Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Hay alguien en tu casa" de Stephanie Perkins, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 18

—¿Y no sería mejor emplear ese tiempo en buscarlo? —dijo la abuela Swan, interrumpiendo a alguien—. Ya. Ya sé lo de los equipos de búsqueda. Lo que no entiendo es por qué no podemos centrarnos todos en apresarlo primero.

Bella y Edward se detuvieron a la salida de su habitación. Era una conversación telefónica, y no precisamente agradable. A Bella le llenó de satisfacción oír que su abuela volvía a ser ella a juzgar por su tono de voz, pero decidieron aguardar en el pasillo hasta que hubiera terminado de hablar. No tuvieron que esperar demasiado.

—No puedo creer que fuerais capaces de pedirle eso a ella. Si no ha pasado ni un día.

Al oír que un auricular caía sobre una base de plástico duro, se dieron cuenta de que había estado utilizando el teléfono del hospital, lo cual tenía sentido. Su móvil seguía en la bolsa que llevaban ellos.

Bella llamó dos veces a la puerta y la abrió un poco para asomarse.

La energía y el tono de piel de la abuela Swan habían mejorado tras la noche en la uci, aunque su postura corporal seguía siendo de agotamiento.

Pero cuando volvió la mirada y los vio, se animó.

—Creía que era otra enfermera. ¡Adelante! Deja que te vea.

—¿Cómo te encuentras? ¿Con quién hablabas?

Bella la besó en la mejilla e hizo amago de coger el auricular para colgarlo bien. Había quedado un poco torcido.

—Déjalo. Lo he puesto así a propósito. Ya llevo más llamadas de la cuenta esta mañana.

—Periodistas —supuso Bella.

No dudarían en acosar a alguien que estuviera hospitalizado.

—Ah, no. Bueno, sí —dijo su abuela, jadeando—. Pero esta vez era alguien de la iglesia.

No era el tono habitual en que solían transcurrir dichas llamadas.

Bella frunció el ceño.

—¿Quién?

—Da igual. —La abuela Swan le indicó que se sentara—. Enséñame el brazo. ¿Te lo vi anoche? Casi no me acuerdo de tu visita.

Bella se arrimó a ella por el lado en el que no había cables ni tubos.

Se había puesto unos jeans limpios, una camisa de manga larga y una sudadera floreada de surfista. Edward había recuperado la suya. Bella había sentido mucho tener que devolvérsela.

—Estoy bien, ¿ves? Solo ha sido un rasguño.

Se levantó la manga para dejar ver la parte inferior del vendaje, esperando que su abuela le pidiera ver el resto. Pero los calmantes que le daban debían de ser bastante fuertes, porque la anciana aceptó la parte revelada como la verdad en su totalidad. La llamada telefónica parecía importante, así que Bella insistió.

—¿Qué querían?

La abuela Swan se retorció para recolocarse.

—El pueblo está organizando un homenaje en memoria de las víctimas.

Bella miró a Edward, que se había sentado en el sillón reclinable. Él le hizo un leve gesto de negación con la cabeza, igualmente al abrigo de la oscuridad.

—Está previsto para esta tarde en Main Street —dijo la anciana, sin dejar de mirarla a los ojos—. La idea es que la gente está cansada de tener miedo, y el miedo no ha impedido los ataques anteriores, así que bien podríamos salir a la calle y darnos apoyo los unos a los otros.

—Pero eso parece algo bueno —opinó Bella—. Suena…

—Valiente —sugirió Edward.

—Sí. Como esos parisinos que volvieron a los cafés después de los ataques terroristas.

La abuela Swan levantó la mirada rápidamente.

—Y lo es. Pero si todos invirtieran tanto esfuerzo en la búsqueda, estaría esposado antes del atardecer. Y entonces podríamos celebrarlo.

«Esposado antes del atardecer» parecía una frase de John Wayne, pero lo que más le preocupaba a Bella era la última palabra.

—¿Celebrarlo?

—No, no quería decir eso. Es que pienso que el homenaje puede esperar.

Hablaba más acelerada, nerviosa. Había algo más relacionado con aquel tema que la molestaba.

—No sé. A mí me parece que estaría bien honrar la memoria de Lauren, Mike y Demetri…

—Quieren que tu hables —le interrumpió su abuela—. El pueblo. Quieren que salgas allí, delante de toda esa gente y de todas las cámaras, y seas su mascota.

Bella se encogió con una sensación de repugnancia. Ahora lo entendía.

—Tendrán que pasar por encima de mi cadáver —aseguró la anciana—. Y yo soy difícil de matar.

Edward estalló en una risa inesperada. Se tapó la boca con una mano, pero Bella y su abuela terminaron por sonreír. Él señaló una bolsa de tela grande.

—Por cierto, le hemos traído unas cosas para levantarle el ánimo —dijo.

—¡Ah, sí!

Bella se escurrió de la cama y procedieron a sacarlas, una a una, como si fueran regalos: bolso, bata, pijama, manta, artículos de tocador, móvil, libros, puzle. Todas las comodidades de casa de la abuela Swan. Sin los rastros de la carnicería.


La otra familia de Bella llamó al mediodía. La primera pregunta de su madre fue: «¿Estás bien?». Se trataba de un comienzo alentador, pero a continuación comentó:

—No puedo creerlo. Siempre pasa algo contigo, ¿no?

Bella siempre había sido una piedra en el zapato para aquella persona que en teoría debía tenerle un amor incondicional. Para ella era una molestia, un engorro.

—Ahora tendré que ir para allá a cuidar de ti mientras tu abuela…

—¿Dónde estabas ayer, mamá? La policía y el hospital pasaron horas intentando localizarte. Y yo también.

—Tu padre y yo teníamos juicio. Yo llamé a todo el mundo en cuanto llegué a casa, que es más de lo que hizo él, por cierto.

No parecía ser consciente de que «todo el mundo» no incluía a su hija.

Tampoco le interesó escuchar su versión de los hechos, ya que pasó directamente a hablar de sus planes de viaje. Suponía que estaría en Osborne la semana siguiente. Tenía una importante presentación de trabajo —o quizá fuera algo relacionado con los trámites del divorcio; Bella ya no la escuchaba con tanta atención— que no podía eludir.

—Y ahora mira. Mira lo que me haces.

—Lo siento, mamá…

—Ahora mismo no estoy para hablar contigo.

Silencio. Bella miró el número parpadeante en su móvil. Tres minutos y catorce segundos. Habían estado a punto de matarla, y su madre le había dado tres minutos y catorce segundos. Y la había convertido en su problema.

Por supuesto que se trataba de ella. Siempre se trataba de ella.

Sin embargo, Bella sintió una desolación inesperada. El teléfono le tembló en la mano. No era consciente de que su madre aún podía herirla de aquella manera.

Edward se la quedó mirando, incapaz de disimular el pesar empático en su semblante reservado. Aquello también resultaba doloroso.

—¿Has comido hoy? —le preguntó la abuela Swan.

La pregunta sorprendió a Bella. Mientras se esforzaba por centrar su atención, se tocó el bazo. Notaba la herida sensible y le dolía.

—Creo que no he comido nada en las últimas veinticuatro horas.

—Edward, ¿puedes coger mi bolso? En el monedero debería haber un billete de veinte. Me gustaría que fueras a la cafetería y trajeras algo de comer. Algo que sea fácil de digerir para Bella, como sopa o pan. Y lo que te apetezca para ti.

—Por supuesto, señora Swan. Lo haré encantado.

Edward buscó el billete de veinte y se despidió de Bella con un leve ademán mientras desaparecía.

—Es mi hija. Y la quiero —dijo la abuela en voz baja—. Pero es una narcisista redomada que se casó con un capullo.

Bella nunca había oído a su abuela emplear la palabra «capullo». En otras circunstancias, se habría muerto de risa. En aquel momento solo le hirió como la verdad que era.

—Nada de esto es culpa tuya —añadió su abuela.

—Lo sé —susurró su nieta, mintiendo.

—¿De veras?

Asintió con la cabeza, mintiendo de nuevo.

La abuela Swan dio unas palmaditas en el espacio de la cama que tenía al lado, y Bella se sentó. La anciana le indicó que se acercara. Ella se arrimó, y su abuela la acunó con la cabeza ladeada. Así estuvieron varios minutos. El afecto resultaba doloroso. Toda la existencia de Bella era una maraña de secretos y mentiras en medio de un fingir continuo. Su abuela era la única persona de Osborne que sabía quién era realmente, y aun así la amaba. Bella deseaba ser consolada, pero no lo merecía.

La anciana soltó un suspiro de cansancio.

—Me has mentido.

Su nieta se puso tensa, aterrada ante lo transparente que era.

—Ayer me mentiste, y algo tendremos que hacer al respecto. Aún no tengo claro cómo tratar el tema. Hay mucho que… asimilar. Pero te quiero, y lo que me importa es tu seguridad y la de Edward…

Ay, Dios. Un momento. ¿Seguridad ante qué? ¿Ante los asesinos o ante las relaciones sexuales? Bella sabía que estaba mal, pero confió en que estuviera refiriéndose a los asesinatos.

—… vuestra seguridad en todos los sentidos posibles.

Bella se retorció para zafarse de su abrazo.

—Ya hablaremos de ello bien pronto —aseguró su abuela—. Cuando no esté en el hospital, y tu novio no esté abajo.

Un leve atisbo de esperanza despuntó a través de la aflicción de Bella.

Ahora parecía factible que Edward fuera su novio. O que pudiera serlo en breve.

—Pero quería mencionarlo —prosiguió la anciana— para poder decir también que confío en ti. Y en que seas sincera conmigo de ahora en adelante.

Confío en ti.

Aquellas tres palabras la sacudieron. Hicieron que quisiera ser más abierta y sincera, que deseara ser la persona que su abuela creía que era.

En aquel momento llegó a sus oídos una ruidosa exclamación desde el fondo del pasillo de la uci.

—¡Tú!

Bella conocía aquella voz. Se le aceleró el pulso.

—¡Tú la salvaste! —exclamó Nya.

—Ella sola se bastaba para salvarse —repuso Edward—. Su abuela y yo no hicimos más que ayudar.

Bella percibió casi la sonrisa de Nya.

—Claro que sí, ella sola se bastaba para salvarse.

—Sea como sea, nos alegramos de que estéis todos bien —dijo Alec.

Irrumpieron de golpe en la sala como un par de fardos cargados de energía, llenos de alivio y alegría, y rodearon a Bella en un entusiasta abrazo grupal. Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que los necesitaba. Aquel abrazo le rejuveneció los ánimos.

—¿Cómo habéis sabido que estábamos aquí? —les preguntó.

—Nos enteramos de que tu abuela estaba herida —explicó Alec, sosteniendo en equilibrio una caja de dónuts de gasolinera—. ¿Dónde iban a estar si no?

Nya dirigió a Bella una mirada insolente.

—Por tu ayuda no ha sido, eso desde luego. La próxima vez, cuando te llamen, coge el puto… el dichoso celular —se corrigió, mirando a la abuela Swan.

—No habrá próxima vez —repuso Alec.

—Que así sea —lo secundó la anciana, y los recién llegados se acercaron para abrazarla a ella también.

Nya llevaba el pelo entrelazado en un extraño y elaborado peinado, y una trenza suelta salió volando por el aire cuando se volvió hacia Bella.

—Hemos traído algo dulce —anunció, y destapó la caja para mostrar con orgullo los dónuts—. De arce para ti, y de chocolate para Edward.

A Bella le conmovió que hubieran recordado cuáles eran los preferidos de él. Quizá no fuera más que una penitencia por acusarlo de ser un asesino en serie a sus espaldas, pero les concedía gustosamente la expiación. Edward se había quedado cerca de la puerta. Iba cargado con una pila de envases de porespán de la cafetería, pero sonrió, en absoluto molesto por verse relegado a un segundo plano.

—Señora Swan, este es para usted.

Nya señaló un dónut con un glaseado naranja con motitas negras. Era un dónut de Halloween.

—Como siempre tiene la casa tan conjuntada con la estación del año… —explicó Alec.

La abuela Swan resplandeció encantada, aunque pasarían unas cuantas semanas antes de que pudiera comer sólido. Todos estaban hablando a la vez, animados y en voz alta, cuando un enfermero que Bella no reconoció asomó la cabeza por la puerta.

—Entendemos que estas son circunstancias especiales —dijo —, pero lo siento. En las habitaciones de la uci solo se permiten dos visitantes al mismo tiempo.

—Ah —exclamó ella ante la conversación interrumpida.

Estaba claro que ninguno lo había pensado.

—No pasa nada —dijo su abuela—. ¿Por qué no vais a la sala de espera a poneros al día? De todos modos, me están viniendo ganas de echar una cabezadita.

Parecía cansada de verdad, así que Bella le dio un beso en la mejilla.

—Edward y yo volveremos dentro de nada.

La abuela Swan agradeció a Alec y a Nya la visita, y luego Bella y Edward los siguieron afuera. Pudieron instalarse en una sala de espera distinta de la principal en la que habían estado la noche anterior. Esta era más pequeña, pero tenía unos asientos mucho más cómodos. Y lo mejor de todo, no había nadie más. Los dos se sentaron uno al lado del otro en sillas separadas, y Alec y Nya se apretaron juntos en un sillon. Al ver el brazo de Bella, exclamaron indignados.

—No es para tanto, en serio —dijo ella.

—¿Que no es para tanto? —replicó Nya, horrorizada—. Un chaval loco de remate entró en tu casa e intentó matarte a puñaladas. ¡A ver si le das a las cosas la importancia que tienen, joder!

Todos se quedaron parados al tiempo que ella se daba cuenta de que Bella seguramente ya se habría hecho cargo perfectamente de la situación. Y entonces perdió los papeles. Nya estalló en una risa demencial y contagiosa, de las que se dan únicamente en circunstancias lúgubres.

Como unas risitas por lo bajini en un funeral, su gesto se extendió entre todos. De los cuatro, ella era la que parecía más fuera de sí. Pero puede que Nya notara que Bella había intuido su fragilidad, porque cogió un dónut y lo blandió en el aire, fingiendo cierta compostura.

—Hoy parecemos polis de verdad. ¿Creen que podemos resolver el caso?

—Hala —dijo Alec, lamiendo el glaseado que tenía en el pulgar mientras cogía un dónut—. Toma estereotipo. Que tenemos aquí mismo al hermano de un poli.

Nya hizo un gesto de fastidio, pero Edward le sonrió.

—Hablando de… —Alec se mostró vacilante—. ¿Qué dice? Me refiero a la poli.

Con alguna que otra interjección por parte de Edward, Bella les puso al corriente de lo ocurrido durante las últimas veinticuatro horas. Pero metió la pata al llegar a la parte del relato en que él aparecía desnudo.

—Un momento —dijo Nya, desviando rápidamente su mirada hacia Edward—. Por lo que acabo de oír, tú solo llevabas encima una manta. ¿Bajaste corriendo por las escaleras con una manta en plan toga?

—Sí —mintió Bella al tiempo que Edward respondía «No exactamente».

—¡Qué fuerte! —exclamó Nya con una risa socarrona.

Un sonrojo inevitable se extendió por el rostro de Edward.

—Aclárate, por favor. Sí o no —le pidió Nya—. Confírmanos si tú, Edward Cullen, saliste tras el asesino de Osborne en pelota picada.

Cuando Edward asintió, Alec y Nya estallaron en una nueva ronda de carcajadas.

Bella le dijo «Lo siento», moviendo los labios en silencio. «Lo has intentado», le respondió del mismo modo Edward, encogiéndose de hombros con impotencia.

Bella entendió de dónde procedía la risa de sus amigos, y no se ofendió. Era el momento de frivolidad necesario para poder transitar por el resto de la historia.

Cuando terminó de contarla, la expresión de ambos se había vuelto grave.

—Lo que no puedo creer es que sea David —dijo Alec.

Nya negó con la cabeza, igual de incrédula.

—Con lo normal y aburrido que parecía —prosiguió él—. Como uno de esos chavales que se funden con el paisaje para llevar la misma vida que su padre…

—Y su padre antes que él —añadió Nya.

Edward se quedó mirando a la nada. La impresión causada por lo que les había sucedido era tortuosa; regresaba una y otra vez.

—Supongo que uno nunca sabe realmente lo que pasa en la cabeza de otra persona. Su vida exterior parecía aburrida, pero su vida interior… debe de ser mucho más compleja.

—Estará lleno de ira —conjeturó Nya.

—De dolor —añadió Edward, asintiendo.

Bella no pensaba contárselo a ellos, nunca. Y desde luego no en aquel momento.

Pero a medida que las palabras de sus amigos la removían por dentro, fueron sumándose a la confianza de su abuela, y aquella potente resaca de resistencia, tan familiar como imponente, de repente se vio liberada. Su madre no se preocupaba por ella, pero sus amigos sí. Quería que ellos lo supieran.

—Seguro que llevaba planeándolo meses, puede que años —aventuró Alec—. ¿Qué se rompió? ¿Qué es lo que lleva a una persona a pasar de fantasear a actuar de verdad? —Y mientras se volvía hacia Bella con cara de desconcierto, ella intuyó cuál sería su siguiente pregunta, la del millón, antes incluso de que se la hiciera—. ¿Y por qué fue a por ti?

Bella se tomó un momento para responder, pero habló con voz firme.

—Porque creo que puede haberse enterado de algo relacionado con mi pasado.

Sus amigos se sumieron en un silencio cargado de presión y curiosidad.

—Yo —dijo ella— no me he llamado siempre Bella Swan.


NOTA:

Ya casi nos acercamos al final de esta historia, en el proximo capitulo sabremos por fin el secreto de Bella, si tienen una teoria pueden dejarla en reviews.

Estaba pensando en hacer un canal de difusion en instagram para avisarles de las actualizaciones, para hablarles de las nuevas adaptaciones y de los fics que tengo planeado escribir, tambien para recomendarles libros que podrian gustarles, les dejo mi insta por si quieren unirse, el user es isavelez_37

Nos vemos despues con la siguiente actualizacion.