Disclaimer: InuYasha pertenece a Rumiko Takahashi. Yo sólo estoy jugando con los personajes.
Notas: Anda la osa, espero que la longitud del capítulo compense la tardanza. Todavía me falta actualizar el fic de Onigumo, así que estaré pronto por aquí de nuevo.
Sin beta muero como Bankotsu . Lamento los errores o despistes que pueda tener.
•Dañino y Venenoso•
—Ah, claro, ahora todo tiene sentido. "No deberían existir". Qué respuesta tan esclarecedora, Naraku. Nunca se me habría ocurrido que podrías usar una frase tan profunda para evadir mis preguntas. Supongo que debería estar agradecida por tu generosidad al ofrecer una explicación tan clara y concisa —Kagura respira profundamente—. ¿Acaso esperas que me dé por satisfecha con eso? Si crees que voy a dejarlo así, te equivocas. Seguiré buscando respuestas, y tarde o temprano, las encontraré, incluso si tengo que arrancártelas.
Dioses, ¿nunca se calla?
Naraku hace un esfuerzo por responder, pero su estómago se retuerce dolorosamente y siente cómo el líquido sube rápidamente por su garganta. Le duele el pecho y emite un extraño silbido cuando respira. Las articulaciones se sienten como si las estuvieran desgarrando, y hay una vaga sensación de ardor en sus entrañas. El sabor en su boca es vil, una mezcla desagradable de sangre vieja, bilis y ponzoña dulce, y lo invade la urgente necesidad de expulsarlo, pero se contiene, incluso cuando su estómago protesta vehementemente.
Durante más de siete meses, ha estado lidiando con malditos vómitos, pero no va a hacerlo frente a Kagura. Eso es todo.
(Se siente miserable y sólo puede escuchar el retumbar de su corazón en sus oídos, martillando en su cabeza y debilitándolo).
Finalmente, las náuseas se aplacan. Su lengua está impregnada con ese regusto repugnante, y sus manos temblorosas se aferran a su boca en un intento de mantenerse conectado a la realidad. Ha sido una lucha silenciosa y solitaria, soportando en silencio los estragos de su aflicción durante más de siete jodidos meses.
—Naraku, maldito seas, me estás... asustando.
Kagura es tan redundante como siempre. Pero la voz vibra contra sus oídos y, por un momento, distrae lo suficiente a Naraku de su dolor de cabeza y sus extremidades inestables y ese frío horrible y desconocido que se apodera de sus músculos y lo hace querer quedarse quieto y no moverse nunca más.
La energía oscura en el aire se dispara, enviando un escalofrío por la columna de la mujer cuando casi siente que algo resbaladizo y viscoso se retuerce debajo de su piel. Presiona una mano contra su corazón, evitando perderse en la sensación enfermiza. En otro día, podría no estar tan afectada por la oscuridad que pesa en el aire. Después de todo, siempre ha sido parte de Naraku, aunque no tan... sofocantemente... como ahora.
Él se pasa una mano por el rostro, sintiendo el dolor persistente. La habitación sigue dando vueltas, así que decide tumbarse de nuevo en el suelo, con el aliento húmedo y entrecortado.
—Oye —susurra la niña de cabellos blancos mientras da un paso adelante, con una mano extendida, los ojos muy abiertos con una preocupación no disimulada. Naraku se estremece, una expresión desconocida cruzando sus rasgos por un segundo.
¿Qué?
Y Kagura podría matarlo en ese preciso instante. Su poder de regeneración está prácticamente anulado. No tendría que acercarse mucho, sólo necesitaría lanzar sus cuchillas y todo terminaría. Sería un acto que beneficiaría no sólo al mundo, sino también a sí misma. El desgraciado está claramente enfermo, una triste sombra de lo que solía ser, y no opondría una resistencia tan grande en este estado. Incluso podría acabar con esos repugnantes críos. Les estaría haciendo un favor, liberarlos de la carga de ser parte de Naraku, como ella.
Y realmente, realmente lo considera durante unos momentos.
Kagura aferra su abanico, sintiendo su afilada y fría presencia. Mira fijamente a Naraku, quien yace débil y vulnerable frente a ella. La tentación de poner fin a todo se apodera de su mente, alimentada por su profundo resentimiento. Por un lado, está el deseo de venganza, de hacer justicia y devolverle todos y cada uno de los golpes que ha soportado bajo su yugo; por el otro, una pequeña voz, que sospechosamente suena parecida a la de Kohaku, le recuerda su capacidad de tomar decisiones diferentes a las de Naraku.
Ella se debate en una breve y obstinada indecisión ante su persistente odio hacia él ( "no lo ayudes; todo es una ilusión" ), para que luego las imágenes de ambos niños, tan distintos a Akago, la frenen en seco.
A pesar de su rencor, del asesinato que fluye por sus venas, Kagura no puede negar que son... como ella.
Tsk.
Su mirada se desvía hacia la cocina, pensando en la cercanía de ese lugar y en la posibilidad de organizar sus pensamientos. Un suspiro escapa de sus labios, su abanico deslizándose lentamente mientras el brillo malévolo en sus ojos rojos se desvanece, reemplazado por una resignación silenciosa.
Maldito seas, Naraku.
Se dirige a la cocina.
-X-
Obtener un cuenco es sencillo, pero Kagura se muerde el labio al tratar de pensar en qué más podría necesitar el imbécil de su creador y que ella pudiera conseguir rápidamente sin dejarlo sin supervisión por demasiado tiempo. No confía en él, incluso si está enfermo, porque un Naraku enfermo aún podría causar problemas.
Para ser sincera... Kagura no dispone realmente de nada para tratar los síntomas, ni siquiera sabe qué podría necesitar exactamente (¡quiere arrancarse las uñas y abofetearse por pensar siguiera en ayudarlo¡). Además, no está segura de si Naraku en verdad requiere medicamentos u otro tipo de ayuda, porque todo lo referente a él es prácticamente un misterio. Sólo puede valerse de lo que el propio Naraku ha decidido revelar (lo cual no es mucho), o lo que ella misma ha observado durante su tiempo a su lado. Quizás el maldito está padeciendo alguna enfermedad... ¿aracnida tal vez? ¿Qué tipo de enfermedades pueden afectar a las arañas, de todos modos? Pero incluso si tuviera esa información, Kagura está segura de que terminará estrangulándolo con sus propias manos.
(Podría ser una buena idea, en realidad).
Está oscureciendo.
Sale un momento de la casa.
-X-
Kagura regresa a la habitación que Naraku ha escogido como su nido arácnido, encontrando un toque de diversión en ese pensamiento. Observa cautelosamente el área con sus ojos rojos, en busca de posibles trampas. Sin embargo, para su total sorpresa, Naraku permanece en la misma posición que antes: acostado en el futón, los ojos firmemente cerrados y las cejas fruncidas con fuerza. Su mandíbula está fuertemente tensionada y el rubor en sus mejillas no ha desaparecido. La magia flota a su alrededor, emitiendo gemidos codiciosos y enfermizos, generando una sensación desagradable en el ambiente. La repulsión se esparce por todos lados, haciendo que Kagura sienta ganas de vomitar.
El olor a enfermedad es demasiado fuerte.
En su ausencia, los cachorros siguen en el futón junto a su "no" amo, rozándolo con sus diminutas garras mientras intentan mantener cierta distancia. De sus bocas emergen suaves chirridos y canturreos, revelando claramente una mezcla de preocupación y consuelo hacia Naraku, algo que él no merece en absoluto y que despierta en ella el impulso de apartarlos con un golpe. Sin embargo, esos sonidos no se asemejan del todo a los gruñidos típicos de los bebés. Suenan extraños y poco naturales, y hacen que frunza el ceño. Los pequeños bastardos tienen la edad suficiente para hablar y atacar, pero no para emitir gorjeos, que son el instinto más básico de cualquier bebé, y eso le recuerda demasiado a Akago.
Algo no está bien con tus "no" extensiones, Naraku, reflexiona ella, aparte, obviamente, de ser tus extensiones. Por supuesto, ¿acaso hay alguna sorpresa en ello? Naraku nunca fue el tipo de persona que uno consideraría "apto" para crear vida. Ni un rastro de ternura en ese cuerpo maldito y vengativo. Todo lo que emana son sombras y miseria.
—Oye —dice Kagura en voz alta cuando Naraku no reacciona a su acercamiento. El ceño fruncido en su rostro se transforma en una mueca de dolor. Los niños la miran de la misma manera en que ella miró a Naraku, y maldita sea si no se parecen—. Levántate. Traje algo que podría ayudar.
A pesar de que Naraku no reacciona, lo cual causa cierta inquietud en ella (aunque Kagura nunca lo admitirá, ya que Naraku es la última persona por la que debería preocuparse), de repente abre sus ojos aturdidos. Su mirada se posa en el cuenco de arcilla que ella sostiene en una mano, rebosante de un líquido rojo, sin molestarse siquiera en mirar la cesta llena de frutas que tiene en la otro mano, enderezándose de golpe.
—¿Es sangre humana? No la quiero —murmura.
—Oh, por todos los demonios existentes y por venir, ¡no es sangre humana! ¡No seas caprichoso! —exclama Kagura, levantando ligeramente los brazos, aunque detiene el movimiento completo para evitar derramar más sangre, que salpica el suelo, causándole molestia. La situación le recuerda mucho a cierto demonio maldito que conoce—. Tienes suerte de que ni siquiera la haya escupido.
Naraku entrecierra los ojos hacia ella, pero no dice nada. La falta de respuesta hace que Kagura se desconcierte. Resopla enojada antes de pisar con fuerza y asentar el cuenco de sangre directamente en el regazo del medio demonio. El gesto parece sorprender a Naraku, quien observa con cautela el contenido turbio.
—Mi sangre —dice Kagura con voz condescendiente, como si tuviera que deletrearlo para un niño—. Tómala y deja de ser tan miserable para que pueda gritarte con el desprecio que mereces.
Sin embargo, Naraku hace caso omiso y, en su lugar, continúa observando fijamente el líquido rojo, como si no terminara de convencerse. Kagura siente el repentino impulso de abrirle la boca y forzar la sangre por su garganta con la esperanza de que su absurdo ego disminuya.
Con brusquedad, deposita la canasta de frutas en el suelo, lo que provoca que los dos niños se sobresalten y retrocedan unos pasos lejos de ella.
De verdad que empieza a frustrarse.
— ¡Toma la maldita sangre de una vez! ¿Acaso necesitas una invitación formal para beber algo que puede ayudarte?
Naraku levanta la mirada lentamente hacia ella, su expresión extrañamente somnolienta.
—¿Qué pretendes, Kagura? ¿Acaso crees que un simple acto como beber sangre cambiará algo?
—¡No se trata sólo de la sangre, Naraku! Se trata de sacudirte de esta miseria en la que te has sumido. Odiaría que me relacionaran contigo si te mueres ahora de forma tan patética. Además, no tengo la intención de traerte demonios vivos para que te los comas.
(Y sin embargo, le está dando su sangre).
Naraku resopla, llevando el cuenco con sangre a sus labios. Es la primera vez en meses que puede obtener algo así, y con cada pequeño sorbo, reconoce internamente la razón detrás de las palabras de Kagura. Al fin y al cabo, su naturaleza demoníaca, a diferencia de otros seres, requiere un alimento más específico y poderoso que la comida ordinaria. Y sólo los yokais pueden ofrecérselo.
Al mismo tiempo, Kagura no puede evitar sentir una mezcla de enojo y satisfacción retorcida al verlo en esas condiciones, tan ajeno a su yo habitual, derrotado y vulnerable. La ironía de la situación no se le escapa. Durante tanto tiempo, fue víctima de los actos de Naraku, sometida a su voluntad y sufrimiento. Ahora, en un giro inesperado, es ella quien otorga, quien tiene el control.
—Sabes, un agradecimiento sería bueno —le dice con voz mordaz—. Después de todo, estoy ofreciendo mi sangre a aquel que me causó tanto daño. Parece justo que al menos muestres un poco de reconocimiento por ello.
—Tu voz es molesta —murmura.
—¡Tu cara es molesta! —responde Kagura, la frustración desbordándose en sus palabras.
Dioses, ¿lo mataría decir una sola cosa bonita? ¿Por qué siempre tiene que ser tan desagradable con ella? En verdad, Kagura realmente no puede soportar a este tipo. Pero entonces, un pensamiento retorcido cruza su mente, y una sonrisa maliciosa se forma en sus labios.
—Naraku, si hubieras sido menos grosero y más amable, tal vez te hubiera ofrecido un poco más —dice, como quien no quiere la cosa, disfrutando la sorpresa momentánea en sus ojos.
Naraku frunce el ceño, como si no estuviera seguro de qué responder.
—No necesito tu sangre —dice, a pesar de que obviamente es una mentira, pero Kagura puede ver una pequeña sombra de decepción en su rostro.
Eso es justo lo que quería lograr. Si bien no va a admitirlo, el hecho de que su oferta haya afectado de alguna manera a Naraku es satisfactorio para ella. Pero no puede permitir que eso lo sepa.
—Bueno, está bien entonces —dice con indiferencia—. No importa, de todos modos. Pero ten en cuenta que soy una de las pocas personas que estaría dispuesta a hacer algo así por ti. Si no es que la única.
Naraku levanta las cejas.
—Supongo que tengo que agradecer tu "generosidad", ¿no es así? Después de todo, es gracias a ti que estoy aquí, bebiendo tu sangre como si fuera un manjar exquisito. Así que, sí, gracias por ofrecerte voluntariamente como mi fuente de alimentación —dice burlonamente, tomando otro sorbo y dejando el cuenco vacío a un lado.
Maldito sarcástico.
Es una cualidad que admira y detesta a partes iguales.
—No hay necesidad de que te pongas sentimental —responde ella, encogiéndose de hombros—. Simplemente pensé que sería un desperdicio dejar que te murieras aquí.
—Interesante. Nunca te hubiera imaginado tan compasiva —comenta.
Kagura rueda los ojos, negándose a admitir que sus acciones puedan estar impulsadas por algo parecido a la "compasión". No hay lugar para la compasión en su existencia, mucho menos hacia Naraku.
—No lo hago por eso. Lo hago porque, de alguna manera retorcida, me gusta verte en este estado. Además, sería una lástima dejar que te mueras antes de que pagues por todos tus crímenes —declara, con una mirada desafiante en sus ojos rojos.
Naraku suspira, como si todo este intercambio de palabras le resultara molesto. Sin embargo, Kagura sabe que es sólo una fachada, y que en realidad, está evaluando cada palabra y acción de ella con su agudo intelecto (o lo que queda, al menos).
Finalmente, es él quien rompe el silencio:
—Espero que no estés pensando que esto cambia algo entre nosotros, Kagura —dice con una sonrisa ladina—. No te confundas, todavía soy el mismo demonio al que detestas.
Kagura se encoge de hombros.
—Oh, no me malinterpretes, no he olvidado todo lo que has hecho —responde con desdén—. Simplemente, esta es mi forma de asegurarme de que pagas por ello en el momento adecuado.
Naraku asiente con lentitud, como si aceptara su explicación, pero hay una chispa de diversión en sus ojos.
—Entiendo. Entonces, ¿es una especie de inversión para el futuro? ¿Estás apostando por mi supervivencia para que puedas cobrar tus deudas más tarde? —pregunta, haciendo una pausa antes de añadir con un tono burlón—: Ciertamente, es una táctica interesante.
Kagura resopla, negándose a darle la satisfacción de una respuesta directa.
—Llámalo como quieras. Simplemente, no quiero que mueras antes de que pagues por todo lo que me has hecho —dice.
Naraku sonríe con malicia.
—Y aquí estaba pensando que mi querida Kagura había desarrollado sentimientos por este pobre y maltratado demonio —comenta con un deje de sarcasmo.
Kagura no puede evitar que un ligero rubor coloree sus mejillas, sintiéndose frustrada consigo misma. ¿Por qué reaccionó de esa manera? Se siente tentada de abofetearse internamente por mostrarse vulnerable en un momento tan inoportuno.
—En primer lugar, tú no eres un "pobre y maltratado" demonio. En segundo lugar, nunca podría desarrollar "sentimientos" por un hombre tan narcisista y despreciable como tú —responde, ácida.
La sonrisa de Naraku se ensancha, disfrutando cada palabra punzante de Kagura como si fuera música para sus oídos. Kagura, frustrada por su actitud, toma una manzana de la canasta y la arroja con fuerza, deseando que se rompa contra su frente. Prefiere eso a lanzarle su Danza de las Cuchillas, aunque en el fondo, le gustaría hacerlo. Sin embargo, para su asombro, Naraku reacciona rápidamente y atrapa la manzana en el aire, demostrando que, incluso en su deplorable condición, no ha perdido completamente sus reflejos
Naraku levanta una ceja, mirando la manzana con una expresión entre divertida y confundida.
—¿Esto es un intento de agresión o simplemente me estás ofreciendo un obsequio? —pregunta, sosteniendo la manzana con una mano mientras la examina con curiosidad.
Kagura se muerde el labio inferior, sintiendo cómo la furia crece dentro de ella, pero a pesar de todo, se esfuerza por mantener la calma. Sus dedos se aferran con fuerza al abanico, tentada de usarlo contra Naraku como aquella primera vez que la envió a pelear contra InuYasha sin una pizca de experiencia. Sin embargo, se recuerda a sí misma que hace unos momentos le dio su sangre, y sería una lástima semejante desperdicio.
—Es un recordatorio de que sigues siendo irritante —responde, intentando ocultar la tensión en su voz.
Naraku ladea la cabeza, como si estuviera considerando seriamente el significado detrás del lanzamiento de la manzana.
—Ah, lo entiendo ahora. Es un mensaje muy claro —dice con malicia—. Te agradezco por el regalo, aunque no estoy seguro de que me guste la declaración que implica. Además, ¿dices que soy irritante? No puedo evitarlo, Kagura, es parte de mi encanto natural.
Kagura cierra los ojos por un momento, inhalando profundamente para controlar su temperamento. No va a caer en sus provocaciones. No va a dejar que la haga enojar más de lo que ya está. Pero, de todos modos, no puede evitarlo. Mierda.
—Encanto natural, dices. Más bien debería llamarse "habilidad natural para ser un desgraciado" —murmura.
Por fortuna, aparta su atención del absolutamente desagradecido y exasperante medio demonio para dirigirla hacia la niña de ojos rojos. En la discusión, se había olvidado de su presencia. Con gesto cauteloso, la pequeña se acerca lentamente, inhalando con gracia el dulce aroma que emana de las ciruelas, mangos y otras suculentas frutas dispuestas en la canasta. La tentación es evidente en sus rasgos, mientras que el niño, inmovilizado en un rincón, no puede apartar la mirada de aquel irresistible banquete.
Son una visión... encantadora, tiene que admitir. Pequeñas muñecas de porcelana con una fragilidad que contrasta con su truculento origen. Su aspecto etéreo y delicado los distingue, revelando una inquietud sobrenatural que sólo puede pertenecer a las creaciones de Naraku. Son como joyas vivientes, destellando con un resplandor interno que encanta y aterra a partes iguales.
Como ella, como Kanna, como Byakuya...
—Oigan —dice, su tono de voz volviéndose repentinamente suave, tanto que incluso ella se sorprende. Extiende la mano lentamente hacia los dos niños, notando su reticencia mientras retroceden. Sin embargo, persevera y acerca una ciruela violeta oscuro hacia ellos—. Esto es para ustedes. Pueden comer.
El niño frunce el ceño (y Kagura se ve a sí misma reflejada en él), sus ojos posándose de nuevo en ella, pero esta vez su mirada es más débil, y su atención vuelve rápidamente hacia la fruta. Mientras tanto, su hermana ya ha agarrado la ciruela con delicadeza, inspeccionando su suave piel con sus brillantes ojos rojos. Los pequeños colmillos asoman tímidamente entre sus labios, revelando su deseo de morder, pero una sombra de duda se refleja en su mirada carmesí cuando sus ojos se desvían hacia Naraku, buscando su aprobación.
Ridículo.
Al igual que los dos cachorros, Naraku tampoco ha comido la manzana que ha agarrado y ahora su mirada se pierde en el vacío, un poco distante, como si estuviera sumergido en sus propios pensamientos. Humph. Quizás no recuerda cuándo fue la última vez que probó una manzana, si es que lo hizo en algún momento. Kagura realmente nunca tuvo la oportunidad de verlo hacer cosas... normales. Bien. Tendrá que conformarse con la fruta porque no está dispuesta a darle más de su sangre.
Los niños parecen indecisos, inseguros de si deben tomar la fruta o no. Sus miradas se cruzan, anhelando el permiso y la guía del medio demonio. Pero él sigue en su mundo, absorto en sus pensamientos, ignorando la situación frente a él. Kagura siente una punzada de irritación, preguntándose por qué no puede simplemente reaccionar y darles una señal. Su postura está erguida, los músculos de su rostro y cuerpo visiblemente tensos, revelando la lucha interna que está experimentando. Su mano sostiene la manzana con firmeza, pero su atención parece estar en otro lugar, lejos de la realidad inmediata.
El tipo ha dado un giro sorprendente.
¿Será cosa de la manzana?
—¡Vamos! —exclama Kagura, frustrada por su indiferencia, sus palabras atravesando el aire mientras sacan a Naraku del extraño y desenfocado trance en el que ha caído—. ¿Qué esperas? Toma la fruta y cómela. No voy a decirlo de nuevo. Mira, no me importa empujártela por la garganta si eso es lo que se debe hacer. No creo que puedas evitarlo.
La idea de ver a Naraku ahogándose con una manzana le resulta casi catártica. Kagura lo mira, una mezcla insidiosa entre el resentimiento por preocuparse por alguien que claramente no lo merece y frustración por la actitud caprichosa del híbrido. Aunque también está la diversión sutilmente escondida en su mirada, disfrutando de la oportunidad de molestarlo en un momento tan incómodo.
Las pestañas de Naraku se deslizan suavemente cuando sus ojos se encuentran con los de Kagura, estableciendo un breve pero intenso contacto visual (las marcas demoníacas en sus párpados prevalecen, se da cuenta, a pesar de que sus iris siguen de ese violeta apagado).
—¿Qué esperas, Naraku? —insiste ella—. Es sólo una fruta. ¿Acaso es tan difícil para ti tomar una simple decisión?
La pequeña niña de ojos rojos mira entre Kagura y su hermano con cautela, como si estuviera esperando a que Naraku dé el primer paso antes de atreverse a hacerlo. Sin embargo, el silencio prolongado del híbrido empieza a inquietarla, y finalmente se atreve a extender su mano con garras hacia la ciruela.
Naraku, por su parte, permanece en silencio por un momento más, luego, con un atisbo de incertidumbre, como si no pudiera creer lo que está haciendo, decide morder la manzana, pero apenas da un pequeño bocado. Mientras mastica lentamente, su ceño se frunce, revelando una sombra de ansiedad y disgusto y, sin poder evitarlo, le da un segundo mordisco, esta vez mucho más grande, mostrando el momento exacto en que Naraku vuelve a tener apetito. Es casi divertido presenciar cómo el híbrido, que normalmente se caracteriza por su control y elegancia, muestra un vigor tan voraz al comer, algo que generalmente sólo se atribuiría a seres como InuYasha o Koga.
Especialmente InuYasha.
Kagura reflexiona si decírselo o no, sólo para hacer su existencia un poco más miserable. Decide que va ha hacerlo. La oportunidad de fastidiarlo es simplemente demasiado tentadora para que ella la deje pasar.
—Vaya, vaya, Naraku —empieza, inclinándose hacia él con una ceja alzada—. ¿Quién diría que eras tan glotón? Te ves igual que InuYasha cuando come, sólo que con menos gruñidos y malos modales.
Naraku levanta la vista, y un sentimiento entre la molestia y la sorpresa cruza su rostro. Sus ojos violáceos se encuentran con los de Kagura, y por un momento, su expresión parece desconcertada, como si estuviera procesando la comparación. Pero rápidamente recupera la compostura, y sigue comiendo. Ella se ríe suavemente, disfrutando del malestar causado.
—Supongo que es verdad lo que dicen, "la comida es el camino al corazón de un hombre", o en tu caso, del bandido —continúa—. Es una pena que tengas que recurrir a las manzanas para recordar cómo era sentir apetito. ¿Estás tan débil que ya no puedes mantener tu hambre bajo control?
La mirada de Naraku se vuelve helada ante sus palabras. Kagura puede ver la furia chispeando en sus ojos, pero él se controla y no responde con el ímpetu que normalmente mostraría ante tal provocación. En cambio, continúa comiendo con una expresión inescrutable, como si sus palabras no le afectaran en lo más mínimo.
—Deberías tomar más en cuenta lo que comes —le dice ella con una sonrisa sardónica—. Podría darte consejos sobre una dieta saludable, si lo deseas.
Los dos niños observan la escena con atención, sin entender completamente el tenso intercambio entre los dos adultos. Sin embargo, su instinto les dice que es mejor no interrumpir, por lo que se mantienen en silencio.
—Pero bueno, ¿qué puedo esperar de alguien que se enreda tanto en su propia telaraña de intrigas y mentiras? —se burla—. Siempre has sido un experto en el arte de manipular a los demás, pero ahora parece que también estás siendo manipulado por tus propias inseguridades.
La mirada de Naraku es absolutamente furiosa, y Kagura sabe que ha tocado un nervio, que ha encontrado un punto débil en su resistente coraza, y no piensa dejarlo pasar.
—Pareces un animal hambriento, como si no hubieras comido en siglos, y tú no tienes siglos, Naraku. No puedes ignorar eso, ¿verdad? Tus instintos —ella suelta una risa sedosa—.¿Tienes hambre todo el tiempo? ¿Es eso lo que te impulsa a cometer tantos crímenes? ¿Tu hambre insaciable?
Naraku aprieta los puños, claramente enfurecido por los comentarios de Kagura, pero sigue sin pronunciar una sola palabra. Ella, sin embargo, parece disfrutar de la situación, de provocar a Naraku y exponer sus inseguridades. Se ha convertido en una especie de juego, una forma de devolverle un poco de la desdicha que él le causó en el pasado.
—¿Te asusta la idea de que alguien pueda ver a través de tu máscara de indiferencia y arrogancia? —prosigue, con una sonrisa maliciosa en sus labios—. ¿Temes que puedan descubrir lo débil que realmente eres bajo toda esa fachada? ¿Tienes hambre?
—¿Y qué si tengo hambre? —responde finalmente, su voz contenida pero llena de rabia—. ¿Qué te importa a ti? ¿Por qué te molesta tanto?
Kagura sonríe triunfante, sabiendo que ha logrado hacer mella en su armadura emocional.
—Oh, no me malinterpretes, no me importa en lo más mínimo tu hambre. Me parece bastante divertido, en realidad. Lo que me molesta es que siempre te creíste superior a los demás, pero ahora te encuentras desesperado por algo tan básico como la comida —le responde con desprecio—. Es simplemente... patético.
Los ojos de Naraku destilan odio, pero también hay un eco extraño y difícil de interpretar.
—No te hagas ilusiones, Kagura —dice, su voz ronca y oscura como un charco de sangre—. Mi debilidad no durará mucho tiempo.
Kagura se encoge de hombros, sin intimidarse por su amenaza.
—Lo que digas, Naraku —responde con indiferencia—. Pero por ahora, parece que eres sólo un híbrido enfermo y necesitado de ayuda. Y aquí estoy, brindándote mi sangre y dándote de comer, como si fueras un humano indefenso.
Naraku mastica con fuerza la manzana y Kagura cree escuchar el rechinido de sus dientes.
¡Bien! Se merece estar irritado.
Aún más entretenido es presenciar cómo los dos cachorros se emocionan, la niña hundiendo sus colmillos en la jugosa ciruela, sólo para sobresaltarse cuando el líquido salpica por todas partes, cubriendo sus manos y su rostro, e incluso alcanzando la cara de su hermano, quien emite un chillido y salta hacia atrás. Parece que es la primera vez que comen algo como eso. No le sorprende, tratándose de Naraku.
Al menos no son enteramente carnívoros, reflexiona en silencio, recordando a Goshinki, Juromaru y Kageromaru, mientras observa a la niña poner expresión de desconcierto frente al desorden que ha creado, disculpándose apresuradamente con su hermano. Una ligera sonrisa se forma en los labios de Kagura, admitiendo para sí misma, no se ven tan malvados.
El chico se frota los dedos contra la salpicadura de jugo que se adhiere a su piel. Con una adorable nariz arrugada, olfatea el líquido antes de tentativamente lamerse los dedos. Su rostro se ilumina de emoción mientras contempla el festín de frutas frente a él. Después de un momento de vacilación, se desliza hacia adelante para alcanzar y agarrar un jugoso mango y, a diferencia de su hermana, da pequeños y curiosos mordiscos, explorando cautelosamente el sabor.
Por otro lado, la niña devora la ciruela con avidez, asestando mordidas rápidas y precisas. Kagura arquea una ceja, asombrada por la rapidez con la que lo hace. El jugo de la ciruela se desborda por los lados de su boca, dejando un rastro pegajoso en sus labios y dedos. Sin embargo, eso no parece disuadirla, ya que los lame y muerde con entusiasmo, saboreando hasta la última gota del dulce néctar.
Kagura parpadea repentinamente.
—Espera un minuto —le dice, y ella la mira con curiosidad—. ¿Te comiste la semilla? No deberías hacerlo. Podrías atragantarte o algo así —agrega, aunque en realidad no está segura de si debería preocuparse o no. La chica no muestra señales de ahogo y, si Kagura es honesta consigo misma, come las semillas de las ciruelas todo el tiempo, principalmente porque sus dientes y mandíbula son lo suficientemente fuertes para hacerlo. Y de todos modos, morir atragantada por una semilla suena ridículo a niveles insospechados.
—¿No? —replica la cachorra, inclinando la cabeza con clara confusión ante las advertencias de Kagura. Pero enseguida su atención se desvía nuevamente hacia las otras frutas, y la expresión de hambre ilumina sus ojos mientras busca más opciones para satisfacer su apetito.
Naraku se endereza un poco, fijando su mirada en la pequeña creación que supuestamente no es suya en absoluto. La observa detenidamente por un momento, como evaluando su estado, luego parece determinar que ella está bien, antes de regresar a su ardua tarea de devorar una simple manzana. Dado que él nunca antes se había preocupado por sus extensiones, presenciar esto de cerca la hace cuestionarse si está atrapada en un sueño delirante del que no puede despertar, o si simplemente está alucinando (principalmente porque esta situación es caótica como el infierno y Kagura ya no sabe ni qué pensar ella misma).
Por un lado, están los niños, que le despiertan una mínima chispa de simpatía porque aparentemente no son tan retorcidos como Akago o Hakudoshi. Por otro lado, está Naraku, el ser cuyas manipulaciones y juegos retorcidos siempre la han mantenido al borde de la locura. Incluso en su estado actual, enfermo y debilitado, ella no puede evitar sospechar de sus intenciones. Después de todo, el Naraku que conoce no es alguien que se presente sin algún tipo de plan malvado. Con niños o sin niños.
Kagura se frota las sienes, sintiendo que un fuerte dolor de cabeza comienza a surgir debido a toda esta situación absurda y complicada. Es demasiado para procesar. Naraku claramente ha dado vida a estos niños y se niega a admitirlo, incluso ante la evidencia que tiene frente a sus ojos. Y los pequeños demonios son, en cierto modo, inocentes y no merecen pagar por los pecados de su creador.
La niña, con la cara y las manos empapadas de jugo de frutas, se acerca tímidamente a Kagura y le ofrece una manzana. Aunque yace desordenada y cubierta de jugo, su gesto es sincero y un poco adorable.
—No, es para ti —le dice, a pesar de que en el fondo todavía está tratando de comprender cómo es posible que Naraku haya creado a estas pequeñas abominaciones sin necesidad de la perla.
La niña la observa con curiosidad por un momento, luego se vuelve hacia su hermano. No obstante, Kagura no puede dejar de sentir una profunda incomodidad. Está claro que Naraku no quiere aceptar la verdad, pero ¿qué sucederá con estos niños? ¿Cómo se convertirán y qué destino les espera bajo el yugo de una criatura tan perversa e inhumana como su creador?
¿Les espera lo mismo que a ella en su momento? ¿Les ha puesto siquiera un nombre?
Tal vez a Kanna y Byakuya no les moleste que se los lleve. Tienen mucho espacio en la casa y son sus hermanos, después de todo. Pero, ¿podría lograrlo, ahora que Naraku está claramente enfermo y debilitado? ¿Podría quitárselos?
Naraku, por su parte, parece decidido a ignorar por completo la presencia de los cachorros.
Ella sonríe de forma sutil, pero su expresión rápidamente se vuelve seria cuando se da cuenta de que, a pesar de su apetito momentáneo, Naraku sigue en un estado vulnerable y enfermizo. No es como si su sangre hubiera sido una cura mágica para todos sus males. El niño se ha acercado ahora, observándolo con curiosidad mientras él agarra otra manzana. Sin embargo, no se atreve a tocarlo, pero mira fascinado cómo muerde y, a su vez, Kagura los ve a ambos. Es un extraño juego de miradas, una danza silenciosa de preguntas y respuestas.
Ella también se percata de otra cosa. La herida en el brazo de Naraku parece haber sanado en gran medida. Ya no hay rastros de infección, pero aún continúa tierna y cruda.
¿Fue mi sangre la que realmente lo ayudó a sanar?, se pregunta. La idea le resulta bastante lógica, pero al mismo tiempo la invade un miedo repentino, la sensación de que ha cometido un error fatal.
Antes de que pueda profundizar más en esos pensamientos, la niña de ojos rojos ha cogido otra ciruela de la canasta (le gustan mucho las ciruelas, por lo visto). Kagura se siente en conflicto.
Los niños son criaturas inocentes, atrapadas en la telaraña de intriga y oscuridad tejida por Naraku. A pesar de todo lo que él ha hecho, ella no puede evitar sentir cierta compasión por ellos. Son sus creaciones, seres nacidos de la manipulación y la ambición de su amo. Y aunque Kagura no se considera una persona compasiva, tampoco es capaz de ser completamente despiadada con aquellos que están atrapados en la misma red que ella.
El silencio se prolonga, y Naraku continúa consumiendo la manzana, su mirada ahora menos enfocada en sus pensamientos y más centrada en la fruta en su mano.
Es extraño, piensa Kagura, verlo de esta manera. Como alguien vulnerable y necesitado, en lugar del manipulador astuto y despiadado que siempre ha sido. No sé qué me sorprende más, si el hecho de que le haya dado mi sangre o el hecho de que la haya aceptado. O que esté aquí, con él.
En el fondo, sabe que su acto de ofrecerle su sangre fue una mezcla de motivaciones. Una parte de ella lo hizo por pura malicia, disfrutando de verlo en un estado de debilidad por una vez. La otra es más... complicada. Aunque odie admitirlo, quizás, sólo quizás, también hubo una pizca de deseo de ser vista y reconocida por él, de romper un poco esa coraza de indiferencia y dureza que siempre lo rodea.
Es una locura, se dice a sí misma. Debería haberlo dejado morir. Debería matarlo ahora mismo. No debería importarme lo que le suceda.
Pero la verdad es que sí le importa, al menos en cierta medida, y no precisamente de manera sana. No puede negar el hecho de que han compartido... muchas cosas juntos. Cosas malas. Muy malas.
Y si bien lo odia y lo desprecia por el calvario que la hizo pasar, también hay algo que la atrae hacia él, algo que la mantiene aquí a pesar de las cientos de razones para alejarse.
Algo dañino y venenoso.
Kagura se obliga a alejar esos pensamientos de su mente. No necesita complicarse la vida con dilemas emocionales y ambigüedades. Lo que sea que sienta por Naraku, no cambiará quién es él ni lo que ha hecho. Sigue siendo un hombre malvado, y ella debe mantenerse alerta y en guardia ante cualquier intento de manipulación o traición.
—Así que, ¿vas a explicar lo que está pasando, o necesitas que te bese mejor también? —pregunta Kagura, burlona, arqueando una ceja con ironía.
Naraku no puede evitar esbozar una sonrisa maliciosa.
—Kagura, si te atreves a besarme, ten por seguro que te morderé la lengua.
Kagura frunce el ceño.
—Ah, Naraku, no te hagas ilusiones —replica con acidez—. No me interesa experimentar tus hábitos alimenticios poco convencionales. Estoy aquí en busca de respuestas, no para ser tu cena. Aunque debo admitir que ya te veo más animado, rayo de sol que eres.
Pero la verdad es que eso dista mucho de ser cierto. A pesar de que su lengua afilada ha vuelto, el medio demonio sigue emanando una pátina de enfermedad que no pasa desapercibida. Y para empeorar las cosas, su apariencia dista de ser saludable; su cabello está sucio y enmarañado, como si no hubiera visto un cepillo en siglos.
Naraku levanta una mano, con la intención de deshacerse de algunos mechones que caen sobre su rostro, pero su movimiento es lento y titubeante. Kagura observa el gesto con cierta condescendencia. A pesar de su evidente debilidad, no puede evitar sentirse un poco contrariada ante la situación. Su orgullo no le permitirá admitirlo abiertamente, pero en el fondo, siente una pequeña punzada de incertidumbre por el estado en que se encuentra el hombre que alguna vez fue su amo. Aunque ha sido su enemigo durante tanto tiempo, también fue la figura que gobernó su vida y sus acciones desde su primer aliento. Verlo tan débil y enfermo es ciertamente extraño y perturbador.
—Por cierto, ¿qué edad tienen?
—¿Son sólo tres o cuatro... ? —Naraku arruga la nariz y escudriña a su alrededor, como buscando un calendario o un reloj—. Cuatro semanas.
—¿Cuatro semanas? —repite Kagura, pensativa.
Se pregunta cómo es posible que haya sido capaz de crear vida sin la perla de Shikon. Es algo que no tiene sentido para ella y parece desafiar las leyes naturales de este mundo. Aunque ha sido testigo de muchas habilidades sobrenaturales de Naraku, esto es algo completamente diferente y desconcertante. Y lo peor de todo es que estos niños actúan como... niños, en cierto sentido.
Al menos, todavía no les ha detectado su gusto natural por la guerra, ni la tranquilidad insondable de Kanna, ni la astucia fría y calculadora de Akago y Hakudoshi, ni la diversión frívola de Byakuya, ni el hambre de Goshinki, Juromaru y Kageromaru. Kagura no sabe si sentirse aliviada o profundamente aterrorizada.
O tal vez aún no les ha visto su lado oscuro.
Juguetea con el abanico entre sus dedos, tragando saliva.
—Oh, por supuesto, me pregunto qué genio estratégico estaba detrás de la brillante idea de crear criaturas tan insignificantes y completamente inútiles, que se comportan como... oh, sí, niños.
Naraku no contesta. Por alguna razón, siempre es reacio a hacerlo cuando se trata de sus nuevas extensiones.
—¿Sabes? No me sorprende que tengan la suficiente coordinación como para atacarme, pero ¿no te resulta curioso que sean medio idiotas? Es un poco desconcertante, ¿no crees? ¿Parece que estabas un poco falto de inspiración, Naraku, cuando tus diminutos engendros salieron con defectos?
Naraku le lanza una mirada poco agradable.
—Si vamos por esa lógica, supongo que estaba en uno de mis días menos inspirados cuando te traje a este mundo, ¿no es así, Kagura? —dice con voz seca.
—Oh, no puedo evitar sentirme halagada al escuchar que me consideras un resultado de uno de tus días menos inspirados. Es un honor saber que mi mera existencia te causa ese nivel de insatisfacción creativa —responde Kagura—. Sólo alguien de tu calibre sería capaz de crear criaturas que desafían las leyes de la lógica y la coherencia. Estos pequeños prodigios de la ineptitud son una verdadera obra maestra en tu galería de fracasos. Cada vez que los observo, no puedo evitar maravillarme de cómo lograste reunir tantos defectos en un solo lugar. Sin duda, tu mente brillante estaba en su máximo esplendor cuando concibiste estas pobres almas desamparadas. Admiro tu capacidad para encontrar belleza en la imperfección absoluta.
Naraku arquea las cejas..
—Kagura, tus palabras son como un bálsamo para mi ego herido. ¿Quién necesita criaturas perfectas cuando se pueden tener seres tan encantadoramente patéticos como tú? Son como una sinfonía de errores vivientes, una oda a la incompetencia. Realmente has captado la esencia de mi visión artística. Aprecio tu habilidad para contemplar el lado oscuro de la creación. Estoy seguro de que algún día estos "diminutos engendros" seguirán tus pasos y se convertirán en leyendas... de mediocridad, por supuesto.
Kagura exhala con desdén y se dirige hacia los dos niños (obviamente escucharon la conversación, a juzgar por sus expresiones). Es preferible centrarse en ellos en vez de tener que soportar la presencia del idiota de su creador. A simple vista, sin lugar a dudas, se asemejan a cachorros demoníacos de dos o tres años de edad. Sin embargo, a medida que los observa más detenidamente, percibe algo extraño, inestable, en sus auras. La magia se enrosca en su interior, oscura y profunda, al igual que la de Naraku y la suya propia, pero existen notables diferencias. La magia de la niña posee un filo salvaje y ardiente que va y viene, mientras que la del niño es más firme y punzante, con un escalofrío en sus bordes que inquieta a Kagura ligeramente.
Pero, más allá de todo eso, lo que destaca es la sensación de juventud. Se percibe como inexperta, en crecimiento y fluctuante.
Son demasiado jóvenes y descontrolados, pero también sorprendentemente poderosos.
(De acuerdo. Quizás no son creaciones tan inútiles como pensaba).
—Huh —murmura, chasqueando la lengua, sintiéndose un tanto perpleja. Regresa su atención a Naraku y se da cuenta de cómo su youki se retuerce y disminuye hacia su interior en lugar de extenderse hacia afuera. Las corrientes de energía se entrelazan y se superponen, crudas y desnudas, cubriendo los lugares donde la magia parece extrañamente ausente, las partes donde la inquietante sensación de enfermedad surge de manera más abrumadora.
Naraku levanta las cejas, como preguntando qué está haciendo, mientras Kagura lo contempla con ojos penetrantes, sin emitir ni una sola palabra.
¡Es completamente absurdo! ¿Por qué diablos Naraku se molestaría en crear demonios, poniendo en peligro su propia integridad, más aún sin la perla de Shikon? Es una idea que va en contra de todo lo que sabe que es él. Naraku es la personificación de la crueldad desmedida, el egoísmo despiadado, la maldad pura y la insensibilidad extrema. Es simplemente inconcebible.
Entonces, ¿por qué?
—Naraku, ¿estos niños siempre han sido... así? Quiero decir, ¿surgieron con esa apariencia y edad, verdad?
Naraku se queda en silencio por un momento.
—En realidad, no —dice, espinoso, como si estuviera revelando un secreto desagradable—. Después de apenas una semana, dejaron de depender de la leche y ya eran capaces de caminar. Simplemente... continuaron desarrollándose.
Eso captura la atención de Kagura.
—¿Estás insinuando que... eran literalmente bebés?.
Kagura no puede evitar sentirse desconcertada. No es el simple hecho de que sean bebés lo que la sorprende (después de todo, Akago también había sido un bebé). Lo que realmente la intriga es ver a Naraku, el ser temido y poderoso, encargándose de ellos, haciendo de niñera como si no tuviera otra opción. ¿Qué misterio ocultan estos pequeños para que el temible Tejedor de Sombras se involucrara personalmente en su cuidado?
Y también, su sorprendente velocidad de crecimiento. Normalmente, ocurre todo lo contrario: los niños demonios pueden permanecer en la etapa de infancia durante siglos. Aunque Hakudoshi había crecido con rapidez. Claramente, no siempre es la regla, especialmente cuando se trata de las extensiones de Naraku.
—Así que los creaste recién nacidos —dice ella—. ¿Para qué exactamente? ¿En qué estabas pensando? Porque está claro que las cosas no salieron como esperabas. Ellos actúan como niños. Niños, Naraku. No máquinas de guerra como nosotros.
La mirada de Naraku se clava en Kagura, y su rostro se tensa notablemente. Hay algo en sus ojos, algo extraño y perturbador. Intenta mantener el velo de dominio sobre sus emociones, pero es evidente que está fallando. Sin embargo, en esos destellos fugaces, en la profundidad de sus iris apagadas, se vislumbran fragmentos de inseguridad y fragilidad, como delicadas mariposas batallando por liberarse de su jaula.
¿Qué cosa podría inquietarlo tanto?
—Ya te he dicho que no los he creado, Kagura. No son míos. Y de todos modos, no es asunto tuyo —responde Naraku, pero en su mirada se percibe una leve sombra de incomodidad, como si el tema despertara recuerdos o emociones que preferiría mantener ocultos. Kagura nota esa sutileza y sólo aviva su curiosidad, sobre todo cuando su antiguo amo está afirmando una cosa pero sus acciones dicen otra.
—¡No me vengas con esa actitud evasiva! Estos niños son una parte de ti, de alguna forma u otra. Estoy segura de que los trajiste aquí con un propósito. ¿Acaso estás tan enfermo que ya no puedes recordar lo que has hecho?
Naraku aprieta los puños y su rostro se tensa aún más, pero las grietas se deslizan inevitablemente por su máscara, revelando la vulnerabilidad que intenta mantener en las sombras.
—¡No lo sé, maldita sea! —se quiebra finalmente—. No tengo la menor idea de cómo es posible. No deberían existir. Fueron un accidente, un error inesperado que no pude deshacer a pesar de que lo intenté una y otra vez —refunfuña.
Kagura resopla. Sí, sí, se lo había confesado antes. Le había dicho que "no deberían" existir, pero igual no puede evitar quedarse perpleja ante sus palabras. Un torrente de preguntas se agolpa en su mente. ¿Qué accidente pudo haber dado origen a estos seres? ¿Qué intentó hacer Naraku para deshacerlo? ¿Fue un experimento que salió mal? Parece ser lo más viable.
—¿Un accidente? —pregunta, escéptica—. Sabes lo que haces, Naraku, siempre has sido meticuloso en tus planes. No puedes esperar que crea que esto simplemente sucedió por casualidad.
—¡Ya te lo dije, Kagura! ¿Tienes algún problema para comprenderlo? Fue un accidente, una maldita falla que no pude preveer. ¿Qué, piensas que me gusta cómo acabaron las cosas? ¡No! ¡Es un desastre!
¿Naraku admitiendo abiertamente que es un desastre?
Kagura se cruza de brazos. El demonio frente a ella está claramente irritado, y aunque no quiera admitirlo, le resulta intrigante. Muy pocas mujeres han tenido el privilegio de sacarlo de sus casillas. Pero al mismo tiempo, no puede ignorar el hecho de que Naraku es un estafador, el mentiroso más grande que haya existido. ¿Cómo puede estar segura de que está diciendo la verdad ahora? Ha aprendido a no dar nada por sentado cuando se trata de él. Su enigma se complica aún más ahora que ha mostrado una faceta que pocos conocen.
—No puedo evitar preguntarme qué es lo que realmente sucedió —murmura, sin bajar la guardia—. Después de todo, tú no eres alguien en quien se pueda confiar, Naraku.
Naraku levanta las cejas.
—¿Qué necesidad tendría de mentirte sobre esto? —responde, tratando de mantener la calma—. Sí, soy un manipulador y un estratega, pero también sé reconocer mis propias limitaciones. Y lo que sea que haya sucedido, no estaba dentro de mis planes. ¿Crees que no lo intenté? ¿Crees que quería tener que lidiar con esto?
—Oh, Naraku, por supuesto que sí —dice con un tono sarcástico—. No me cabe la menor duda de que tú, el Gran y Poderoso Naraku, jamás cometerías un error tan "inesperado". ¿Es que acaso los dioses se volvieron locos y decidieron jugarte una mala pasada?
¡Su expresión no tiene precio! ¡Debe admitir que le está resultando tremendamente catártico ponerlo en aprietos! Por un momento, considera seriamente en traer a Byakuya. ¡Tiene que ver esto con sus propios ojos!
La tenue luz de la habitación acentúa la curva burlona en sus labios, contrastando con la aguda incomodidad reflejada en el rostro del híbrido.
—Mis errores son tan reales como mis éxitos —responde Naraku, secamente—. No tengo tiempo para perder discutiendo contigo sobre esto.
Kagura lo mira fijamente.
—Vamos, ¿acaso no disfrutas de nuestros debates? Es tan refrescante ver cómo te tambaleas y tratas de ocultarme cosas.
—Ah, sí, Kagura, tienes razón. Nada me divierte más que ponerme en tus manos para ser escrutado minuciosamente —dice con ironía—. Supongo que debería pedirte disculpas por no haber planeado meticulosamente la existencia de estos pequeños demonios antes de que irrumpieran. ¿Acaso piensas que tengo instrucciones específicas sobre cómo lidiar con demonios inesperados? Porque si las tienes, no me interesan en lo más mínimo.
Kagura levanta las cejas, sin inmutarse por sus palabras.
—No necesito instrucciones para saber que eres el culpable de todo esto. Esos niños huelen como tú, huelen como yo. Tu marca está impregnada en ellos, no puedo ser engañada.. Y a menos que hayas sido víctima de un extraño caso de clonación demoníaca, no hay forma de negar lo obvio.
El rostro de Naraku se contorsiona en una mueca de desdén, y luego estalla en una risa amarga que resuena en el aire como un eco sombrío. Cada trémula nota de su risa lleva consigo un sabor de veneno y malicia, como si el sonido mismo estuviera cubierto de la magia enfermiza que lo rodea.
—Clonación demoníaca, ¿en serio? ¿Crees que me dejé secuestrar por algún incompetente? Lo siento, Kagura, pero la realidad es mucho menos emocionante. No tengo idea de cómo sucedió. No tengo idea de por qué estos niños siquiera existen. No debería ser posible.
Kagura entrelaza sus brazos sobre su pecho, su mirada clavada en Naraku con evidente desagrado. Sus ojos, agudos como dagas, exploran cada rasgo de su rostro en busca de cualquier indicio de engaño o falsedad.
—Así que simplemente te aparecieron dos mini versiones tuyas sin previo aviso. Interesante. ¿Has considerado la posibilidad de que tal vez hayas perdido algunos recuerdos en el camino? Porque, sinceramente, no puedo pensar en otra explicación lógica para esto.
Naraku frunce el ceño, su semblante contrayéndose en una expresión de irritación ante la persistencia de Kagura. Los músculos de su mandíbula se tensan, revelando su frustración mientras lucha por mantener la compostura frente a su incansable interrogadora.
—No necesito tus teorías absurdas. Si quieres respuestas, ve y búscalas tú misma. No esperes que te las entregue en bandeja de plata.
Kagura arquea las cejas con una aparente sorpresa, aunque sus ojos brillan con una chispa de burla. Detrás de esa fachada de asombro, es evidente que está jugando con Naraku, saboreando cada instante de su incomodidad.
—¿Sabes qué, Naraku? Yo creo que sabes exactamente lo que ocurrió. Pero no te preocupes, estoy más que dispuesta a quedarme aquí, a tu lado, y seguir presionándote hasta que cedas. Tal vez sea hora de que pierdas el control. Tal vez sea hora de que la mente maestra detrás de todo esto revele sus secretos.
Naraku aprieta los puños.
—Cállate, Kagura. No tienes ni idea de lo que estás diciendo —interrumpe bruscamente, su voz cargada de desprecio. Hace una breve pausa, luego parpadea y emite un «humph»—. No inserté partes de mi propio cuerpo en una vasija para dar origen a estas criaturas, si eso es lo que estás pensando. No fue así como...
Naraku se queda en silencio, sus palabras suspendidas en el aire como un eco vacilante. Una mezcla de frustración y perplejidad se refleja en su rostro mientras intenta dar sentido a sus propias contradicciones. En ese instante, Kagura se acerca peligrosamente, su sonrisa irónica un destello de cuchillo.
—¿Qué pasa, Naraku? ¿Te falta tu habitual confianza y elocuencia? Parece que estos niños te han dejado sin palabras. ¿Quizás estás empezando a comprender cómo se siente estar perdido?
La mirada de Naraku se oscurece.
—Oh, no me digas que el Gran y Poderoso Naraku está perplejo. Parece que estos pequeños seres han sacudido los cimientos de tu dominio sobre las emociones. ¿Te das cuenta de lo irónico que es? El manipulador supremo, incapaz de comprender sus propias creaciones.
Naraku siente cómo la rabia se agita dentro de él, su rostro reflejando un torbellino de emociones encontradas. La mirada de Kagura, llena de una maliciosa satisfacción, lo incita aún más. Ella sabe exactamente cómo jugar con sus nervios, cómo exponer sus debilidades y sacudir sus cimientos. Es tan frustrante ser consciente de cómo sus papeles se han invertido.
—¡Basta, Kagura! Que me encuentre así no significa que no pueda matarte. No subestimes mi capacidad para hacerlo.
Kagura se inclina más cerca de Naraku, su tono de voz volviéndose gélido.
—No subestimo tu capacidad, Naraku. Pero en este momento, te encuentras frente a una verdad que no puedes controlar. Estás perdido en un mar de incertidumbre, y eso te aterra.
—No estoy aterrado... —sisea, mientras sus dedos ansiosos se elevan para frotar con brusquedad su rostro, que ahora exhibe una mueca de dolor y molestia—. Todo fue tan confuso que ni siquiera pude procesarlo en su momento...
Kagura parpadea.
—¿Procesarlo en su momento? ¿Qué quieres decir?
—Creí que estaría bien después de que esos gusanos pusieran una recompensa por mi cabeza, pero nooo. ¡Tenía que ponerme enfermo, o lo que sea esto! —Naraku se señala a sí mismo, y se ve tan inusualmente agitado que Kagura se queda de una pieza—. Quiero decir, de la noche a la mañana me sentí terrible, pero pensé que... que era algo pasajero. Pero lo peor fue cuando intenté volver a mi forma original y me quedé... atrapado en ese... ese odioso cuerpo.
Sus palabras son un siseo venenoso, como si el mero recuerdo lo disgustara. Naraku se tensa, y en sus ojos se refleja la repulsión que siente hacia aquellos eventos del pasado que permanecen en las sombras para Kagura. Es como si su sola mención lo atormentara profundamente, insertando gusanos en la herida, pellizcando la carne y avivando la infección. Ella observa con sorpresa y cierta incomodidad cómo Naraku, por un instante, se muestra tan... desorientado y vulnerable, como si las capas de su astucia y arrogancia se hubieran desvanecido, dejando al descubierto una faceta desconocida de su ser.
Nunca dejará de sorprenderla, el bastardo. Y lo que le responde sólo trae más preguntas a su cabeza.
Notas: Bueno, bueno, espero que te haya entretenido lo suficiente, que te haya despejado un poco la cabeza. ¿Te gustaron las conversaciones? A mí me hicieron reír varias mientras las escribía. Igual, si te parece fuera de personaje o algo así, me avisas. ¿Quizás falta más toxicidad o... ?
En el próximo capítulo te quedarás WTF con lo que le sucedió a Naraku (vale, es divertido meterlo en situaciones inesperadamente vulnerables). Prometo que también aparecerán Kanna y Byakuya y daré más contexto sobre cómo... se cambiaron sus destinos, y el de Naraku.
