XVII – Bajo sospecha.
Tres días.
Tres interminables días,
Sin tener noticias de Haibara.
Conan andaba ensimismado con la mirada hacia el suelo, caminando aquella ruta que tan bien conocía con el lento paso del tiempo. Las clases habían terminado y, con ello, el pequeño detective junto con sus amigos se dirigía a sus respectivos hogares compartiendo la parte que tenían en común del recorrido.
Nadie sabía dónde estaban, como buenos miembros de la Organización apenas había rastro ni pista de ellos. El FBI junto con Akai se mantenía oculto, bajo un velo de sombras y silencio, esperando que ellos dieran el primer paso mientras volvían poco a poco a la normalidad.
Poco podían hacer y la situación se encontraba demasiado tensa, por culpa del joven de negro ya habían causado demasiados daños y al ministro de exteriores no le haría ninguna gracia saber que unos agentes secretos de América estaban detrás de todo aquello.
–¿Entonces Haibara se ha ido con Agasa? –preguntaba Ayumi desanimada al no ver un día más a su compañera. Extrañamente el pupitre de Kurosawa también se mantenía vacío –. ¿Cuándo crees que volverá?
–No te preocupes –mostró una de sus mejores sonrisas, sintiendo como Mitsuhiko no le quitaba el ojo de encima; por una parte sabía que él se sentía responsable, pensando que la verdadera razón venía por lo que ocurrió en la cita –. Volverá, solo que el profesor se siente muy perdido sin ella, es el fondo un desastre.
–Más que un familiar parece su madre.
Conan sonrió, en verdad Haibara era muy dura y directa con los hombres… en el fondo sabía que podría ser una de las consecuencia de haber sido la pareja de Gin. ¿Con él era igual?, no seguro que no… no se imaginaba a Ai echando una reprimenda a ese hombre de negro.
Una llamada en su teléfono móvil le hizo volver en sí, su corazón junto con el tiempo se paró al observar que se trataba de Akai. Se separó del grupo, ocultándose en uno de los callejones laterales.
–¿Sí?
–Conan –la voz de Akai se mostraba clara ante un fondo de puro silencio, con seguridad el agente del FBI había salido de la sala donde se hallaban todos reunidos –. Dirígete a casa del profesor Agasa, el ordenador de Shiho se acaba de encender.
Los ojos del pequeño detective se abrieron de par en par, sin creérselo.
–¿C-Cómo lo sabes?
–Desde el primer ataque lo tengo pinchado –explicaba, recordando cuando el profesor fue herido de gravedad y toda la pesadilla comenzó –, me acaba de llegar un aviso, ve y rápido –ordenó con tranquilidad pero fríamente antes de colgar bruscamente.
Se quedó mirando el teléfono, incrédulo, después de tanto tiempo ya empezaban a moverse… apretó los dientes con rabia para comenzar una fugaz carrera hacia su destino. Por si acaso, escogió otro camino para que sus amigos no le siguieran. Si fueran ellos, estarían todos en peligro.
La puerta estaba bien cerrada, si no fuera por el aviso de Akai seguiría pensando que nadie vivía allí. Volteó la casa para probar con la puerta trasera, igual, cerrada. Por suerte en su casa siempre había una copia de la llave…
Minutos después ya estaba dentro de su objetivo, realizando unos pasos cautos y silenciosos, ocultándose en los puntos ciegos de las paredes dirigiéndose a las escaleras, hacia la habitación de Haibara.
Se escuchaban ruidos, pequeños movimientos que confirmaban la información de Akai: había alguien en la casa. Preparó el reloj y su calzado para atacar al intruso, de un golpe abrió la puerta para encontrarse cara a cara con Shiho, sentada delante de su ordenador con su bata de científica.
–¿H-Haibara?
–Kudo…
Shinichi salió del baño, con su cuerpo real mientras se colocaba bien la chaqueta y la corbata de su uniforme del instituto Teitan. Guardando la pajarita transformadora en uno de los bolsillos del pantalón para acercarse a la joven científica que se encontraba tomándose un café en la mesa de la cocina.
–¿Ahora me vas a explicar qué haces aquí? –se sentaba a su lado, por primera vez los dos se encontraban en estado adulto, en persona, era una situación nueva para ellos.
Shiho alzó los brazos como respuesta, soplando el humo que salía de su taza de porcelana. Aunque se mostraba tranquila un pequeño temblor de sus manos la delataba.
–No lo sé… –se sinceraba, sin mirarle a los ojos –. Me desperté aquí, en mi cama con el ordenador encendido, cuando llegaste no llevaba ni una hora despierta –dio un pequeño sorbo, ardía demasiado –, seguramente Gin me dejó aquí para que siguiera estudiando el antídoto.
–¿Dónde está él?
–No lo sé… –repitió, su mirada era fría y se mostraba distante con el detective –. Ya te he dicho que me he despertado aquí, seguramente vendrá a por mí cuando me necesite.
–¿Por qué no me has llamado?
–Se ha quedado con mi teléfono móvil y las puertas estaban cerradas, Kudo.
Shinichi suspiró, no sabía muy bien qué hacer o decirle, seguramente también habría cortado el teléfono de la casa para mantenerla totalmente incomunicada, en una jaula. Observaba atentamente a su fiel compañera de deducciones, a diferencia de la última vez se la veía bien de salud… no parecía que Gin la hubiera lastimado durante esos días. Al menos físicamente.
–¿Estás bien?
La mirada de Shiho conectó con la suya, parpadeando sorprendida por aquella pregunta. Suspiró molesta, el detective sabía que odiaba que se preocuparan por ella y la vieran tan débil.
–Estoy bien, tengo la herida bien cosida –explicaba de mala gana, mirándole de reojo, apoyando la barbilla sobre su mano –, solo estuve un par o tres de días con fiebre pero es algo que se pudo solucionar con duchas bastante heladas –temblaba al recordarlo.
–¿Quién te duchó?
–Seguramente fue Gin –no sabía a dónde quería llegar el joven –. No recuerdo nada, solo tenía pesadillas y cuando me despertaba por la fiebre tenía la vista muy borrosa por las drogas –apretaba con fuerza la taza, nunca se había sentido tan vulnerable –, pero ya estoy aquí.
–No te habrá…
La científica suspiró, por una extraña razón le molestó esa pregunta.
–Kudo, Gin puede ser muchas cosas –pronunciaba bien cada una de esas palabras para que no le volviera a preguntar algo así –, pero no es un violador. De hecho él disfruta más si ve el sufrimiento estando la persona consciente, es un sádico pero no un violador –suspiró, remarcando la palabra –. Duele decirlo pero si ahora estoy aquí es gracias a él.
–No le tienes que agradecer nada, Haibara –masculló, quería quitarse esa estúpida idea de la cabeza –, si ahora tienes una herida de bala es por su culpa, en principio no debías de haber estado allí esa noche.
Ésta apartó la mirada, dándole un nuevo sorbo a su café… no quería continuar con la conversación. Shinichi suspiró, cuando quería esa mujer le sacaba de quicio con su gran tozudez.
Se levantó marcando el número de teléfono para dar la nueva información a Akai y al FBI. En ese estado vulnerable, con media Organización creyendo su muerte y Gin podría volver cuando menos se lo esperaba.
–Oye –recordó, escuchando como empezaba a dar los toques de las llamadas –, durante la persecución… ¿Qué me dijiste desde el coche de Gin?
–¿Te hablé? –alzó la vista intentando recordar, pero todo estaba demasiado oscuro –. Lo lamento Kudo, de verdad que no me acuerdo de nada, no puedo serte útil.
Se mostraba sinceridad en sus palabras y era cierto: no recordaba nada de ello. Un pequeño destello aparecía encima de la lámpara que les iluminaba… un diminuto micrófono escuchaba toda aquella conversación.
