XXXIV – El ratón cazado
–Un ratoncito jugó con lo prohibido…
Era una melodía dulce, como una nana, que salía de la boca de aquella mortífera mujer que se coló minutos antes en la habitación de la científica. ¿Qué mejor disfraz que el líder de toda aquella estúpida operación, James Black? Gracias a su don de imitar voz y aspecto había logrado hacer que todos los miembros del FBI se marcharan confiados de aquella casa que tanto había protegido a su presa. Hasta hoy.
Tenía que ser rápida pero eficaz, aquel Subaru Okiya era demasiado espabilado y seguramente con el tiempo se daría cuenta de la treta, no si antes se le adelantaba James saliendo de su improvisada celda. No quería matarlo, era un personaje tan útil.
–Tanto tocó que en su propia trampa cayó… –seguía cantando, pasando la fina y oscura mano, utilizando sus propios dedos como si fueran pequeñas piernas que andaban desde la pierna de la científica. Pasando por su vientre hasta llegar al fino cuello –. Y el pobre ratón… murió.
Apretó con fuerza el cuello de la joven, con ambas manos, estrangulándola con odio. Disfrutando con éxtasis de sentir como la vida de aquella joven se escapada entre sus dedos. Observando cómo los labios de la científica se abrían levemente, su única respuesta después de tanto tiempo… una señal de un inútil intento de recibir algo más de aire para aliviar la agonía que sufrían interiormente, en silencio.
–Que estúpida eres –reía, divertida y en éxtasis –, te estás muriendo y ni así te dignas a despertarte –escuchaba como su garganta se iba cerrando, dejando apenas pasar el aire, solo un pequeño resquicio que hacía que sonara con un hilo de voz, junto con los labios que poco a poco se azulaban –. Te facilitaré el camino, en parte te odio por ello, ojalá la Apoptixina de tus padres me hubiera hecho lo mismo en vez de vivir este infierno.
Sus pupilas se dilataban, bajo la placentera sensación de tener todo el control y poder bajo una joven que apenas se movía, ni un solo milímetro, para intentar salvar su vida. Clavó con más fuerza las puntas de sus dedos en el cuello, sintiendo el latido de la vena aorta con su interna batalla para mantener a Shiho con vida.
–Me decepcionas Vermouth.
La cruel asesina disminuyó la fuerza para que su presa volviera a respirar, sin dejar su fría sonrisa. Con una de sus manos apartó su platina melena, ahora iluminada por la tenue luz de la luna, que recibía una noche más a los oscuros cuervos de la Organización.
–Me alegra te unas a la fiesta –miró hacia una de las esquinas de la habitación –, Gin.
Éste no contestó, solo se limitaba a dar dos pasos hacia adelante para dejarse ver, apoyándose contra una de las paredes mientras encendía uno de sus cigarros. Exhaló el primer humo, sin mirar a un punto fijo. Su rostro joven y adolescente se contrastaba con una mirada fría e madura por el paso de los años, que permanecía impasible.
–Atacar a una persona que no se puede defender, que ni siquiera está consciente –exhaló el segundo humo, lentamente –. ¿Desde cuándo, tú una de las mejores mujeres de la Organización, te has vuelto una asesina tan patética?
Vermouth se mordió el labio, con placer, retirando ambas manos del todo. Unas marcas rojas se quedarían dibujadas en el fino cuello de la joven durmiente a causa de la fuerte presión. Giró con tranquilidad su esbelto cuerpo hacia la ubicación de Gin, sin dejar de esbozar una sonrisa fría y burlona.
–Al menos yo tengo el valor de hacerlo.
–Pero no tienes el derecho.
–¿Crees que no sé qué es lo que estás haciendo? –agachó la mirada, por una vez en los ojos de la actriz se dejaba ver la melancolía –. ¿Qué estás abriéndole las puertas para que poco a poco salga la opción de volverla a meter en la Organización si Bourbon vuelve a encontrarla? ¿Qué la investigación necesita a su gran creadora? –apretó con furia los bordes de la cama –. Esa noche te di esa maldita Apoptixina con el deseo de ver como lograbas matarla por fin con tus propias manos, cumplir tu venganza… no darle una segunda oportunidad.
El joven de negro permitió que el silencio fuera su mejor respuesta, provocando que Vermouth se consumiera por la envidia.
–¿Qué tiene ella que no tenga yo? –se mordió el labio inferior, sintiéndose ridícula por aquella pregunta, pero ya no podía más, la situación de que Gin ya conocía su preciada bala de plata le desbordaba –. Estuvimos juntos durante muchísimos años, tuvimos una relación profunda y finalmente yo di el paso de dejarlo porque tú nunca te enamorabas...
–Y nunca lo haré –sonrió con desdén –. Te lo dije a ti y a ella, ese sentimiento es para idiotas que le gusta comportarse como imbéciles, yo nunca seré así.
–Y una mierda Gin –le fulminó con la mirada –. Ya ibas detrás de ella desde que volvió de Estados Unidos, la seguías con tu porsche y cuando podías vigilabas todas las noches su casa para que ningún hombre fuese a visitarla… y pobre alma de quien lo hiciera.
Gin encogió los hombros, sin darle ninguna importancia a las palabras de una mujer que le abría nuevamente su corazón.
–¿Y?
–Aún me acuerdo cuando Anokata quiso darle esa misión de conseguir la estúpida llave de su escritorio a Bourbon, pero tú te le adelantaste, no era tu puto trabajo –recriminó –, pero viste por fin la oportunidad para tener tu primer acercamiento con ella fuera del trabajo, Anokata te rió la gracia y permitió que tu continuaras con la causa.
El coche acelerando, Vodka localizando a la chica, el tiempo a contrarreloj… Shiho huyendo de aquellos violadores, la pelea en el callejón y finalmente: su mano, la delicada mano de la científica con la suya al ser rescatada por él bajo aquella fría noche lluviosa.
–Si no te interesaba –seguía hablando al ver que éste seguía sin responder –. ¿Por qué volviste a su lado nada más saber que Generic pasó la noche con ella? ¿Por eso pasaste la noche conmigo? ¿Para no pensar en ello? –se burló –. Yo creo que ahí te diste cuenta de que ella te cazó a ti y te jode admitir que la quieres. Eso no te hace menos hombre, Gin.
Gin sacó el humo de la boca, divertido por las palabras de la favorita de su jefe, recordando que eso casi le costó el rango que Sherry le devolvió.
–Estoy cansada de que cuando te acuestas conmigo pronuncies su maldito nombre… –continuó cerrando los ojos. Su mano buscaba algo entre los bolsillos de su negra chaqueta a juego con su falda corta –, ¿Qué te da ella que yo no te dé? ¿Inocencia? ¿Confianza? –se mofó con esa última palabra –. Ella te traicionó cosa que yo nunca te hice.
–Ya me estás cansando –se incorporó para que callase –. ¿Dónde quieres llegar, mujer?
–A que… –sacó su fiel pistola, colocando el cañón contra la fría frente de la científica que seguía con su eterno sueño, aislada de toda conversación –. Si no la matas tú hoy… la mataré yo y te voy a dar la opción de escoger.
Se escuchó el sonido metálico al quitar el seguro de esa arma, que no perturbó la mente del joven asesino que seguía fumando con las manos en los bolsillos, ignorando por completo los sentimientos de Vermouth.
–¿Qué conseguirías con eso?
–Si no la quieres, mátala o déjame que la mate para cumplir el deseo de nuestro querido Jefe –se mofó –. Ella sabe demasiadas cosas para tener tanta libertad, si abriera la boca nos hundiría a todos, todo por lo que hemos luchado durante tanto tiempo… y prefiero antes verla morir que volverla a tener entre nosotros.
–Eres patética –se acercó a ella, levantando la fina barbilla de la actriz –, el despecho es lo peor que puede tener una mujer –rió, mostrando todos sus blancos dientes –. Y a ti te está pudriendo por dentro… más de lo que estabas.
–¿Esa es tu elección? –empezó a apretar el gatillo con la mano–. Muy bien.
Un disparo resonó por toda la estancia, que empezó a oler a pólvora. Dejando un pequeño agujero de recuerdo en el techo a causa de que Gin desviara rápidamente el disparo de Vermouth al levantar sus brazos hacia arriba.
Forcejeaban feroces, con juegos sucios… hasta que finalmente un pequeño balón de futbol pasó a gran velocidad hacia ellos, chocando con la pistola de ella, rompiendo bruscamente una de las ventanas que había detrás de sí para perder el mortal artilugio de vista.
–¡No! ¿Por qué…?
–Lo siento pero –apareció Kudo desde otra sombra de la sala –, esta vez te has pasado.
