Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de LozzofLondon, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from LozzofLondon, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

Grupo en Facebook: Tradúceme un Fic


Edward me mira sin comprender.

Acabo de contarle todo.

―¿Ella todavía está allí? ―pregunta, mirando por encima de mi hombro hacia la ventana y a mi casa.

Me encojo de hombros. No sé.

Él me mira de reojo cuidadosamente, evaluando, vacilante.

―¿Qué? ―pregunto, cruzando mis brazos sobre mi pecho. Mis manos todavía están temblando.

Con la mano en su cabello, baja un poco la cabeza pero mira en mi dirección.

―¿Planeas escucharla?

Me burlo, disgustada por la idea.

―No. ―Levanta las cejas―. No tengo nada que decirle ―continúo―, y no me importa lo que tenga que decir. ¡Se fue! Ni siquiera miró hacia atrás mientras corría. ―Estoy paseando ahora, frustrada y enojada.

Él suspira.

―Lo entiendo, pero...

¿Por qué suena como si estuviera de su lado?

―¿Pero qué? —pregunto, deteniendo mis pasos frenéticos, girándome hacia él, mis muelas doliendo bajo la tensión de mi mandíbula, mi garganta apretada.

―¿No crees... que tal vez deberías... escucharla? ¿Darle la oportunidad de explicarse?

―¿Del lado de quién estás? ―No puedo ocultar mi confusión, mi dolor. Su rostro es compasivo cuando da un paso más cerca de mí.

―Tuyo. Siempre tuyo ―me asegura, besando mi frente, acercándome a su pecho y envolviendo sus brazos alrededor de mí.

―No lo parece ―murmuro en su pecho, instantáneamente aplacada por su toque.

Me sostiene, pasando su mano arriba y abajo de mi espalda en suaves caricias.

―Es solo que… ―comienza después de un rato, haciendo que mi cuerpo se ponga rígido al instante―. Creo que deberías darle la oportunidad de explicarte... Escuchar su versión de la historia. Nunca sabes lo que descubrirás.

Me alejo de él, frunciendo el ceño, sacudiendo la cabeza.

―¡Se fue! ¡Me abandonó sin pensarlo dos veces!

―Lo sé.

―¿Entonces qué? ―Ya no puedo ocultar la angustia―. ¿Debería solo dejarla entrar? ¿Ir y sentarme en el restaurante y escuchar lo que tiene que decir? ¿Ponerme al día como si nada hubiera pasado?

Él suspira.

―Eso no es lo que estoy diciendo, pero…

―¿Pero qué? ―me burlo, interrumpiéndolo, mi tono mordaz. Claramente no aprecia mi enojo, pero no puedo ocultarlo por más tiempo.

―Ella te buscó, quiere explicarte. ¿Seguramente eso significa algo?

―¡No significa nada! ¡Nada de lo que ella pueda decir quitará lo que hizo o cambiará la forma en que me siento! ―Con el pecho palpitante, nos miramos el uno al otro, ninguno de los dos dispuesto a moverse, claramente no dispuestos a renunciar. No puedo entender de dónde viene su compasión por mi madre. Me observa con atención.

El silencio se extiende entre nosotros, una barrera de terquedad.

―Deberías estar agradecida ―afirma con calma. Con demasiada calma.

―¿Estás drogado? ―Me río sin humor, lanzando mis manos al aire, exasperada.

―No, Bella ―advierte―. Aunque probablemente eso haría que tus divagaciones sin sentido fueran más fáciles de digerir.

Me estremezco como si me hubiera abofeteado, incapaz de mirarlo ahora, herida por encima de todo.

El cambio instantáneo en su comportamiento y tono me hace sentir como si el "viejo" Edward hubiera salido a jugar, a destruir. El cambio es rápido, pero lo veo. Sus huesos se convierten en hielo, haciendo que su cuerpo se ponga rígido y a la defensiva; sus ojos arremolinándose, una tormenta oscura apoderándose; su mandíbula se tensa y se flexiona, haciendo tictac debajo de sus pómulos; sus puños curvándose en bolas.

Por segunda vez hoy, quiero correr y esconderme. Pero esta vez, no tengo alguien seguro a quien correr; mi soledad se ha convertido en mi agresor.

Dando un paso atrás, mi visión se nubla. Superada por la necesidad de escapar.

Justo cuando me giro, su voz atraviesa la atmósfera sofocante y pesada.

―¿Sabes lo que daría porque mi madre apareciera en la puerta sin avisar?

Me congelo, con la mano extendida en el aire, aferrándome a la nada.

»¿Eh? ―Su voz está llena de desdén, instándome a darme la vuelta y enfrentarlo. No estoy segura de poder hacerlo.

―Nunca me hablaste de tu mamá ―le digo a la puerta, dudando en voltearme.

―¿Qué quieres saber? —pregunta, su voz vacía de emoción, plana―. ¿Que no pudo hacer nada para evitar que mi papá abusara de mí y de mi hermana? ¿Que era demasiado débil? ¿Que... cuando se enfrentó conmigo cuatro años después de que mi papá matara a mi hermana, ni siquiera podía mirarme, no quería tener nada que ver conmigo?

Giro finalmente, doy un paso más cerca de él, pero él retrocede sacudiendo la cabeza.

»¿Quieres saber cuánto daría porque ella apareciera y me ofreciera una explicación? Darme un maldito cierre...

―Lo siento ―gimoteo, lo que hace que él arrugue la cara con disgusto.

―No, no lo sientes ―escupe, tomándome por sorpresa. Abro la boca para discutir, pero él continúa―. Estás tan absorta en el hecho de que tu madre se fue, que ni siquiera quieres saber por qué. No puedes mirar más allá de tu propio dolor, tu propia humillación cuando, de hecho, ¡no tienes ni puta idea de la suerte que tienes de conseguir eso!

Estoy atónita. Mi respiración se entrecorta con cada inhalación escalonada.

―No puedo simplemente... perdonarla, Edward. Es mi mamá, no la tuya, y lo siento por eso, pero tus sentimientos no son más válidos que los míos.

―¡Ese no es el punto que estoy tratando de aclarar y lo sabes! Te estás desviando.

Sacudiendo la cabeza, ahogo un sollozo, mi corazón se contrae con cada respiración que lucho por tomar.

―¡Los dos lo hacemos! Esto no se trata de ti o de tu madre. Las circunstancias son diferentes.

Es demasiado, no puedo pensar con claridad. Él tampoco puede; está cegado por sus propias emociones. Necesito procesar y él... no me lo permite. Está arrojándome su propio dolor a la cara, volteándolo hacia mí y no está ayudando.

―¿Entonces qué? ―demanda―. ¿Vas a pasar el rato aquí hasta que ella desaparezca de nuevo? ¿No te importa? ¿No quieres respuestas, ni siquiera por tu propia tranquilidad?

―No. ―Mi voz es tan fría como la suya ahora―. Es mejor que no lo sepa. ¡Nada de lo que ella diga hará que todo lo que hizo esté bien!

―Bien ―chasquea él.

―Bien. Solo estaremos de acuerdo en no estar de acuerdo.

―Buena suerte con eso.

Antes de que pueda discutir, pasa a mi lado y abre la puerta. Extiendo la mano para agarrar su brazo, pero rápidamente se suelta de mi agarre.

―Vete a la mierda ―gruñe, empujándome verbalmente, como solía hacer. Puedo ver la lucha en sus ojos, el dolor, el anhelo por su propia madre que no lo quiso. Quiero abrazarlo y escucharlo, pero está demasiado ido.

―¿Adónde vas? —pregunto, rogándole en silencio que se quede.

―A calmarme, lejos de ti.

Trago saliva, obligándome a no llorar.

―Lo siento. Por favor... solo quédate. ¡Deja de huir de mí!