IV - Manipulación

Era bueno, demasiado bueno.

Conan intentó por quinta vez quitarle el balón a su contrincante, pero Kurosawa le vencía en velocidad y agilidad sin ningún tipo de esfuerzo. Aquel niño de cabellos plateados no se cansaba, parecía como si estuviese entrenado para poder soportar un alto nivel de ejercicio en un largo periodo de tiempo.

Eso hacía sospechar más al joven detective que luchaba para poder meter aunque fuera un solo gol. Hacia pocas horas que se habían terminado las clases, permitiéndoles jugar aquel desastroso partido donde el equipo del nuevo ganaba sin problemas.

–¡Se supone que tienes que quitarle la pelota! –reprochaba Genta desde la portería de su equipo, nunca había visto jugar tan mal al chico de las gafas –. ¡Nos dejas en ridículo!

–¡Pues para tú los balones!

–¡Eso intento!

Pam. Gol.

Ayumi saltó de alegría, aplaudiendo y abrazando a Mitsuhiko que resoplaba de cansancio y, a su vez, de no poder hacer nada para ayudar a su débil equipo. Aceptó el abrazo, aunque ella estuviera en el bando ganador era su amiga.

Kurosawa no pudo evitar esbozar una sonrisa burlona al observar la cara de rabia de Conan, al parecer estaba hiriendo su masculinidad al vencerle en su propio campo y eso le divertía.

Para Gin lo mejor no era el ganar, si no el hacer perder a los demás.

–No te desanimes, Haibara estará orgullosa de ti igualmente.

El pequeño hombre de negro se giró automáticamente al escuchar el nombre de la persona que tanto necesitaba encontrar. Ayumi hablaba con Mitsuhiko, aprovechando el descanso para secarle las gotas de sudor que empapaban su frente con una toalla.

Mitsuhiko miró con cuidado a su alrededor, no quería que Conan le escuchase. Estaba cansado de escucharle decir que se olvidase de ella, que no estaba a su alcance, pero su hermana mayor si le animaba. El No ya lo tenía, ahora tocaba luchar para el Sí.

–Quería visitarla hoy con la excusa de haber ganado, pero…

–Tonto, sabes que ella no es competitiva –la dulce sonrisa de Ayumi podía ayudar a la persona más hundida, llenándola de valor –, tu sola visita ya le hará ilusión.

–Queda poco para San Valentín y…

A Gin se le escapó una cruel risilla, con los ojos cerrados, haciendo que la pareja se diera cuenta que estaban siendo escuchados por una tercera persona.

–¿Qué te hace gracia?

–Nada, solo me acorde de una cosa divertida.

–Ah.

Genta se acercó al tenso momento, junto con el pequeño detective a su lado, que, miraba la expresión de superioridad del hombre de negro. Gin le dedicó una fría sonrisa que no se correspondía con su angelical rostro.

Cada vez le daba peor espina y su loca idea de que podía ser uno de ellos ganaba terreno. Necesitaba más información de ese niño pero no podía pedir ayudar al FBI ni a la policía, nunca se podría saber cuántos hombres podría haber alrededor.

Gin chutó el balón con bastante fuerza para golpearlo contra la pared, haciendo que Conan volviera de su ensoñación.

–¿Seguimos?

–Claro, queda el segundo tiempo.

–Que perseverancia.

Conan sonrió cogiendo la pelota para chutarla hacia el campo, el descanso había terminado. Aunque era un disparate seguir con el partido (0-5) tenía que aprovechar esa ocasión…

¿O era él quién se aprovechaba?

La manipulación podía ser mutua.

¿O eso creía?

–¡Cuidado!

Todo ocurrió velozmente, junto con un sonido de sorpresa sintió como el balón rozaba su mejilla. Amenazante, para acabar hacia su objetivo que se hallaba detrás de él, un fuerte crujido silenció todo el parque.

Mitsuhiko se hallaba en el suelo, en posición fetal, sufriendo del horrible dolor que emitía su ensangrentado rostro. A pocos metros de él se encontraba el balón posado sobre el césped.

–¡¿Estás bien?! –Conan lo incorporó, asustado, por la velocidad de la pelota había sido chutada con bastante intensidad –, ¿¡Puedes hablar?!

–S-sí…

–Perdona chico… –se disculpó Gin, ayudándole a levantarse con la ayuda del joven detective –, se me fue el pie y chuté en mala dirección.

–No te preocupes –esbozó una sonrisa, pero la sangre que emanaba un pequeño corte de la frente no relajaba la situación –, estaba distraído.

–Te llevaré al hospital.

Conan fulminó a Jin con la mirada, su ofrecimiento no le transmitía confianza y con un leve movimiento apartó a su compañero de él. Mitsuhiko cada vez se ponía más pálido, era una mala señal al no saber si era por el golpe o al observar su propia sangre.

Sus miradas conectaron, como si uno de los dos esperase una rápida respuesta mientras los demás del grupo se acercaban para ver mejor la situación. Para mala suerte de ellos no había ningún adulto cerca de la zona.

–No te preocupes, lo llevaré yo –finalmente fue el joven detective quien dio el primer paso sin hacerle ningún tipo de gracia –, mañana terminaremos el partido, si no importa.

–Claro, lo primero es la salud.

¿Por qué le daba la sensación de que se estaba riendo de él?

Gin sonrió victorioso bajo su flequillo plateado al ver como el chico se marchaba de su lado con el herido a cuestas, con ayuda de otro niño más grandote, Genta.

El pequeño asesino se acercó a la niña más inocente del grupo, ahora separado.

–¿Quieres que te acompañe a casa?

–Claro.

El crepúsculo de la noche se acercaba, Haibara tosía bajo las sábanas de su cama sin importunar su sueño. Un piso más arriba se encontraba Agasa arreglando uno de los micrófonos espía que Shinichi rompió sin querer en uno de sus casos.

El teléfono sonaba, una y otra vez, pero la fuerte música clásica que ambientaba los pensamientos del inventor impedía que su senil sentido auditivo lo escuchara.

–¡Maldita sea, cógelo! –gritaba Conan para sí mismo, corriendo lo más rápido que podía en dirección a casa del profesor y la joven científica –, ¡Haibara!

En sus pensamientos se hallaba el recuerdo más cercano de ese mismo día, al ver una vez en el hospital que Ayumi no se encontraba con ellos. Sin darse cuenta la habían dejado atrás, ese chico lo tenía todo planeado.

No había sido un accidente, había creado la situación ideal para beneficio propio para poder estar con uno del grupo a solas, logrando la información que tanto deseaba… había sido un idiota al bajar la guardia al tratarse de solo un infante, le había engañado completamente.

La llamada a Ayumi tenía una parte buena y una mala, luz y oscuridad.

La buena era que ella estaba bien, la mala… ya sabía donde vivía Haibara.