VIII – Cambio de aires
–¿Estás segura?
Haibara cerró su mochila ante la mirada atónita de Conan. Ya había pasado una semana desde que la científica había vuelto con ellos y el caso quedó cerrado como un robo que se complicó terminando con el suicidio del ladrón.
El pequeño detective no lo creía así, era demasiado obvio pero la chica no abría la boca, ni cuando el mismísimo FBI se reunió con ella para pasar un interrogatorio. Ese día demostró que en sus días en la Organización había sido perfectamente entrenada por ellos, para no revelar datos.
La única parte humana que le mostró fue cuando rompió a llorar entre los brazos cálidos de Agasa, al ver que estaba vivo. Ya no podía vivir con él, si sus peores temores eran ciertos lo mejor era el programa de protección de testigos para protegerle.
Ella fue enviada para que compartiera hogar con Kogoro y Ran, juntamente con el pequeño detective que no le quitaba ojo en ningún momento, pero cada vez que Ran se levantaba a la mañana se encontraba el futón vacío. Ai se marchaba a su antigua casa, ahora vacía, para seguir sus investigaciones. Aislada de toda vida.
Conan intentó preguntarle que si quería que viviera con ella o alguna protección del FBI, vigilancia, pero siempre su respuesta era un no rotundo. Era verdad, si por ella fuera viviría en aquella casa, en soledad.
Todo como lo había planeado Gin,
Ella completamente sola a su merced.
No querías más muertes por su culpa.
Haibara miraba su teléfono móvil, que había sacado de su bolsa, ignorándolo.
–¿Qué problema hay?
–Ninguno, pero…
Unos brazos envolvieron la cintura de Haibara cortando la conversación, giró la cabeza para poder ver que se trataba de Ayumi que la saludaba con una preciosa sonrisa, contestándole con otra. Conan parpadeó sorprendido, había pasado de estar sola a pasar un fin de semana con todos.
–¿Compartiremos tienda, verdad? –aplaudió emocionada, a la pequeña siempre le hacía ilusión compartir esos momentos con la pequeña científica. Aunque tuvieran la misma edad Ayumi siempre la veía como una hermana mayor que siempre la protegía.
–Claro.
El viaje era tranquilo, sin incidentes. Era un fin de semana de excursión con toda la clase del parvulario y el peligro que percibía Conan había desaparecido, por ahora, las aguas permanecías tranquilas.
¿Pero hasta cuando?
La Organización estaba al acecho.
No se lo iba a dejar tan fácil.
Todos los niños reían mientras montaban sus tiendas, jugaban o como en el caso de las niñas ayudaban a preparar la comida. El detective no podía evitar observar como Haibara pelaba una de las patatas, con mirada ausente.
–Creo que a Haibara no le gusta el nuevo.
Conan parpadeó, volviendo en sí, conectando su mirada con la de Mitsuhiko. Se había acercado sigilosamente a su localización y miraba con aire triste a la chica.
–¿Por qué dices eso?
–Porque siempre que vuelve de hablar con él viene con cara triste.
–¿Les has visto hablar?
Genta dejó unos troncos cerca de ellos con otros niños, al parecer ambos eran del grupo que se encargaban de buscar la leña. Los Shonen Tantei pensaban que el profesor Agasa estaba en un viaje presentando sus inventos.
–Sí, se estaban peleando detrás de los arboles –el niño de las pecas no quitaba ojo a la chicas que se quería declarar –, nunca la había visto gritar a alguien de esa manera.
–Bueno, creo que tienes competencia –se burlaba Genta, sentándose en el suelo agotado por la aventura –. ¿No dicen que los que se pelean se desean?
Mitsuhiko apretó los puños, temblando, ante el comentario de su amigo. Conan suspiró al ver que seguía tan tozudo como siempre intentado cortejar a la científica.
–¡Si apenas se conocen!
La noche era tranquila, fresca, animada con el suave canto de los grillos. En una de las tiendas de campaña se hallaba Haibara, observando la tela del techo con la mano apoyada en su frente. La respiración continua de su compañera profundamente dormida ambientaba sus pensamientos.
–Siempre te protegeré, Ai.
Entrecerró sus ojos, los latidos le dolían ante aquella corta e indefensa frase. Era tan doloroso ver como Conan podía entrar en su corazón tan fácilmente, desde lo de Gin lo impedía pero con él se sentía tan vulnerable… le necesitaba a su lado para sentir que todo iba bien.
No podía dormir, el terror de sentir que aquel hombre de negro podía aparecer en cualquier momento entre la oscuridad le horrorizaba, necesitaba estar al lado de Conan.
Abrió con cuidado la cremallera para salir en silencio de la tienda sin antes mirar que su compañera se encontraba bien. El aire era frío, pero no le importaba y para suerte de ella la tienda del pequeño detective se encontraba alejada de la de Gin.
Por sorpresa no se encontraba allí, su saco se encontraba vacío, con seguridad él tampoco podría dormir después de todos los acontecimientos anteriores. Su cabeza daría vueltas una y otra vez a sus deducciones hasta encontrar la verdad, como siempre hacía con sus casos.
Pero esto le iba grande,
Demasiado grande.
Escuchó como cerca de allí había un río, posiblemente se encontraría al lado del sonido del agua, también era una de sus opciones para calmar la mente. Sonrió al ver como el pequeño detective tiraba una piedra, intentando que ésta rebotara contra el agua por la inercia.
–Vaya, por una vez veo algo que se te da mal –se burló –, bueno eso a parte de cantar.
–H-Haibara.
Se sentó sobre el césped, cogiéndose las rodillas, sentía la humedad de la hierba por el clima nocturno de la montaña. Sonrió levemente al ver como éste le imitaba y se sentaba a su lado, con las piernas estiradas, sin saber que estaban siendo vigilados por Gin que se ocultaba detrás de los arboles pistola en mano.
Escuchaba como vibraba el teléfono del niño y como lo cogía, era un mensaje de Ran. Haibara no quería leerlo, ni le interesaba su contenido, pero no pudo evitarlo al ver como el rostro de éste se entristecía.
Era un mensaje para Shinichi Kudo, pidiéndole por favor que dejara atrás el caso que le mantenía tan ocupado para poder pasar aunque fuera el San Valentín con ella.
–¿San Valentín, eh? –suspiró levemente –, ya encontraremos alguna solución.
–Tienes…
Haibara asintió la cabeza. Si mantenía ocupado a Gin esa semana, sobre todo ese día, el detective podía pasarlo con esa chica que tanto le hacía perder la razón.
–Dura una semana.
Conan abrió los ojos de par en par, un fuerte latido resonó por su tórax.
–¿Por qué ahora te vuelves tan comprensiva?
–Porque sé que es el primer amor... –apretó más sus rodillas, apoyando su barbilla sobre ellas con mirada vacía sin punto fijo –, aunque no lo creas yo también lo tuve…
Por una vez se sentía con el valor de contárselo.
