XXVII – La bella durmiente

¿Qué había pasado ahí?

Un Gin encogido miraba fríamente, desde una distancia cauta, la tensa situación que se hallaba enfrente de él: Tres coches de policía y una ambulancia se encontraban aparcados delante de la casa de la joven científica. Apenas podía escuchar nada de lo que decían, ya que, los cotilleos de la multitud sobrepasaban las voces de los agentes.

Solo los policías se encontraban fuera, hablando con los vecinos que escucharon todos aquellos gritos de dolor, mientras los médicos permanecían dentro del domicilio, dejando el auto con las luces encendidas.

–Hasta que no la has roto del todo no la ibas a dejar en paz, ¿verdad?

Se giro rápidamente, con rabia en la sangre, ante aquel duro comentario que iba dirigido hacia él, pero no encontró el dueño de aquella voz. Okiya ya se encontraba a una buena distancia de él, llegando con las manos en los bolsillos al lugar donde todo había ocurrido.

La camilla con Shiho inconsciente en ella pasó por su lado, haciendo un gesto con la cabeza para que parasen. Se acercó para comprobar que estaba tapada por varias mantas térmicas, con rostro sereno e impasible como su respiración. Rozó con la mano su mejilla para descubrir que estaba fría, como el hielo.

Volvió a repetir el gesto para observar como la metían dentro de la ambulancia para llevarla rápidamente a un hospital cercano donde les esperaría el FBI, con Bourbon aun en el entorno lo mejor era ser cautos.

–Se me ha ido, entre mis brazos –Okiya se giró, observando como Shinichi conversaba con Ran. Él también estaba con una de esas mantas siendo abrazado por ella, por un día lo dejarían todo atrás –. Como lo hizo su hermana…

–Shinichi, está viva… –se separó de él, recibir su llamada con tanta desesperación hizo que estuviera a su lado –. Respira y los médicos te han dicho que sus constantes vitales están bien, no te preocupes, todo irá bien.

–Está tan fría… tan estática…

–Shinichi…

–Ran, ella no es mi pareja –intentaba explicarse aún estando en shock –. Ella es mi caso, se lo debo… después de no poder haber salvado a su hermana –sus tímidas miradas se encontraron –. Déjame un día explicártelo todo… por favor, ella lo hubiera querido.

Ran abrió la boca, para cerrarla poco después con una leve sonrisa, cálida.

–De acuerdo –acarició con cariño la mejilla del chico de sus sueños –. Te creo, cuando tu veas el momento yo te esperaré para escucharte.

–Gracias…

Okiya se paró a su lado, saludando con una leve reverencia a la joven que tanto le recordaba a su amor perdido. En parte escuchar esa conversación hizo que con dolor recordara la razón de porque todos habían llegado hasta donde estaban: Akemi Miyano.

–¿Vienes al hospital? –preguntó, Jodie les esperaba a ambos en su coche, aparcado en un callejón de al lado –. Un medico de los nuestros nos van a informar sobre su estado.

–Tengo algo que hacer, ahora os alcanzo –dejaba la manta sobre una de las sillas –. Pero por el momento me gustaría que uno de vuestros agentes acompañara a Ran a su hogar, si no es molestia.

–Para nada –sabía perfectamente a que se refería el joven detective, habían dejado de estar solos en aquella estancia –. Ahora nos vemos.

Aflojó su mano para soltar la de Ran que se marchaba sin dejar su sonrisa en la boca, sabía perfectamente que era un método de apoyo, respondiéndole con el mismo gesto. Aunque se moría de ganas por besarla, amarla…

La puerta se cerró, dejándole a solas con el silencio sepulcral de aquella casa que permanecería por hoy solitaria, vacía. Se agachó, cogiendo todos los cristales del suelo del plato que se le cayó a Shiho antes de desmayarse. Aún sentía el peso del cuerpo de ella en sus temblorosos brazos…

–¿Por qué ella y no tú? –preguntó, al aire, haciendo que la persona que se encontraba escondida saliera de su guarida –. Shiho me dejó algo para ti antes de que se marchara, por mi dejaría que te pudrieras en el infierno pero se lo debo… en su último favor me pidió que te diera esto –tiró de mala manera la caja con el antídoto para Gin –. Sálvanos a todos apareciendo en esa maldita reunión.

Gin chasqueó la lengua, frunciendo el ceño sin moverse ni un milímetro.

–¿Quién coño eres tú?

–¿Yo? –giró su cara para mirarle a los ojos, que recordara su rostro era lo que menos le importaba ahora –. Me conoces como su caballero andante… –empezó a caminar para marcharse de allí –. El antídoto dura un mes, di por hecho que es una por semana… ella prefirió que volvieras a tu querida rutina y que no sospecharan de ti, cumple su deseo.


En parte ver a Gin encogido le relajó un poco, no tenía que terminar como ella por tomar el mismo antídoto… podría ser que con las mujeres reaccionara distinto, ¿no? ¿O si, como dijo ella, era su castigo por ser la creadora?

Suspiró, negando con la cabeza, eso era una gran tontería. Se pasó algo nervioso la mano por sus negros cabellos, despeinándose sin querer, antes de abrir la puerta de la habitación donde se encontraba Shiho. Ya, por fin, tenía el valor para entrar; Una Jodie sonriente con los brazos cruzados le recibió, a su lado se encontraba James sentado en una silla mientras Okiya miraba por la ventana.

–Si se lo has dado, ahora mismo podría estar en la Organización.

–Sí.

–Esperemos que no terminemos todos muertos para mañana.

Se colocó enfrente de la cama de Shiho, cogiendo una de sus heladas manos, aún permanecía con el mismo rostro, la misma postura… era como un maniquí sin vida pero que respiraba.

–¿Qué han dicho? –no sabía si estaba preparado para escuchar la dura verdad, si esa persona que tenía delante de él seguía siendo Shiho –. ¿Cuándo se va a despertar?

–No lo saben –por un momento pensó que Okiya iba a ser quien iba a dar la noticia pero salió de la boca de Jodie, seguramente ni hasta él aceptaba ese hecho –. Dicen que está estable, sin daños cerebrales… sus constantes vitales normales, fuertes… –cerró los ojos con dolor recitando lo que el médico dijo poco antes a Subaru en privado –. Está dormida, Kudo.

–¿En coma?

La agente del FBI negó con la cabeza, su brillante mirada conectó con la suya… transmitiéndole esa sensación de dolor.

–Está dormida.

–¡No está dormida! –gritó de mala manera, intentándose calmar inútilmente –. Una persona dormida no está tan fría, ni tan estática, ¡parece un maldito cadáver, joder!

–Kudo, cálmate –respondió fríamente Okiya, su postura se mantenía igual, observando su reflejo en el cristal de la ventana –. Es normal que los médicos no sepan nada, está bajo los efectos de esa droga que ella misma creó y que ellos desconocen por completo.

–¿Qué quieres hacer entonces?

–La llevaremos de nuevo a casa del profesor y la cuidaremos allí –finalmente se colocó enfrente de él, como si estuviera dando órdenes a los pocos compañeros que conocía su nueva identidad –. Por el momento solo podemos esperar a que se despierte.

Kudo observó el rostro de su fiel compañera pero,

¿y si... nunca llegaba a despertarse?