Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 16
La agente Bev se había marchado, y Bella se vio abandonada en la habitación individual que ocupaba como paciente, a la espera de recibir noticias sobre su abuela. Se pasó a una silla incómoda, ya que no quería permanecer en la cama. El aire olía rancio, pero estéril.
Bella estaba sin celular, así que no podía ponerse en contacto con Edward ni con sus amigos. Ni siquiera con sus padres, a los que la policía y el hospital habían intentado localizar sin éxito. No obstante, una enfermera de buen corazón con el cabello cobrizo iba pasándose para ver cómo estaba Bella y le trajo un ginger ale y un yogur de arándanos. Le aseguró que el personal quirúrgico era excelente, y que aquel pequeño hospital tenía suerte de contar con ellos.
Con cada minuto que Bella pasaba a solas aumentaba su ansiedad.
Llevaba allí cerca de cuatro horas. Encendió la tele para matar el rato.
Fue un error.
Plantada en medio del césped de su abuela estaba la misma periodista con el pelo cubierto de laca que la había perseguido por el aparcamiento del instituto el viernes anterior. El texto sobreimpreso al pie de la pantalla rezaba: CUARTO ADOLESCENTE ATACADO EN LOS CRÍMENES DE OSBORNE.
—¿Ha oído algún grito o ruido extraño? —le preguntó a un hombre mayor.
El anciano tenía el labio inferior colgante pero vuelto hacia arriba, como el de un bulldog. Era el vecino de dos casas más abajo.
—No, nada en absoluto. Yo estaba arreglando el canalón cuando un chico ha pasado corriendo por mi jardín en esa dirección. —El hombre señaló con un dedo nudoso y luego se llevó la mano plana a la cara en un gesto de incredulidad—. Le he gritado desde la escalera, pero no me ha mirado. Ha dado la vuelta por mi garaje y ha seguido como una flecha hacia Spruce.
De vuelta en el estudio, las imágenes en directo quedaron por detrás de Creston Howard. El presentador estaba tieso y serio como exigían las circunstancias, aunque no pudo contener una sonrisa de anuncio de pasta de dientes cuando dio paso a la pausa comercial.
Nadie debería ver su propia casa en las noticias. A Bella le entraron ganas de meterse en su cama e hibernar el resto del otoño. Pero entonces cayó en la cuenta de que tal vez ni siquiera pudiera ir a su casa, ya que esta era ahora la escena de un crimen.
«El sospechoso es David Thurston Ware, un joven de dieciocho años», informó Crestón cuando regresaron las noticias.
A Bella se le puso la carne de gallina.
Thurston. Ahora él contaba también con un segundo nombre. No parecía justo que a un asesino se le permitiera, tener algo en común con sus víctimas. Bella supuso que sería por el bien de los David Ware del mundo que no eran criminales, todos aquellos que tenían la desgracia de ser tocayos suyos. Era como llamarse Katrina después de 2005: solo hacía pensar en una cosa. Sin embargo, en ese caso al menos nadie podía confundir a una mujer con un huracán. Era de esperar que la difusión de su segundo nombre redujera los inevitables malentendidos en torno a qué David Ware se referían.
El nombre de Bella no se proporcionó, probablemente porque era una menor. Y una superviviente. Pero el de Edward tampoco se mencionó. Crestón aludió en todo momento a él como «un amigo de la víctima». La policía estaría protegiéndolo.
De repente, apareció la foto de un estudiante de último curso de bachillerato, y la imagen de David se coló por la pantalla como un hedor odioso. Lucía una sonrisa boba e inocente, y llevaba el pelo cepillado a un lado como si fuera un niño. Tenía un bigote incipiente. No había nada intimidatorio en su apariencia, pero a Bella se le llenó el estómago de ácidos cáusticos.
«El sospechoso fue visto por última vez vestido con unos jeans y una sudadera de camuflaje —explicó Crestón—. Podría estar armado y ser sumamente peligroso. Si lo ven, no se acerquen a él…».
Más imágenes de su casa. Más entrevistas con vecinos.
El hombre al que le habían podado la nariz cruzó sus brazos cubiertos por una camisa de franela.
«Todos los habitantes de Osborne tememos por nuestras vidas».
Bella quiso cambiar de canal, pero el miedo la tenía presa.
«Es como buscar una aguja en un pajar, o mejor dicho, en un maizal», comentó Crestón.
A Bella le reventó más que nunca su palabrería insustancial, pero la copresentadora asintió con la cabeza. Dianne llevaba un maquillaje tan artificial y extremado que parecía que le hubiera pintado la cara un vendedor de camisetas de playa.
«Y les recordamos que todos los centros de enseñanza del condado de Sloane permanecerán cerrados el resto de la semana…».
¿Es que solo se encargaba de informar sobre los cierres escolares?
—Buenas noticias —anunció una voz a su lado.
Bella se sobresaltó ante aquella afirmación discordante. La enfermera con el pelo cobrizo estrechó la tablilla sujetapapeles contra su pecho y dijo:
—Tu abuela ha salido del quirófano.
—Tu abuela es una luchadora. —El cirujano era un hombre fornido con unas pestañas oscuras y femeninas—. Tiene suerte. El cuchillo le ha cortado la vena cava, pero no le ha tocado la aorta. De haber sido así, ahora mismo estaríamos teniendo una conversación muy distinta.
A través de las ventanas de la habitación se veían los edificios próximos alumbrados por la iluminación nocturna: una construcción baja de ladrillo que era la biblioteca y una iglesia majestuosa, también de ladrillo. En Osborne todo estaba hecho de ladrillo. El St. Francis Memorial Hospital se hallaba al otro lado de Main Street, a menos de dos kilómetros de la casa de su abuela. No era grande, pero era el único hospital del condado, y Bella se alegraba de tenerlo tan cerca. Su abuela había entrado en el quirófano antes de que se cumpliera la llamada hora de oro de una emergencia médica, es decir, los primeros sesenta minutos cruciales después de sufrir una lesión. La rápida intervención le había salvado la vida.
—Tenía una herida en los intestinos, que requerirá un largo tratamiento antibiótico, y un corte en el uréter derecho —le explicó el cirujano—. Le he puesto drenajes provisionales, pero cuando se encuentre más estable necesitará cirugía reconstructiva.
A Bella aquellas palabras le sonaron a chino. Su abuela seguía en otra zona del hospital, y a ella aún no le permitían verla. Se tocó el brazo vendado para darse apoyo a sí misma. Lo llevaba cubierto desde el codo hasta la muñeca.
—¿Cuándo podrá volver a casa?
—Necesitará hacer una parte importante de la rehabilitación aquí, en el hospital. Tres semanas, como mínimo.
—¿¡Tres semanas!?
—Después la trasladaremos a un centro de rehabilitación…
El hombre siguió hablando mientras Bella, estupefacta, volvió a sentarse en la cama donde le habían dado los puntos. Tres semanas… y luego más de rehabilitación…
El cirujano se sacó un boli del bolsillo de la camisa del mono verde que llevaba puesto. Al hacer clic con él para que saliera la punta, la contundencia del sonido hizo que Bella levantara la vista.
—¿Tienes algún otro familiar con quien puedas quedarte mientras ella se recupera?
Sus padres aparecieron por un instante en su mente, y enseguida volvieron a desaparecer, mientras Bella negaba con la cabeza.
—Nos tenemos la una a la otra, nada más.
—Tranquila. —La enfermera le puso una mano fírme en el brazo ileso —. Tu abuela no tardará en despertarse, y entonces le preguntaremos dónde le gustaría que te quedaras. Seguro que tiene amistades que estarían encantadas de acogerte un tiempo.
A Bella se le contrajo el pecho. Las amigas de la iglesia de la abuela eran unas entrometidas. La acribillarían a preguntas. Quizá pudiera quedarse con Alec o Nya.
Cuando el cirujano pasó a detallar el proceso de recuperación, se expresó con una autoridad tan enérgica que a Bella le costó seguirlo.
Cuando el hombre se marchó, la enfermera se lo explicó en términos más sencillos y le recordó dónde estaba el botón de llamada para pedir ayuda.
Bella se fijó en la tarjeta de identificación plastificada que llevaba puesta —DONNA WEBBER, ENFERMERA— y le dio las gracias, dirigiéndose a ella por su nombre.
Por segunda vez en un año, en por las mismas fechas, Bella se veía atrapada en una pesadilla real. La abuela Swan se había abalanzado sobre un asesino en serie para salvarla. El altruismo de dicha acción era tan grande que resultaba casi inconcebible. Pero no menos increíble era el hecho de que hubiera llegado a casa en el momento justo para obrar como lo hizo. Era Bella quien debería haber acabado en el quirófano, no su abuela, que no había hecho nada para merecerlo.
Pasó otras dos horas espantosas a solas con sus pensamientos.
Finalmente, Donna la llevó a la uci, donde la abuela Swan estaba despertando de la anestesia. De su cuerpo debilitado colgaban cables conectados a monitores, tubos de suero, catéteres y más cosas que Bella no sabía qué eran. Junto a la cama había una silla reclinable.
Bella se sentó en el borde acolchado del asiento y cogió la mano de su abuela. Notó su piel fina al tacto, y sus huesos frágiles.
—Hola, abuela.
La anciana abrió los párpados con un aleteo. Intentó hablar, pero la voz le salió en un susurro ronco.
—¿Qué hora es?
—Son casi las once. ¿Sabes dónde estás?
Su abuela volvió a cerrar los ojos, como si estuviera grogui, y asintió.
—Te han operado de urgencia, pero estás bien. ¿Recuerdas lo que ha ocurrido? —Hubo una pausa de veinte segundos—. ¿Abuela?
—¿Qué hora es?
—Son las once de la noche —respondió Bella.
Donna le había explicado que la anestesia haría que la anciana estuviera desorientada un rato.
La abuela Swan asintió de nuevo con un gesto débil.
—¿Tú estás bien?
Bella había estado reprimiéndose desde el ataque, pero aquella pregunta, viniendo de aquella persona, abrió las compuertas. Le rebosaron los ojos de lágrimas calientes, lágrimas que ya no pudo contener.
—Estoy bien.
—¿Y Edward?
—Edward también.
Bella se secó las mejillas con la manga derecha. La izquierda se la habían cortado. Llevaba el resto del jersey cubierto de sangre seca, y los tejanos salpicados de manchas de color óxido.
—Estamos todos bien.
Se oyó un toque en la puerta, que habían dejado entornada. Emmett la empujó suavemente para abrirla. Iba vestido con su uniforme azul y sujetaba un pequeño manojo de globos metalizados. A su lado, como si acudiera en respuesta al pensamiento de ambas, estaba Edward.
A Bella se le partió el corazón, pero fue una grata sensación.
Lo vio pálido, más allá de su palidez natural, y cansado. Cansado no, se corrigió. Adormilado. Como si se hubiera pasado las últimas seis horas respondiendo a las mismas preguntas, una y otra vez. Edward le lanzó una mirada nerviosa y aprensiva.
—Espero que no le importe, señora Swan —dijo Emmett—. ¿Podemos pasar?
Bella advirtió la cordialidad con la que Emmett se dirigió a su abuela, cordialidad propia de un antiguo alumno. De haberse tratado de otra persona, seguro que habría empleado un tono más formal y distante.
La abuela Swan abrió los ojos de nuevo y se enderezó levemente.
Adquirió un mínimo de fuerza al recobrar el papel de la adulta.
—Emmett. Agente Cullen —se corrigió con voz quebrada—. Adelante.
—Puede seguir llamándome Emmett—dijo él con una gran sonrisa.
Los hermanos entraron en la habitación y Emmett entregó a la abuela de Bella tres globos: uno con la frase «Que te mejores», un emoji con una cara sonrojada y otro con gafas de sol.
—No había muchas opciones en la tienda de regalos del hospital —dijo a modo de disculpa—. También hemos comprado flores, pero luego nos han dicho que no podíamos entrar con ellas en la uci. —Y, volviéndose hacia Bella, añadió—: Están en mi coche. Uno de los ramos es para ti, por supuesto.
La abuela Swan dio las gracias a Emmett mientras este ataba los globos en un lugar donde ella pudiera verlos. Aparte de algún que otro lei —el típico collar de flores hawaiano— y la pulsera de orquídeas que le había puesto su exnovio al ir a recogerla para asistir juntos al baile del instituto, a Bella nunca le habían regalado flores. Sonrió a Edward, con una expresión quizá incluso exultante, pero él no la miró. El entusiasmo de ella decayó.
Lo sabe, pensó. La policía habría abierto su expediente, y ahora Emmett y Edward lo sabían. Le cayó el alma a los pies y la invadió una pena negra como el carbón.
—Soy yo quien debe darle las gracias —dijo Emmett, acercándose a la cabecera de la abuela Swan—. Si usted no hubiera aparecido cuando lo hizo… —No pudo terminar de verbalizar la idea en voz alta.
La anciana sacudió levemente la cabeza de un lado a otro.
—Ellos se salvaron por sí solos. Yo únicamente me puse en medio.
Emmett sonrió con ternura.
—Eso no es lo que me ha contado mi hermano.
Edward estaba mirando al suelo, así que Bella le ahorró la vergüenza de responder.
—¿Ya lo han cogido? —preguntó, sin necesidad de especificar a quién se refería.
Emmett juntó sus cejas rubias, lo que ensombreció su semblante.
—Todavía no. Hay muchos sitios donde esconderse por aquí, pero no puede haber llegado muy lejos. Lo más probable es que esté metido en algún granero. —Emmett parecía frustrado, e hizo una pausa para recuperar un control comedido—. Todo el mundo lo está buscando, y todo el mundo sabe qué aspecto tiene. No tardaremos en cogerlo. Te lo prometo.
Emmett preguntó a su abuela cómo se encontraba.
Edward lo sabe. Emmett lo sabe. Todo el mundo lo sabrá.
—¿Cuántos puntos te han dado? —le preguntó Emmett.
Bella tardó unos instantes en darse cuenta de que la pregunta iba dirigida a ella.
—Veintiséis —respondió, sin ser consciente de que sostenía el brazo herido contra el pecho—. No es nada.
—Tu nada y la mía son cosas muy distintas.
Emmett le habló en un tono suave, pero a Bella se le encogieron los pulmones.
Una enfermera pasó por delante de la puerta empujando algo voluminoso con ruedas. El ruido hizo que la abuela Swan volviera a abrir los ojos. Con la mirada fija en Edward, le hizo señas para que se acercara a su lado.
Él obedeció a regañadientes. Parecía dar cada paso con cautela, lo que evocó los recuerdos de Bella de sus pies llenos de cortes. Edward se mordió el aro del labio, y el gesto reveló la verdad: era su abuela quien lo ponía nervioso, no ella. La preocupación de Edward se debía a que la anciana lo había descubierto desnudo en su propia casa.
Bella sintió un alivio pasajero cuando su abuela le tendió las manos.
Edward las aceptó.
—Gracias —dijo la anciana con todo el énfasis que pudo, activando para ello hasta la última célula de su cuerpo—. No sabes cuánto me alegro de que estuvieras allí.
A Emmett se le empañaron los ojos, traicionando su estoicismo profesional.
Edward asintió con la cabeza, pero levantó la barbilla, que le temblaba.
La abuela Swan, aún con las manos de él entre las suyas, las sacudió arriba y abajo, y respiró hondo.
—Muy bien. Eso es todo. —Acto seguido, se volvió hacia Bella y le preguntó aturdida—: ¿Qué hora es?
En la sala de espera insulsa y sin adornos del hospital Edward sacó el teléfono de Bella. Lo llevaba escondido en el bolsillo de la sudadera.
—Lo agarre antes de que la poli pudiera confiscarlo. Igualmente sacarán el registro de llamadas.
Emmett tenía que hacer unas preguntas a su abuela, así que les había pedido que esperaran fuera. Bella puso cara de asombro cuando el preciado objeto regresó a sus manos.
—Gracias.
—Creo que tienes unos cuantos mensajes —dijo Edward irónicamente.
Tras introducir la contraseña, comprobó que tenía un montón de mensajes de texto de Alec y Nya: «¿Estás bien?». «¿¡Dónde estás!?». «¡No sabes cuánto sentimos haber sospechado de Edward!». Leer una a una sus disculpas desesperadas le sirvieron de consuelo, hasta que recordó el móvil de Demetri. ¿Le habría escrito David aquella mañana para mantener la pretensión de inocencia? ¿Qué clase de persona podría matar a su mejor amigo? Puede que en el fondo nunca lo hubieran sido.
Bella escribió a Alec y a Nya para que supieran que estaba a salvo y que los llamaría más tarde. No soportaba la idea de hablar de lo sucedido en aquel momento. Aquella noche no. Otra vez no. Sin embargo, se quedó mirando el botón de llamada junto al nombre de su madre.
Edward se percató de su gesto vacilante.
—Deberías hacerlo.
Bella se acercó a los ascensores en busca de privacidad. En la sala de espera había tres personas más —una pareja de ancianos vestidos de forma conservadora y un hombre de aspecto desaliñado con un chaleco reflectante naranja de obra—, y tampoco quería que la oyeran hablar por teléfono. Se hallaban absortas en sus propias urgencias, y ninguna de ellas se había percatado de que estaban sentadas junto a las últimas víctimas del asesino de Osborne. El pueblo no tardaría en pensar en Edward y en ella únicamente en dichos términos. Bella quería aferrarse a aquella normalidad todo el tiempo que fuera posible.
Se activó el buzón de voz de su madre.
«Hola, mamá. Soy yo. No sé por qué ni tú ni papá contestan el celular. El hospital y la policía llevan horas intentando hablar con ustedes. La abuela y yo estamos bien, pero… bueno, llámame, ¿vale?».
Lo mismo ocurrió cuando trató de contactar con su padre. Le dejó un mensaje similar.
—¿No ha habido suerte? —le preguntó Edward al ver que se acercaba.
Parecía adormecido.
Bella negó con la cabeza, dejándose caer en la silla contigua. Para distraerse se pusieron a ver la tele que había colgada en la pared de enfrente. Por suerte, no estaban dando las noticias, sino una reposición de Friends, concretamente el capítulo en el que Chandler se metía en una caja.
Una especie de castigo por ofender a Joey.
—Están utilizando nuestros nombres —dijo Edward en voz baja.
—¿Eh? —inquirió Bella, inclinando la cabeza al volverse hacia él.
—Snaps, twits… El pueblo entero sabe que tú y yo hemos sido atacados.
Edward no estaba mirando el móvil, así que lo habría visto antes. Bella mantuvo una apariencia impasible, como si no le sorprendiera. Alec y Nya se habían enterado de algún modo, ya fuera por internet o al ver su casa en las noticias. Pero en su fuero interno la confirmación le repugnó.
La gente buscaba en Google.
La gente hablaba.
—Al menos no sabrán que estaba desnudo —comentó Edward.
Bella notó que el sudor se le acumulaba en el nacimiento del pelo. Y en las corvas.
Debería contárselo.
—Hay ciertos detalles que en el cuerpo consideramos que es mejor mantener en secreto —dijo Edward, imitando a la perfección a su hermano—. Créeme, nadie conocerá… la naturaleza de tu visita. —Volvió a poner su propia voz—. Nadie lo sabrá… hasta que alguien escriba un libro.
Bella se quedó boquiabierta ante aquella imagen que la lanzó al futuro. Edward tenía razón. Algún día la historia de ambos se convertiría en un capítulo más de esos libros de bolsillo cutres basados en sucesos reales y destinados al mercado de masas que se amontonaban en los rincones más recónditos de las librerías de segunda mano, la clase de libros de bolsillo que alardeaban del número de fotografías de la escena del crimen que contenían.
Edward hizo una mueca al ver su cara.
—Aún no podemos bromear sobre el tema, ¿no?
—Me conformo con que me cuentes algo bueno —respondió ella, apoyándose la cabeza en las manos—. Necesito oír algo positivo.
Edward reflexionó sobre la tarea encomendada, tomándosela en serio.
—Han traído a un equipo de perros para que ayuden en la búsqueda. Creen que podría haberse metido en los campos que hay cerca del instituto. Ahora mismo hay una gran operación en marcha para darle caza… medio Osborne como mínimo está ahí fuera, peinando la zona para encontrarlo. — Ante la falta de reacción de Bella, Edward añadió en voz baja—: Ya casi ha terminado.
Bella notó que el cerebro le bamboleaba dentro de la cabeza.
—No me sentiré mejor hasta que haya terminado de verdad.
Edward se hundió más aún en la silla. Se quedó repantigado, con sus largas piernas abiertas y las manos juntas sobre el estómago.
—Ya —dijo, y dio un suspiro.
Al cabo de unos minutos retomó la palabra.
—Es extraño. Lo conozco de toda la vida. Nuestras familias iban a la misma iglesia. En secundaria estábamos juntos en el equipo de lucha libre. No tenía pinta de asesino. No tenía pinta de…
—… nada —concluyó Bella, imaginándose por un momento a Edward como luchador.
—Ya.
—¿Crees que es por eso? —preguntó él—. ¿Porque se siente invisible?
Bella volvió a enterrar la cabeza entre las manos y se encogió dehombros.
—Lo que no entiendo es por qué fue a por ti —añadió él.
A ella se le cortó la respiración.
Debería contárselo. Tengo que hacerlo. Ya no puedo seguir ocultándolo.
—Eh.
Notó una mano en la espalda. Ahogó un grito, dando un respingo. Emmett estaba encorvado junto a su silla. Tanto él como Edward tenían el ceño fruncido, con cara de preocupación. Detrás de ellos el obrero de la construcción y la pareja de ancianos observaban la ropa de ella hecha jirones. La mujer susurró algo a su marido.
Emmett los amenazó con una mirada fulminante de agente de policía mientras ayudaba a Bella a ponerse en pie.
—Tu abuela ha dicho que le parecía bien que vinieras a casa con nosotros —dijo—. ¿Por qué no te despides de ella y nos largamos de aquí?
