XXXVII – Cruzando el velo
Los días pasan y el tiempo apremia.
Por favor Shiho, despiértate.
Una brisa delicada y fresca acariciaba cada una de las flores que formaban un infinito manto de vida y armonía, en aquel maravilloso paisaje que llegaba hasta el lejano horizonte. Shiho cerró sus parpados para respirar hondo, disfrutando lo máximo posible de aquella sensación de paz que acariciaba sus cabellos. No se escuchaba nada, solo la tranquilidad y el canto de los pájaros que deleitaban los odios de la joven. Se hallaba sentada, sobre el suave césped de un verde intenso mientras acariciaba la piel de sus piernas, asomadas de su sedoso vestido.
–¡Aquí estás!
Giró su rostro, notando como su hermana mayor posaba una corona de flores sobre sus cabellos, que brillaban con todo su esplendor gracias al precioso sol que las calentaban un día más con sus rayos. No pudo evitar sonreír para responder a la amplia sonrisa de Akemi, que ahora, se sentaba a su lado… admirando el mismo paisaje que ella disfrutaba bajo un gran árbol.
–Hace un día precioso.
–Y que lo digas.
Shiho se colocó un mechón del cabello detrás de la oreja, observando divertida por el rabillo del ojo como su hermana se tumbaba sin dejar de sonreír por el cálido día que les recibía un día más.
–No sabía que supieras hacer estas cosas –cogía con cuidado la corona de flores para poder verla más detenidamente
–Mamá me enseñó a hacerlas cuando era muy pequeña –ponía las manos bajo la cabeza, alzando una de sus manos hacia el cielo –. Busca flores y te enseñaré a hacer una, deja de aprender a hacer cosas que están prohibidas y haz algo bello como respetable.
La hermana menor soltó una corta risa, levantándose de allí para bajar la cuesta, a la vez que se colocaba con cuidado la falda del vestido en su sitio. Andaba con calma, disfrutando de cada paso que pisaba el mullido césped mientras con las palmas de sus manos acariciaba los girasoles.
Escuchó un graznido, alzando la vida para observar como un cuervo se posaba en una de las ramas del árbol más cercano, la observaba atentamente, sintiendo como su corazón latía con fuerza como respuesta. Se miraban mutuamente, aquella mirada fría y penetrante le hacía sentir que ya lo conocía de algún lado… muy lejano.
Una rama crujió, interrumpiendo los extraños pensamientos de Shiho, que ahora giraba su rostro hacia el lugar del que procedía el sonido: Akemi se encontraba detrás de ella, sonriente con las manos cogidas a la altura de la cintura.
–Ah Akemi, me has asustado.
–Por lo que veo te reclaman –miraba atentamente el pequeño animal –, te necesitan.
–¿Quién me necesita? –alzó su mirada, imitándola, observando cómo volvía a emitir un nuevo graznido intimidante –. Solo estamos nosotras no hay nadie más, este es mi lugar.
–No, aún no lo es.
Shiho sintió como los cálidos brazos de su hermana le envolvían la cintura, una sensación de melancolía aparecía en lo más fondo de su torturado corazón… ¿Por qué se sentía ahora tan triste por aquel pequeño gesto de puro amor fraternal?
–He sido muy egoísta por mantenerte aquí cuando todos te necesitan.
–¿Todos? Akemi, solo te tengo a ti.
Giraba su rostro para ver mejor a su hermana mayor que no la soltaba, rozando así su frente contra la suave mejilla de Akemi, su mirada mostraba culpa y a la vez pena de perderla una vez más.
–Vive tu vida Shiho, hagas lo que hagas siempre te apoyaré –parecía la despedida que nunca pudo hacer en vida –. Yo te esperaré aquí, bajo la sombra del árbol.
–Akemi… ¿de qué me estás hablando?
Estaba asustada, no entendía nada… un fuerte dolor de cabeza atizaba su mente, era un dolor que recordaba de una pasada situación que apenas recordaba. Percibió que ya no la abrazaba y volviendo a mirar hacia arriba observó que todo el árbol estaba lleno de cuervos.
Dio un paso atrás ante la peligrosa estampa, Akemi ya no se encontraba con ella.
–¿Q-Que está pasado? –colocó las manos sobre sus sienes a causa del pesado dolor que éste emitía, cerró los ojos con fuerza teniendo una fugaz visión de un joven chico, de unos dieciséis años, gritándole asustado, por el ángulo ella se encontraba tumbada entre sus brazos –, ¡¿Quién eres?!
Todos los cuervos se alzaron ante el temblor de aquel mundo que comenzaba a ser engullido por una lengua de oscuridad, que devoraba todo lo que se encontraba a su paso. Corría, corría todo lo que podía observando como el paisaje de sus pies descalzos cambiaba; primero era césped donde cayó torpemente… sin saber que, como respuesta, en la vida real movía uno de los dedos de su mano derecha.
Seguía corriendo, ahora el suelo era de piedras que arañaban y dañaban cada centímetro de la piel de sus pies… su rostro se giraba bruscamente a un lado, junto con una fuerte exhalación de agonía, ante la atónita mirada de Jodie que se levantaba de la silla donde la vigilaba una noche más, acercándose rápidamente a su lado.
El suelo cambiaba al cemento, negro como todo su alrededor donde empezaba a llover, mojándolo todo… recordaba esa situación, cuando era más joven, se sentía en peligro como aquella vez. Sus oídos pitaban, escuchaba sonidos que no encajaban con ese lugar, sin saber que lo que oía era la realidad mezclada con su más deseada ficción.
Un fuerte flashback de cuando fue perseguía por los violadores atravesó su cerebro haciendo que cayera de rodillas, no le quedaban fuerzas y estaba completamente sola… con el despiadado silencio, en un lugar que no conocía, mirase donde mirase solo había oscuridad.
–¡Shiho despierta!
La joven científica se colocó las manos sobre los oídos, intentando no escuchar esa voz que le confundía todos y cada uno de sus sentidos… cerraba los ojos con fuerza, bajo unas lágrimas de pura impotencia.
–¡¿Quién eres?! –sollozó, escondiendo su rostro entre las rodillas.
–¡Shiho!
–¡Cállate! –suplicó junto un sollozo –. ¿Akemi… donde éstas? No me dejes sola…
Lloraba, lloraba con todas sus fuerzas, completamente sola bajo una oscuridad completa que poco a poco le permitía ver que estaba en algún tipo de callejón… que su subconsciente logró recordar de un gran tiempo atrás.
Un recuerdo que la joven jamás quiso olvidar...
Apretó sus rodillas, sollozando, empapada y vulnerable bajo una fría lluvia que parecía no tener fin. Escuchando como unos pasos se acercaban directamente a su ubicación, alzó su vista para ver como una mano enguantada se posaba cerca de ella.
–¿Estás bien?
–Gin…
–Vayámonos de aquí.
El recuerdo de cuando todo comenzó…(*)
Alzó su mano, temblorosa, para sentir la cálida de él dejando que, por fin, la luz envolviera todo el lugar. Llevándola a donde realmente debía estar: la vida real.
(*) Nota de la autora: Me pareció bonito recordar el primer capítulo del Error de Sherry, cuando todo comenzó.
