IX – Un pasado doloroso
–¿Tu primer amor?
Conan miraba a su pequeña compañera, atónito, ella mantenía su mirada en el río observando y sintiendo como su corazón finalmente se abría, con algo de temor. La fluidez del agua junto con el silencio de la noche era la mejor ambientación para su historia.
–Cuando tenía doce años volví de Estados Unidos para empezar a integrarme en aquella Organización –explicaba, dejando que sus palabras fluyeran como aquellas aguas del río que contemplaba tristemente –. Todo era sencillo: tenía mi casa, mi hermana y el legado que dejó mi padre –suspiró recordando todos aquellos documentos medio quemados del incendio donde fallecieron sus padres –, todo era rutina, ensayo y error, hasta descubrir el fin de todo aquello.
–¿Qué era?
–No te lo voy a decir, no vuelvas a preguntar por ello –le sonrió burlonamente sin saber que estaban siendo escuchados por Gin, que apoyaba su cabeza escuchándola, sin bajar el arma en ningún momento –. Tuve que volver a Estados Unidos para mejorar en algún aspecto de la química para poder continuar y cuando volví estaba todo igual, o eso creía yo… para entonces ya tenía unos dieciséis años.
El pequeño detective examinaba su comportamiento, apretaba sus finos dedos y su voz se quebraba en algunos momentos, como si todos aquellos recuerdos le causaban un gran dolor que pocos podían imaginar.
–La vida de las mujeres en la Organización es bastante dura, por suerte, mi hermana no tenía que vivirlo ya que no formaba parte directa de ella –soltó un pequeño suspiro –, yo antes no me daba cuenta porque era una niña pero cuando volví ya tenía otra mentalidad más adulta y con ello… un cuerpo más formado.
–No me digas que…
–Las mujeres teníamos que ser serviciales… –entrecerró sus ojos, con odio – en todo.
–¿Abusaron de ti?
El pánico heló la sangre del detective, en forma de frío, nunca había pensado en ello. Todos los hombres que conocía de ese oscuro mundo eran adultos y tenían unas necesidades, que seguramente, satisfacían mediante la manipulación junto con el abuso de poder.
–No, no abusaron de mí.
El niño suspiró aliviado, quitándose una gran pesadilla de encima.
–A los trece años de edad ya tenía mi nombre en clave, pocos hombres podían acceder a donde yo estaba –parpadeó, recordando a su antigua plantilla, preguntándose si todos se encontraban bien –, y los pocos que se acercaban a mí no me tocaban, ni tenían interés en ello, no sé si era porque yo les imponía respeto o si había recibido órdenes de alguien de no tocarme, fuese lo que fuese no tuve ningún tipo de problema con ello.
Conan se mordió el labio, conociendo la respuesta antes de tiempo. Ella era hija de una mujer inglesa, así que con seguridad, su belleza saldría del estándar japonés cosa que para unos podría ser bastante atrayente pero para otros temible, aun así su instinto le indicaba que habían recibido algún tipo de orden, de un rango tan alto que nadie podría desobedecerle.
–Salía muy tarde de los laboratorios y muchas veces no podía llamar a un taxi para que me llevasen a casa –seguía al ver que el pequeño no le respondía, necesitaba sacarse esa carga de encima –. Era normal que una de esas noches me llevara algún susto, me salvé por poco de unos chicos que buscaban una alternativa para divertirse, pero no lo que no sabía es que me había salvado de caer de un agujero para caer a otro peor…
–¿Otro peor?
–Me enamoré perdidamente de quien no debía –se levantó para coger una de las piedras que se encontraba cerca de ella para tirarla con rabia hacia el agua –, aún sabiendo que estaba siendo utilizada por él seguía a su lado, como una idiota, sin darme cuenta que yo ya no era como antes, me transformaba en lo que él deseaba, a su gusto… mi hermana me intentó avisar, una y otra vez, pero tenía los ojos vendados con una tela de mentiras, cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
–¿Cuánto tiempo duró?
–Tres años –le daba la espalda tirando con fuerza otra piedra, como si lanzase su propia culpa de todo aquello –. Aunque nos separamos durante un año porque me trasladaron a otra prefectura gracias a ese espía del FBI.
Vaya, seguramente era Shuichi Akai.
Entonces si se separó de él, es porque era alguien muy cercano al jefe.
Temían que siguiera en contacto con él y le filtrara cosas de aquel hombre de negro…
¿Alguien muy cercano a Anokata pero también de Sherry?
Abrió de par en par los ojos, aterrado, todos los flashbacks del suceso en el hotel Haido aparecía en su mente, a gran velocidad. Finalizando con la escena sobre aquella pregunta que no logró terminar de realizar a la pequeña científica en el coche de Agasa, sobre ese hombre de negro que la acorraló y atacó tan fácilmente gracias a que conocía tan bien sus costumbres junto con sus movimientos.
–Espera un momento, estamos hablando de…
–Sí, Gin.
El tiempo se detuvo, abrió la boca pero las palabras no salían, por una vez veía a Haibara de manera distinta… no tenía delante de él a la científica más brillante de la Organización, si no a la chica de Gin.
–¿Por qué me estás contando todo esto?
–Porque todos los que se metieron en la relación acabaron muertos, no quiero perderte.
–Entonces quieres decir que…
–Jin Kurosawa, en su día no lo vi pero… es gracioso el juego de palabras, ¿verdad?
Conan sintió un pálpito en su corazón, ¿cómo no se había dado cuenta antes?
Jin, Plata, Gin.
Kurosawa, Kuro, negro.
Dios mío, era Gin.
Haibara bajó su rostro, ya no había vuelta atrás. Pero por sorpresa, el pequeño detective se levantó del suelo para acercarse lentamente hacia su localización, tranquilo y sonriéndole para intentar cogerle una de las manos, pero ella lo rechazó.
–¿Vas a querer seguir protegiéndome, Sherlock? –sonrió tristemente, cogiéndose ambas manos detrás de su espalda –, ¿aún sabiendo quién soy y quién me rodea?
–Idiota, esto no cambia nada.
Haibara se mordió la lengua divertida.
–En parte tienes razón, ya has podido comprobar que sigo sin importarle nada, dile a tu amiga del FBI que deje de interrogarme, no lograréis nada más que una muerte rápida y absurda.
Gin chasqueó la lengua, no le gustaba la información que estaba dando la chica y por el comportamiento de ese niño le conocía de antes pero él no le recordaba y estaba envuelto con el maldito FBI… mejor quitárselo de encima antes de que husmeara más de la cuenta, ya se encargaría luego de que pareciese un accidente.
–En el fondo, algo debías importarle… así se entendería el disparo de tu hermana.
El pequeño hombre de negro paró sus pasos, ocultándose detrás de otro árbol.
–¿El disparo?
–Hizo algo muy arriesgado para su posición –miraba hacia un lado –. Por fin, con tu historia he podido encajar todas las piezas para mostrar la verdad.
–No te entiendo…
–Su firma siempre ha sido un disparo en la cabeza, una manera rápida y eficaz, pero con ella no lo hizo… –ese dato ayudó a fingir la muerte de Akai, miró tristemente a la joven, no quería defender a ese maldito asesino pero la verdad siempre estaba por delante –. Le disparó en un costado, seguramente esperaba que Vodka le diera por muerta y que ella huyera cuando no estuviesen –se mordió el labio –, lo hizo por ti Shiho.
Haibara entrecerró sus ojos, apretando el puño, no le gustaba hacia donde se dirigía aquella conversación privada.
–¿Entonces porqué murió?
–No quería una vida sin ti… ella decidió su destino y era libre para hacerlo, es algo que nunca llegaré a perdonarme.
Ninguno de los dos habló, dejando que el silencio reinara: Solo se escuchaba la melodía del viento al acariciar las hojas de los arboles juntamente con el tranquilizante sonido del río. Conan supo que esa frase dañó el alma de aquella fría mujer oculta en un cuerpo infantil al ver como dos lágrimas brotaban de sus ojos.
–Mentira…
Esa palabra salió suavemente, como un susurro, escapando junto con el aire que acariciaba con cuidado sus cabellos. Bajó sus brazos, rompiendo su barrera para dejarse abrazar por ese detective que le hacía sentir tan vulnerable.
–¡Eso es mentira! –golpeó su pecho con los dos puños.
–Haibara…
–¡Mentira! –sollozaba con fuerza, recordando con dolor cuando le culpó a él también por la muerte de su hermana –. ¡Nunca me hubiera dejado sola!
–Escúchame, por favor.
–¡El no me quería! –sollozaba, mostrando cómo era realmente una vez más, sin dejar que el niño cogiera sus manos –, ¡nunca le importé y por eso la mató!¡Es mentira!
Repetía esa misma palabra, una y otra vez, golpeando con fuerza el torso del pequeño detective mientras se dejaba caer a sus pies, agotada. Sacando el fantasma del dolor que formaba grandes espinas en su corazón, viendo que su historia se había vuelto más triste que antes al conocer la triste verdad que nunca dio opción a conocer.
Gin suspiró cerrando los ojos, guardando el arma para marcharse de allí, mañana sería un nuevo día y, por esta noche, iba a dejar que estuviera tranquila.
