XIII – Marionetas
–¿Ah, sí?
La música impedía que la gente que rodeaba a aquella preciosa actriz escuchara la oscura conversación que mantenía por teléfono. Era el lugar perfecto para llevar a cabo la misión que le habían asignado al alto cargo: Gin. La pobre presa no llegaría ni a imaginarse que aquel gran evento, en su honor por su actual mandato, se convertiría en su funeral… la conciencia de ese político podría meterles en problemas, era mejor cortar de raíz el problema.
Vermouth miró tras su espalda, sin soltar el móvil. Buscándole, quería ser una espectadora más para contemplar de primera mano cómo ese pequeño asesino saldría de ésta. Su cuerpo se hallaba envuelto con un precioso vestido negro de satén que dibujaba su envidiada y esbelta figura, una sonrisa burlona apareció en su rostro.
–Gracias por la advertencia, Eristoffblack –sabía que su fiel compañera ahora se hallaba estudiando el perímetro del mismo edificio. Localizando así algunos miembros del FBI que se mantenían apartados, ocultos en la oscuridad de la noche –. Aunque supongo que no será ningún problema para la Mano Izquierda del jefe –miró el reloj de su muñeca –. En un momento u otro la fiesta va a comenzar.
Colgó el teléfono, sin borrar esa sonrisa de sus labios, antes de probar el cava de su fina copa de cristal.
–¿Estupenda velada, verdad? –susurró, en un inglés perfecto, sin girarse sabiendo que la agente Jodie se hallaba detrás de ella –, ya me preguntaba cuanto tardarías en aparecer...
–El ambiente olía a podrido y buscaba la razón –nunca podía controlar el odio de su voz cuando tenía esa mujer delante de ella –, ese olor tan característico tuyo es imposible de olvidar.
Sintió a través de su vestido el frío tacto de la pistola de la agente americana que escondía cuidadosamente con una chaqueta colgada de su brazo. No se sintió intimidada en ningún momento en aquella situación, había demasiados corderos alrededor para que la mujer hiciera cualquier estupidez.
–Tú vienes conmigo, ahora –ordenó, pero súbitamente las luces parpadearon levemente antes de sufrir un cortocircuito que dejó toda la sala a oscuras.
–¿Sabes que decimos en la Organización siempre? –susurraba divertida en el oído de la mujer antes de huir a una zona segura, aprovechando la oscuridad creada por Gin desde algún lugar de ese mismo edificio –. En la noche oscura, los cuervos vuelan.
Rió levemente haciendo que la piel de Jodie se erizase, su perfume se desvanecía como el humo, demostrando que ya no se hallaba ahí. Con furia apretó el micrófono y el auricular de su oído.
–¡Gin ya está aquí!
Varías horas antes Gin abría sus ojos, despertándose al instante. Escuchaba unos latidos junto a una respiración agitada, su mente recordaba rápidamente lo que había sucedido unos minutos antes.
Levantó su cabeza, incorporándose con cuidado, para poder contemplar con más perfección a la persona que tenía debajo de él… Sherry se encontraba inconsciente y por su fino rostro sus sueños no debían ser para nada agradables. Su cuerpo, desnudo, estaba perfectamente como él recordaba, la única diferencia eran las pequeñas cicatrices que él mismo le dejo con su fiel pistola. Si no fuera por las prisas…
Se levantó del todo para marcharse de allí, en busca de sus ropajes oscuros, pero nada más pasar al lado de un espejo de pared observó que algo no iba bien.
¿Qué acababa de ver?
Dio unos pasos hacia atrás para confirmar que no se trataba de una alucinación: Sí, había crecido, pero aún no tenía su edad real. Se acercó a su reflejo para contemplar con horror que sus rasgos aun eran jóvenes, aun le faltaba un último estirón, lo único bueno que encontró de esa imagen era su cabello: largo con el actual flequillo con el que todo el mundo le conocía, pero… era un maldito adolescente de la misma edad que la científica.
–Maldita zorra… –agarró con fuerza los cabellos pelirrojos de la mujer para levantarla y observar cómo ésta se despertaba junto un fuerte gemido de dolor –, ¿Es que no sabes hacer una jodida cosa bien?
La chica intentó contestar, observando a que se refería el joven que tenía delante de sus ojos bajo un leve estado de desorientación por el fuerte y rápido despertar. Sintió por unos instantes algo de alivio en su cabeza al ser soltada por el cruel atacante. Si no fuera porque, a cambio, recibió una fuerte bofetada en la mejilla.
–No… no lo entiendo… –colocó su mano sobre el ardor del golpe, sin mirarle –. Hice el antídoto sobre la base de mi Apoptixina.
Gin chasqueó la lengua, molesto, pensando en esa respuesta para recordar como Vermouth sacó la pastilla de su bolso aquel día. En verdad, esa mujer de largos cabellos dorados nunca estaba interesada por los experimentos de la científica…
¿Por qué entonces la tenía?
¿O era otra cosa?
–¿Existe otra Apoptixina?
–Bueno, los prototipos que crearon mis padres… –recordaba todos los apuntes que tenía durante su larga estancia en aquel oscuro mundo –, pero todas fueron destruidas durante el incendio… o eso me explicaron.
Seguramente algunas de esas pastillas, por extraña razón, fue a parar a manos de Vermouth y, por ello, el antídoto de la científica no tenía la misma fuerza con él. Ahora no era el momento de darle vueltas al asunto.
–Sherry.
La joven alzó el rostro instintivamente, sin antes, arrastrar una de las sábanas de la cama para poderse tapar su cuerpo desnudo. Aunque Gin se hubiese acostado con ella durante tantos años le incomodaba que la viera desnuda.
–Búscame algo de ropa –se acercaba a ella –, no estamos para perder el tiempo.
Sherry se mordió el labio, asintiendo con la cabeza, cuanto más se enfadase más peligroso se volvería ese chico, era mejor actuar rápido sin llevarle la contraria. Nada más levantarse pudo contemplar que, más o menos, tenían la misma altura.
Dándole la espalda en todo momento, sacó de uno de los cajones del armario el vestido rojo que tanto se encargó de cuidar Agasa cuando la rescató… junto con su bata, una triste sonrisa apareció inevitablemente en el rostro de la joven al tocar la tela.
Al menos él ya estaba a salvo, gracias al FBI, pero…
¿Cuántos más se tendrían que esconder de su pasado?
Se vistió rápidamente. Recordando que, para suerte de ella, la casa de los Kudo se encontraba ahora vacía… sin Subaru de por medio. Si sus peores temores eran ciertos lo mejor era que no la viera en su estado real. Seguramente a Conan no le haría ningún tipo de gracia que Gin se vistiera con su ropa pero no le quedaba otra.
–Ahora vengo…
–Más te vale no tardar.
Cerró la puerta con cuidado, dejando que la ansiedad atrapara su cuerpo mientras andaba sin calzado los pocos metros que separaban ambas casas.
Kudo por favor, ayúdame…
