Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 15
El grito de Bella retumbó en toda la casa, haciendo vibrar los cuadros colgados en las paredes.
La figura dio un respingo, sobresaltada ante el volumen de su espanto, y se le escapó algo que sujetaba. Un cuchillo cayó con un ruido sordo en la moqueta entre ella y el intruso.
Por un momento surrealista ambos permanecieron inmóviles. El rostro del asesino quedaba oculto tras la capucha de una sudadera de camuflaje beige, pero Bella vio que se trataba de un varón de raza blanca. Distinguió además que se trataba de un joven, un adolescente, a juzgar por su complexión delgada.
Echó un vistazo al cuchillo. Era enorme. Tenía una hoja fija de un palmo de acero como mínimo, y dos filos cortantes, uno normal y otro de dientes de sierra.
La punta estaba afiladísima.
Bella se lanzó a cogerlo.
Por desgracia, el asesino estaba más cerca y fue más rápido, y en cuanto volvió a tener en la mano la empuñadura de goma negra del cuchillo, lanzó este hacia arriba y le hizo un corte en el antebrazo.
Ella gritó de nuevo y retrocedió a trompicones. De repente se oyó un chillido procedente del descansillo. Edward estaba bajando por las escaleras, desnudo y a toda velocidad.
Su aparición cogió por sorpresa de nuevo al asesino, y en aquel milisegundo Bella se dio cuenta de que él pensaba que estaría sola. Ella aprovechó su confusión para embestirlo con todo su cuerpo y tirarlo al suelo. Al agresor se le cayó el cuchillo de caza por segunda vez al tiempo que la capucha se le iba para atrás y dejaba al descubierto su rostro.
Bella pestañeó.
Lo reconoció, pero fue incapaz de ubicarlo.
Él se revolvió y pataleó, y mientras ella trataba de mantenerlo inmovilizado, una extremidad se agitó en el aire y arremetió contra su herida. Se le cortó la respiración. El agresor logró salir de debajo de su cuerpo, cogió rápidamente el cuchillo y se volvió para atacarla. Edward lo agarró por detrás y lo arrojó a un lado.
Un nuevo grito de guerra resonó mientras una cuarta persona irrumpía en la sala.
La abuela Swan se abalanzó sobre el asesino. Cayeron juntos encima de la moqueta, y el cuchillo se le clavó en la parte inferior del costado derecho del abdomen. Ella gritó. El asesino le hincó aún más la hoja y la retorció. Pataleó con las botas hacia arriba y la apartó de un empujón.
Bella se lanzó sobre el cuerpo de su abuela.
Edward fue tras el agresor, que ya había echado a correr. El asesino se hizo a un lado y chocó contra el reloj de pie, que se estrelló en el suelo con una fuerte explosión de latón, yesca y vidrio. La moqueta absorbió el estrépito en un silencio engullido.
Estaba a cuatro patas, jadeando. Tenía las palmas de las manos cubiertas de sangre, sangre que le calaba a través de las perneras de los jeans.
Debajo de ella notó la respiración superficial y cansada de la abuela Swan.
Bella le levantó la cabeza con cautela.
Edward y el asesino seguían parados. Pasando la mirada de los ojos medio entrecerrados de ella a los músculos en tensión de Edward, volvió a evaluar la situación y salió corriendo por la puerta de entrada.
Edward se lanzó como una flecha, a través de las astillas y los cristales rotos, para cerrar la puerta tras el agresor al tiempo que Bella se levantaba de un salto para acercarse a la ventana frontal.
—Se va corriendo hacia la izquierda —dijo ella.
—¿Dónde tienes el celular? —le preguntó Edward.
—¡Arriba!
—Yo también. —Él echó a correr escaleras arriba—. ¡Vigílalo!
El encapuchado desapareció detrás del garaje aislado de un vecino.
Bella se quejó mientras recorría el paisaje con la mirada en busca de movimiento, por leve que fuera. Las piernas le daban sacudidas. Los brazos le temblaban. En la cocina había un teléfono fijo, pero no lo recordó hasta que Edward ya estaba bajando ruidosamente las escaleras con un celular en la oreja.
—Ken —dijo Edward, aún desnudo, al recepcionista de la comisaría—. Estoy en casa de Isabella Swan en Walnut Street. El asesino acaba de estar aquí.
Bella le hizo señas para que mirara por la ventana.
—¡Se ha ido por ahí! Por la esquina del garaje.
—Necesitamos una ambulancia. Su abuela está gravemente herida. La han apuñalado en el estómago, y está perdiendo mucha sangre.
—¿Abuela? ¡Abuela, quédate conmigo!
Bella cogió el cojín que tenía más cerca y lo colocó bajo la cabeza de la anciana, que levantó los párpados débilmente.
—Yo estoy bien —aseguró Edward al recepcionista—. Isabella también, pero tiene un corte muy profundo en el brazo. Tendrán que ponerle puntos.
La mirada de la abuela Swan se llenó de preocupación.
—Estoy bien. Y tú también —la tranquilizó Bella, y le desabrochó los botones inferiores de la blusa para verle mejor la herida.
La prenda estaba mojada y pesaba.
—Es David Ware —dijo Edward por teléfono—. El asesino es David Ware, y ahora mismo va corriendo en dirección al instituto.
Bella retiró la tela, que cubría el estómago de su abuela. Esta aspiró rápidamente y ella, muerta de miedo, volvió a dejar la blusa en su sitio mientras Edward pasaba a su lado a toda prisa para subir las escaleras.
—¿Adónde vas? —gritó ella.
La voz de Edward le llegó desde su dormitorio, y dedujo que estaría mirando por la ventana.
—No, ya no lo veo…
La conversación telefónica de él se convirtió en un murmullo ininteligible. A Bella le latía con fuerza el corazón fruto del miedo y de la adrenalina mientras sujetaba la mano de su abuela. La piel les resbalaba por la sangre. No sabía qué hacer, ni cómo podía ayudar. La ventana frontal la turbaba. En cualquier momento el asesino podía salir de detrás de los arbustos.
Una sombra gris cayó sobre ella.
Chilló.
—Tranquila —dijo Edward, pero los ojos se le abrieron de forma desmesurada cuando le vio el brazo.
Al bajar la mirada, Bella descubrió que también tenía la manga izquierda del jersey empapada de sangre. Una raja en diagonal le había abierto la carne desde el codo hasta la muñeca y dejaba al descubierto un tajo de músculo palpitante. No sentía que aquel brazo fuera suyo. Apenas notaba el corte.
Edward se arrodilló para taponar la herida de la abuela Swan con una toalla de manos limpia del armario de la ropa blanca de arriba. Señaló con la cabeza una segunda toalla situada junto a Bella.
—¿Puedes envolverte el brazo con esa?
Edward se había vestido rápidamente, pero seguía descalzo. Se había rajado los pies con los cristales rotos. Un llamativo rastro de huellas rojo carmesí revelaban su paso por la moqueta.
Sangre. De los pies de él, del brazo de ella, del estómago de su abuela.
Había sangre por todas partes.
—Ven aquí —le pidió Edward, haciéndole señas para que Bella ocupara su lugar y siguiera taponando la herida con la toalla.
La abuela Swan volvía a tener los ojos cerrados. En cuanto Bella recibió instrucciones, en cuanto la vida de su abuela estuvo en sus manos, su mente se concentró. Mantuvo la toalla en su sitio, ejerciendo presión mientras Edward le envolvía el antebrazo con la otra. Silbó con un dolor inesperado, el cual se vio acompañado de una imagen fugaz aterradora, una visión: un rostro feúcho con una expresión inerte.
Su abuela intentó hablar.
—¿Cómo han dicho que… se llama?
Las sirenas de emergencia anunciaban a lo lejos su llegada inminente.
—David —respondió Bella—. Era el mejor amigo de Demetri.
David. David Ware. ¿Había oído alguna vez su apellido?
Nunca se le había considerado un posible sospechoso. Ni una sola vez.
De hecho, él era una de las personas con las que Bella y sus amigos —y el propio Demetri— había hecho conjeturas al respecto.
¿Y tú quién crees que lo ha hecho?
Él mismo le había preguntado eso en clase de Física.
Qué placer tan malsano debió de sentir al hacerle aquella pregunta cuando él ya sabía que iba a matarla. Sabiendo ya que él mataría a su mejor amigo.
En la imaginación de Bella los asesinos en serie, ejes en la ficción de innumerables películas y programas televisivos, eran pintorescos, fascinantes y atractivos hasta el punto de no poder quitarles el ojo de encima. En cambio, a David nunca le había prestado la más mínima atención.
¿Quién crees que lo ha hecho?
Ella no se había fijado en él, ni siquiera cuando él le había preguntado eso.
Ella no se había fijado en él, ni siquiera cuando lo había tenido sentado enfrente.
Luces resplandecientes. Una ráfaga de uniformes. Una sensación de pánico fruto de la memoria sensorial creció en el interior de Bella mientras el caos estallaba en su casa. Los sanitarios, con sus camisas blancas, se acercaron corriendo a la abuela Swan. La policía se apiñó alrededor de Edward y Emmett lo abrazó con fuerza. Una agente le lanzó una sarta de preguntas. Bella respondió en medio de recuerdos borrosos mientras pasaban a su abuela a una camilla. Un sanitario con barba le echó un vistazo al brazo que tenía tapado con la toalla, y la metieron a toda prisa en la misma ambulancia. Los vecinos salieron en tropel de sus casas. La calle comenzó a llenarse de unidades móviles. Lo último que vio de Edward fue un destello rosa en la ventana frontal mientras las puertas de la ambulancia se cerraban de golpe.
Estás en shock, le dijeron. Mientras las enfermeras y el médico la anestesiaban, limpiaban y suturaban el brazo, la misma agente de policía que le había hecho preguntas en su casa continuó con el interrogatorio.
—Agente Beverly Gage. Puedes llamarme Bev.
Se la veía joven para un nombre antiguo como Beverly; sería solo unos años mayor que el hermano de Edward. Tenía un rostro grande y ovalado, una mirada bondadosa y una larga melena recogida en una coleta. ¿Sería la misma agente que a Alec le había parecido atractiva? Qué lejos quedaba aquello.
Su abuela había sido trasladada a toda prisa a un quirófano, pero el hospital no estaba en disposición de decirle si se encontraba bien, y la agente Bev no le contaría si habían apresado a David. Sus preguntas relacionadas con la cronología de los hechos fueron bochornosas. Al menos dejó las más indiscretas para cuando acabaron de coserla y se quedaron a solas.
Bella respondió con toda la sinceridad que le permitió la memoria:
Sí, hemos tenido relaciones sexuales.
Pues… ¿diez minutos?
Luego, hemos estado hablando un rato.
¿Un cuarto de hora quizá?
No sé. De música. Y de un tipo que ha escrito mucho sobre Marruecos… ¿un tal Paul algo? No sé.
Sí, y después Edward se ha quedado dormido.
He mirado el celular, y luego he estado contemplando a Edward mientras dormía.
No sé. ¿Quince minutos? ¿Veinte?
Fue humillante. Y ahora quedaría archivado, escrito en un horrible documento oficial o en un registro digital, cuando no en ambos formatos.
Mientras Bev hacía otra anotación, la mente de Bella regresó a su abuela.
La culpa y la impotencia la reconcomían por dentro. La abuela podría morir porque David me quiere ver muerta.
Los pensamientos se arremolinaban de nuevo en su cabeza, y se imaginó tratando de explicarse a sí misma cuando despertara su abuela o, mejor dicho, si despertaba. Bella había mentido. Edward estaba desnudo.
Por ilógico que resultara, aquellos dos hechos le hacían sentirse peor que enfrentarse a la idea de que alguien hubiera intentado matarla.
Apenas lo conozco, dijo a Bev una y otra vez. No, no sé qué motivo tendría para ir a por mí.
La primera parte era verdad. La segunda era mentira.
Bella pensaba que ella ya había sufrido bastante —había perdido todo lo que le importaba en Hawái—, pero el ciclo kármico de la vida había dado toda la vuelta. Y aquel, por fin, era su último castigo.
