—¿Me vas a explicar a qué viene tanto secretismo? —dijo Lysander, uniéndose a mi junto a la puerta del Sótano Infernal— He tenido que decirle a Rose que me estaba dando el mareo otra vez, me ha mirado con cara de-

—Necesito tu ayuda —interrumpí.

—¿Con qué?

—Verás... He decidido dejar de comportarme como un capullo.

—Ajá.

—Voy a meterme en el Sótano Infernal a buscar provisiones. Es la única zona en la que nadie ha mirado. Quizás encontremos vendas, o incluso comida. Si seguimos así, pronto estaremos muertos por falta de vitaminas.

—¿Y yo qué pinto en todo esto?

—Vas a entrar conmigo. Ir solo me da mucho cague.

A mi los sótanos me dan más pánico que al niño de Solo en Casa (una película muggle), y aquella era una típica, típica puerta de sótano: más vieja y oxidada que las demás, con agujeritos por los que podías mirar hacia la oscuridad más profunda, y con los sonidos de las cañerías que te ponían los pelos de punta.

¡Lumos! —dijo Lysander una vez dentro, y descendimos los escalones. Yo también dije "Lumos", pero mi "Lumos" se desvaneció al cabo de quince segundos, así que solo tuvimos la luz de la varita de mi amigo para alumbrarnos.

Avanzamos por un verdadero laberinto de estanterías repletas de frascos y cajas vacías, piezas de metal, instrumentos antiguos y oxidados, y polvo. Mucho polvo. No parábamos de oír el krek-krek-krek que venía de las cañerías del sub-sótano o yo que sé. No hablamos durante todo el camino, y a medidad que la oscuridad se hacía más densa, pese a nuestra luz, casi nos olvidamos el uno del otro.

Al fin encontramos lo que buscábamos. Brillaron en la oscuridad por la inscripción dorada que había en la cubierta de madera: Dos grandes cajas de provisiones básicas, para abrir solo en caso de emergencia. Nos miramos con emoción un momento, y acto seguido ya las estábamos wingardium leviosando como si nos fuera la vida en ello.

¡JA! Pero entonces (porque siempre hay un entonces), oímos voces que venían del piso de arriba, y decidimos quedarnos un rato ahí de pie a ver qué se cocía.

—¡¿He oído bien?! —dijo casi gritando la voz del profesor Longbottom— ¿Estamos pensando en enviar niños a tierra firme porque aquí no podemos mantenerlos? ¿Ese es el plan?

—Siempre el último en enterarse... —dijo una voz fría, y yo juraría que fue la voz de la profesora Adler.

—No, Neville —dijo la profesora McGonagall no lo has entendido bien.

—Minerva —protestó la señora Bones— Si esa fuera la única manera, yo misma me ofrecería voluntaria para bajarme del carro.

—Pues me alegra que te ofrezcas voluntaria, Susan, querida —dijo la profesora Adler— porque de hecho...

—Creo que deberíamos discutir esto con más calma —interrumpió Hagrid— Hemos perdido mucho y estamos nerviosos. ¡Diantres! Si es que de doce profesores que éramos, solo quedamos seis, sin contar a la señorita Bones, que no es profesora. Aún tenemos unos días antes de que lleguemos a tierra y...

—¡Au contraire! —dijo Madame Tussauds— Este submarino avanza a velocidades supersónicas. Calculo que estaremos en Italia al amanecer.

—Pues hay que decidirlo ya —dijo la profesora Brönn— Yo ya sabéis lo que pienso de todo esto.

—¿Votos a favor? —dijo la directora

¡BARK!

Por un momento, yo pensé que el "Bark" venía de arriba, que tenían un perro por ahí o algo, pero qué va. Lo teníamos justo delante, era el perro dálmata de Calvin Harris, un Ravenclaw de segundo.

—¿Qué le pasa? —preguntó Lysander al ver que el perro se encogía y gemía, enrollándose entre nuestras piernas.

—Algún imbécil lo ha metido aquí y ha cerrado la puerta —dije furioso.

—No, hay algo más —dijo Lysander— escucha...

Nos quedamos en silencio y escuchamos, pero lo único que se escuchaba era el eco de las voces de los profesores y el krek-krek-krek de las cañerías.

El krek-krek de las cañerías que cada vez se oía más cerca.

—Corre...

La palabra me salió de los labios un segundo antes de que el suelo retumbara. dos pinzas gigantes abrieron un agujero, y de debajo del sótano empezaron a salir patas de metal

No sé cuánto corrimos. A mí me pareció mucho. Recuerdo que dimos vueltas y vueltas entre los pasillos de estanterías, con el krek-krek de las patas de metal sobre el suelo de metal pisándonos los talones humanos. Y recuerdo que en algún momento las noté tan cerca que me subí a lo alto de una estantería.

—¡LYS, CORRE! ¡NO TE DETENGAS!

Pero Lys no corrió. Lys decidió subirse a una estantería también. Tropezó al primer intentó y cayó. Tropezó al segundo intento y volvió a caer. Para cuando lo intentó por tercera vez, ya tenía una araña a medio metro de él. El bichejo de metal se detuvo un segundo, y después disparó algo con un estruendo terrible. Lysander Scamander se llevó la mano al cuello ensangrentado, y corrió.

La araña volvió a disparar, y le acertó en la espalda a mi amigo. Yo saqué mi varita, y Lysander cayó de rodillas.

—A-Albus... —dijo mientras se retorcía en el suelo, temblando. Yo no moví ni un músculo.

"Piensa, piensa, piensa piensa..." pensaba yo.

—...Albus...

"No sé ni hacer un lumos"

—¡Albus, ayúdame...!

La araña volvió a disparar.

¡INCARCEROUS! —rugí.

Unas cuerdas un poco penosas bailaron alrededor de la araña como si aquello fuera un espectáculo de feria. Casi pareció como si las cuerdas se hubieran materializado para burlarse de mi. Cuando terminaron de bailar, cayeron al suelo con suavidad.

Ahora la araña de metal miraba hacia mí, lista para disparar.

Sin pensarlo dos veces, me dejé caer de aquella estantería hacia el otro lado, y aterricé en un pasillo oscuro. Sentí un dolor agudo en la cadera, y supe que me había fracturado algo. Me puse en pie a duras penas, y avancé con dificultad para alejarme de allí lo más posible. Aún podía oír los gritos y las súplicas de Lysander.

Y ahí fue que me detuve en seco, con un grito de terror ahogado en la garganta. Ocho ojos rojos brillaron en la oscuridad. Avanzaban hacia mi a velocidad de vértigo.

Retrocedí, tan rápido como me permitió el cuerpo. A punto de gritar, a punto de implorar, a punto de llorar.

¡Depulso! —ordenó con calma una voz que yo conocía, y un rayo de luz roja iluminó el pasillo.

Vi a la araña de metal caer de lado, pero volvió a levantarse casi de inmediato. Unos brazos fuertes me sostuvieron, alejándome de allí lo más posible.

—Al, tienes que salir de aquí.

—No, Scor... Lysander está herido al otro lado de esa esantería, tenemos que...

—Ahora no podemos hacer nada por él. ¡Depulso! ¡Depulso! ¡Corre, Albus!


—Malfoy... —dije con ojos enrrojecidos— ¿Crees que el sombrero se equivocó al mandarme a Gryffindor?

Él soltó una risa irónica.

—¿Más que conmigo, quieres decir? No me hagas reír, Potter.


—Potter, despierta... Te vas a Italia

Hay exactamente ciento veinticuatro maneras de despertar a un alumno adolescente en medio de un apocalipsis para decirle que tiene que abandonar el submarino que ha pasado a reemplazar su hogar durante los últimos cinco días para enfrentarse a una misión suicida de la que probablemente no vuelva con vida. La profesora Adler eligió la manera más directa y dolorosa, y aún así, mi reacción fue:

—Vaya, no sé por qué no me extraña.

Y no es que no me importara abandonar el submarino que había reemplazado mi hogar, o tener que separarme de Rose y de Scorpius aunque fuera por unos días. Al contrario, se me revolvían todas las entrañas solo de imaginarlo. Pero mi pasotismo es mi coraza. Es lo que me mantiene con vida.


Las seis de la madrugada, aunque en el fondo del mar podrían ser las cinco o las cuatro.

Nos habíamos esparcido todos a lo largo y ancho de la Sala 1, que a pesar de sus nueve integrantes, parecía tan vacía como antes de que entráramos. Yo me había sentado con la espalda pegada al Gran Ventanal, como si el Gran Ventanal fuera lo único que me quedara en el mundo.

Me llevé los dedos al pecho, y jugué distraídamente con el reloj que llevo siempre bajo la túnica. Es el reloj muggle que me regaló mi abuelo antes de morir. Marca siempre la hora de casa.

Resonó en mi cabeza la voz de mi padre, que apenas me acuerdo ya cómo sonaba:

"Albus... Tu madre y yo tenemos tenemos que marcharnos. Va a ser un viaje muy largo y no sé cuándo podremos volver".


Albus está un poco víctima, ya lo sé; y más de lo normal, pero no va a ser siempre así. Sería muy aburrido si se pasara toda la historia sollozando y recordando sus lloros pasados. No, en algún momento tendrá que madurar un poquito. Si aprenderá a conjurar un lumos o no, eso no puedo asegurarlo, pero espero de veras que lo consiga, porque las cosas se están poniendo muy chungas para él.