XXVI – Al límite
–¿Puedo quedarme a dormir?
Shiho giró la cabeza ante el origen de aquella voz, levantando los finos dedos del teclado. La joven científica sonrío tristemente ante la inofensiva pregunta: Era verdad, no lo había pensado, el detective no tenía donde ir ya que su hogar estaba ocupado por otra persona… conocía tan bien esa sensación de no tener un lugar en donde estar.
–No entiendo esa pregunta Kudo, haz lo que quieras –intentaba no parecer ruda antes el chico, volviendo a mirar el pequeño monitor –. Esta casa es tanto tuya como mía –sus ojos mostraron tristeza al recordar una vez más al profesor Agasa.
Escuchaba como los pasos de Shinichi se acercaba a su ubicación, colocándose detrás de ella para observar mejor lo que hacía. No le importó, era imposible que éste entendiera todos los datos y cálculos de la pantalla.
–¿Sigues con la Apoptixina?
–Sí, tengo que buscar alguna manera de que Gin vuelva a su estado original aunque sea para un mes.
–¿No decías que la reunión era dentro de tres días? –frunció el ceño, confuso de porque quería crear un antídoto que durara más de esos días –. ¿Hay algo más que me ocultas?
La joven científica negó con la cabeza, sin dejar de anotar sus ideas y repasar las anteriores escritas con el paso del tiempo, sus ensayos y errores.
–No, pero sería mejor que estuviera allí una buena temporada –explicaba, dándole a la rueda del ratón para volver al principio de todo de sus anotaciones –. Sería positivo para todos que él siguiera haciendo como si no hubiera pasado nada, volviendo a su querida rutina.
–¿Crees que te llevará con él?
No contestó, leyendo atentamente el efecto del Baikal en el cuerpo de Shinichi, sí, lo mejor era crear el potente antídoto en base de ese alcohol. Fuera la edad que fuera el efecto de la multiplicación de las células que ese licor creaba no iba a fallar… un pequeño recuerdo apareció en su mente:
–Cuando todo esto termine volverás conmigo –Gin seguía conduciendo sin mirarla –. No tienes ninguna opción, hazte ya a la idea.
Shiho se mordió el labio, no había pensado en esa alternativa... Una vez en su estado real podía arrastrarla hasta los laboratorios de la Organización para continuar allá con el antídoto.
–No lo creo, por el momento no está en condiciones de hacer lo que le dé la maldita gana… –mintió, para animarse a sí misma –, te costara que me vaya de tu lado, créeme.
El chico estiró los brazos, observando atentamente como ya iba siendo la hora de cenar. Si fuera por Shiho seguiría ensimismada con sus estudios sin cenar nada, pasando toda la noche despierta para tener ese antídoto a tiempo.
–Voy a preparar nuestra cena, te dejo con lo tuyo.
–¿Ah, pero tú sabes cocinar? –se rió de su amigo para animarlo un poco, de la única manera que ella sabía hacer –. A veces me llegas a sorprender.
Bostezó, perdiendo la cuenta de cuantas veces había repetido ese gesto durante toda la noche. Cerrando la pequeña caja de metal que se hallaba sobre su escritorio con siete pequeñas capsulas alineadas a la perfección, finalizando así su tarea.
Estaba agotada, totalmente exhausta pero orgullosa de terminar su objetivo tan al límite de la fecha. Ya, por hoy, esperaría a que llegase la noche para volver a su estado infantil… ya Gin se encargaría de tomarse ese nuevo antídoto mañana o antes de la reunión, descansando un poco el cuerpo de tanto jugar a ser Dios. Para ellos ya había pasado la semana, aunque Shinichi aún tenía tres días más.
Su corazón dio un vuelco a recordar que por su culpa estaba peleado con Ran, si lograse que el detective la trajera a casa antes de encogerse podía solucionarlo y dejar esos tres días para ellos solos, sin Gin de por medio… se dejó caer, agotada, sobre la cama. Aún no había salido el sol, podía descansar aunque fuera unas pocas horas.
–Haibara –Shiho abrió los ojos como respuesta, permaneciendo en la misma postura que tenía pocas horas antes de dormir, aunque para ella solo había pasado como un parpadeo –. ¿Quieres algo para desayunar?
–¿Ahora me llamas Haibara? –bostezó nuevamente, a veces pensaba que dormir esos pequeños momentos de tranquilidad era peor que mantenerse despierta durante todo el día –. Suena como si tuviera trastornos de personalidad.
–Bueno, tendré que acostumbrarme, ya que pronto volverás a ser ella.
No pudo evitar sonreír, pasando la mano por su flequillo. En verdad echaba en falta todo aquello y poder volver al parvulario para ver de nuevo a los niños no le iría mal para desconectar.
–Déjame ayudarte con el desayuno, ya terminé con lo mío –se levantó, para enseñarle la pequeña caja que tanto trabajo le había costado finalizar. Vio una chispa de curiosidad en la mirada de su fiel amigo, que acercaba lentamente la mano para tocar una de las cápsulas. Shiho cerró con fuerza, pillando por poco los dedos de éste –. Ni se te ocurra tomarte una de estas, o robarla, podrías terminar muerto –le fulminaba con la mirada –, es demasiado fuerte para ti, es exclusivamente para Gin.
–Vaya… ¿crees que vendrá ahora?
–No –negó rotundamente con la cabeza, saliendo hacia el pasillo junto con él para cerrar la puerta tras de sí –. Le dije que el día anterior a encogerse se mantuviera en una zona segura, estará en su hotel, esperando lo inevitable.
–Pero hasta la noche…
–A veces fallo –sonrió, abriendo uno de los cajones para sacar un cuchillo para cortar el pan, sintiendo como Shinichi le daba la espalda para calentar el café –. Os pensáis que soy perfecta, que tengo un don para la ciencia pero no es así… antes hacia pruebas con ratones y los resultados eran distintos a los del ser humano… podría durar más o mucho menos.
–Entonces sí, mejor que no salgáis.
–Espero que tú hagas lo mismo dentro de tres días, no lo había probado antes con nadie, ahora mismo es una ruleta para todos nosotros –sintió como la habitación empezaba a darle vueltas, soltando el cuchillo para colocarse la mano sobre la cara, apretando el puente de la nariz –. Ah… vaya…
–¿Estás bien? –colocaba las manos sobre los finos hombros de la chica, haciendo que se volviera a estabilizar –. Estás pálida.
–Sí, no te preocupes –sonrió para calmarle, volviendo a centrarse en su plato –. No he dormido lo suficiente, solo es eso, luego volveré a echarme un rato.
–A veces te esfuerzas demasiado –sacaba los cubiertos para colocarlos sobre la mesa de la cocina, el olor a café volvía a hacerse presente esa mañana en ese hogar –. Aunque sé que no tienes otra opción, lo siento.
–¿Qué sientes?
–Desde que apareciste aquí, huyendo de la Organización –sus miradas se conectaron, haciendo que ella sonriera levemente cogiendo los platos para llevarlos hasta a él –. Te tengo desde el primer creando un antídoto para mí… me da la sensación que… saliste de un laboratorio para hacerte entrar a otro.
–Ambos hemos sido un poco egoístas, uno con el otro –colocaba una de las piezas de porcelana delante de la silla de Kudo –. Me alegra saber eso, ahora siento que estamos en paz.
–H-Haibara…
La segunda pieza de porcelana se posó, pero no en el otro lado de la mesa sino contra el suelo. Creando un estallido que llamó la atención al joven detective, girándose. Shiho se encontraba de rodillas, apoyada con una mano contra el mueble para intentar no caerse bruscamente contra éste.
–¡¿Estás bien?! –intentaba levantarla pero pesaba mucho más que otras veces, como un peso muerto –. ¡¿Te has hecho daño?!
–N-no me encuentro muy bien… –susurraba, estaba pálida, como antes. Sentía como un sudor frío emanaba de su cuerpo –. N-no… siento las piernas…
–¿No las sientes?
Un fuerte gemido de dolor salió de su boca, un sonido que él conocía demasiado bien. Las uñas de ésta se clavaron fuertemente contra los hombros de Shinichi haciendo que instintivamente se mordiera con fuerza el labio para combatir esa pequeña tortura.
–¿Se te está pasando el efecto del antídoto?
–C-creo que sí… –apoyaba el rostro contra la camisa del detective, respirando con suma dificultad, repitiendo de nuevo el grito de dolor –. Y-ya te dije… que no era perfecta…
–Aguanta… –la abrazó con fuerza para calmarla, aparentando los dientes al sentir de nuevo el punzante dolor de las uñas de ésta.
Un nuevo gemido de dolor salió de la boca de la científica, junto con un fuerte latido de su corazón, uno detrás de otro.
–K-Kudo –se alarmó –. N-No siento los brazos…
El joven detective la apartó observando que estaba blanca, como la nieve… algo no iba bien, pasaban los minutos pero la chica no se encogía pero en cambio si se volvía más débil. Como si algo en su interior se alimentaba de ella, apagándola poco a poco.
–C-Creo que me equivoqué en algún cálculo, lo siento… –esbozaba una sonrisa irónica, jadeando, preguntándose si a Gin le estaba ocurriendo lo mismo –. Esto nos pasa por querer jugar a ser Dios o el Diablo… h-hay cosas… que el ser humano… no debe tocar…
–¡Espera, llamaré a una ambulancia! –se veía la desesperación en su mirada, sin saber si debía soltarla, cada vez estaba más fría –. No te mueras en mis brazos, por favor.
–Estoy asustada… –sollozó. Apenas sentía nada, un fuerte calambre atizó su cerebro haciendo que escuchara un fuerte pitido en su oreja, cada vez más agudo, molesto… lo único que podía hacer era escucharlo junto con sus latidos, hasta que no pudo aguantarlo más, cerrando sus ojos.
–¡Shiho!
Abrió levemente la boca, tenía frío… más que cuando fue disparada en la misión de Gin. ¿Cómo estaría él? ¿Sufriendo igual que ella? ¿A Shinichi le pasaría lo mismo? Ya todo daba igual, poco podía hacer ya que solo quedaba esa oscuridad… el silencio.
–¡SHIHO!
Era su castigo por jugar con lo prohibido y tendría que aceptarlo.
