V – Sentimientos

–¿Estás bien?

Conan no sabía cómo explicárselo; estaba sudando de la fuerte carrera que había realizado hasta el hogar del loco inventor. Aquel insólito niño no se había dirigido hacia allí nada más recibir la información.

Era extraño, todo era demasiado extraño y se estaba volviendo paranoico. Con la poca gente que había chocado de esa maldita Organización su método siempre era ese: Investigar secretamente para saber donde se hallaba aquella traidora, yendo rápidamente a por ella desapareciendo como el humo, con planes perfectos.

¿Por qué esta vez se lo tomaban con tanta calma?

¿O estaba delante de una persona todavía más calculadoras?

–Kudo…

Haibara apareció, detrás de Agasa. Era una de las pocas veces que se dejaba ver ante los demás, su rostro también mostraba preocupación. Le dolía verle así, indignado por no lograr entender la mente del asesino más macabro de Japón.

Pronto daría con ella y no podía hacer nada, solo esperar su triste final.

Colocó instintivamente su mano sobre la zona del corazón, iluminada con tenues rayos rojizos gracias al crepúsculo que daba el fin a ese día. No, no debía decirle quien habría detrás de ese nombre que tanto le obsesionaba sin estar bien seguro de ello, por el bien de los niños y el profesor junto el frustrado detective.

–¿Todo va bien?

–Sí, si no te importa pasaré de nuevo la noche con vosotros.

–Como veas…

Conan cruzó bruscamente la puerta, dudando si explicarle a la pequeña científica el accidente del parque. La miró por el rabillo del ojo: ésta se hallaba sin fijar la vista al suelo, inmersa en sus pensamientos, era mejor no preocuparla más.

Era una de las noches más frías: El viento, junto con la lluvia, movía a su antojo la naturaleza. Conan se mantenía despierto, entre las sábanas de una de las camas del salón principal que habían preparado, una vez más, para él.

Escuchaba el repiqueteo de las ramas contra el cristal, rompiendo el silencio. Un extraño movimiento entre las sombras hizo que el niño se alarmara, incorporándose con agilidad del lecho para apuntar con su reloj anestésico.

–No te alarmes, soy yo.

–H-Haibara… –examinaba el rostro de la niña, bajando poco a poco el extraño arma, al acercarse a su posición permitía que la luz de la luna iluminara su silueta –, ¿Pasa algo?

–¿Te importa si duermo contigo?

–N-no, claro.

Se apartó para hacerle un pequeño hueco, la cama era individual pero entraban y más estando ambos en aquel permanente estado infantil. Observó atentamente como la niña apartaba una de las sábanas para entrar en el mismo lecho.

Ambos rostros se rozaban, compartiendo el calor que tranquilizaba a la científica para dormir más tranquila, segura. Aunque ella permanecía con los ojos cerrados sentía la mirada de él, persistente, deseando hacerle algún tipo de pregunta.

–Oye, Ai...

–Kudo, vas acabar cayendo enfermo si sigues así –abrió su azulada mirada, observando como el niño poco a poco perdía peso –. Déjalo estar, por favor o acabarás muerto.

–Entonces si se trata de alguien de la Organización.

–Yo no te he dicho eso.

Conan suspiró, era tan difícil entender aquella ex mujer de negro. Sabía que ella conocía los peores secretos de aquel oscuro mundo, pero por una extraña razón nunca lo quería contar, a nadie.

¿Tan horrible era la verdad?

¿O temía ser rechazada ante ella?

–Te lo prometí, recuérdalo siempre.

–¿El qué?

–Siempre te protegeré, Ai.

El corazón de la niña latía rápidamente. Quería creerle de verdad pero sabía con exactitud que una vez encontrara el antídoto se marcharía a los brazos de Ran, sería tan egoísta hacerle mantener aquella promesa.

En el fondo, aunque odiase admitirlo, envidiaba aquella estudiante que tanto le recordaba a su querida hermana mayor que perdió a manos de Gin. Su boca esbozó una leve sonrisa, sin contestarle a esas dulces palabras, para poder dormir aunque fuera una sola noche sintiéndose resguardada entre sus brazos.

–Haibara.

Abrió los ojos, los intensos rayos del sol cegó su vista por unos instantes. Se sentía descansada, por una vez había pasado la noche del tirón, sin despertarse cada hora por la tensa situación de sentirse perseguida. Teniendo negras pesadillas…

Giró su rostro, Conan se hallaba vestido dejando una taza de café sobre la mesita de noche que se encontraba cerca de ella. Se incorporó emitiendo una ligera tos que no se iba, sin mirarle.

–Vamos un momento a casa de Okiya –explicó, con una cara de pillín mientras se ponía el abrigo, sabía que ella no se fiaba de él, sentía los restos del aura de la Organización –, no tardaremos.

–Ah –dio un pequeño sorbo a ese café, agradecía esa pequeña sensación de calidez en su garganta dañada por la tos, empezando bien el día –, con una nota me hubiera valido.

–Te levantas siempre de un buen humor…

–¿Si lo sabes, para que me despiertas?

–Chica, eres de un agradecer.

La chica le miró de mala manera, tirándole la almohada para que se marchara de allí de una maldita vez. Odiaba que pensase que necesitaba cuidados, que era una chica débil y carecía de muestras de cariño, lo detestaba.

Se levantó para vestirse con la ropa que le habían preparado. Un día más no le había explicado al pequeño que tenía otro antídoto provisional que esta vez duraba una semana. Mejor, ahora en esa situación y siendo Gin quien estaba detrás de todo sería una locura que el joven detective apareciese por su alrededor.

¿O en verdad lo quería a su lado?

No se podía quitar de la cabeza la conversación de la noche.

En el fondo sí que estaba siendo una egoísta.

El sonido del timbre la volvió en sí, ¿se habían dejado algo?

No, no abras.

Su corazón dio un gran vuelco junto ese pensamiento fugaz de su subconsciente, con más se acercaba a la puerta, más fuerte latía. Como si fuera a partirse en mil pedazo por lo que le esperaba al otro lado.

Su peor pesadilla ya estaba aquí y se encontraba sola.

No esperaba menos de él.

Su mano temblorosa se apoyó sobre el frío tacto del pomo de la puerta, sudorosa sin saber qué hacer. Cada palpitación era más intensa que la anterior, sabía que un día u otro tenía que ocurrir, era imposible huir de la mano izquierda de Anokata. Además…

No puedes huir de tu destino, Haibara.

Shinichi, al menos yo te salvaré a ti…

Clack.