XV – Medidas desesperadas
¿Cómo pudiste soportar tal dolor, Akemi?
Escuchó por tercera vez como Gin cambiaba la marcha del auto para así acelerar, todavía más, aquella velocidad vertiginosa que conducía. El rostro de Shiho se hallaba, en todo momento, girado hacia su propia ventanilla con el asiento levemente inclinado. Respirando con suma dificultad, jadeando, pero sin dejar la cuenta que le había pedido el asesino minutos atrás, en forma de un susurro débil e ininteligible.
Cerró los ojos, sin mover en ningún momento su mano con la que se tapaba la herida al lento compás de su respiración. Según los minutos pasaban sentía como sus pulmones aumentaban de peso, dificultando la tarea… tenía frío y solo quería descansar.
–Ni se te ocurra dormirte, Sherry –amenazó, provocando que la joven abriera de nuevo los ojos y siguiera contando por donde se había quedado. Un chasquido de molestia salió de la boca del chico al observar, desde sus retrovisores, como uno de los coches de atrás le seguía desde que salió del edificio. Los cristales tintados impedían que el chico de negro viera al conductor –. Cuando quieren pueden ser un verdadero incordio.
Shiho no contestó, solo se limitaba a mantenerse con vida. Sintiendo como el temblor del auto aumentaba junto con un derrape de una de las ruedas traseras… fuera quien fuera, aunque se mostraba con rostro frío y distante, estaba sacando de quicio a la mano izquierda de Anokata.
Conan apretaba la mandíbula, sin dejar de mirar la matrícula de ese coche que perseguían, apenas podían hacer nada si Haibara estaba ahí y encima herida. No podían golpearlo, ni chocarse entre ellos para que éste se detuviera o se desviara hacia un lado… la identidad de Akai se encontraba en peligro si les veía al disparar y lograban huir.
Por eso se la había llevado con él.
Ese cabrón lo tenía todo pensado.
El rostro de Akai permanecía tranquilo en contraste a la cara del joven detective. Pisó el acelerador para acercarse,aunque fuera hasta la ventanilla de la joven científica, sin bajar la suya en ningún momento.
–Intenta no separarte de él –Conan se desabrochaba el cinturón de seguridad, sabiendo que el día que rescató a Haibara seguramente Gin le vio, así que no le extrañaría verle una vez más. Los labios de Akai dibujaron una mueca de sorpresa pero complaciente –. Voy a ver el estado del interior del auto.
Era todo o nada, abrió la ventanilla mientras colocaba su cinturón extensible en el respaldo del asiento. Agarraba con fuerza el techo del automóvil, sintiendo como la fría brisa del exterior le azotaba bruscamente, amenazándole de tirarle en un momento u otro hacia la carretera.
La veía, el rostro de sufrimiento de Haibara entorpecía la fría mente del pequeño detective durante su peligroso y corto trayecto, colocando con astucia cada paso que él realizaba sobre el resbaladizo terreno que se hallaba debajo suyo. Akai hacía su mayor esfuerzo para mantenerse lo más cerca posible de ese coche plateado, aumentando entre los dos la velocidad, en una carrera interminable. En un momento u otro la presa podría sentirse acorralada y sacar su arma.
Ojalá no llegasen hasta ese extremo,
Con tantos inocentes a su alrededor.
Conan gritaba su nombre, pero sus palabras se las llevaba el viento… frustrado se apoyó sobre sus rodillas estirando su brazo para, aunque fuera, tocar el cristal que la separaba de ella.
Sus miradas conectaron, Gin movió bruscamente el volante para chocarse contra el auto del agente del FBI, la fuerte embestida desestabilizó al pequeño. Akai sonreía, moviendo el volante con soltura para no despegarse de su querido enemigo y no dañar al civil que se encontraba en el tercer carril.
La autopista cambiaba de terreno, subiendo una cuesta para acceder a uno de los puentes más famosos de Japón. Gin sonrió fríamente antes de girar nuevamente con su mano enguantada el volante que éste controlaba, el metal de las dos puertas rozándose creaba pequeñas chipas; los demás conductores observaban estupefactos la pelea que realizaban ambos autos con el niño en medio.
Intentaba desestabilizarlo, hacer que cayera por unos de los laterales y perderlo de vista en el fondo del río que se encontraba debajo de ellos. Un choque detrás de otro, provocando que la joven gimiera de dolor, mordiéndose con fuerza el labio.
El joven de negro la analizó rápidamente, cada vez estaba más pálida y su mano se apoyaba contra la otra, intentando parar inútilmente la hemorragia de la herida. Ya no contaba, si no se daba prisa perdería el conocimiento y con ello… la vida.
Conan llegaba a la misma conclusión, observando como ella conectaba su débil mirada con la de él, susurrándole unas palabras que el pequeño no logró discernir. Haibara cerró los ojos con una leve sonrisa, suspirando, para desmayarse con una falsa expresión de tranquilidad en su rostro.
–¡Mierda! –desesperado empezó a hinchar un balón gracias al mismo cinturón, pero un pequeño imprevisto se lo impidió –, ¿Qué…?
Akai miró fríamente a su izquierda, en el tercer carril se había añadido un nuevo chófer: Vermouth. Con una sonrisa burlona chocaba contra ellos, poco a poco, ambos cuervos creaban una especie de jaula entre los dos autos.
El joven de negro se percató de ello, sonriendo, con su típico gesto macabro. Sherry se encontraba fuera de juego pero aun respiraba con dificultad, sin percatarse de la nueva batalla que iba comenzar. Entre los dos, empezaron a aplastar el auto y Conan no podía moverse o se caería… con esa velocidad acabaría hecho trizas contra el duro e ardiente asfalto.
La asesina de cabellos dorados guiñó un ojo al pequeño detective, permitiéndole unos segundos para que éste volviera a su asiento. Sus ojos se cruzaron con los de Akai, que luchaba por no desestabilizar el auto en aquella sucia maniobra.
–Será mejor que nos retiremos –acercaba la radio para mandar a sus hombres que no se movieran de su lugar –. Si no, tendremos daños colaterales y estamos llamando mucho o incluso demasiado la atención, esto podría acabar muy mal.
Conan asintió, tragando saliva sin tenerlo del todo muy claro.
–¿Crees qué…?
–¿Qué la hará daño? –encendía un cigarro mientras bajaba la velocidad y permitía que ambos huyeran hasta perderles de vista, en el fondo le disgustaba la idea de dejarles ir –. No lo creo, se la juega demasiado en su estado, volvamos al cuartel para cuantificar los daños que ha creado ese maldito cuervo.
Vermouth acercaba más su auto bajo la mirada de odio del joven de negro. No podía evitar sonreír ampliamente al verle en ese estado tan… joven.
–¿Cómo lo llevas? –alzó su voz abriendo la ventanilla, sus rubios cabellos se agitaban con elegancia bajo la fuerte brisa que se colaba en el interior de su valioso lamborghini negro –, por lo que veo encontraste a la gatita, no esperaba menos de ti, Gin.
Gin no contestó, solo se apresuró a sacar su arma para apuntar a aquella enemiga que tanto deseaba volver a ver para hacérselo pagar. Vermouth sacó una carcajada bajo un movimiento elegante sin dejar de mirar la carretera.
–Venga no te enfades cariño, te he ayudado y ya estamos en paz –su sensual voz irritaba todavía más aquel joven que le miraba de reojo, mientras ella disfrutaba del rostro de sufrimiento de Sherry –, además tu querida amiga está herida y en un momento u otro la policía podría ver a un adolescente conduciendo a gran velocidad, no sé cuál es tu idea, pero sería mejor que contaras con mi ayuda.
Gin fulminó con la mirada a su compañera, chasqueando la lengua con fastidio pero en el fondo esa maldita mujer tenía toda la razón del mundo. ¿Y si ahora le parasen que explicación les daría al tener una adolescente herida de arma en su auto?
–Deshazte de ese coche, no te pega para nada –encendía un cigarro sobre sus labios de color morado –. Vamos a mi casa, te invitaré a unos buenos martinis.
Finalmente el hombre de negro suspiró, expulsando con fuerza el aire por la nariz: no tenía otra y más estando Sherry en esas condiciones apenas le quedaba nada de tiempo… aceleró para encontrar un lugar seguro para poder aparcar con ella y destruir las pruebas que incriminase la Organización.
Pero a lo que más le daba vueltas era a aquellas tres palabras que pronunció la joven científica antes de desmayarse. Él sí las había escuchado perfectamente.
Y no las olvidaría jamás.
