XIX – San Valentín (tarde)

Tantas muertes…

El balance era increíble: Ese hombre se había llevado a nueve almas consigo, sin ningún tipo de dificultad ni piedad. El silencio en aquella sala era sepulcral. Tres mesas juntas formando una U reunían a todos los miembros del FBI que se hallaban en Japón. Sólo faltaba Akai, que se encontraba escuchándolo todo desde otra sala contigua. Si, lo mejor por ahora era que todos sus hombres siguieran pensando que seguía bien muerto.

–Solo falta saber el estado de la civil que se llevó con él –James repasaba la lista, de pie, delante de una gran pizarra a la que le daba la espalda, en ella se hallaban las fotografías del lugar y los fallecidos –. El número podría subir a diez.

Conan mostraba una mirada seria, aunque era tan solo un niño nadie preguntaba por su presencia allí. Jodie se encontraba a su lado, sentada, intentando no mostrar un rostro de dolor y culpa por su mal liderazgo durante la misión, todo le desbordó.

El pequeño detective no podía olvidar el rostro de la joven científica, sufriendo en silencio encima de la espalda de aquel chico que tanto se parecía a Gin. Habían tomado el antídoto, sí. Pero nadie se había imaginado que ella estaba arriba, con él… aunque ese agente subió sin tener la autorización de Jodie, fue una muerte tan estúpida.

¿Además por ella salió herida?

¿Mala puntería quizás o…?

–El automóvil se encontró en un callejón ya en llamas, imposible encontrar ningún tipo de rastro ni prueba –la voz profunda de James volvía en sí al pequeño detective con los puños apretados –. Unas marcas de ruedas a pocos metros nos confirman que estaba con alguien que le ayudó a escapar.

Si, Vermouth… Conan recordaba como aquella joven actriz le guiñaba el ojo, divertida. Seguramente para decirle que le permitiese a ella encargarse de la situación. Ojalá fuera eso, la última vez que se encontraron las caras con Sherry estuvo a punto de dispararla sin dudarlo dos veces.

–Por ahora solo podemos esperar a que él mueva ficha, permaneceremos a la espera por el momento –apretaba con el dedo índice y el pulgar el puente de su nariz, sintiendo algo de alivio a tanto estrés –. No falta decir que tanto los ministros como la policía no tienen que saber qué es lo que realmente ocurrió allí, dejaremos que esto se mantenga como un… trágico accidente –avisaba así a sus trabajadores con mano dura –, no necesitamos que Japón tenga más enemistad con América.

La gente murmuraba entre sí, Jodie miró al pequeño, parecía que algo iba mal.

–Ahora toca la parte que más odio de mi trabajo –salía su voz en forma de susurro, contestando a la pregunta mental del niño –, avisar a los familiares de la muerte de un ser querido.

–Gin no ha llegado a ser la mano izquierda de Anokata porque sí, no es tu culpa.

–Ojala eso fuera cierto.


Jodie se mordió el labio recordando todo aquello, habían pasado tres días pero la sensación de culpa no había desaparecido, vengaría a sus compañeros. Ahora, sentada en su coche delante de la puerta de la casa de Sherry observaba atentamente la situación desde que Shinichi se marchó al instituto.

Okiya encendió un cigarro. Desde el asiento trasero escuchaba cada movimiento del interior de aquel domicilio: todo estaba tranquilo, solo percibía el tecleo continuo del teclado de la joven científica a una velocidad prodigiosa.

–No te sigas culpando por ello.

La agente del FBI parpadeó sorprendida, girando su rostro para contemplar a su compañero que miraba impasible por la ventanilla.

–¿Cómo sabes que sigo pensando en eso?

–Recuerda que salimos juntos, tus manías no se olvidan –cruzaba los brazos, ocultando su mirada bajo sus gafas –. No fue culpa tuya, al parecer se tomó como algo personal la herida de su amante.

–¿Amante? –se sorprendía todavía más por sus palabras, ¿Cómo podía decir con tanta calma algo tan importante? –. ¿Crees que?

–A veces no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes.

Jodie suspiró mirando el tranquilo hogar desde su ventanilla, apoyando su mano y su rostro sobre el volante. Era tan cierto aquello… ella seguía amando a Akai pero el corazón de éste seguiría siendo de Akemi Miyano. Si sus palabras eran ciertas y Gin seguía sintiéndose atraído por Sherry… ¿Ella que haría?

Shiho suspiraba, cubriéndose los ojos con las palmas de sus frías manos. Estaba cansada y el dolor de la herida no le ayudaba a concentrarse en su dura tarea.

No sabía en que había fallado el antídoto, miraba y remiraba pero todos los datos eran los correctos, no había ningún fallo por ningún lado. Su corazón dio un salto, aterrado, eso no le gustaría a Gin… esa sensación de no saber cuándo podría aparecer a su lado le causaba una ansiedad atroz. Pero, por una vez, la idea de Gin de reunirse con un antiguo trabajador no le parecía tan arriesgado: él le ayudaría a avanzar, recuperar los datos más importantes que ella perdió… los apuntes de sus padres, para encontrar la luz en ese extraño caso.

Por ahora poco podía hacer, si al menos tuviera una muestra de la sangre de Gin para examinar la diferencia de su estado con los de ella y Shinichi... Shiho dibujó una mueca de pura incredulidad, ni de broma podría conseguir algo que podría darle tantos datos sobre él.

Volvió a hacer una mueca, ese dolor iba a más, necesitaba un analgésico y una buena ducha para calmarse. Se levantó, llamando la atención del agente del FBI que le escuchaba desde el exterior. Sus pasos resonaban por el pasillo de aquel oscuro hogar.

Una vez más, estaba completamente sola…

Desde que se fue Akemi nada era lo mismo.

¿Cuánto duraría esa sensación de soledad?

Observó atentamente su rostro reflejado en el pequeño espejo del baño, antes de abrirlo para buscar alguna medicación. Se la veía cansada… no solo físicamente si no también emocionalmente, sus ojos la delataban. Siempre vigilada, de un lado para otro como un simple objeto, el continuo deseo de terminar con todo y dejarlo todo atrás… y además su tensa relación con Kudo: desde que Gin volvió nada era lo mismo.

No entendía porque le había dicho eso a Shinichi, sobre todo después de tanto luchar para que éste se quedase a su lado… y ahora, le había lanzando a los brazos de su verdadero amor cuando ella más le necesitaba.

No, no tenía que pensar ahora en eso.

Mejor era darse una ducha y descansar.

Se quitó elegantemente la ropa, dejándola en una esquina doblada, en silencio. Suspiró de nuevo, contemplado la nueva cicatriz que acompañaría a las de Gin… jamás tendría el cuerpo de una chica con una vida normal. Agradecía, pocos minutos después, que esta vez el agua de la ducha fuera cálida.

–¿Todo va bien? –preguntaba Jodie a su compañero, observando como el crepúsculo de la noche acechaba en las calles de Japón –, ¿todo tranquilo ahí dentro?

–Sí –pulsaba más el altavoz contra su oreja para solo escuchar silencio, poco más podía hacer… si vigilaba más de la cuenta alguien podría sospechar de su presencia cuando lo mejor era permanecer entre las sombras –. Todo correcto.

Gin sonreía, fríamente, con el diminuto micrófono entre sus dedos enguantados con cuero negro. Un pequeño crujido perturbó el sonido de aquel domicilio donde se había colado fácilmente, fuera quien fuera ahora sí que no escucharía nada.