VI – Reencuentro
No, no había nadie…
Qué extraño.
Haibara suspiró observando su alrededor aliviada, su sexto sentido había fallado. No era la primera vez que le ocurría, seguramente la paranoia de Shinichi era contagiosa y con la conversación de la noche había influido en esto, estúpido. Tosió con debilidad, hacía frío en el exterior para que ésta estuviera parada allí, sin ningún tipo de abrigo.
Cerró la puerta para dirigirse nuevamente a su café, hizo un chasquido con la lengua de desaprobación al observar que estaba frío.
–Maldito Kudo –colocó el café dentro de la cafetera para volverlo a calentar.
–¿Quién es ese Kudo, Sherry?
Un gemido de pavor escapó de su boca, girándose bruscamente. El corazón latía de terror, haciendo que la ansiedad se apoderase completamente de su cuerpo como un veneno, paralizándola, impidiendo su huida.
No había nadie. Hubiera pensado, una vez más, que era una imaginación suya si no fuera porque alguien la agarró desde atrás. Intentó gritar pero una mano enguantada se lo impidió, aunque era de su estatura tenía fuerza sabía inmovilizar a una persona.
–Cállate, si no quieres que te mate ahora mismo –amenazó colocándose enfrente de ella, sin soltar su boca en ningún momento –, solo quiero comprobar la última pieza.
¿Última pieza?
La tenía empotrada contra el mueble de la cocina, no podía moverse aunque ella lo quisiera. Con la sangre helada por el pánico sentía como la otra mano enguantada del niño desconocido se colaba entre su jersey.
Buscaba algo pero no sabía lo que era, intentaba gritar observando aquel cabello plateado que tanto le recordaba a alguien. Rozó y luego tocó algo que hizo que levantara la prenda de ropa.
–¡No! –logró entenderse en esa jaula oscura que creaba la mano del pequeño asesino.
Sus ojos conectaron, esos ojos verdes… una fuerte sonrisa, desafiante, apareció en el rostro angelical del niño, creando un contraste de lo más siniestro.
Ahí estaban.
Las cicatrices, que el mismo le dejó…
En el Hotel Haido City.
–Vaya, vaya –acercó sus labios a la oreja de la niña, oliendo sus cabellos, disfrutando el momento que tanto había deseado –, ¿así es como te escapaste, pequeña zorra? –sonrió al deleitarse del pavor en los ojos de aquella pequeña traidora –. Ahora entiendo porque las esposas que te coloqué en esa pútrida sala estaban cerradas.
La golpeó, con una fuerza que nunca había utilizado contra una mujer. No sabía si era por la adrenalina de su encuentro o porque pagaba con ella la frustración que tenía con Vermouth.
Haibara se golpeó contra la encimera, antes de tocar el suelo. Un profundo corte en su frente manchaba su rostro de sangre, colocó débilmente su mano contra uno de los muebles cercanos para levantarse pero éste lo evitó colocando su pierna en la espalda de la niña.
–El antídoto –ordenó, colocando la Beretta sobre la sien de ésta, respiraba agitadamente –, odio esta mierda de cuerpo y mi paciencia se está terminando.
–No… no hay antídoto…
Gin colocó más su peso en la pierna con la que acorralaba a su presa, el crujido de los huesos junto el gemido de dolor de ella hacía que el pequeño asesino se excitara. Luego se encargaría en la cama de recordarle quien era él, cuando ambos fueran adultos.
–No me vaciles, te vi en el hotel en estado adulta.
–Es temporal –temblaba de puro terror, oliendo el oxido de su sangre –, todas mis curas son temporales... no pasan de la semana…
Gin entrecerró sus ojos, cogiendo con violencia los cabellos de la científica. Con cuidado colocó el arma en la garganta de ella, no debía matarla, todavía.
–Te juro que es verdad… –suplicó, aterrada al escuchar como la voz del profesor Agasa aparecía por el jardín lateral de la casa, silbando alegremente –, llévame donde quieras pero no le hagas daño a él…
–¿Él? –se mofó –, ¿El caballero andante que te salvó esa noche?
–Gin…
–Lo siento Sherry, ya sabes cómo trabajamos en la Organización y más siendo yo –se burló, apuntando hacia la puerta con su fiel arma. Agarrando con su brazo el cuello de la niña para que observara su matanza en primera fila –, además tengo algo pendiente con él.
Su voz se acercaba cada vez más.
–No lo hagas, te lo suplico.
–Créame el antídoto, ahora.
El pomo de la puerta empezaba a girar.
–¡Gin, por favor! –intentaba tirar de él, haciendo el mayor ruido posible para evitar que el profesor Agasa entrara en aquella horrible pesadilla –. ¡Es imposible lo que me pides!
–Entonces no hay trato.
–¡Agasa!
Un fuerte disparo resonó por los alrededores, alarmando a los tres detectives que se encontraban en ese momento en la antigua casa de Shinichi Kudo. Observando por la ventana de donde pertenecía ese característico sonido.
La pequeña reunión que había creado para hablar con Heiji y Okiya para conocer sus opiniones al respecto de la tensa situación se daba por finalizada. Para horror de los tres, un cuerpo caía hacia atrás, en la entrada del hogar del inventor.
–No me digas que… –empezó el detective de piel oscura, dando varios pasos hacia atrás sin poder creer lo que veía –. Conan tu amiga estaba sola, ¿verdad?
–¡Mierda! –maldijo, corriendo hacia las escaleras para llegar en segundos al lado del cuerpo inconsciente de Agasa –. ¡Mirar el interior!
Estaba herido, muy mal herido… por el ángulo del disparo la bala había chocado milagrosamente contra la fuerte placa metálica que forraba la puerta, impidiendo que le diera en la cabeza, pero la herida seguía siendo grave.
Entre los dos más jóvenes intentaron levantarlo con esfuerzo mientras el tercero, Okiya, entraba rápidamente dentro de la vivienda. Estaba todo impecable, solo el sonido de la tetera hirviendo ambientaba el inesperado suceso.
Apagó el fuego para luego observar que en el suelo había manchas de sangre, las tocó con los dedos para comprobar que aún se hallaban calientes, la chica estaba herida. Hizo un gesto de desaprobación al levantarse, para guardar sus manos en los bolsillos.
Shiho, no, Haibara no estaba. No había más rastro de ella y su atacante… había desaparecido, como el humo. Una manera de actuar del que estaba muy familiarizado en el pasado.
¿Qué había pasado ahí?
Aquella persona era muy escurridiza,
Demasiado escurridiza.
–K-Kudo –un hilo de sangre aparecía en la boca del profesor, respirando con dificultad.
Conan suspiró, aliviado, al ver que el loco inventor recuperaba la conciencia. Heiji llamaba a una ambulancia para que vinieran lo antes posible.
–La encontraremos Agasa, tenlo por seguro –encendió el radar del cristal de sus gafas.
