XXX – Tú eres la única

–¿Todo va bien?

Okiya asomaba la cabeza por la puerta, ojeando como en la habitación de Shiho se hallaba Jodie sentada, reflexionando sin mirar un punto fijo. Sostenía un libro cerrado sobre sus rodillas… la lectura hacía que llevara lo mejor posible todas aquellas noches donde reinaba el silencio.

Finalmente alzó la vista, apartándose las gafas para conectar mejor sus miradas.

–Sí –confirmaba con la cabeza, aparentando tranquilidad –. Solamente pensaba.

–Todo va perfectamente Jodie –se escurría por el hueco para entrar en esa estancia, cerrando la puerta para mantener la privacidad –. ¿Qué es lo que te preocupa?

–Solo que… lleva un mes dormida –se levantó, dejando el libro en la silla para ponerse delante de él, con los brazos cruzados –. ¿No sería mejor que la lleváramos de nuevo al hospital?

–Es un riesgo que no debemos correr –sentía como la mano de Jodie se apoyaba sobre su fuerte tórax, acariciando la suave ropa que él vestía –. Está estable y es lo importante.

–Eso no lo sabes, ¿y si… se está muriendo y nosotros no lo sabemos?

Sabía que no era la persona indicada a la que tenía que preguntar, pero era algo que tenía en su mente, día tras día mientras observaba el estado permanente de la chica. Subaru cerró los ojos, con una sonrisa irónica para marcharse de allí sin decir ni una sola palabra.

–¡Perdóname Shu! –la luz de la habitación se marchó, haciendo que la mujer iluminara el lugar con su propio teléfono móvil –. Ah, vaya…

Se mordió el labio en la oscuridad, inquieta. Lo mejor era salir de allí y buscar la causa del apagón. Era una de las pocas personas que conocía bien el lugar y lo utilizaría como buena excusa para buscar a Akai que, seguramente estaría parado en las escaleras para solucionar su catastrófico error.

¿Por qué había sido tan estúpida de decirle eso?

Iluminó por última vez el cuerpo inerte de ésta que respiraba con tranquilidad en sus cálidas sábanas de color marfil, cerrando una vez más aquella puerta, dejándola sola con su imperturbable sueño. Se escuchaba su respiración, profunda y lenta junto con el continuo goteo del suero que la alimentaba… pero un leve sonido en la ventana alteró la calma de aquel lugar pero no de la persona que se mantenía en ella.

Gin abría la ventana colándose con suma agilidad una noche más en el aposento donde Shiho descansaba. Con sigilo se acercaba a su ubicación observando como todo seguía igual que la última vez que la visitó, el mismo rostro con la misma postura... las sábanas estaban increíblemente lisas por su permanente estado inmóvil.

Aquello que tenía enfrente no era Sherry, si no una maldita cáscara vacía de lo que ella una vez fue, su interior estaba en un lugar donde él nunca le podía alcanzar...

–Finalmente tienes tu tan deseada libertad –se agachó, susurrándole fríamente en uno de sus oídos –, aunque ahora dónde estás es un mundo de mentiras.

Shiho no respondió, manteniendo los ojos cerrados, con su característico rostro sereno que éste acarició con una de sus manos enguantadas. Aún con las manos tapadas podía sentir el frío tacto que ésta desprendía. Se sentó a su lado para aprovechar el poco tiempo que había logrado para él antes de marcharse a otra misión donde le esperaban con Chianti y Eristoffblack.

Pocos días le quedaban en ese estado, y ya se las apañó lo suficiente para tenerlo todo listo para desaparecer unos días más del mapa, realizando otra misión entre las sombras, pero estando ella en ese patético estado ya no tenía claro que iba a ser de ellos. Sabía que Mezcal había cogido los apuntes para ella y que se los había llevado a Tottori con él. Aunque le molestó perder un material clave para sus supervivencias era lo mejor, que ese estúpido e ingenuo científico se manchara las manos antes que él, por si un día u otro descubrían todo el pastel que solo éste saliera perjudicado… o, bien muerto.

Acercó su rostro al de ella, percibiendo su tranquilo aliento sobre sus labios que posó sobre los suyos, estaban tan fríos como su corazón que latía al mismo son de ésta.

–Vuelve conmigo Sherry.

Era como hablarle al aire, invisible, que se llevaba todas sus palabras y recibía, como respuesta, únicamente un tenso silencio. Ni un mínimo gesto involuntario en su cara, facciones o manos hacía que la chica mostrase que estuviera viva, solo su lánguida respiración.

Hasta que no la has roto del todo no la ibas a dejar en paz, ¿verdad?

Chasqueó la lengua, molesto, ocultado su mirada bajo su característico flequillo de plata que contrastaba con su conocida gabardina negra que podía volver a vestir de nuevo gracias a la científica. Pasó su brazo por la espalda de ésta, rodeándola, para ir incorporándola lentamente. Sujetando con cuidado con la otra mano su cabeza que apoyó sobre el fuerte torso de él para que todo su peso no se fuera hacia atrás. Posó la frente sobre su corto y suave cabello castaño rojizo, dejando que el tiempo pasase.

Tampoco olía igual, quien la estuviese cuidado no conocía ese champú que ella siempre utilizaba. Aunque él tampoco nunca lo conoció, nunca se molestó en mirar que jabones compraba y colocaba en la ducha que ambos compartían… en verdad nunca le dio importancia a todos aquellos pequeños objetos que demostraba su relación con él.

Sus libros, ropa, joyas, maquillaje…

Incluso los detalles que tuvo con él pero que siempre ignoró.

Todo fue pasto de las llamas el día que ella se fue de su lado.

Conan se mantenía alejado de esa situación, asomando por el hueco de la puerta su famoso reloj anestésico… si esta vez pudiera apuntarle directo al cuello en vez de al brazo como la última vez había una oportunidad de dormirlo o, aunque fuera, aturdirlo unos instantes antes de darle caza. Ahí no se podría disparar como se hizo él mismo en el brazo.

–¿Está… dentro? –el delicado susurro Jodie acarició la oreja del pequeño detective. Se hallaba detrás de él con varios compañeros, con todas las armas preparadas, apoyados contra la pared esperando una sola orden –. Solo danos una señal.

–Sí… lo intento… pero todo está demasiado oscuro.

Con la mira telescópica del cristal del reloj intentaba dirigir su disparo a la zona clave… pero entre su largo cabello de plata y su oscuro ropaje no le facilitaba la tarea.

No era alguien vengativo pero se lo quería hacer pagar, cada uno de esos treinta días en que tenía que pasar al lado de esa misma habitación para ver que nada positivo ocurría, solo un día más sin ella. Apretó los dientes, agradeciéndole que, aunque fuera, se mantuviera quieto todo el rato.

–Preparaos…

Finalmente, la mirilla señaló la zona indicada gracias a que una nube destapó la tenue luz de la luna, iluminándoles a ambos, viendo una vez más la cara de tranquilidad de la científica aunque estaba siendo abrazada por aquel frío hombre que tanto amaba… Poco a poco empezó a pulsar el botón del artilugio, escuchando los latidos de su propio corazón, pero un pequeño sonido hizo que parase en el acto: una inspiración profunda.

¿Qué había sido eso?

Levanto la vista, confundido. El rostro de Gin también se podía apreciar con el mismo fulgor del nocturno astro. Permanecía quieto, con los ojos cerrados e indiferente como siempre, cerca de los labios de ella, pero su postura…

¿Culpabilidad?

Conan dio dos pasos hacia atrás, incrédulo por aquello. Sentía sus latidos del corazón causado por el pavor de ver esa extraña estampa, bajando y guardando su arma, para dejar que sus azulados ojos quedaran ocultos por el mismo destello que iluminaba a la infeliz pareja. Cerró la puerta bajo la mirada incrédula de todos sus compañeros, por una vez entendió porque Akai no quiso subir con ellos, porque no quería participar en esa cacería… era demasiado fácil.

–Dejémosle en paz.

–Edogawa…

Jodie no entendía el porqué de aquello, ese cambio de opinión pero con un gesto de su mano hizo que todos los hombres guardarán sus armas. Aceptando la petición de ese niño que tanto les había ayudado en otras ocasiones.

–Ya es suficiente castigo lo que tiene que vivir noche tras noche –se marchaba de allí con las manos en los bolsillos, con el rostro serio –. Es una tortura ver como tu bala de plata se va desvaneciendo entre tus brazos, sin poder hacer nada.