Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 13
El instituto había vuelto a abrir sus puertas, pero las aulas se hallaban medio vacías. Incluso la abuela Swan se había planteado si enviar o no a Bella a clase; como docente que había sido, nunca dejaba que se quedara en casa. Bella tenía que estar con fiebre o vomitando, y no se había dado ninguno de esos supuestos desde su llegada a Osborne. Su registro de asistencia a clase era impecable. La anciana había decidido que fuera a clase únicamente por una llamada a última hora de un especialista en trastornos del sueño de Omaha. Les habían cancelado una visita y podrían atenderla aquella tarde. Por lo visto, estaba más preocupada por sus episodios de sonambulismo de lo que había dado a entender.
—Me daban cita de aquí a tres meses —le había dicho su abuela—. Es imposible pedir hora. Debería ir.
Bella había dado su conformidad. Y cuando su abuela, aturullada, la había dejado a toda prisa en el instituto, Bella no le sugirió que podría haberla acompañado. Quería ir a clase. No hacerlo le parecía cobarde, como si con ello dejaran ganar al asesino. Pero cuando se vio en el aula desierta de la asignatura que le tocaba a primera hora, se preguntó si se habría equivocado al insistir en acudir a clase. Ni Alec ni Nya estaban allí. A Alec no le habían dejado sus padres, y Nya había pedido quedarse en casa. El recinto entero estaba bajo el influjo de un hechizo taciturno. El vacío y la melancolía que reinaban en él parecían propios de otro mundo.
Tras tres minutos de silencio durante los anuncios de la mañana, un minuto por cada víctima, el director Stanton —que nunca se encargaba de dichos anuncios— comunicó la noticia de que se había cancelado la representación de Sweeney Todd. Aseguró que la decisión se había tomado por respeto a las víctimas, en especial a Lauren y su familia. Eso era cierto, aunque todo el mundo entendía que un musical sobre un barbero que mataba a sus clientes con una navaja era demasiado truculento para una comunidad en pleno duelo.
Bella lo sintió por la gente del grupo de teatro, con lo mucho que habían trabajado y lo alicaídos que estaban. Dos pupitres por delante, Leah, la mejor amiga de Lauren, lamentó la noticia.
—Lauren habría querido que continuara el espectáculo.
Por todas partes. Estaban por doquier.
Aquellos que los habían abandonado y a los que habían dejado atrás.
En clase de Física, a segunda hora, Makani observó el asiento vacío de
Rodrigo como si se hallara ocupado por un fantasma. David estaba sentado junto a aquel vacío físico en medio de un silencio hueco.
A la hora de comer Bella centró su atención en el resto de aquel grupo; es decir, los otros amigos de Demetri que habían decidido enfrentarse al reto de ir a clase. Por el extraño fenómeno de osmosis fruto de la tragedia, sabía de repente sus nombres: Kevin, Emily y Jesse. Pese a compartir la angustia de David, el lenguaje corporal de cada uno de ellos la expresaba de un modo distinto a su pose entumecida.
Kevin, con miedo.
Emily, con desolación.
Jesse, con impotencia.
Cada cual tenía una reacción única, incluyendo los jugadores de fútbol.
Los días que había partido siempre vestían camisa, pantalón caqui y corbata, y ese era el atuendo que habían decidido ponerse aquel día.
Seguían siendo un equipo. Pero por mucho que fueran de punta en blanco no podían ocultar el trastorno emocional que sufrían, o lo mucho que se parecía su duelo al de los gamers. El grandote de Buddy incluso llegó a dar una palmada en el hombro del desgarbado de Kevin mientras esperaba detrás de él en la cola de la pizza. Nunca antes se habían visto en igualdad de condiciones, pero ahora tendrían en común para siempre aquel terrible octubre.
Las fronteras sociales estaban traspasándose en todas partes. Los estudiantes seguían comiendo con los suyos, pero todos los grupos se hallaban sentados un poco más cerca entre sí, y sus integrantes entrelazaban sus conversaciones con unos y otros. A fin de cuentas, todos hablaban de lo mismo.
Resultaba triste pensar que la gente solo se llevaba bien cuando todo el mundo se sentía triste.
Bella y Edward estaban sentados juntos en el rincón del fondo de la cafetería. La nieve de la noche anterior ya casi se había derretido, pero nadie quería estar fuera. Tanto daba que todos los asesinatos se hubieran producido en un ambiente cerrado. Caminar por el patio era como llevar encima una diana. Parecía más seguro formar parte del grueso de la masa, aunque lo de «grueso» no dejaba de ser un término relativo. En la mesa que ocupaban no había más personas que ellos dos.
Bella confió en que se debiera a la baja asistencia y no a una desconfianza general hacia Edward. Era un sentimiento que comenzaba a calar en todos los estudiantes, no solo en Alec y Nya. Edward no había dado muestras visibles de ser consciente de ello, pero a Bella le resultaba imposible creer que él no se hubiera percatado de las miradas furtivas y los murmullos acalorados. Nunca se había visto tan claramente que Edward no encajaba allí… y lo mucho que eso les escocía.
Ben Cheney, el yonqui capullo y el otro sospechoso en el que se centraban los rumores, había sido listo. Se había quedado en casa.
—Me pasé la tarde viendo las noticias con mi abuela —dijo Bella.
Acercó las patatas fritas a Edward con la esperanza de que cogiera unas cuantas. La comida que llevaba él, consistente en una manzana, una bolsa hermética llena de Cheetos y un sándwich de crema de cacahuete, parecía más triste que nunca en un día como aquel.
—Fue deprimente. Todos esos padres y madres, hermanos, abuelos, tíos y primos. Y aquel montón de gente gritándoles: «¿Qué se siente al saber que el asesino de tu hijo sigue en libertad?». —Bella negó con la cabeza —. Y, aun así, ahí estaban. Esperando juzgar y analizar sus respuestas.
Edward mojó una patata frita en kétchup.
—Gracias.
Bella sentía una necesidad imperiosa de entablar conversación con él, consciente como era de las miradas que los juzgaban a los dos. Tenían que parecer normales. O al menos tan normales como fuera posible aquel día.
La calma habitual de Edward podía interpretarse como una conducta sospechosa. Claro que verlo contento también habría resultado inapropiado.
A Bella le reventaba tener que preocuparse por lo que pensaran los demás de él.
—¿Y tú qué? —le preguntó—. ¿Estuviste otra vez en la comisaría?
—Sí, pero Em no me hizo trabajar. Ni siquiera estaba allí. Tuvo que ir a Tecumseh, así que estuve con Ken.
—¿Ken?
—El recepcionista.
—Ah. ¿Y qué, es un tío guay?
Bella se sintió tonta al hacer semejante pregunta, pero quería saber más cosas sobre la vida de Edward. Lo cierto era que quería saberlo todo. El día anterior se habían mandado unos cuantos mensajes de texto, los suficientes como para que ella supiera que él acudiría al insti al día siguiente. Quizá, si fuera sincera, reconocería que esa era la razón principal por la que había querido ir a clase ella también.
A Bella se le movieron los labios con una sonrisa.
—Es un cincuentón que se ha divorciado tres veces y tiene dos todoterrenos. Su programa preferido es la teletienda.
Bella se echó a reír.
—¿Y qué hay en Tecumseh? ¿Emmett tenía que interrogar a algún sospechoso? —Hizo una pausa—. ¿Y dónde está eso, por cierto?
—A unas dos horas y media de aquí, pasado Lincoln. Es donde está la única cárcel de máxima seguridad del estado. Lo llamaron por algo que no tiene relación con el caso. Algo sin interés.
—El día entero parece…
—Sin interés —repitió Edward.
Makani se rio de nuevo.
—¿Sabes qué? La próxima vez que no tengamos clase, puedes quedarte en mi casa sin problemas. —Se trataba tanto de una sugerencia práctica como de una proposición insinuante, pero Bella enseguida se dio cuenta de que implicaba algo más. ¿Por qué habrían de tener otro día sin clase? Se le ensombreció el semblante—. No quería decir que… Espero que nadie más…
Edward asintió. Se hacía cargo.
—Puf. —Bella golpeó la mesa con la cabeza en un ademán histriónico—. Todo está fatal.
Y volvió la cabeza para mirarlo, con la mejilla pegada al tablero de la mesa.
Él hizo lo mejor: apoyar la cabeza en la mesa, como ella.
Se quedaron mirándose, con las mejillas aplastadas y aspirando el tufo a estropajo viejo. Bella deseó poder cogerle la mano por debajo de la mesa, pero nunca se habían mostrado afecto en público. Eso lo hacían los novios y las novias. Ella seguía sin estar segura de lo que había entre ellos, y solo esperaba que no se terminara. Sería reconfortante volver a estar cerca de alguien. Sería reconfortante estar cerca de él.
Le sonó el móvil con el tono de un mensaje de texto. Bella soltó una grosería mientras ambos levantaban la cabeza, y miró la pantalla.
—Es mi abuela. Solo quiere saber si está todo bien.
El rostro de Edward adquirió una expresión extraña.
—¿Qué pasa? —le preguntó Bella.
Edward negó con la cabeza.
—Es algo que dijo mi hermano.
Bella esperó a que se explicara, y él miró a su alrededor antes de hablar en voz baja.
—Emmett me contó que en casa de Demetri trabajaron en silencio, de lo impresionados que estaban. Lo único que se oía era el celular de Demetri, que no hacía más que sonar. Eran sus amigos, que intentaban confirmar si los rumores que corrían eran ciertos. —Edward se estremeció—. Según Emmett, eso fue lo peor de todo, lo que los tuvo con los nervios de punta. El sonido de esas llamadas y mensajes sin contestar.
—Jo, qué mal rollo —dijo Bella en voz baja.
—Si pueden prestarnos atención…
James Greeley y alguien más del grupo religioso, una chica alta y pusilánime que Bella reconoció como una estudiante de primero de bachillerato, estaban en la modesta tarima de la cafetería. James tenía un micrófono en la mano. Bella intuyó lo que se avecinaba.
—… nos gustaría guiaros en una breve oración por Lauren, Mike y Demetri.
En efecto. Bella no recordaba un solo caso en el que se hubiera rezado estando en el instituto de Hawái, pero allí lo hacían cada dos por tres. Y se esperaba que todo el mundo participara. Eso era lo que le molestaba. Bella confiaba de verdad en que los demás, incluyendo su abuela, encontraran la paz y la entereza a través de la plegaria. Pero ella no era religiosa, y se sentía incómoda cuando se lo imponían.
Agachó la cabeza y escuchó a James y a la chica mientras predicaban más que rezar. Recitaron muchos, muchísimos versículos de la Biblia. La irritación que le producía James fue a más. Primero, la oración junto a la bandera. Luego, la entrevista por televisión. Ahora esto. ¿Acaso sacaba algo de toda aquella atención? ¿No estaría disfrutando un poco más de lo debido de ser el centro de todas las miradas…?
Bella no se permitió seguir con aquel razonamiento. Estaba haciendo con James lo mismo que los demás con Edward. Cualquiera podía parecer siniestro visto bajo la lupa del miedo, incluso un chaval excesivamente ferviente y profundamente sincero como James. Conjuró sus sospechas.
Pero en el lento transcurso de otro minuto, Bella se dio cuenta de que podía valorar su buena voluntad y desear al mismo tiempo que James sugiriera también algo que pudieran hacer para ayudar de verdad a dar apoyo a las familias de las víctimas o a atrapar al asesino. Rezar sin más no era una acción.
Por debajo de la mesa, alguien le cogió la mano derecha que tenía en el regazo.
Bella abrió los ojos sobresaltada.
Se encontró con la mirada de Edward. Ella echó un vistazo a su alrededor, pero todos los demás, incluso las empleadas de la cafetería, tenían los ojos cerrados. Edward entrelazó sus dedos con los de ella. Bella los apretó con fuerza y se acercó a él.
Se besaron.
Una sensación electrizante de calor y vida se extendió por todo su cuerpo. Ambos abrieron la boca y siguieron con más ardor, sin hacer ruido, rodeados por las plegarias de los temerosos. Cuando James dijo «Amén», sus labios se separaron, y rieron en silencio. Nadie se había enterado de su indiscreción.
Poco antes de que terminara la última hora de clase, el director Stanton volvió a hablar por megafonía para agradecer a todos su asistencia, recordarles que el instituto abriría sus puertas al día siguiente y anunciarles una buena noticia: Rosemarie Holt había ganado la carrera de barriles el fin de semana anterior en el Campeonato de Rodeo del Condado de Sloane.
A Bella le importaba un bledo el rodeo, y Rosemarie iba un curso por detrás de ella y no coincidían en ninguna clase, pero gritó entusiasmada junto con el resto de sus compañeros de español. La alegría generalizada se acentuaba más de la cuenta, lo cual resultaba significativo. Sentían agradecimiento por toda buena noticia, fuera cual fuera.
—Cuidado, Rosemarie —dijo Edward en un tono lúgubre.
El chiste sonó demasiado veraz, y a Bella se le cortó la alegría en la garganta.
—Al asesino le gustan los que tienen talento —añadió él.
—No digas eso.
Bella no pretendía ser tan cortante. Edward no se lo esperaba, y el espacio entre ellos se volvió incómodo.
—Perdona —se disculpó él—. Solo quería…
—Ya lo sé. No pasa nada —dijo Bella, sacudiendo la cabeza de un lado a otro al tiempo que intentaba sonreír. Ella lo había entendido al instante; lo que le preocupaba era que alguien pudiera haberlo oído. Trató de cerrar la delicada brecha que los separaba—. ¿Esa es una hipótesis con la que trabaja la policía?
Edward asintió y en aquel momento el celular de Bella vibró, golpeteando el tablero de la mesa.
El ruido la sacudió a ella también. El móvil de Demetri, que no dejaba de sonar, recordó para sus adentros. Por suerte, eran más buenas noticias, esta vez de su abuela: «Aún estoy en Omaha. El doctor me ha tenido esperando más de una hora para decirme que tendré que volver para hacerme más pruebas. No estaré en casa para cuando salgas de clase. ¿Podrías pedirle a Alec que se quede contigo hasta que yo llegue?».
Bella le contestó con otro mensaje: «¡Pues claro! No te preocupes».
Esta vez la sonrisa que dedicó a Edward fue de verdad:
—¿Quieres venir a casa?
