XXVIII – Amarga espera

–Bella durmiente.

Conan no pudo evitar sonreír ante el cálido comentario de su madre, Yukiko. Hacía dos semanas desde que Gin volvió a la Organización, desapareciendo del mapa… y, gracias a Dios todos seguían vivos para vivir el día a día.

Shiho seguía igual, en su estado durmiente, en una cama de una habitación de la planta superior del hogar de Agasa. Para la madre de Shinichi le parecía importante que la joven estuviera en un lugar abierto y no en aquella habitación oscura, para que los rayos del sol tocaran su fría piel durante el día.

Para el pequeño detective, se encogió de manera normal cuando llegó su plazo… sintiéndose todavía más confundido, sin saber porqué la única que no se encogió de los tres fue ella, dejándola en ese trágico y patético estado. Agradecía que todo el FBI se volcase con la científica, incluso que su madre volviera desde América para echar una mano, cuando más pasaban los días más amiga se hacía de Jodie y más fan enamoradiza se volvía de Shuichi Akai que se mantenía disfrazado, haciéndose pasar por otro agente de la policía Americana.

–Así, bien –animaba la actriz mientras incorporaba el cuerpo de Shiho con ayuda de la agente del FBI para ducharla mejor con unas esponjas –. La higiene es importante para una mujer.

–Ya lo sé pero… –el pequeño Conan intentaba mirar lo mínimo, el cuerpo de la joven se encontraba completamente desnudo tapado con unas finas sábanas para ocultarla de las miradas de los curiosos –. ¡No entiendo porque eres tan cotilla con su cuerpo! Puedes lavarla sin más y no tirarte medía hora mirando cada parte de ella.

Yukiko hinchó los mofletes, enfadada.

–Solo lo hago para mirar que no tenga rozaduras –intentó defenderse ante la risa de su compañera que sujetaba los débiles hombros de la científica –. Al no moverse tenemos que comprobarlo todo, ¿o quieres que por no mirarle salga alguna infección importante?

–Ya, lo sé.

–¿Como llevas lo de Ran? –la frente de Shiho se apoyó contra la mejilla de ésta, a causa del peso muerto de su cabeza. Por una vez algo de tristeza se mostró en el rostro de la actriz al ver lo completamente vulnerable que ésta era entre sus brazos –. ¿Has podido hablar con ella?

Negó con la cabeza, girándose al instante algo sonrojado al ver como la sábana se resbalaba para casi descubrir los pechos de la chica. Si está llegase a despertar en esa situación estaría muerto.

–En este estado… imposible –suspiró, guardando las manos en los bolsillos –. Los tres días restantes que me quedaban del antídoto tuve que ser bastante cauteloso, me dejé ver y no quería implicarla con el tema de la Organización.

–Ese es otro tema, ese hombre… –observó como Jodie alzaba el rostro atenta a lo que iba a decir, justamente en ese momento estaban destapando la pequeña herida de la bala que él mismo curó –. ¿Creéis que vendrá para llevársela?

Jodie contradijo también con la cabeza, recordando cuando hizo esa misma pregunta a su fiel compañero del FBI, Akai. Como con una sonrisa de plena confianza le explicaba que aún no era el mejor momento para ello.

–Me explicó que cuando un miembro de los suyos cae inconsciente le dan un plazo de un mes para despertarse –recogía el cubo con jabón del suelo, solo faltaba que Yukiko secará bien el cuerpo de la joven con una suave toalla –. Si esa persona no despierta lo ven como un lastre y terminan con su vida… llevársela sería sentenciarla directamente y en su estado actual no se la va a querer jugar –suspiró –. Yukiko, voy a llevarme esto para abajo, creo que ya lo que queda puedes hacerlo tú misma.

La joven mujer sonrió, asintiendo.

–Claro, cuando termine abriré un poco la ventana y dejaré que disfrute del buen día que hace hoy –se levantaba para dejar, poco a poco, la espalda de la chica sobre el colchón limpio, observando cómo los cabellos de la científica rozaban su propio rostro sereno de tranquilidad –. Pero antes vamos a vestirte, bella durmiente.

–Le hablas como si fuera tu propia hija –se burló Conan, escuchando como se cerraba la puerta con Jodie fuera de allí, agradeció que ya la comenzara a vestir con uno de sus pijamas de color negro –. ¿Necesitas algo más?

–Sí –se percató al pasar las manos de la chica por las mangas que las tenía secas –. Mira si en su escritorio tiene una crema hidratante para las manos –guiñó un ojo –, toda mujer presumida tiene que tener una.

¿Shiho presumida? Eso lo tenía que ver.

El pequeño detective suspiró, saliendo de allí de mala gana, no sin antes mirar una vez más el rostro dormido de Shiho. Catorce días así… sin moverse, aun escuchaba sus gritos de dolor entre todas las pesadillas de la noche, sus ojos cerrándose para dejar todo el peso del cuerpo entre sus brazos… al menos ahora no parecía estar sufriendo.

O eso esperaba.

Bajaba las escaleras, lentamente… dejando atrás las voces de los agentes del FBI que se encontraban en el comedor principal. Vigilaban el hogar las veinticuatro horas del día, esperando algún movimiento del hombre de negro, intentando acercarse a ella.

Si todo seguía igual, sin peligro… Era porque el antídoto funcionó con Gin y recuperó su aspecto original, ¿no?, reuniéndose con sus fieles compañeros de cacería para decidir el trágico y violento destino de su próxima víctima. ¿Vermouth estaría allí, sorprendida de ver como una vez más Sherry daba dos pasos por delante de ella?

Abrió el cajón del escritorio polvoriento de Shiho, demostrando una vez más el paso del tiempo sin la científica entre ellos. Su madre tenía razón, un pequeño bote para el cuidado de las manos se hallaba entre sus pertenencias, las pocas cosas que podían decir con certeza y seguridad que eran suyas… ya que todo lo demás lo dejó atrás...

La crema, una libreta, las cintas de casete de su madre y… una caja metálica. La misma que siempre llevaba encima con diferentes tipos de medicamentos para cuando uno de los niños o el mismo se ponía enfermo.

–Espera… –dijo para sí mismo, abriéndola con la mirada brillante, aun quedaban unos antídotos de los antiguos que como mucho les duraba un par de días… con una pequeña nota escrita con el puño y letra de la científica que ponía: para emergencias –. Sabías que un día u otro iba a necesitarla, ¿verdad?

Una pequeño golpe pero sonoro se atizó sobre la mesa, lastimándose su propia mano, liberando el dolor de perder a su fiel amiga que siempre le ayudaba, incluso poniendo su propia vida en riesgo… ¿Por qué el castigo no fue para Gin?

Ella no se lo merecía, solo quería una vida normal, era algo tan simple…


Una agradable brisa alzaba los largos cabellos plateados del hombre de negro, que observaba atentamente el crepúsculo de la noche, apoyado sobre su querido porsche que siempre le acompañaba.

–Aniki.

Gin giró levemente su rostro, contemplando como su fiel compañero de armas se encontraba nervioso, incrédulo: el sospechoso había salido corriendo despavorido de su ubicación y el alto cargo no se había movido ni un ápice del sitio.

–¿Qué? –volvió a ignorarle, observando el paisaje.

–¿No vas a perseguirle?

–Bah –exhaló el humo del cigarro, pensativo –, dejaré que la codicia haga su trabajo.

–¿C-Cómo?

Éste no le contestó. Vodka dios dos pasos hacia él, contemplando la espalda de la oscura gabardina de su superior. Llevaba tiempo deseando preguntarle porque estaba tan extraño últimamente, tan ausente… tan pensativo, pero antes obtuvo la respuesta a su primera pregunta que si pronunció en forma de una increíble explosión a varios metros de seguridad de ellos, aunque si sintieron la onda expansiva volando sus oscuros ropajes: Un gran muro de humo se alzaba ante la oculta mirada de Vodka, oscureciendo más aquel atardecer que envolvía los pensamientos de su jefe.

Tiró el cigarro al suelo, apagándolo de un pisotón.

–Ah chico –se mofó cruelmente, abriendo la puerta para marcharse de allá –, te podrías haber ido sin tu querido coche.

Vodka soltó una fuerte carcajada, entrando en el asiento del copiloto para irse en cuestión de segundos, antes de que la policía llegase, en verdad todo seguía igual… con seguridad todo era su imaginación.

Gin seguía siendo Gin, que ahora miraba impasible su teléfono móvil.

–¿Ya tenéis el informe que os ordené?

–Sí, Shinichi Kudo –sonrió, las luces de las farolas se reflejaban en sus oscuras gafas que siempre ocultaban su mirada para llegar al mismo nivel de intimidación que creaba su superior –. Es uno de los chicos que mataste hace medio año, está sobre tu escritorio, no te imaginarás quien firmó su acta de defunción.

Gin alzó su mirada, serio, mirando al infinito de aquel paisaje ahora nocturno.

–Me hago una idea.