—¡Profesora McGonagall! ¡No pueden hacer esto! ¡No pueden obligarlo a ir!

Había llegado la hora de las visitas.

—¡Déjenme ir a mi en su lugar! —insistió Rose.

—Weasley, Malfoy... Ya lo hemos hablado. No ha sido una decisión fácil para nadie.

Yo seguía con la espalda contra el ventanal, como si la cosa no fuera conmigo. Mis amigos estaban tan exaltados que la directora tuvo que llevárselos a hablar en una sala contigua. Me di cuenta de que los tres blandían sus varitas en todo momento, como héroes de una novela de caballeros.

"Ellos no lo entienden. Es el karma lo que me ha llevado a Italia. Ahora mismo, Lysander Scamander se está muriendo poco a poco en la camilla de una enfermería escolar. Lo mínimo que puedo hacer es largarme de este submarino y dejar que me maten las arañas".

Las demás visitas se fueron marchando, y quedamos solo los que nos íbamos a Italia.

En el centro de la sala, Donno era el único que estaba de pie, muy Donno él. Se había dejado el pelo suelto para causar mejor impresión en el mundo exterior, y conversaba gravemente con la señora Bones como si fuera un adulto más.

A unos veinte metros de mi, contra la pared de enfrente, estaban sentados Chico Pálido de Quinto y Chica Alegre de Quinto, hablando bajito. Chica Alegre parecía bastante animada, como si la idea de subir a la superficie para ser brutalmente asesinada por una araña gigante le pareciera emocionante.

A cinco metros de los de quinto charlaban las dos de sexto: Saribaa y Chica de Diadema Roja. No sé si habían sido amigas antes, pero se notaba que se conocían de clase y parecían tener mucho de qué hablar. Diadema Roja reía exageradamente. Saribaa reía nerviosamente. Se la notaba nerviosa.

"Tiene casi tanto miedo como yo, y eso me da más miedo aún"

En el rincón más alejado de la sala se había acomodado Chico de Gorro de Cuarto Año. Muy chico y muy de gorro. Los ojos negros le asomaban entre los pelos del flequillo como si te fuera a lanzar una maldición, o a sacarte la navaja. Más tarde me enteré de que el imbécil que dejó encerrado al perro dálmata en el sótano había sido él.

—¡BARK!

Y hablando de perros, ahí estaba el perro estúpido ese. Yo le tenía manía desde que nos dejó solos en el sótano con la araña y salió corriendo, en lugar de ser un perro guardián y defendernos. El pequeño Calvin Harris se había negado a separarse de él, y por eso venía con nosotros. Ahora bien: por qué los profesores habían decidido que era una buena idea traer un niño de doce años en esta misión, es algo que jamás entenderé.

Yo tuve un gato una vez. Un kenzel, más bien. Enorme. Naranja. Precioso. Se llamaba Flamesnitch. Fue la idiota de Lily quien le puso ese nombre ridículo. Pero era MI Flamesnitch. Juntos recorrimos cada rincón del Bosque Prohibido. Allí me sentía libre, y allí mis compañeros no podían hacerme daño ni obligarme a jugar al quidditch. Claro que había otros peligros, pero yo nunca fui consciente de ellos.

A Flamesnitch lo tuvimos que enterrar Lily y yo solos en el Bosque Prohibido, y ¡Ay, Lily! Yo casi me había olvidado de mi propia hermana. Ella y mi primo Louis estaban vivos en Beauxbatons, y yo deseé con todas mis fuerzas que las arañas no invadieran Francia.

—¡Chicos! ¡Preparaos! —dijo la señora Bones—En nada atravesaréis las puertas principales y subiréis a la superficie.

—Ay, yo no quiero irme, señora Bones...—dijo Chica Alegre alargándole una mano.

—Vamos, Frida—dijo la enfermera ayudándola a levantarse con una sonrisa—todo saldrá bien.

—¿Es usted nuestra profesora acompañante, Señora Bones?—preguntó Saribaa esperanzada. No había un alma en todo Hogwarts que no amara a aquella enfermera.

—Me temo que no. ¡Ojalá pudiera estar con vosotros!—dijo—pero tengo más de treinta heridos graves de los que ocuparme...

—Entonces, ¿Quién...?—empecé a decir, pero enseguida vi quién.

—Mais qu'est-ce que vous faîtes ici, encore?! Alles-y!

Ah no. Tussauds no. Aquello era el colmo. Me apartan de la poca familia que me queda, me obligan a ir a la superficie a enfrentarme a las arañas y encima el único adulto que nos acompaña es la profesora loca esa. Aquello era una verdadera pesadilla.

Éramos nueve los que marchábamos. La peor escoria de Hogwarts. Los cobardes, los ineptos, los parásitos... los peones desechables. Y lo malo de ser un peon desechable es que basta con que te toquen una vez las arañas y ya estás hundido.

Nuestra misión era echarle un vistazo a Italia durante unos días, a ver si era potable, y reunir provisiones suficientes para vivir en el submarino a tiempo completo hasta que descubramos cómo vencer a las arañas gigantes.

Pan comido.


—Adiós Al—dijo Scor—estarás de vuelta en nada. Y cuando vuelvas ya estaremos matando arañas día sí y día también.

—¿De qué estás hablando?

—Adler y MacGonagall están haciendo pruebas con el cadáver de araña del sótano—explicó Rose—creen que pueden encontrar su punto débil y entonces...

—Papilla de araña—explicó Scorpius.

—Ojalá—dijo Rose con la mirada perdida.

Después me miró, llena de preocupación, y me abrazó muy fuerte.

—Ten mucho cuidado.

—Siempre lo tengo. Ese es el problema.

—Me da igual. Sigue teniéndolo. Eres la única familia que me queda. Tú al menos sabes que tus padres están en alguna parte echándote de menos. Mi padre lleva años perdido vete a saber dónde, y mi madre prefiere la política que a mí.

Importante recalcar que tía Hermione, más conocida como la ministra de magia Hermione Granger, había sido asesinada cinco días atrás, pero nosotros en medio de la batalla y desde el fondo del mar no nos habíamos enterado de nada.

Pegados el uno al otro, Rose con los ojos enrrojecidos, me decían adiós con la mano mientras se me iba haciendo un nudo en el estómago cada vez más grande. Rose y Scorpius fueron lo último que vi antes de que se cerraran las puertas del submarino frente a mi. Siempre los recuerdo así. Incluso ahora.

Y allí frente a esas puertas cerradas, empecé a entender (aunque no a aceptarlo). Yo todo este tiempo había creído que los protagonistas de ésta historia éramos Albus, Rose y Scorpius. Pero lo cierto es que ellos dos no habían aparecido tanto hasta ahora. Hacía tiempo que ellos aparecían más en mis recuerdos que en la vida real. Hacía tiempo que el destino había separado nuestros caminos, y ahora mientras termina ésta etapa y comienza una nueva, te invito a armarte de coraje, como tuve que hacer yo, despedirte de mis dos mejores amigos, como hice yo, y atreverte a adentrarte en lo desconocido...

Como hicimos los nueve elegidos mientras caminábamos a oscuras por aquel túnel que parecía no tener fin, sin tener la más mínima idea de qué encontraríamos al otro lado.

—¡Tengo hambre...!—dijo alguien que no supe quién era por qué no conocía la voz de casi ninguno de mis compañeros.

Ni me interesaba conocerla.

—¡A droite!—dijo Madame Tussauds desde atrás cuando topamos con un cruce de caminos, y todos giramos a la derecha.

Justo detrás de mí venían Chico de Gorro y el niño con su dálmata.

—Tú vas a ser el primero en morir, Calvin —dijo Chico de Gorro— No vas a tener tiempo ni de ver la luz del sol. Las arañas te van a abrir de arriba abajo de un solo corte. Después se van a cargar a tu perro de mierda miembro a miembro.

—Hay cinco especies de acromántula, y tres de araña de metal—intervine yo, que llevaba Criaturas Mágicas al día—No hay una sola araña que ataque así.

Gorro me miró con asco.

—A ver si vas a ser tú el primero en morir—dije.

Estuvo callado el resto del camino.

—Creo que hemos llegado —dijo la voz de Donno en la oscuridad. Metros más allá, la luz de Madame Tussauds lideraba la marcha.

Efectivamente, al cabo de pocos segundos nos fuimos reuniendo al final del pasillo, donde una escalera oxidada parecía subir hasta el infinito.

—Alors —dijo Tussauds— este es el plan: No podemos salir ahí afuera y empezar a corretear por la ciudad de Pisa como si fuéramos La Casa de la Pradera. Llamaremos demasiado la atención. Alors ¡Tú, ven aquí! Los menores de dieciséis vais acompañados.

Oí a alguien preguntar "Qué cojones es 'La Casa de la Pradera'" mientras Tussauds nos dividía en grupos.

—Son tu responsabilidad, ¿eh, Donno? —dijo mientras Donno se perdía de vista escaleras arriba con el Chico Pálido y la Chica Alegre— Ya eres mayor de edad.

Yo también era mayor de edad, aunque dudaba que Tussauds se hubiera dado cuenta de eso.

Al cabo de cinco minutos, me tocó el turno a mi de subir.

—Vosotros tres, adelante. Recordad: Plaza Vohnan número 13. Nos encontramos ahí.

Seguí a Saribaa y a la Chica de Diadema Roja escaleras arriba. Tardamos casi cinco minutos en llegar a la cima, y ni siquiera allí arriba vimos luz. Nos vimos apretujados en una extraña estructura de plástico.

—Parece... —empezó Saribaa

—Un baño público —dijo su compañera de clase.

— Pero ¿Qué cojones? —dije yo.

Encontramos la puerta del "baño" y entonces sí, salimos al exterior.

La luz del sol fue cegadora. Tuvimos que cerrar los ojos un buen rato hasta que nos acostumbramos. Oí coches pasar a toda velocidad, y los pajaritos cantando, y supe que estábamos en medio del campo, junto a la autopista general.

—Vale, eso ha sido raro —dijo Saribaa.

—¿Con Tussauds? —dije yo— Eso es solo el principio.

—No creo que Tussauds haya puesto el baño ese ahí —comentó la Chica de Diadema.

—No, claro.

Y mientras comentábamos esto, un bus se detuvo delante de nosotros, y solo entonces nos dimos cuenta de que estábamos en una parada de bus.

—Creo... Imagino que Tussauds espera que cojamos ese bus —dije yo, viendo que Donno y los demás no andaban cerca— ¿Tenéis dinero muggle?

Diez minutos después, llegamos por carretera a la ciudad de Pisa, y aún montados en el bus recorrimos boquiabiertos su centro histórico hasta llegar a la plaza Vohnan. Sentado detrás de las chicas y ensimismado como estaba, casi no me enteré de que era hora de bajar. Casi me había olvidado de por qué estábamos allí.

Ellas, definitivamente, se habían olvidado de por qué estábamos allí. Con ellas dos al lado no fue difícil pasar despercibidos, porque parecían dos turistas normales y corrientes. Incluso Saribaa estaba más animada, y había perdido toda su timidez. Compraron ropa muggle y gafas de sol en los tenderetes (La Chica de Diadema se compró unas gafas de montura roja, a juego con su diadema).

Al cabo del rato estábamos tomando un helado junto al número trece de la plaza, viendo la gente pasar y los coches haciendo ruido, y esperando.

—Algo va mal —dije sin parar de mirar a todas partes— Donno y los demás tendrían que estar aquí.

—Relájate —dijo despreocupada Diadema Roja, sonriendo con sus labios pintados y su helado de fresa para la foto que se estaba sacando —Apuesto a que están al caer. Se habrán cansado de esperar y se fueron a hacer turismo.

"Me está poniendo de los nervios tanta estupidez" pensé yo. La miré reprobadoramente sin decir nada.

—Albus... —dijo entonces Saribaa. Con una mano me agarró el brazo para que mirara, con la otra señalaba al otro lado de la plaza, donde daba más el sol. Porque los rayos de sol se estaban convirtiendo en sombra.

Por una de aquellas calles, y escoltada por un montón de soldados muggles, aparecía ahora una araña marrón y peluda, del tamaño de un elefante. Diadema y yo estuvimos a punto de levantarnos para salir corriendo, pero Saribaa nos detuvo, señalando a la gente.

Porque la gente se había levantado, pero no para salir corriendo. La gente se estaba poniendo de rodillas.


Parece que el aracni-scismo ha llegado a Italia. Bueno. Tampoco desesperemos. Veremos qué se puede hacer. Albus sigue sin acordarse de los nombres de la gente, o no quiere tener que acordarse :').