gritar «Te pillé», señalándolo con el dedo.

¿O habría sido él mismo quien lo había revuelto todo la noche anterior?

Podía ser. A saber.

Revisó todas las puertas, por si acaso. Estaban cerradas con llave. Hizo lo propio con las ventanas, aligerando el ritmo. La del baño de invitados se hallaba abierta. Se le heló la sangre en las venas.

Entonces no era Sofía. Ella tenía llaves de casa.

¿David? ¿O Kevin? Rodrigo soltó sapos y culebras por la boca al caer en la cuenta de que lo más probable era que todos sus amigos, aquellos capullos de mierda, hubieran querido vengarse de él por negarse a ir a su maldito festival de anime. Por eso le habría mandado un mensaje David a medianoche, para comprobar que seguía despierto. Demetri dio vueltas por el interior de la casa, esperando que salieran de su escondite. Pero en las habitaciones no había nadie.

Desde un punto de vista racional, Rodrigo reconocía que aquella broma era una genialidad. ¿Colarse en casa de alguien en plena noche para cambiar de sitio el mobiliario entero mientras uno dormía? Ojalá se le hubiera ocurrido a él. Le habría dado un susto de muerte a Sofía.

Pero la realidad no era divertida. No había notas absurdas, ni mensajes de texto preguntando «¿Estás despierto?», ni advertencias escritas en carmín en el espejo del baño. Aquella situación le daba mala espina.

El instinto le decía que llamara a la policía, pero… eso era una bobada, ¿verdad? Miró el móvil por enésima vez, y al ver que no tenía ningún mensaje, envió uno a todo el grupo. «Jajaja, os habéis quedado conmigo. ¿Quién lo ha hecho?».

Se oyó un sonido electrónico y Demetri se giró rápidamente y gritó al dar un traspié mientras retrocedía a trompicones presa del miedo. En medio de la cocina había una figura delgada inmóvil. Estaba de espaldas a él, encorvada, y llevaba una sudadera con la capucha puesta.

—Ho… hola —logró articular Demetri con una voz ronca.

La figura no se movió.

Demetri no soportaba sentirse tan aterrorizado. Estaba a punto de cabrearse con aquella persona, fuera quien fuera. La veía demasiado flacucha para que se tratara de una de sus hermanas.

Se acercó poco a poco.

Se acercó poco a poco.

—¿David? ¿Eres tú?

La figura siguió sin moverse.

—¿Emily?

Era la más menuda de su grupo de amistades. Demetri se avergonzó ante la idea de que ella percibiera el temblor de su voz, pero la quietud de la figura… no era nada natural.

¿Y si se trataba de alguien que no conocía?

Con los calcetines blancos rozó el borde del suelo de la cocina. Tenía la camiseta empapada en sudor. Alargó la mano para tocar el hombro de la figura…

El asesino se dio la vuelta y lo atacó. El cuchillo se clavó de lleno en el corazón de Demetri y salió de nuevo de su cuerpo en un movimiento rápido que lo hincó de rodillas, para apuñalarlo acto seguido por la espalda una y otra vez. Demetri ahogó un grito. Luego gorgoteó.

Y después nada.

El cuerpo quedó tendido en el suelo como un ternero sacrificado, sobre un charco de sangre cada vez más extenso. Los armarios blancos estaban salpicados de rojo, y las gotas más espesas caían por las puertas cual lágrimas. El asesino levantó el cadáver cogiéndolo por las axilas y lo arrastró hasta el salón. Lo apoyó en el sillón. Le cortó las orejas. Metió estas en los cascos, y le colocó los auriculares en la cabeza.

El asesino se sentó en la alfombra con las piernas cruzadas, cogió el controlador abandonado y reanudó el juego. No había prisa.

No habría nadie en casa durante horas.


NOTA:

El asesino volvio a atacar, ¿Quien creen que sea el que esta matando a los adolescentes? ¿Comparten la teoria de Alec y Nya de que Edward es el asesino?