XXIV – Las apariencias engañan
–Moriré, como ella.
Gin parpadeó, no pudo evitar recordar aquellas palabras que Sherry pronunció antes de desmayarse, durante la fuga de su misión. Ahora se encontraba profundamente dormida en el asiendo del copiloto, a causa del cansancio y la agradable sensación de la calefacción que la envolvía dentro del porsche.
Hacía poco que habían llegado a su destino, aparcados al lado del hotel donde toda esa pesadilla comenzó por culpa del aburrimiento de Vermouth. Se incorporó, para observar la tranquila respiración de la joven, que, apoyaba instintivamente su fina mano sobre la herida, cada día que pasaría más se cerraría para convertirse en una pequeña línea blanquecina sobre su piel
Sabía que esa palabras se refería a ese disparo: era hermano gemelo del disparo que él mismo descerrajó a la hermana mayor de la científica: Akemi Miyano. Sabía perfectamente que la bala que salió de su Pietro Beretta era un daño que sentenciaría a tres esquinas; la víctima y a ellos dos mismos.
Como se iba a imaginar que la imbécil prefirió quedarse allí desangrándose en vez de ir en busca de ayuda, al saber poco sobre ellos no era un riesgo. Poco más pudo hacer delante de Vodka y, incluso con su parca inteligencia se dio cuenta de que era algo extraño que no la matara directamente con un disparo en la frente. Él nunca fallaba.
Esperaba que seguir viva era la respuesta suficiente por lo que hizo por ella, ya que nunca saldría de sus labios… ¿O cuanto tardaría en echárselo en cara, furiosa? ¿Podrían volver a la normalidad aún teniendo el peso de la muerte de esa mujer? Sherry era rencorosa, demasiado rencorosa pero teniendo en cuenta su pasado era algo normal.
¿Y si en el fondo de su corazón lo único que quería era reunirse con ella?
Acabar con lo que tuviera pendiente para después… tener su ansiada libertad.
En verdad ya lo intentó una vez tomándose la famosa Apoptixina.
–Sherry –sacaba las llaves del coche, apagando así finalmente la radio y la calefacción. La joven abría lentamente los ojos, estirando los brazos para volver poco a poco a dura la realidad –. Ya hemos llegado.
Cerró la puerta al mismo tiempo que la joven científica, que miraba tristemente el lugar a donde se dirigían, seguía los pasos de Gin a cierta distancia. No entraron por la impresionante puerta giratoria, sino por el parking.
Al parecer era un hotel de esos que muchos ejecutivos utilizaban para llevar a sus amantes o secretarias a la cama durante sus grandes giras y conferencias. No es que al hombre de negro le hicieran mucha falta esos lugares... pero le iba bastante bien por las puertas traseras con código y el ascensor privado para que nadie les viera.
Shiho se sorprendió al ver como aquella habitación apenas tenía muebles, hizo una mueca divertida: seguramente Gin, al verse en un estado infantil despertó su famosa ira, destrozando todo lo que se encontraba a su paso… ese día seguro que la mujer de la limpieza hizo su mejor trabajo.
Le dio la espalda. Contemplando como en el armario del fondo se encontraba su famosa gabardina negra colgada de una percha, con la que siempre el hombre se vestía. Esa prensa prenda le permitía camuflarse perfectamente con la oscuridad de la noche. Pasó sus dedos por la fría tela de ésta, su tacto era como siempre lo recordaba…
–¿De qué querías hablar?
–De tus condiciones.
–¿De qué?
–Para volver a la Organización.
La científica negó con la cabeza.
–No pienso volver –se cruzó de brazos para volverle a dar la espalda, mirando por la ventana a los transeúntes pasear –, además me dijiste que era una orden, no una súplica así que no entiendo porque ahora quieres hablar de condiciones.
–Luego pensé que se te podría ir la lengua una vez estemos ahí, delante de Anokata.
–¿Sobre qué?
–Sobre tu hermana.
El corazón de la joven dio un vuelco pero no dio señas de ello. Dejó pasar los segundos antes de emitir un leve suspiro.
–Gracias.
–¿Gracias por?
–Por haberlo intentado –esa vez si miró a los ojos del asesino, unos instantes antes de volver a su paisaje nocturno –. Me lo han explicado todo… nunca pude ver su ficha de defunción, y por fin entiendo que no me lo contaras delante de todos, nunca hablaré de tu traición, ni dentro ni fuera de la Organización… no debes preocuparte por ello.
Sentía como las manos enguantadas de Gin se posaban sobre sus hombros, la respiración tranquila del asesino chocaba contra su nunca.
–Solo te pido que me dejes libre…
–Es imposible eso que me pides –coló sus manos entre las finas tiras del vestido para bajarlas lentamente, rozando contra la piel de sus brazos –. Sigues siendo mía… no voy a permitir que otro hombre que no sea yo te ponga las manos encima, aunque para ello tenga que perseguirte hasta el fin del mundo.
–Gin… –las manos de ese hombre acariciaba su cintura para dejar caer el vestido contra el suelo una vez pasaba sus caderas, dejándole solo con su ropa interior y los tacones.
Se giró temerosa, observando como éste se quitaba los guantes con la boca para acariciar su rostro, piel con piel. Creando un beso que acalló por un momento sus peores miedos, aunque fuera más joven sus movimientos seguían siendo firmes, fuertes con confianza ganada con el paso de los años.
Dominaba su boca, su lengua y cuando quiso darse cuenta su espalda se estiraba contra las suaves sábanas de aquella cama que envolvería su cuerpo esa noche. Escuchó como sus zapatos de tacón caían contra el suelo junto con los de él, atrapada bajo el cuerpo del joven de negro que se tumbaba encima de ella, sin dejar de besarla.
Gin estiró uno de sus brazos para abrir el cajón de su mesita de noche, cogiendo una diminuta capsula, sin dejar de mirar a la chica que sometía sin cesar. Separó los labios, respirando agitadamente mientras alzaba la barbilla de Sherry.
–Tómatela.
–¿No podrías ponerte un preservativo por una vez en tu vida?
–Odio esas cosas y lo sabes.
–Es mi cuerpo.
El chico sonrió fríamente, a pocos centímetros de su cara.
–Y también el mío.
Abrió la boca para reprocharle pero fue lo peor que pudo hacer, la pastilla entró, rozando sus dientes para ser introducida hasta su garganta gracias a la húmeda lengua de Gin… cuando quiso darse cuenta ya se la había tragado.
Cerró sus azulados ojos, dejándose llevar, permitiendo que el tacto sobresaliera por encima de los demás sentidos. Como su mano bajaba por el cuello, acariciando su barriga para pasar calmadamente hacia atrás, desabrochando su sujetador. Como la cálida lengua rozaba uno de sus pezones provocando que soltara un leve gemido antes que se lo succionara con fuerza mientras con otra mano apretaba el otro con fiereza.
Una fuerte corriente de placer atizó y recorrió toda su columna hasta llegar a su sexo que se rozaba contra la cremallera del pantalón de Gin, manteniendo encerrado la fuerte erección que crecía a causa los continuos gemidos de la mujer.
La besaba con fuerza, pasión, haciendo que a veces sintiera que se ahogaba entre su lengua mientras una de sus manos se colaba, ahora, en la única ropa intima que le quedaba puesta. Dos dedos entraron en su interior haciendo que la científica se tensara, doblando sus pies hasta que sus dedos rozaron con las sábanas, suspirando de placer.
Los movía, giraba en el húmedo hueco de la joven, observando cómo gemía y su rostro se enrojecía de vergüenza ante la sonrisa burlona de éste mientras rozaba con la palma su clítoris.
Dentro de esa habitación parecía como si nada hubiese cambiado entre ellos dos, como si el tiempo hubiera echado hacia atrás… a sus mejores tiempos: antes de que el FBI se pusiera en medio.
Un fuerte gemido resonó por la habitación, Sherry había llegado al clímax solo con los movimientos de los dedos del joven. Arañaba su espalda, tensando todavía más sus piernas, incorporándose lo poco que podía mientras resbalaba sus uñas por la tela de la camiseta de éste.
Jadeaba agotada, dejando caer ambas piernas mientras éste retiraba sus dedos, mojados. Gin se levantó para poder quitarse la camiseta con calma, pasando sus manos por su pantalón para quitárselos a la vez que su ropa interior, liberando su palpitante miembro. Se volvió a colocar lentamente sobre la cama, haciendo que crujiera por el cambio el peso, gateando hasta la altura de Sherry.
Besándola separó sus piernas, haciendo que ella se incorporase levemente, apenas unos centímetros, para colocar la mano contra el sudado tórax de él en forma de nerviosismo y temblorosa… pero la penetró de una sola acometida, fuerte, fugaz haciendo que se volviera a tumbar con suma elegancia. La sentía completamente, aun hinchada por su primer e intenso orgasmo la embestía, una y otra vez, apoyando la frente sobre el suave hombro de la chica. Entrelazando sus manos.
Abría la boca, acompañando los gemidos de ésta al ritmo de sus bombeos con la cadera, cada vez más rápido, dejando que los minutos pasaran hasta sentir como de nuevo Sherry se estremecía, junto con sus largas piernas.
–Venga… dámelo… –jadeaba, agotado, vulnerable pero dominante entre los brazos de aquella mujer que le volvía completamente loco –. Dámelo… Sherry…
Y ahí estaba, el segundo… sus intensas contracciones envolviendo su miembro hizo que se dejara llevar, explotando en su interior. Sus mentes desconectaron dejándose llevar por el intenso placer de esa interminable noche… no importaba nada más, solo ellos dos. Convirtiéndose en uno.
