Un mes sin noticias.

Un mes entero con el FBI prácticamente patrullando las calles de San Agustín día y noche en busca de Jack Crawford, para disgusto de Hannibal. En esos instantes debían de vivir en el código postal más seguro de Estados Unidos, pensó con ironía. Así no había forma de aprovisionarse adecuadamente.

Inexplicablemente, el ahora exagente del FBI había conseguido dar esquinazo a sus antiguos compañeros. Parecía que Jack había aprendido algunos trucos con los años o que Hannibal le había subestimado. Lamentaba profundamente haber elegido a Freddy Louis para ser la última víctima del destripador. Ella no representaría una amenaza tan real.

Hannibal procuraba no rumiar de forma excesiva sobre el asunto. Will y él habían decidido cancelar sus escapadas mensuales hasta que Jack fuera encontrado, lo que suponía para Hannibal una molestia menor. Tampoco se sentirían cómodos dejando a los niños solos en esas circunstancias. No, lo que realmente ponía a Hannibal nervioso es la cantidad de agentes del FBI husmeando alrededor de su familia, haciendo preguntas y vigilándolos.

Llegados a este punto, incluso Will había llegado a la conclusión de que la existencia de Jack era peligrosa en si misma y que debía ser eliminado por el bienestar de su familia. La caza había comenzado y Hannibal estaba ansioso por ver quién encontraba antes a su presa, su esposo o las autoridades. Sus apuestas estaban puestas firmemente en su compañero, por supuesto.

O en la madre de su marido. La señora Bouvier se había tomado el escape de Jack Crawford como una afrenta personal, según le constaba. Hannibal compadecía al director Armitage.

El móvil de Hannibal sonó. Se secó las manos y miró el número de la llamada entrante. Un número oculto.

- ¿Buenas tardes?

- ¿Papá? – La voz aterrorizada de Helena le congeló la sangre. El teléfono seguro.

- Si, mano širdis, soy yo, ¿Estás a salvo? – Helena sollozó al otro lado de la línea.

- Ahora sí. Creo. Por favor, tienes que venir.

- Dime dónde estás y llegaremos allí enseguida. – Helena la facilitó las coordenadas, porque según ella no había nada para guiarse. Hannibal frunció el ceño. Eso estaba en mitad de la nada, casi en Jacksonville.

- ¿Estás sola?

- No, Grace y Thomas están conmigo. – Hannibal suspiró, aliviado. Si estaba con sus hermanos no estaba completamente indefensa.

- De acuerdo, llegamos enseguida. No os mováis de ahí.

- ¿Papá?

- ¿Si, pequeña?

- Trae algo para limpiar la sangre. Hay mucha, mucha sangre. – Musitó Helena.

Hannibal prácticamente corrió al piso de arriba. Will estaba enseñando a Paul a montar una torre con legos en su habitación, rodeado de perros.

- Querido, me temo que tenemos que irnos ya. Los niños nos están esperando. – Will le miró, confuso, pero asintió lentamente.

- Claro, que despistado. Paul, ¿Estarás bien un rato sin nosotros? – El niño se encogió de hombros, desinteresado.

- Supongo que sí.

- No tardaremos en volver, pero tienes el teléfono conectado, como siempre y la casa permanecerá cerrada. Puedes llamarnos para cualquier cosa. – Le aseguró Hannibal, mirando su móvil.

- Vale. Adiós.

Will se levantó del suelo y siguió a Hannibal al piso de abajo. Hannibal comprobó rápidamente que Mischa estuviera durmiendo y cerró la puerta.

- ¿Qué ha pasado?

- Helena me ha llamado. Ella, Grace y Thomas están en mitad de la nada, parece ser. No me ha dado muchos detalles. Me ha pedido que lleve algo para la sangre. – Musitó Hannibal metiendo en una bolsa de plástico ropa de los niños directamente de la secadora y algunas toallas.

Will salió corriendo hacia el garaje. Cogió varias armas y su kit de limpieza del despacho, perfectamente camuflado en una caja de herramientas, y lo metió en el coche.

Para su sorpresa, Hannibal no entró en el coche, sino que se dirigió al suyo propio. Will le miró, interrogante.

- No sabemos lo que vamos a encontrarnos. Si estamos en una situación… comprometida dividirnos puede ser nuestra mejor opción.

A Will siempre le fascinaba la capacidad que tenía su marido para aparentar calma en cualquier situación.

Will condujo en silencio escuchando su corazón palpitar en sus oídos. Si no llevara tantos años enfrentándose al peligro en cada trabajo, sin duda habría sufrido un ataque de ansiedad. El antiguo Will, introvertido e inseguro, habría sufrido sin duda un ataque de pánico. Pero ya no era esa persona, ya no era un profesor del FBI solitario y atormentado por su empatía. Ahora era un padre capaz, un depredador óptimo. E iba a matar a Jack con sus propias manos si le había hecho un solo arañazo a sus hijos.

Las casi dos horas que tardaron en llegar a aquel páramo se le hicieron eternas. Se habían desviado por la autovía, teniendo que dar la vuelta en una estación de servicio hasta encontrar una salida que llevaba a un camino de tierra hacia ninguna parte. Ya en arena pura, condujeron por un gran valle donde no había más que hierbas secas y rocas. Hacía viento, la arena cubriría sus huellas sin problemas.

Atravesaron unas colinas tan estériles como el resto del paisaje y, por fin, a lo lejos, vislumbraron un coche y tres figuras cerca de él. Helena estaba sentada en una piedra, temblando, abrazada a Grace, que se mantenía de pie a su lado. Ambas estaban manchadas de sangre que ya parecía seca. Thomas estaba unos metros más atrás, vigilando el vehículo. Quizás el ocupante seguía con vida.

Cuando bajaron del coche Hannibal prácticamente se abalanzó sobre sus hijos, revisando que no tuvieran ninguna herida. De cerca, Hannibal pudo ver que el ojo izquierdo de Grace estaba empezando a inflamarse y en su frente había un corte profundo. La habían golpeado con la culata de un arma.

Will inspeccionó el coche. Era un sedán negro de lo más normal, fantástico para no llamar la atención. En el asiento del conductor yacía Jack Crawford con tres heridas de bala, dos en el pecho y una en la cabeza.

- ¿Está muerto? – Preguntó Hannibal. Will asintió.

- ¿Qué ha pasado?

- Fue culpa mía. Insistí en que quería ir al centro comercial esta tarde para comprar un libro. Thomas dijo que nos llevaba camino a casa. De repente un coche se cruzó con nosotros y tuvimos que parar. – Sollozó Helena, abrazando a Grace.

- Salió de la nada, papá. Iba armado. Nos obligó a entrar en el coche. Esposó a Thomas detrás y nos obligó a entrar a nosotras también. – Will se fijó entonces en las muñecas de su hijo. Estaban arañadas y enrojecidas. Claramente había intentado soltarse.

- Nos quitó los teléfonos y los apagó. Entonces empezó a conducir y a hablar como un loco.

- Quería que confesarás que eras el destripador, papá. Quería usarnos para que fuerais a la policía a confesar. Decía que no ibais a salir impunes, que acabaríais en prisión de una forma u otra. – Dijo Thomas.

- Intenté resistirme pero me pegó con la pistola. Entonces Thomas le dio una patada en el brazo y aproveché para darle un codazo en las costillas. Helena le agarró la mano y le mordió hasta que soltó el arma. Dio un volantazo pero no paró hasta que le quitó la pistola. Yo casi salgo volando contra el salpicadero. – Dijo Grace, tocándose las costillas.

Hannibal revisó inmediatamente a su hija, levantando su camiseta con cuidado. Tenía el abdomen amoratado. Esperaba de verdad que no hubiera ninguna costilla rota. Mientas Hannibal la inspeccionaba, Helena continuó.

- Conseguí que soltara la pistola, pero el giro me hizo chocar contra la ventanilla. Thomas estaba gritando que le diera el arma, pero estaba esposado. No lo sé. No pensé. Vi al agente Crawford levantar la mano para volver a pegar a Grace y disparé.

- Oh, cariño. Cuanto lo siento. – Dijo Will abrazando a su pequeña. Helena lloró, agotada, contra el pecho de su padre.

De todos sus hijos, Helena había sido la última que Will esperaba que se convirtiera en una asesina. Thomas siempre había sido pragmático de una manera que ponía la vida de todos aquellos que no eran su familia fuera de sus prioridades y Grace era una cabeza caliente que actuaba por instinto si se veía en peligro.

Pero Helena era un ángel, era sensible y delicada como una flor. Que hubiera tenido que verse en situación de matar a alguien para sobrevivir hacía que la sangre de Will ardiera y deseara que Jack siguiera vivo para hacerle pagar por ello.

Hannibal sacó las bolsas de la parte trasera del coche y empapó las toallas con agua de botella para empezar a limpiar la sangre de sus hijos. Los adolescentes se cambiaron en silencio con la ropa limpia que les dio su padre mientras Will sacaba la caja de herramientas y dos bidones de gasolina.

- ¿Vas a hacerlo explotar? – Preguntó Hannibal arqueando una ceja. Will asintió sin mirarle.

Sacó una navaja y echó hacia atrás el asiento del conductor.

- Es la mejor forma de borrar todo el rastro. Ayúdame a sacarle las balas. Tiene que parecer un accidente. – Hannibal asintió y se inclinó sobre el cuerpo de Jack.

Will roció con gasolina el motor y la parte delantera del vehículo, recolectando los casquillos. Una vez Hannibal extrajo las balas, recargó el arma y la devolvió a la funda de Jack y lo miró. Esperaba sentir algo de pena, algo de compasión por un hombre que alguna vez había sentido su amigo.

Nada. Ira, quizás. Deseaba hacerle el mismo daño que él le había hecho a sus hijos.

Que le jodieran. Nadie iba a llorarle.

Hannibal guardó cuidadosamente los zapatos de los niños en una bolsa para tirarlos más adelante. Una suela no se fundiría bien en el incendio, llamaría la atención. La ropa y las toallas, por otro lado, no dejarían rastro.

Will colocó un teléfono móvil en el bolsillo de Jack. Lo que para cualquier persona podría parecer un dispositivo normal, en realidad era un dispositivo incendiario de la mejor calidad del mercado. Incluso con sus contactos Will había tardado meses en hacerse con uno.

Una vez estuvo preparado, encendió el teléfono y se dio la vuelta.

- Muy bien. Todos a los coches. Volvemos a casa. – Ordenó Will. – Grace y Helena, volved con papá. Thomas, vamos a buscar tu coche. No vamos a dejar ningún cabo suelto.

Grace se colocó en el asiento de atrás del coche de Hannibal abrazando a su hermana. Hannibal le besó con afecto y se encaminó al asiento del conductor.

Thomas se acomodó a su lado y vio el coche de Hannibal irse.

- ¿Cuándo va a explotar? – Preguntó Thomas, curioso.

- Cuando estemos todos sanos y salvos en casa, con una buena coartada. Nadie va a encontrarlo aquí. No tenemos prisa. – Le aseguró Will.

Pararon en una gasolinera cuyas cámaras Will sabía que llevaban rotas meses. Limpiaron los coches a manguerazos, eliminando el polvo y pagaron con efectivo. Se aseguraron de tomar rutas sin cámaras, aunque Will pediría luego que sus imágenes fueran borradas de cualquier base de datos indiscreta. Ventajas de trabajar con criminales.

- Papá. – La voz de Thomas le sobresaltó. Llevaban casi una hora en silencio. - Papá es el destripador de Chesapeake, ¿Verdad?

Will maldijo a Hannibal por millonésima vez en su vida.

- Está bien. Lo sabíamos desde hace tiempo. Los tres. – Trató de calmarlo Thomas.

No lo tranquilizó en absoluto.

- ¿Cómo?

- Vimos un documental en Netflix del destripador. Salías tú y salía papá. No hacía falta ser un lince. Papá es el único que puede jugártela de esa manera. – Will no sabía si reír o llorar.

- Tendría que haberle disparado. – Musitó Will entre dientes. Para su sorpresa, Thomas se rio.

- Se lo tendría merecido. Helena se enfadó mucho cuando te vio en la cárcel. No le habló a papá en una semana entera y dijo que su comportamiento contigo no había sido para nada apropiado y que le estaría bien empleado si te casabas con otra persona. Creo que es la primera vez que he visto a papá sin saber qué decir.

Will se echó a reír casi histéricamente. Sonaba tanto a su hija que dolía. Gracias a Dios había sido Helena. Grace le hubiera abierto la cabeza con una llave inglesa.

- ¿Tu padre sabe que lo sabéis? – Preguntó Will.

- Lo sospecha, pero creo que es más feliz pensando que no sabemos que es un asesino en serie que te metió en la cárcel y que tú le apuñalaste en venganza.

- En realidad, le clavé el cuchillo porque tenía miedo de que le hiciera daño a tus hermanas. – Puntualizó Will. Thomas sacudió la cabeza.

- No creo que papá sea capaz de hacernos daño. Preferiría cortarse una mano.

- Ahora, yo tampoco. Pero eran otros tiempos. – Dijo Will.

- ¿Es verdad que papá es un caníbal?

- Eso puedes preguntárselo a tu padre. No pienso tener esta conversación yo solo. – Thomas se rio.

- Supongo que eso es un sí. Explica lo poco que le afectó encontrarnos a Helena y a mí. – Will le miró, confuso. - ¿Papá nunca te ha contado cómo nos encontró?

- No con demasiado detalle. Sé que fuisteis secuestrados para chantajear a tu abuelo, que es el CEO de una petrolera, y sé que elegisteis quedaros con él, pero no mucho más. – Confesó Will.

- Mi abuelo no cedió, al chantaje. Nuestros padres murieron cuando éramos muy pequeños, en un accidente. Desde entonces solo recuerdo el internado, nos secuestraron allí. Cuando el abuelo dijo que no iba a pagar ya no éramos útiles y papá los estaba cercando. Los dos guardias que nos vigilaban se dieron cuenta de que no tenían contacto con el exterior, uno huyó y el otro vino a matarnos. Iba borracho, conseguimos quitarle el arma y le disparé, pero nos quedamos atrapados y sin comida.

- Así que os lo comisteis a él. – Thomas se encogió de hombros, a la defensiva.

- Estábamos al lado de una chimenea. Sin ella nos habría matado el frío. Teníamos demasiada hambre y no teníamos elección.

- No te juzgo, hijo. La única norma en esta familia es sobrevivir, cueste lo que cueste. Hiciste lo correcto.

Thomas pareció aliviado tras la respuesta de Will, pero no acabó ahí la conversación. Hasta que llegaron a su coche, se dedicó a hacerle a su padre todas las preguntas que llevaba años queriendo hacer acerca de su pasado, de su relación con Hannibal y de las personas que habían matado en el camino.

Cuando por fin llegaron a casa, Will sopesaba seriamente la posibilidad de ahogarse en la piscina.

Para su alegría, no era el único que había pasado un viaje infernal. Hannibal le recibió con el rostro más blanco que una hoja de papel.

- Tu hijo me ha preguntado si eres un caníbal. – Hannibal no parecía sorprendido.

- Tus hijas me han preguntado en qué estaba pensando cuando te acusé de mis asesinatos y te encerré en un sanatorio infernal. – Afirmó Hannibal. Parecía realmente agotado. – Explica la furia desmedida por parte de Helena hacia mi persona en algunos periodos de su vida. Creía que era solo la adolescencia.

- Sucedió diferente, ¿Sabes? Creía que estábamos a salvo. – Hannibal le miró, confuso. – En nuestra otra vida. Freddy Louis escribió un libro sobre nosotros y con él se estrenó una serie. Los niños lo vieron y Thomas fue a enfrentarla. La mató. Pensaba que en esta vida no pasaría nada.

- Admito que tomé una mala decisión en el pasado. Debí priorizar a Jack sobre la señorita Louis, nos habría ahorrado problemas. De todas formas, hablaremos de esto cuando nuestros hijos estén acostados. Por ahora, hay ciertas explicaciones que les debemos.

- Esto va a ser una conversación difícil. – Dijo Will, abrazándolo. Hannibal se apoyó en él.

- Mejor nosotros que un documental de dudoso gusto. Esperaba, sin embargo, que tuvieran la mayoría de edad antes de este momento.

- Son cosas que no se pueden elegir. Llegan como llegan. – Dijo Will con tranquilidad. – Pero necesito comer algo para tener esta conversación. Voy a llamar a Rossi. Un ticket más y otro testigo nunca viene mal.

Para cuando los niños bajaron, limpios y más calmados, la comida ya estaba en la mesa. Will había comprobado que Paul seguía tranquilamente en su habitación y había bajado a Mischa para cenar. Agradecía a todos los dioses existentes de que Beverly estuviera en casa de una amiga pasando la noche.

La cara de Grace era un poema de rojos, morados y hasta amarillos. Hannibal inspeccionó con cuidado su abdomen y frunció el ceño.

- En cuanto acabemos de cenar vamos a llevarte al hospital. – Grace abrió la boca para protestar, pero Hannibal la cortó. – Diremos que te has caído en el garaje contra un motor. Quiero que te hagan una ecografía y un TAC. No es discutible.

- ¿No será sospechoso?

- Una vez explote la bomba, no podrán dictaminar el momento de la muerte. Es mejor estar localizados en ese momento. – Dijo Will con calma. - Supongo que tendréis preguntas…

- ¿Hemos estado comiendo carne humana todos estos años? – Pregunto Helena, arrugando la nariz.

- No, hija. Tu padre y yo cazamos y comemos lo que cazamos, pero no os daríamos carne humana sin decíroslo. – Le aseguró Will.

- Es lo que hacéis cuando os vais de fin de semana, ¿Verdad? Cazáis a alguien y os lo coméis. – Dijo Grace. Will asintió.

- Es parte del plan, sí.

Hannibal estaba increíblemente callado. A Will le estaba poniendo aún más nervioso.

- Lo de cazar lo entiendo, lo de coméroslos no tanto. ¿Es seguro? ¿Sabéis si tienen enfermedades o algo antes de cocinarlos? – Preguntó Thomas.

- Papá hace análisis médicos en su despacho. Es completamente seguro. – Dijo Will.

Eso pareció tranquilizar a sus hijos, irónicamente. Que sus padres fueran caníbales era fantástico, aparentemente, si lo hacían con seguridad.

Will ya notaba la migraña crecer tras sus ojos.

- Sigo sin entender por qué. Quiero decir, sé que matas a malas personas, y sé que es tu trabajo. Lo que no entiendo es por qué coméroslos después. – Dijo Grace.

- En ese sentido, vuestro padre y yo coincidimos en que el mundo es mejor sin ciertas personas en él. En el caso de darles un uso… creativo, eso es algo que viene de mi persona. Veréis, es una historia más larga que se remonta a mi infancia. – Respondió Hannibal, tenso.

Will se giró, sorprendido. Él mismo no conocía demasiado de la infancia de Hannibal, solo algunos momentos importantes e incluso esos los había escuchado de terceras personas. Hannibal nunca hablaba de su pasado y Will respetaba eso.

- Nací en Lituania, hijo de una familia ilustre en el país, los Lecter. En el ardor del comunismo, los títulos nobiliarios no estaban bien vistos. Invadieron mi hogar, nos separaron a mi hermana Mischa y a mí de nuestros padres. Lamentablemente, los soldados no tuvieron en cuenta la crudeza del invierno y quedamos atapados con ellos en una cabaña.

Cogió la mano de su marido en un gesto de consuelo y Hannibal le sonrió brevemente, agradeciéndoselo.

- Las semanas pasaron y nos quedamos sin comida. El agua no era un problema, con la nieve había más que suficiente. Nos moríamos de hambre. Llegó un punto de inanición en el que apenas podíamos mantener la conciencia. Se llevaron a mi hermana, la mataron y se alimentaron con ella. A mí también, aunque eso es algo que descubriría mucho después.

Will podía notar el sudor en la palma de Hannibal, el ligero temblor. Lo más cercano que Hannibal iba a estar de mostrar los síntomas de un trastorno de estrés postraumático.

Tenía sentido, tuvo que reconocerse Will. Era el tipo de experiencia que se quedaba marcada en tu mente como una cicatriz. Era irónico, pensó Will, que el propio comportamiento de Hannibal estuviera basado en algo tan común y mundano como un trauma en la infancia.

Hannibal estaba permitiéndoles ver el hombre bajo el disfraz de Dios y dolía.

- Cuando me encontraron, ellos se marcharon para vivir en libertad y a mí me llevaron a un orfanato. Pasé varios años en él hasta que conseguí huir. En París me recibió mi tía, lady Murasaki. Viví con ella durante años. Es la única familia que me queda además de vosotros.

- ¿Ella está aún viva? – Preguntó Grace, sorprendida.

- No sabía que teníamos familia. – Comentó Helena, fascinada. - ¿Por qué nunca la hemos visto?

- No tenemos buena relación, me temo. Dejamos de hablar hace casi treinta años. Cuando llegué a mi adolescencia, me obsesioné con cazar a aquellos que me habían hecho daño. Volví a Lituania y encontré los restos de mi hermana junto con cartas y placas de identificación de los soldados que nos habían secuestrado. – La expresión de Hannibal se endureció. – Uno de ellos, que era parte de la guardia fronteriza, me reconoció e intentó matarme, pero yo fui más rápido.

- ¿Te lo comiste? – Preguntó Thomas.

- Si, y sentí una gran satisfacción por ello. No era una persona, para mí, ni lo son todos aquellos que matamos. Son cerdos, seres despreciables cuya única función es alimentar a otras personas. Verás, para alguien que ha pasado tanta hambre como yo, tirar comida es un acto imperdonable.

- ¿Encontraste a los demás? – Helena parecía asustada, inquietando a Hannibal.

Will podía verlo ahora, el miedo a ser rechazado, como ya lo había sido en el pasado por lady Murasaki. El pequeño rictus en su labio al escuchar a su hija hablarle con miedo, la tensión en su espalda viendo a sus hijos asustados.

- No tiene miedo de ti, mi amor. Tiene miedo de que vengan a por nosotros como ha venido Jack. – Le explicó Will con calma. Helena negó con la cabeza, avergonzada.

- ¡No es por ti, papá!

Hannibal extendió los brazos y Helena prácticamente trepó hasta quedar acurrucada entre ellos, hecha una bola en el regazo de su padre. Hannibal la acunó contra su pecho como había hecho toda su vida, apoyando la barbilla en su coronilla. Toda la tensión abandonó su rostro.

- ¿Entonces los encontraste?

- En realidad, ellos me encontraron a mí. La muerte de uno de los suyos los puso en alerta y dos de ellos trataron de matarme en Paris, comandados por Grutas, su líder. En ese momento había virado sus miras al negocio de la trata de blancas. Para llamar mi atención, secuestró a lady Murasaki, hecho que lamentó. Pero me temo que mi tía no aceptó con buenos ojos el cazador en el que me había convertido.

- No se perdió nada cuando le mataste. – Dijo Will con desdén.

- El mundo ganó tranquilidad. Para muchas personas soy un monstruo, pero os puedo garantizar que hay criaturas peores que yo en el mundo. – Grace negó con la cabeza.

- Para mí no sois monstruos, solo depredadores. Sois mis padres. Yo he tenido padres que no han matado a nadie y son mucho peores que vosotros. No os cambiaría por nada. – Afirmó Grace con resolución. – Pero aún estoy enfadada contigo por meter a papá en aquella cárcel.

Will sonrió. La expresión de Hannibal era la de un cachorro regañado. Pocas veces había podido ver a su marido mostrando auténtico remordimiento ante una acción o importándole lo más mínimo la opinión de otra persona sobre sus actos. Pero con su familia, era otra cosa.

- Ha pagado por ello, cariño. Ahora estamos en paz. – Dijo Will acariciando su cabello pelirrojo. La adolescente no parecía del todo satisfecha, cruzándose de brazos.

Apenas empezó a hacer el gesto cuando tuvo que parar, adolorida. Will y Hannibal se levantaron, alarmados.

- Vamos al hospital. Seguiremos hablando de esto cuando queráis. Siempre podéis preguntarnos a vuestro padre y a mí lo que queráis saber sobre nuestras vidas. Trataremos de responderos siempre con la mayor sinceridad posible.

- Pero no cerca de Beverly o Paul. – Advirtió Will. – Hablaremos con ellos cuando sean mayores.

Los adolescentes asintieron, satisfechos.

Hannibal ayudó a Grace a subir al coche y Will condujo hasta el hospital más cercano mientras preparaban una historia creíble para sus lesiones. Dado su nulo historial en traumas, nadie hizo preguntas y, tras las pruebas, Will se encargaría de borrar cualquier anotación sospechosa.

Sentados en la sala de espera mientras hacían a Grace una placa de tórax y Thomas y Helena habían ido a por algo decente de comer para mantener a Paul tranquilo, Will enlazó cariñosamente su mano con la de su marido.

- Gracias por compartir tu historia con nosotros. – Hannibal asintió sin mirarle, perdido en sus pensamientos.

- Un día tendrán más preguntas. No sé si podré contestarlas con tanta soltura sin ser duramente juzgado por ello. Puede que un día mis hijos me teman y tengan razones para ello.

- Hannibal. – Llamó Will, obligándolo a girarse hacia él.

Besó sus labios como hacía cada mañana y cada noche, con amor, con delicadeza, con confianza.

- Te quiero. – Murmuró sobre sus labios, mirando aquellos preciosos ojos marrones que tanto adoraba, que le devolvían la mirada con devoción ciega. – Y sé que ellos te querrán como yo te quiero. Ten fe, esposo. No los subestimes.

Dos costillas rotas y el hueso cigomático fracturado, les contó el traumatólogo. Reposo un par de semanas por lo menos, pero nada peligroso. Podían volver a casa y respirar tranquilos.

A más de cien kilómetros de distancia, un coche explotó en mitad de la nada eliminando cualquier prueba a su paso.