Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 12
Demetri Lestrenge lo cambió todo. En la madrugada del lunes se comunicó a los estudiantes del instituto de Osborne que no fueran al centro.
Las clases quedaban suspendidas hasta nuevo aviso. Se les instó a que permanecieran en sus casas o, si los padres tenían que trabajar, se quedaran en casa de un amigo o amiga de confianza. No era seguro estar solo.
Tras los trágicos sucesos acaecidos…
Los textos oficiales, los correos electrónicos y los mensajes de voz repetían aquella misma frase ampulosa e insustancial. No se facilitó información alguna con respecto a la tercera víctima, pero la mente colectiva del pueblo poseía numerosos tentáculos de amplio alcance. La familia Lestrange tenía vecinos, varios de los cuales se habían despertado sobresaltados por las luces intermitentes de los coches de policía poco después de las dos de la madrugada.
A la hora del desayuno todo el mundo seguía la historia por dos pantallas, la del móvil y la del televisor. Bella dio un respingo cuando le plantaron un plato delante. Solo había reparado de refilón en la presencia de la abuela Swan, que, aún en pijama y con un albornoz de felpa, estaba mezclando ingredientes y preparando algo al fuego. Bella pestañeó ante la pequeña pila de tortitas.
—Son de calabaza con avena —dijo su abuela.
Su desayuno habitual consistía en tostadas de trigo integral o en un tazón de cereales con fibra. A Bella no le hizo falta preguntar a qué se debía el cambio. Las tortitas mantenían entretenida a su abuela mientras esperaban más información. Le brindaban una excusa para hacer algo con las manos en un mundo que parecía escapar por momentos a su control. Y mostraban a Bella que, si bien la vida era aterradora, a ella se la amaba. Bella deseó tener apetito. El dulzor empalagoso del sirope de arce le resultó molesto al olfato y le revolvió el estómago.
Demetri.
Corría aquel rumor. El chaval que la había insultado hacía cinco días en el patio, y con el que había hablado hacía tres días en clase de Física. El chico del que estaba colada Nya, por raro que pareciera.
Demetri.
No podía ser que estuviera muerto, con lo vivo que seguía en su mente.
Bella ya había enviado un mensaje de texto a Nya. Era su primer intento de contactar con ella desde el enfrentamiento con Alec, y aún no había recibido respuesta. Ahora se sentía culpable por haber pasado de sus mensajes durante el fin de semana.
—¿Y bien? —preguntó la abuela Young.
—Gracias —contestó Bella de forma automática.
Se había olvidado de las tortitas.
—Me refiero a si hay alguna novedad.
«… ahora mismo estamos en disposición de confirmar que se suma una tercera víctima a los crímenes de Osborne… —anunció Crestón Howard desde el salón, y ambas se acercaron corriendo a verlo—… un estudiante de diecisiete años, Demetri Ramón Lestrange Ontiveros».
Su nombre completo. A Bella le fallaron las rodillas.
Ya nunca más volvería a ser Demetri a secas.
—Ay, Dios —exclamó la abuela Swan antes de taparse la boca con las manos.
Las noticias mostraban unas imágenes en directo de la escena del crimen. Había dos agentes de policía bien abrigados a la salida de un chalet de una sola planta con un césped cubierto de escarcha, hablando de algo con los brazos cruzados. Los vecinos se apiñaban en la calle envueltos en la niebla, detrás de la cinta amarilla del precinto policial.
Crestón habló por encima de las imágenes. «Los padres del joven descubrieron su cuerpo de madrugada al regresar a casa tras un viaje de fin de semana a Las Vegas. Según la policía, parece que murió a causa de un traumatismo por arma blanca, lo que les ha llevado a pensar que este caso guarda relación con los anteriores, aunque todavía está por ver si el cadáver presenta mutilaciones similares».
Bella, atónita, se escurrió en el sillón.
Su abuela le puso una mano en el hombro.
«Un momento —dijo Dianne Platte, y la pantalla volvió a mostrar a la copresentadora de Crestón en el estudio—. Acaban de comunicarnos que todos los centros de enseñanza de Osborne permanecerán cerrados durante el día de hoy. Se ha pedido a los padres de los alumnos de primaria y de secundaria media que recojan a sus hijos de inmediato, y la policía les ha remitido el aviso de que no los dejen solos hasta que no hayan detenido a la persona responsable de los hechos».
La esbelta mano de la abuela Swan le apretó el hombro con fuerza.
Bella miraba la televisión desesperada, pero ya no la veía. La vista le daba vueltas. Pensó en la familia de Demetri. En sus amigos. En Nya.
Oh, Dios mío, Nya.
—Yo di clase a sus hermanas —comentó su abuela con la voz quebrada —. No puedo…
Bella se puso de pie para abrazarla, reprimiendo las lágrimas mientras ella se desplomaba entre sus brazos. Crestón y Dianne repitieron las últimas novedades. Bella miró por detrás de su abuela, al otro lado del ventanal que daba al jardín de delante, y escudriñó el exterior en busca del hombre del saco, Babadook o Ted Bundy.
La calle estaba vacía.
El cristal de la ventana irradiaba un frío neblinoso. ¿Habría hecho aquel frío cuando el asesino se coló en casa de Demetri? ¿Habría dejado finalmente alguna prueba de su presencia en la escarcha? Bella tenía los pies descalzos casi entumecidos, pero aún sentía más fría su esperanza.
Los cristales de hielo que cubrían la vegetación se derritieron, pero la mañana se mantuvo gris. Los comercios colgaron el letrero de cerrado. Los padres se quedaron en casa y cerraron las puertas a cal y canto. El miedo nublaba el aire y el pánico amenazaba con descargar.
A Mike lo conocían todos y a Lauren, muchos, pero pocos conocían a Demetri. No era popular. La mayoría lo recordaba como un listillo que en realidad era muy inteligente. Nunca había tenido novia, y su pequeño grupo de amigos rara vez se relacionaba con otros grupos.
De la noche a la mañana, todos los estudiantes se habían convertido en un blanco potencial.
La historia trascendió al ámbito nacional. Tres crímenes habían dado a Osborne un asesino en serie. Y no uno cualquiera, sino el preferido de los medios, alguien que cometía actos atroces contra adolescentes atractivos.
La noticia corrió como la pólvora. Bella oyó la declaración oficial del jefe Pilger durante un resumen emitido por la CNN: «El Departamento de Policía de Osborne está siguiendo varias pistas. La persona responsable de estos crímenes será detenida y castigada con todo el peso de la ley. Si alguien tiene alguna información relacionada con los asesinatos, que llame a este número…».
Edward llamó al mediodía. La abuela Swan estaba en su dormitorio, hablando por teléfono con una amiga de la iglesia, y Bella seguía apoltronada frente al televisor. Edward se hallaba en la comisaría, realizando tareas menores para su hermano. Emmett no quería que se quedara solo, pero también era un castigo por haberse saltado la clase el viernes. Edward no podía moverse de allí hasta que le tocara ir a trabajar a Greeley's por la tarde, suponiendo que el supermercado permaneciera abierto.
Bella lo presionó para que le contara más detalles.
—¿Es cierto que tienen varias pistas?
—Más o menos —respondió Edward—. La policía no quiere revelar demasiado a la opinión pública, pero el asesino dejó dos huellas en la sangre que cubría la alfombra del salón de los Morales: parte de una bota y parte del trasero de los jeans que llevaba puestos, con fibras incluidas.
Edward hizo una pausa. Bella intuyó que se callaba algo.
—Es enfermizo —añadió él, bajando la voz—, pero resulta que después del asesinato, el tío se quedó a jugar a Battleground Apocalypse con la PlayStation de Demetri.
A Bella se le aceleró el corazón.
—¿El tío?
—Perdona. De momento es solo una hipótesis. La más probable.
Al dar marcha atrás en la conversación, la mente de Bella asimiló finalmente lo que Edward había dicho antes.
—¿El asesino se quedó en la escena del crimen… para jugar a un videojuego?
—Pues sí. Quienquiera que fuera se sentó sobre la sangre de Demetri, justo al lado de su cadáver, y estuvo jugando con su videojuego cinco horas.
—¿Cinco horas?
—Cinco horas.
—Qué fuerte. Qué fuerte. —Le resultaba imposible de imaginar—. Diría que es lo más demencial que he oído en mi vida.
—Al menos significa que el asesino finalmente ha cometido un descuido y ha dejado alguna pista.
—¿No había huellas dactilares en el controlador?
—No. Y las de Demetri se borraron casi todas. Seguro que quien lo mató llevaba guantes, pero la policía ya lo suponía.
Bella no dejaba de pensar en la clase de persona que sería capaz de permanecer sentada junto a un cuerpo acuchillado y mutilado durante cinco horas.
—Si el asesino se quedó tanto tiempo allí es porque no tenía miedo de que lo pillaran. Sabría que los padres de Demetri estaban de viaje. Seguro que…
—Conocía a Demetri antes de la agresión. Sí. Los tres crímenes han tenido un carácter muy personal… por no mencionar el hecho de que matar a alguien con un cuchillo es considerablemente más íntimo que utilizar una pistola —añadió Edward con una manera de hablar que recordaba a su hermano policía—, así que no parece probable que el asesino sea un vagabundo chalado que pasaba por aquí. Seguro que es alguien que todos ellos conocían.
—Alguien que todos nosotros conocemos —puntualizó Bella.
Una voz ininteligible de fondo interrumpió su conversación.
—Vale, vale —respondió Edward al celular—. Perdona —volvió a hablarle a Bella—. Emmett quiere que siga organizando sus archivos.
—Ah, ya.
Ninguno de los dos se despidió.
—Eh —exclamó Bella, y sintió que el estómago se le abría como un nido de avispas que no paraban de revolotear—. Te echo de menos.
Edward le respondió con un silencio. Las avispas cayeron muertas. Pero luego habló, y ella notó que estaba sonriendo.
—Yo también te echo de menos.
Cuando colgaron, Bella estrechó el celular contra su pecho. El teléfono vibró, y la sensación la sobresaltó. Había recibido un mensaje largo e incomprensible de Alec: Feed 'N' Seed estaba abierto, así que coincidiría con Nya en el trabajo y tras verla en persona la pondría al corriente.
Bella y él llevaban toda la mañana fingiendo no haber discutido. Era más importante asegurarse de que Nya se encontraba bien. Esta seguía sin contestar a Bella, pero con Alec sí que había contactado. Bella intentó no sentirse dolida por ello.
Un chal de ganchillo cayó sobre sus piernas.
—Me ha parecido que tenías frío —dijo la abuela Swan, que se sentó en el sofá, en la parte más próxima al sillón que ocupaba ella.
Bella se subió la manta por el cuerpo con un escalofrío.
—Gracias.
—¿Ya has hablado con tus padres?
—No —contestó ella, negando con la cabeza—. Pero lo haré.
La abuela Swan le había dado instrucciones estrictas de que llamara a ambos cuando estuvieran despiertos, para hacerles saber que se encontraba bien. Bella lo temía. Quería compasión y chales de ganchillo. No a sus padres. Con la diferencia de cinco horas, serían las siete y media de la mañana en la costa de Kona. La gente ya estaría levantada y mirando los móviles. ¿Se fijarían sus viejos amigos en que Osborne salía en las noticias?
Aunque así fuera, no lo relacionarían con ella. Nadie reconocería el nombre de aquella población. Nadie salvo Jasmine.
En el pasado Bella y Jasmine habían sido tan íntimas como Alec y Nya, pero ahora Bella sabía que la tensión podía romper hasta la más fuerte de las amistades. Y los cimientos de la suya con Alec y Nya no eran ni con mucho tan firmes. Tenía que ver a Nya. Tenía que hacer el esfuerzo, porque, de lo contrario, Nya podría dejar de hacer el esfuerzo a su vez.
—¿Me prestas el coche esta tarde? —La pregunta de Bella sonó cortante y en un tono de voz más alto de la cuenta—. Estoy segura que volvería en menos de una hora.
—Dirás «Estoy segura de que». —A pesar de su preocupación, la abuela Swan no podía dejar de corregir la gramática de su nieta—. ¿Y se puede saber qué es tan importante?
La mejor baza que tenía Bella para lograr su objetivo era decir la verdad. Y eso fue lo que hizo.
El pesado tictac del reloj de pie impregnó la casa mientras la abuela Swan meditaba su decisión.
—No puedo dejar que cojas el coche y te vayas tú sola —dijo finalmente, y levantó una mano para detener las protestas de Bella—. Pero te llevaré yo.
Edward fue a trabajar a Greeley's Foods, y Alec y Nya a Feed 'N' Seed.
Incluso en tiempos de crisis los humanos y los animales necesitaban comer, y los adolescentes que ganaban un salario mínimo tenían que estar en sus puestos para registrar las ventas.
El cielo estaba cubierto y oscuro. Feed 'N' Seed se hallaba a las afueras del pueblo, y Bella llegó poco después de que sus amigos hubieran empezado su turno. La tienda olía a grano, con un matiz fétido y penetrante a ganado, si bien allí no había animales.
Nya llevaba los ojos pintados con una sombra carbón y un rímel negro, y se le veía el maquillaje corrido, prueba de que había llorado. Alec estaba sentado a su lado en un taburete situado detrás del largo mostrador de ventas, con un semblante más sombrío que una tumba.
A Bella le dio menos vergüenza estar en público con la abuela Young de lo que pensaba. Su presencia le hacía sentirse más segura. El asesino de Osborne, como los medios habían apodado a la persona responsable de aquellos crímenes, no acechaba a Bella —aparte de Edward, los únicos lugareños con los que ella se relacionaba estaban allí, rodeados de sacos enormes de pienso—, pero de todos modos tenía los nervios crispados. El olor a rancio de la aprensión se aferraba al pueblo como el tufo a moho de una casa en ruinas. Le resultaba imposible evitar que aquel hedor acabara en sus pulmones al respirar.
Cerca de una muestra de bombas de prado dos hombres de mediana edad vestidos con petos Carhartt, ambos con el ceño fruncido, estaban hablando en voz baja con aire tenso. Eran los únicos clientes que había en la tienda. En un día normal Feed 'N' Seed sería un hervidero de gente, y los rancheros y agricultores estarían bramando jovialmente mientras se contaban historias. Bella no necesitaba oír lo que cuchicheaban los dos hombres para saber que no estaban hablando de fútbol ni del tiempo.
Alec se irguió al percatarse de la presencia de Bella y de su abuela.
—Hola —saludó Bella con torpeza, sin saber qué más decir para romper el hielo.
—¿Qué haces aquí? —replicó Alec. Y luego, recordando sus modales, añadió—: Hola, señora Swan.
La abuela saludó con la cabeza.
—Hemos venido a ver cómo estás —dijo Bella, dirigiéndose a Nya. Acto seguido, rectificó—: Cómo estan los dos.
—Jodida. Bien jodida —repitió Nya, recalcando el adjetivo.
Bella miró a su abuela, pero esta no se inmutó. No era momento ni lugar para criticar nada. A veces era aceptable decir palabrotas.
—Lo siento.
Bella alargó el brazo hasta el otro lado del mostrador para estrechar la mano lánguida de Nya, insuflándole toda la compasión que le fue posible.
Se comunicaron con la mirada. Nya no dijo nada, pero Bella intuyó que aquel gesto significaba mucho para ella.
La abuela Swan había entablado conversación con Alec mediante una serie de preguntas.
—Ya, mis padres están de los nervios —comentó él—. No querían que viniera a trabajar.
—¡Oh! —exclamó la anciana al tiempo que cambiaba de postura, volviéndose hacia Bella, como si hubiera recordado algo importante—. Tus padres han llamado mientras estabas en la ducha. Los dos.
Empleó un tono acusatorio, pero la habilidad de Bella para escurrir el bulto se había convertido en un olvido de verdad. Por un momento le sorprendió que hubieran visto las noticias, pero no que hubieran llamado a su abuela, preguntando por ella, en lugar de hablar directamente con Bella. Habían cumplido con la exigencia mínima que imponía la humanidad.
—Lo siento, abuela —contestó ella.
Esta levantó una ceja.
—¿Y qué hay de Edward? Estoy segura de que a él no has olvidado llamarlo. ¿Está bien?
La mano de Nya se puso rígida.
Bella la soltó y se metió los puños en los bolsillos del abrigo.
—Está bien —masculló.
No debería haberlo hecho, pensó. Debería haber hecho como si eso no tuviera importancia.
Pero no había manera de hacer callar a la abuela Swan.
—Me alegro de que viniera a casa este fin de semana. No sé por qué se habrá puesto esa cosa en el labio, pero es un chico muy majo.
Era el peor momento posible para salir en defensa de la personalidad de Edward. Bella contuvo la respiración, muerta de vergüenza, mientras Alec y Nya cruzaban una mirada oscura. No sabían que ella había vuelto a verlo.
Bella neutralizó su semblante y rezó para que no aprovecharan la oportunidad para transmitir a su abuela las descabelladas sospechas que tenían.
No lo hicieron. Tras otra muestra de comunicación en silencio y una mirada de advertencia dirigida a Bella, Alec cambió de tema.
—¿Crees que mañana también suspenderán las clases?
Se le aflojaron las piernas del alivio.
—Deberían suspenderlas el resto de la semana.
—A Mike lo mataron en el instituto. —Nya dio un puntapié al mostrador, evitando deliberadamente la mirada de Bella—. Deberían suspenderlas hasta que detengan a alguien. Eso suponiendo que la policía esté investigando a todos los sospechosos.
Antes de que Bella tuviera tiempo de contestar, o incluso de decidir cómo hacerlo —mientras la ira, la culpa y el impulso que sentía de ponerse a la defensiva se enfrentaban en su fuero interno al hecho de ser consciente de que Nya estaba sufriendo de verdad—, un hombre mayor con un sombrero de vaquero y la piel arrugada por el sol apareció en la puerta del despacho del encargado. Quería asegurarse de que sus empleados no estaban cotilleando en lugar de atender a sus clientes.
La abuela Swan lo saludó con la cabeza.
—Buenas tardes, Cyril.
El hombre le devolvió el gesto.
—Sabrina.
—Los dejamos volver al trabajo —dijo ella, lanzando una clara indirecta tanto a Bella como a sus amigos—. No dudéis en llamarnos si necesitan algo. Lo que sea —añadió, dirigiéndose hacia Nya con ternura.
Esta languideció. Alec le pasó el brazo alrededor de los hombros.
Bella y su abuela se marcharon. Y al tiempo que el cencerro decorativo de la puerta sonaba con su tintineo quejumbroso a modo de despedida, comenzaron a caer los primeros copos de nieve del año.
El pueblo fue sumiéndose lentamente en la noche. En medio de la penumbra azul se veían manchas de nieve blanca que se acumulaba aquí y allá, pero los copos seguían deshaciéndose en las carreteras y las aceras.
Bella imaginó la suave nieve en polvo amontonándose sobre el altar improvisado en el instituto en memoria de las víctimas, cubriendo las flores, las postales y los leones de peluche.
Con la suspensión de las clases, nadie había podido depositar ningún recuerdo en el rincón dedicado a Demetri. Resultaba casi insoportable.
Los textos oficiales, los correos electrónicos y los mensajes de voz llegaron después del anochecer. Todos los centros de enseñanza de Osborne permanecerían cerrados al día siguiente. Las clases se reanudarían el miércoles, y habría ayudantes del sheriff procedentes de la oficina del condado de Sloane apostados en cada recinto.
El cielo se ennegreció. La nieve comenzó a cuajar.
La abuela Swan se asomó por el ventanal a la calle tranquila.
—Puede que el asesino no ataque esta noche. Dejaría sus huellas en la nieve.
Bella percibió el miedo en el viento.
—Es posible.
Corrieron las cortinas y volvieron a asegurarse de que todo estaba bien cerrado.
