XXIX – Un rayo de esperanza
–Shinichi…
La chica se sorprendió al ver como el joven detective respiraba con dificultad por la rápida caminata hasta su hogar. Tenía el codo apoyado al marco de la puerta, con una de sus piernas hacia adelante, en la entrada, para que ella no le cerrara.
Su corazón latía con dolor, con el paso de los días pensaba que se había vuelto a ir lejos de su alcance. Pero ahí estaba como le prometió, su estúpido y querido detective, delante de ella para darle aquella explicación que tanto temía oír.
–He… venido… para llevarte… conmigo –hablaba entre jadeo y jadeo, dejando que una gota de sudor resbalara por su frente. Estiró su mano, ofreciéndosela a la joven que tenía la suya apoyada sobre la zona de su roto corazón –. Ven para mostrarte toda la verdad.
Se abrió la puerta, entrando los dos adolescentes en aquella silenciosa habitación que Shinichi iluminó tenuemente con una de las lámparas adyacentes. La joven soltó un suspiro de sorpresa al observar que en el lecho se encontraba aquella extraña chica que conoció dos semanas antes.
–¿Sigue… inconsciente? –se acercaba lentamente a aquella la cama, sin hacer ruido, con las manos entrelazadas a la altura de la cadera.
–Sí.
–Se la ve muy guapa, aún estando durmiendo.
–Ran, como te dije en su día ella no es mi pareja –su mirada mostraba tristeza, la chica no sabía si era por la historia que le iba a contar, aquella verdad o por ver como todo se mantenía igual –, es como una hermana para mí.
–Dijiste que ella era tu caso –se sentó en la silla que se encontraba enfrente del lugar donde descansaba la científica –. ¿Ella es la razón por la que no te puedo ver desde hace medio año?
–Ella formaba parte de la gente que persigo –se apoyaba contra la pared, disfrutando de la intimidad que les había permitido los agentes –. No puedo verte hasta que no haya terminado con ellos, si no, te pondría en riesgo –cerró los ojos –. Si llegara a pasarte algo nunca me lo perdonaría Ran.
–Estabas tan asustado cuando me llamaste –sentía algo de celos, mirando el rostro de la joven durmiente, siguiendo con los ojos un recorrido hasta el suero que la alimentaba y la mantenía sana –. Nunca te había escuchando hablar así ni cuando estás con conocidos que han fallecido durante un caso.
–Su hermana mayor murió en mis brazos –agachó la mirada, incomodo –. Creo que es el único caso que he perdido y nunca me lo he llegado a perdonar –recordaba cuando Shiho le hablaba cerrando los ojos –. Por un momento vi ambos rostros, ambas voces…
–Shinichi…
–Tú la conociste –se sentía preparado para ello, ojala Shiho le perdonase por lo que estaba a punto de hacer –. Se llamaba Akemi Miyano, pero tú la conociste… con otro nombre, Masami Hirota.
Los ojos de Ran de abriendo de par en par, recordando al instante aquella mujer de largos cabellos castaños que murió desangrada en los brazos de Conan. Esa chica era tan joven, tan llena de vida…
Se levantó, escuchaba los latidos de su propio corazón que resonaban dentro del pecho. Pero el cerebro reaccionó de forma alarmante, algo no cuadraba, no acababa de encajar en esa historia… aunque en el fondo sabía… algo que durante meses sospechó pero no quería creer.
–Pero… –salió en forma de susurro casi inaudible –, tú no… estabas ahí.
–Sí lo estaba –exhaló con fuerza el aire de sus pulmones, aterrorizado por la reacción de ésta –. Estaba justo delante de ti, Ran.
La joven giró levemente el rostro, como si fuera a decirle algo pero se mordió el labio, tembloroso. Quería llorar pero el dolor ante saber que por fin se estaba sincerando ante ella se lo impidió, la mirada del joven detective mostraba que aunque en parte se lo había dicho no era el mejor momento para hablar de ello.
¿Pero, cuando lo sería?
–¿Entonces… ella es su hermana pequeña? –intentaba cambiar de tema, ayudando a que él se relajara –. Por eso dices que ella es tu caso, porque ya tocaba lo personal… quieres arreglar lo que no pudiste salvar aquella vez.
–Esa gente es tan escurridiza, tan peligrosa –se acercó a ella para abrazarla fuertemente, ésta le contestó apoyando sus manos sobre los hombros, junto con su cara al torso de él, escuchando su tranquila respiración –, si fueran a por ti podría fallar otra vez… y ya no me quedaría nada… como a ella.
La chica alzó su rostro, conectando su brillante mirada por las ganas de llorar con la de culpabilidad de él. Nunca le había visto tan inseguro y asustado por unos criminales que debía de perseguir. Incluso Sherlock Holmes a veces tenía miedo…
–¿Por qué la besaste?
–Tenía que demostrarle que tener cariño a una persona no significaba amarla… estaba sufriendo interiormente, tenías que verla –se sonrojaba por lo estúpido que fue ese día, por suerte Shiho no se lo recriminó –. Ella no ha nacido en un lugar donde la gente se quiera o se respete.
–Entonces… ¿no significó nada?
–Para ninguno de los dos, lamento haberte preocupado –alzaba la barbilla de la joven, que se colocó en puntillas a su rostro, cerrando ambos los ojos, dejándose llevar –. Su corazón está ocupado como lo está el mío… –susurró a pocos centímetros de su boca.
Sus labios se posaron, creando un tímido beso que tanto habían esperado ambos, para luego al separarlos crear uno más apasionado, uno detrás de otro hasta que el joven detective sintió el valor de introducir la lengua dentro de la boca de la delicada chica.
Se entrelazaban mientras se abrazaban con más fuerza, sintiendo como por fin su corazón había encontrado a su otra mitad, su alma gemela. Por una vez, entendió ese sufrimiento que sentía la científica por amar a una persona que era tan tóxica para ella… porque aunque le hiciera daño una y otra vez seguía a su lado… y porque él hacia todo aquello contra ella, ¿le asustaban todos aquellos sentimientos? ¿No poderlos controlar? ¿Sentirse vulnerable porque Sherry era la única que podía llegar hasta su frío corazón?
Se separaron, despacio, mirándose fijamente mientras él pasaba el pulgar por la suave mejilla de la chica. Cogiendo una de las finas lágrimas que se le habían escapado durante ese momento tan dulce y tierno. Sonrojada le dio un leve golpecito en el tórax antes de apartarse nerviosa de él, mirando el rostro dormido de Shiho que era iluminado tenuemente con la luz de la lámpara.
–Entonces –se volvió a sentar en la silla, dándole la espalda al chico –, ¿dices que está sola?
–Sí –se colocó a su lado, guardando las manos en los bolsillos, dejando que el calor de su cuerpo se relajara –. No le queda familia, ni amigos… solo a mí.
La mirada de Ran se volvió dulce, compasiva a juego con la pequeña sonrisa que esbozaba con sus labios. Acercando su mano cerca de la de ella, que se encontraba fuera de aquellas sábanas rectas e impolutas.
–¿Cómo dices que se llamaba?
–Shiho.
–Bueno Shiho –entrelazo suavemente su dedo meñique con el débil de ella –. A partir de ahora tienes una amiga más –sonrió ante el rostro tranquilo de la científica.
