XII – Un sueño roto
–Me lo he pasado muy bien.
Haibara sonrió, girándose ante el pequeño que le había acompañado hasta a casa de Ran y Kogoro. Las luces de los coches que pasaban a su lado iluminaban las oscuras calles de Beika, haciendo volar sus ropajes.
–M-Me alegro –se sonrojó al conectar su mirada con la suya, todo había salido como lo había planeado –, para ser mi primera cita no ha estado mal.
–También ha sido la mía –intentaba calmar al pequeño, era verdad, nunca había tenido una… con Gin y su trabajo solo podía verle durante las noches y él iba directamente a lo que le interesaba –. Muchísimas gracias Mitsuhiko, nunca la olvidaré, pero hasta aquí se queda esta relación.
–Haibara…
Dio un pequeño paso hacia adelante, juntando sus labios con los suyos para crear un beso de los más puros que había dado. Era como una despedida, aunque era bonito pensar en esa opción de quedarse en ese estado y acabar con él sabía que era totalmente imposible.
Se separó de él, aunque ambos se miraban con tristeza no pudo evitar sonreír al ver como las mejillas del niño se sonrojaban ante su primer beso. Agradecía que gracias a ese pequeño caballero de noble corazón hubiera descubierto como era un amor limpio, normal, que tanto envidiaba de las demás chicas de su edad.
–Se hace tarde… –fingió mirar la hora de su teléfono móvil, para acercarse lentamente a las escaleras –, nos veremos en la escuela.
Mitsuhiko sonrió para calma de la chica, asintió con la cabeza para marcharse de allí si no antes mirarla por una última vez.
–Espero que te vaya bien con Kurosawa –no borraba esa sonrisa aunque le doliese en el corazón decir aquellas palabras, nunca olvidaría ese beso –, se nota en tu mirada que es con quien tienes que estar.
–O-oye…
¿A qué venía eso?
Era todo lo contrario…
Intentó acercarse a él, pero éste lo impidió empezando a correr, en dirección de su hogar sin mirar atrás. Haibara se mordió el labio sin saber a qué se refería, esta vez sí que miró la hora… era el momento.
Sus palpitaciones eran de terror al saber que tenía que volverle a ver, miró aquel lugar seguro, sabiendo que Conan no se encontraba allí antes de marcharse al hogar del profesor Agasa… una vez allí pudo observar como en la casa de Shinichi al igual que en la suya estaban las luces apagadas.
Qué extraño.
¿Dónde estaba todo el mundo?
La chica suspiró, estaba tan cansada, intentando introducir la llave correcta para abrir la puerta, descubriendo al momento que misteriosamente ésta ya se hallaba abierta. Con sumo cuidado, se adentró en la oscuridad buscando el interruptor para iluminar su camino.
–¿Te lo has pasado bien?
Haibara dirigió su mirada hacia donde estaba el dueño de aquella voz, por suerte esta vez no la iba a atacar desde atrás: Gin se encontraba sentado en uno de los sofás y, por su rostro, parecía malhumorado.
La pequeña científica sintió irritación de verle allí, como si solo con su presencia mancillara las cuatro paredes de aquel lugar que una vez compartió con el loco inventor y sus amistades.
–Ha sido un día tranquilo –contestó la niña, sin saber a donde quería ir, colocando sobre una de las sillas el abrigo –. Voy a buscar el antídoto, espérate aquí.
–¿Desde cuándo eres tú quien da las órdenes? –se mofó levantándose para colocarse a su lado, levantando su barbilla para verla mejor –. Escuché de tus amigos que hoy tenías una cita, no sabía que te iban tan jóvenes.
Haibara apartó su rostro de su enguantada mano, evitando su mirada, gesto que no le gustó al pequeño hombre de negro. La empujó de mala manera, para que ésta se dirigiera de una vez al lugar donde estaba el antídoto.
Miraba su espalda, cruzado de brazos, observando como la niña buscaba algo en uno de los cajones, de lo que dio a entender, que fue antiguamente su escritorio. Aquella habitación era blanca, vacía, fría y oculta en un piso inferior… era el lugar perfecto para una traidora como ella.
–Toma –sacó de un estuche una pequeña capsula blanca, que contrastaba a la perfección con el guante negro del niño –. El efecto es inmediato, te recomendaría que el día antes de encoger te escondieras en algún lugar, mejor prevenir que curar.
–¿Quieres que me la tome sin verlo antes en una cobaya? ¿Me ves tan estúpido, Sherry? –se burlaba cruelmente de ella, cogiéndola con fuerza para que ésta soltara el estuche, atrapándola entre sus pequeños brazos –, venga ratoncita me vas a mostrar ese don de la ciencia que la Organización te dio.
–¡Suéltame! –gritaba aún sabiendo que nadie les escucharía, sus cuerpos se rozaban… uno de los dedos de Gin abría la boca de la niña bajo un débil forcejeo para que tragara esa pequeña pastilla –. ¡No puedes hacerme esto!
–Claro que puedo –olía sus cabellos, escuchando como ésta empezaba a gritar de dolor al ritmo de aquellos fuertes y sofocantes latidos, al ver como poco a poco el cuerpo de la joven cambiaba cogió otras de las capsulas del suelo para esta vez sí tomársela él –, si lo de esta noche sale mal… ambos caeremos, Sherry.
Haibara sentía como su cuerpo cambiaba para volver a ser Shiho, dejando atrás aquella niña que por fin tenía aquella vida normal que tanto deseaba, con una familia y amigos. A diferencia de Gin ella gritaba de dolor, notando como sus huesos crujían y un fuerte calor azotaba su mente, su ropa se partía en mil pedazos junto con las del hombre para quedar ambos desnudos por el efecto del antídoto.
Jadeaba, percibiendo como dos lágrimas caían por sus mejillas a causa de apretar tanto sus ojos ante el insufrible dolor. El peso de Gin la aplastaba, su cabeza latía ante el pequeño desmayo que la esperaba en forma de descanso para su cerebro.
Colocó débilmente una de sus manos sobre su frente, para enfriarla mientras que con la otra la colocaba sobre uno de los hombros de Gin. Sentía como su cabeza estaba apoyado de lado sobre su firme y esbelto pecho, moviéndose al ritmo de su respiración. Sonrió levemente al ver que hasta él no podía con la tortura de la Apoptixina, cerró ambos ojos dejándose llevar por aquel túnel de oscuridad que la esperaba. Iba a ser una noche muy larga…
–¿Algún movimiento?
Jodie vigilaba con los prismáticos desde un edificio adyacente el político que por mala suerte de él debía morir bajo las manos de Gin. Era un conocido por la mala fama que tenía por aceptar grandes cantidades de sobornos a cambio de cualquier información del mismísimo parlamento de Japón.
Colocó la mano sobre su oreja, donde se hallaba un pequeño altavoz para poder escuchar en todo momento a todos sus compañeros del FBI. Akai se hallaba mucho más apartado con un rifle francotirador, mientras que James y Camel se hallaban dentro del mismo edificio que el objetivo, junto con el pequeño detective que miraba su alrededor.
–Todavía no… –sonrió Shuichi, sintiendo en la sangre el fervor de la batalla que pronto iba a comenzar –. Pero vendrá, créeme que vendrá.
