XVI – El ratón y el gato.
–¿Sabes qué, Sherry?
La joven científica abrió los ojos lentamente, girando su rostro hacia el origen de aquella oscura voz, sintiendo como su mejilla era acariciada por las blandas almohadas de plumas.
Durante el corto trayecto observaba la habitación desconocida donde se hallaba: Estaba totalmente decorada. Muebles blancos de madera, muy detallados, con adornos dorados, de un estilo similar al barroco que no encajaba con el extraño gusto de Gin. Aunque él vivía en edificios que pocos podían permitirse nunca alardeaba de ello, pero esa sala… era ostentación pura y dura, dueña de alguien que disfrutaba presumiendo con descaro de sus riquezas.
Además, todo era demasiado femenino… incluso las sábanas de seda marfil que tapaban su cuerpo desnudo. Su mano rozaba a lo que antes era su herida que ahora se hallaba tapada por una gasa del mismo color que la tela de la cama.
Para horror suyo, su mirada conectó con la de Vermouth, que se encontraba sentada a su lado, que tenía entre sus delgados y bellos dedos la bala que había extraído de su cuerpo.
–El color rojo sangre es muy difícil de encontrar en forma de pintalabios –rozaba en sus labios aquella pequeña pieza de plata para colorearlos… potenciando así su belleza extranjera –, te lo tengo que agradecer.
Sherry intentó abrir la boca pero estaba demasiado drogada para poder contestar a aquella maldita loca de placeres macabros. Vermouth esbozó una fría sonrisa sabiendo perfectamente en qué estaba pensando aquella presa herida.
–Juraría que te había dicho que no entraras aquí.
Gin cerró la puerta bruscamente, detrás de sí, fulminándola con su fría mirada... pasando de largo de aquella mujer que reía divertida.
–Vaya… –se mofaba, cruzando sus piernas para contemplar cómo el joven sacaba de su bolsillo lo que andaba buscando: un potente reconstituyente sanguíneo que ella misma guardó en el botiquín del baño, de cuando le extrajo las balas que Akai le disparó en los dos brazos de aquel hombre de negro –, ¿ahora me vas a decir en qué habitaciones puedo entrar o no de mi propia casa?
–Sal, ahora mismo –ordenó fríamente, golpeando una pequeña jeringuilla con sus dedos enguantados para que no tuviera burbujas y poder introducir la aguja en el brazo de Sherry –, no estoy de humor para tus jueguecitos, Vermouth.
La mujer levantó las manos, sin dejar aquella sonrisa burlona, incorporándose de su propia cama para que él se sentara, dándole la espalda en todo momento mientras le inyectaba a la joven la dosis correcta. Escuchaba como el sonido de los tacones de Vermouth se alejaban de su posición para cerrar la puerta suavemente.
Se dirigía a la cocina, estilo americano con una gran isla de mármol blanco en el centro, acompañado por varios taburetes altos tapizados de color negro. De puntillas y de uno de los muebles sacó una botella de Dubonnet, un precioso licor de un color rojo oscuro a juego con sus labios.
Con destreza descorchaba la botella para verterlo suavemente en el interior de una copa de aperitivo que había sacado unos segundos antes. Volvió a sonreír, pícara, al ver como Gin salía de la habitación.
–¿Ya se durmió la gatita? –su voz resonó por el pasillo, llamando la atención del joven que se dirigía a su localización. Vermouth sacaba otra copa del armario trasero para colocarlo al lado de la suya –, a tu edad no está permitido, pero… por una vez haré una excepción, jovencito.
Gin no contestó, como había dicho minutos antes no estaba de humor para nada, y más si eran las estupideces de aquella mujer de cabellos dorados. Aceptó aquel licor, sintiendo como ella chocaba su copa con la suya.
–Por una boca silenciada más –celebraba la muerte de aquel estúpido político, sabiendo que ahora mismo Vodka se encargada de su hogar junto con su familia… era demasiado tosco para poder ir a por el objetivo principal –, no te preocupes me encargaré de que el jefe sepa que todo ha ido perfectamente.
Él no contestó, se limitó a probar aquella bebida que equilibraba perfectamente lo dulce con lo amargo. Vermouth cruzó las piernas, apoyando su esbelto pecho sobre el frío tacto del mármol para observar mejor el rostro de su querido compañero.
–¿Cuándo piensas matarla?
–Cuando tenga el antídoto –mintió, relajándose por primera vez después de aquella tensa carrera, preguntándose quién era el que conducía a la perfección aquel auto que llevaba el chico de Sherry, ah sí, ese chico… –. Por ahora tengo que investigar más a ese tal Shinichi Kudo.
Vermouth se mordió el labio alarmada, aunque confiaba plenamente en los dotes de su querida bala de plata, no le hacía ningún tipo de gracia que Gin husmeara en ese tema, si no, llegaría hasta su amado Ángel.
–Te preocupas demasiado Gin, carpe diem –alzó su copa, utilizando su mejor don como actriz –, será mejor que primero tu querida amiga encuentre un antídoto para que vengas a la reunión que tendremos dentro de unos días… por el momento les diré que te pedí un favor especial –dio un pequeño sorbo a aquella bebida, elegantemente –. Gracias a mi volverás a tener unos días de más.
–No tengo que agradecerte nada –gruñó, su penetrante mirada conectaba con la suya –, ten por seguro que te mataré un día u otro… por el momento, sigue despilfarrando tu dinero y lamiendo el culo a Anokata.
Vermouth soltó una risita burlona, éste aún con ese aspecto no podía ocultar como era en realidad. Suspiró, dejando su copa vacía sobre el mármol para acercarse a su lado, que seguía ensimismado en sus oscuros pensamientos sobre la reunión que tendría que mantener Sherry con su ex trabajador.
Sentía como los finos brazos de la mujer le rodeaban, abrazándolo desde atrás.
–¿Estás de mal humor, eh? –susurraba sensualmente en su oreja, bajando una de sus manos a una zona bastante intima del chico –, sé que estas misiones te ponen bastante frenético, aunque no lo demuestres y... tu querida Sherry no está en... condiciones para calmarte.
–¿Qué coño crees que haces, Vermouth?
–Déjame ser una noche más tu Jerez, Gin.
Se sentó sobre su regazo, el contraste de edad era muy peculiar para el tema que estaba insinuando. Pasó sus finas manos por sus fuertes hombros, posando sus labios sobre los de él.
En pocos minutos sus lenguas se entrelazaban, lo único que se escuchaba era la respiración de ambos, aceleradas. Gin se levantó y con fuerza estampó el cuerpo de la mujer contra la fría encimera, rompiendo las prendas de ella para perderse en su piel y dejarlo todo atrás: Sólo desahogo.
Vermouth gemía, con fuerza, satisfecha de desviar la atención del joven asesino de su querido y pequeño detective. Lo único que le daba pena de todo aquello es que la chica que dormía en su habitación estaría tan profundamente dormida por las drogas que nunca la escucharía.
Una verdadera lástima.
